Hace unos meses tuve ocasión de leer un artículo en el que, no recuerdo el nombre de su autor, se hacía un panegírico de la calle de Calatrava de Ciudad Real, pero al mismo tiempo se la consideraba como de segunda categoría, pues a su juicio sólo había tres de primera en nuestra capital: Toledo, Ciruela y Alarcos. (Antes de seguir adelante quiero recordar al lector que la de Toledo llevó en tiempos el nombre den General Espartero, que posteriormente volvió a Toledo, sin que en tantas nuevas nominaciones del callejero ciudadrealeño se acordara nadie del Príncipe de Vergara, hijo de un modesto artesano de Granátula de Calatrava).
Pues bien, estoy de acuerdo con el articulista en que las tres citadas calles se las considere de primera- aunque a la hora de tributación municipal habrá bastantes más- pero no se debe olvidar que la calle de Calatrava ha tenido casi siempre una numeración superior de inmuebles urbanos a Ciruela y Alarcos. En cuanto a la de Ciruela, que fue la primera que se pavimentó con adoquinado, ha perdido mucho interés peatonal al haber desaparecido la estación del ferrocarril a su término. Aún recuerdo el tránsito de viajeros a la llegada de los trenes, con los coches de un caballo de los tres hoteles de la ciudad- Gran Hotel, Pizarroso y Miracielos- y el «escándalo» de los carros de Alipio cargados de mercancías y tirados por tres o cuatro mulas.
Pero vuelvo a la calle de Calatrava, que
es la que pretendo reivindicar en esta colaboración para el extraordinario de
Semana Santa de La Tribuna, y para ello me voy a permitir reproducir dos
párrafos de mi libro «Ciudad Real: Medio siglo de su Comercio». Dicen así:
«Esta calle de Calatrava pudiéramos calificarla de señorial por los años del
primer cuarto de siglo en sus dos primeros tramos principalmente. ¿Por qué se
le llamó de Calatrava? Queremos suponer que, como homenaje a la Orden Militar
de su nombre, cuyo territorio casi rodeaba por completo a Villarreal, en los
años de su fundación por el Rey Alfonso X el Sabio, hace más de siete siglos.
No descartamos que fuera una razón más para el nombre de Calatrava a esta larga
calle, que finalizaba en la ronda, y acceso principal a la antigua Granja
Agrícola donde hoy existen algunos centros universitarios, docentes y
deportivos, el hecho de ser el acceso natural al camino viejo de Carrión de
Calatrava, por el que diariamente venían a la capital y regresaban los yeseros
de dicha localidad, que eran los abastecedores de este material de construcción
tan utilizado en la primera mitad del siglo pasado en las edificaciones
urbanas.
En esta calle de Calatrava tuvieron sus domicilios familiares un presidente de la Diputación Provincial y cuatro alcaldes. El presidente fue el médico Bernardo Mulleras García, que ejerció el cargo de 1926 a 1930, a quien se debió la notable mejora en las instalaciones del Hospital y Casa Cuna, muy querido por todos y en especial por las familias modestas. En cuanto a los alcaldes fueron Ramón Clemente Rubisco, en los años 1906 y 1907; Alberto García Serrano, en l916 y l917; Fernando Palacios Gómez, de noviembre de 1918 a marzo de 1920; y Antonio Prado Cejuela, en la época de al Dictadura de Primo Rivera, en 1928 y 1929".
También en la calle que nos ocupa hubo acreditados establecimientos del comercio y la industria en sus dos primeros tramos, tales como dos imprentas, en una de ellas sita en el número 10, se editaron los periódicos «el Pueblo Manchego» hasta finales de 1936, «Avance», órgano socialista, hasta el término de la guerra civil, y posteriormente «Lanza» desde 1943 hasta principios de los sesenta.
Estuvo también en el número 4 una
importante librería y papelería, de la razón social Rejas y Ruiz Morote, pero
más conocida por doña Casimira sobre todo por su clientela infantil. Este
establecimiento fue fundado en el año 1850 por Francisco Ruiz Morote, gran
pedagogo y al que el Ayuntamiento capitalino quiso honrar su memoria al dar su
nombre a la antigua calle Dorada. También en esa misma acera de los pares
estuvo bastantes años el Casino Artístico desde su traslado de la plaza del
Pilar y cuyo presidente había sido el luego alcalde José Cruz Prado. En el
número 10 tuvo su sede buen número de años el Colegio Oficial de Médicos hasta
que se construyó una nueva en la plaza de la Provincia. Y en el número 14 se
hallaba también el Colegio Oficial de Farmacéuticos. En la acera de enfrente
estaba el establecimiento que fundara en 1856 el industrial Dámaso Barrenengoa,
llegado de tierras del norte, con fábrica de chocolates, tostadero de café,
marca acreditada que aún se mantiene, y selectos comestibles. En el inmueble
siguiente estuvo muchos años el Centro de Telégrafos y ya en la esquina con la
calle Tintoreros, Moret, Audiencia y hoy Elisa Cendreros, que todos estos nombres
ha tenido esta vía urbana, - había una fábrica de corchos-. Para no alargar más
estas; citas sobre la importancia de la calle de Calatrava consignemos la
presencia del Colegio de San José, a cargo de las Hermanas de la caridad de San
Vicente de Paul, fundado en 1888 por el obispo-prior doctor José Mana Rancés y
Villanueva, donde tantas niñas y jóvenes de la provincia recibieron enseñanza.
