Ciudad Real se nos ha quedado en la memoria todos los provincianos como la capital la que se iba estudiar, residiendo en el Seminario en el Doncel, y que al marchar todos los días la calle Calatrava adelante se cruzaba la ciudad de poniente oriente y viceversa.
Era también la ciudad donde se va arreglar papeles, y donde se incorporaban los mozos la mili, pernoctando en las viejas y destartaladas pensiones, amuebladas y decoradas con estilo azoriniano de "primores de lo vulgar"; fondas regentadas por viudas de algún militar, de un abogado, de un empleado de un banco, de un funcionario de algún maestro.
Eran estas pensiones como un resumen de la
ciudad, tenían su color pardo, rosáceo amarillento decolorado, su sabor
tortilla y picatostes, su olor aceite frito y humedad; y del tentempié en el
bar de los Faroles, con sus deliciosos bocadillos de calamares, mientras se
admiraban aquellas fotografías en blanco y negro del Manchego y de los equipos
de fútbol de campanillas de los años 40 50, que los chiquillos habían aprendido
de carrerilla, través de las ondas de la radio, y que repetían sus alineaciones en una
continua cantilena. Las delanteras de leyenda tomaban forma en aquellas
fotografías del tiempo amarillo. La del Sevilla: López, Torrontegui, Campanal,
Raimundo Berrocal. La del Madrid: Marsal, Kopa, Di Stéfano, Puskas Gento. La
del Bilbao: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo Gainza. La del Barcelona:
Evaristo, Kubala, Cóccix, Suárez y Czibor.
Las alineaciones completas se aprendían con las mismas reglas mnemotécnicas que
los límites, los ríos, las cordilleras las provincias de España, se recordaban
ante aquellas fotografías que tenían su contrapunto en los carteles taurinos,
como el de las fiestas de San Agustín en Linares, el 28 de agosto de 1947, los
treinta años.
Eran los colores, sabores y olores del tiempo pasado que iba tiñendo la ciudad de un oro viejo. Pensiones que se abandonaban las tres de la mañana para recibir en el Cuartel el primer chocolate caliente el petate color verde militar, para marchar después hasta la estación, donde un tren jadeante y renqueante se llevaba los reclutas, entre penachos de humo y carbonilla hasta el campamento militar los provincianos nos asombraba todo lo de la capital de provincia: allí las calles eran más largas, como las de Calatrava y Toledo, los edificios más altos las plazas ajardinadas y recoletas, diáfanas y soportaladas, como la Plaza Mayor, y arboladas con el Quijote más alto desafiante de Donaire, como la del Pilar.
Y es que la capital manchega le venían pintiparados los soportales de su Plaza Mayor, pero no aquellos edificios monumentales, de columnas pilares tan espectaculares, que asombraban los paisanos y provincianos, por su solidez, su volumen y su recia pesadumbre. Todo el que quiera acercarse al alma de Ciudad Real, yo le aconsejo que lea el libro "Geografía urbana de Ciudad Real", estudio exhaustivo muy bien documentado del que es autor mi profesor, el nativo alicantino manchego de adopción, don Félix Pillet Capdepón.
El volumen no es moco de pavo, pues tiene 648 páginas de letra pequeña apretada, aunque es un libro muy bien ilustrado con planos, gráficas estadísticas y fotografías de los edificios más representativos que han ido marcando las señas de identidad en el desarrollo urbano arquitectónico de Ciudad Real.
En la breve introducción, el autor nos
sitúa en los estudios anteriores que se han realizado sobre Ciudad Real y su provincia,
haciendo referencia los clásicos: Don Luis Delgado Merchán y Don Inocente
Hervás Buendía, y también nos cita las tesis doctorales de Rafael Villegas, que
estudia la Edad Media, y Carla Rhan Phillips, que estudia el desarrollo urbano
en la Edad Moderna.
Nos dice Félix Pillet: "El emplazamiento urbano fue producto de diversas razones políticas económicas, motivadas por la excesiva horizontalidad y la distancia al río, lo que originará auténticos problemas infraestructurales, que vienen concretarse en el ya histórico problema del agua." Y a continuación nos dice que la función y la infraestructura, así como el de la morfología urbana son los grandes temas tratar en este estudio. En el capítulo primero, el autor nos habla de la fundación y el desarrollo urbano de Ciudad Real. Tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212) comenzó una política muy activa de reconstrucción, fundación y repoblación de la Mancha. Una de las plazas que se intentó reconstruir fue la villa de Alarcos, pero hubo que desistir por estar en la margen izquierda del Guadiana, donde se desbordaban y se infectaban las aguas del río produciéndose fiebres palúdicas, por lo que las gentes fueron abandonando Alarcos y asentándose en una zona llana y salubre conocida como Pozuelo Seco. En el año 1255 Alfonso el Sabio concedía la Carta Puebla la aldea, la que bautizó con el nombre de Villa Real, y la ciudad empezó crecer auspiciada por sus manufacturas textiles, abastecidas por la materia prima cercana: la lana. La industria conoció dos siglos de apogeo (XIV XV), y partir del siglo XVI comenzó un lento declive, y a la llegada de los moriscos de la Alpujarra, partir de 1570, hizo que prosperase la agricultura, reemplazando la industria decadente.
La ciudad que había ordenado Alfonso X,
diciendo por donde debía ir la cerca, creció dentro de sus murallas en forma de
elipse, en un plano radiocéntrico que se va mantener con sus murallas hasta
mediados del siglo XIX, con un eje norte-sur, de la Puerta de Toledo la de
Granada, y otro eje de oriente occidente, desde la puerta de Calatrava la de
Alarcos. La muralla estaba guarnecida por 130 torres y 7 puertas: Toledo,
Calatrava, la Mata, Granada, Ciruela, Alarcos, Santa María, y la posterior, del
Carmen; dentro de las murallas empezaron diferenciarse los tres barrios: el
cristiano, la morería la judería.
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