También, ya en otros tramos de la calle estuvo el Comedor de Caridad, esquina a
la calle San Antonio, que inaugurara otro prelado, el doctor Javier Irastorza,
y que luego se ubicó en lo que hoy es Residencia de Ancianos. ¿Subimos la calle
a primera categoría?
CALLE CALATRAVA
Como lo que estoy escribiendo y recordando se va a publicar en el extra de Semana Santa voy a referirme a continuación a lo que suponía el paso de las procesiones de Jueves y Viernes Santo por el primer tramo de la calle Calatrava. He de señalar que hasta el año 1935 solo había procesiones pasionarias, como se las llamaba, el Jueves y Viernes de la Semana Mayor, aparte de la Dolorosa de Santiago el Viernes de Dolores y antes, el Domingo de Pasión, Jesús Nazareno, con la venerada imagen atribuida a Montañés y que, como todas las demás de nuestra Semana Santa, desaparecidas en 1936.
Así pues, la primera procesión a la que
voy a referirme es la de Jueves Santo por la tarde, que partía de la parroquia
de Santiago para recorrer algunas calles del barrio del Perchel, o el
itinerario tradicional que comprendía el paso por delante de las tres
parroquias. En mis recuerdos he de consignar que iniciaba el desfile un trío o
una pareja de guardias civiles a caballo en uniforme de gala para seguir la
pequeña imagen del Niño Jesús, que ahora figura con la Hermandad de la Dolorosa
perchelera, y tras una acertada restauración sufragada por su propietario el
buen amigo Francisco Messía de la Cerda, Enseguida venía Pilatos, que así era
llamado y se sigue llamando el paso de la Hermandad del Ecce Homo, con un balcón
idea el escultor. A continuación, el Cristo de la Caridad, conocido más por
Longinos, al representar el momento de lanzada Crucificado. Y cerraba la
procesión la Hermandad de la Santa Espina, que consistía en un gran relicario con
dos ángeles de rodillas, en el que se guardaba, según la tradición, una espina
de la corona de Jesús. Ya a últimos de los años 20 se mejoró la procesión al
adherirse a ella la Hermandad de la Dolorosa, con penitentes. La procesión
atraía mucho público en las primeras calles, pero tenía ya el mayor lucimiento
por el primer tramo de Calatrava.
JUEVES SANTO
En la noche de Jueves Santo partía de San Pedro la Hermandad de Jesús Nazareno, que ostentaba los títulos d eAntigua y Venerable, y cuya imagen titular promovía a gran devoción manifestada por gran acompañanimiento tras el paso. Nombres de cofrades que debemos recordar eran los Medrano, Santyllán, Prado, Castillo, Cárdenas, Gómez y un largo etcétera.
El Viernes Santo tenía tres procesiones. La de la mañana partía de San Pedro y tras el Niño Jesús iniciaba los pasos el de La Oración de Jesús en el Huerto, que ahora es una de las de mayor número de cofrades gracias a la gestión del que ha sido hermano mayor Vicente García-Minguillán, y que llamaba la atención por el frondoso olivo y por las palmas que portaban los cofrades. Seguía la Hermandad de Jesús Caído, pero hemos de aclarar que desde 1925, al crearse la Hermandad de la Coronación de Espinas, con mayoría de ferroviarios y gracias a la gestión del que fuera alcalde Francisco Herencia, pasó a ser la segunda en el desfile, con un paso de grandes dimensiones, debido al escultor Coscolla, y que era portado a hombros por costaleros. Destacaba su valiosa colección de estandartes y el modelo de túnica, fuera de lo corriente. Así la Hermandad de Jesús Caído, que integraban los comerciantes de la capital, pasó a ser la tercera, siempre acompañada por la Banda Provincial, de la que fúe director muchos años el maestro Antonio Segura. Y cerraba la procesión el Santísimo Cristo del Perdón y de las Aguas o Tres Cruces, llamada por entonces la Hermandad de don Federico, al haber sido hermano mayor muchos años el inspector provincial de Sanidad Federico Fernández. Esta Cofradía era la más numerosa por aquellas fechas y la de mayor variedad de vestuario.
Por la tarde, el tambor del Santo Sepulcro llamaba a los armaos para participar en la procesión del Santo Entierro, que presidía el obispo con todo el clero y las autoridades civiles y militares del momento. Se iniciaba con otra imagen del Niño Jesús, con túnica negra, de la familia Ayala, y enseguida el paso de la Enclavación, único que no se restauró tras la guerra civil, seguido del Cristo de la Piedad, que movía gran devoción, el Santo Descendimiento el Santo Sepulcro y la Virgen de los Dolores de la Catedral.
Todas rivalizaban en número y riqueza y en
los años 20, Joaquín Menchero, hermano mayor del Sepulcro, costeó los trajes de
soldados romanos, que utilizaban artilleros de la guarnición para dar una gran
vistosidad a esta procesión, que no era la última, ya que a las once de la
noche salía de San Pedro la Real Cofradía de la Virgen Soledad, en la que
únicamente acompañaban mujeres tocadas con mantilla negra. Y hago aquí final, porque
los recuerdos son muchos y hay que cortar. Perdón, amable lector, por la
extensión de lo escrito para reivindicar la categoría de la calle de Calatrava,
en la que viví tantos años.
Cecilio López Pastor. La Tribuna de
Ciudad Real, domingo 8 de abril de 2001
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