Ha llegado hasta nuestros días la crónica que,
de la Semana Santa de 1903, publicó el periódico local Don Quijote de la Mancha. En ella se hacía una dura aunque
justificada crítica a las hermandades de aquella época, a las que exhortaba a
modernizarse, reponer sus túnicas y no sacar la mayoría de los pasos, puesto
que hacían el ridículo. Mención especial merecieron para el cronista, en el
aspecto negativo, las cofradías de la pasionaria de Santiago, cuyos miembros
vestían "remendadas túnicas de no sé
cuál fue su primitivo color". De entre todos los pasos sólo mencionaba
uno, el del Ecce Homo, del que escribía:
"De Jesucristo y Pilatos pondré punto en mi boca por no aparecer
irreverente. Es de las esculturas más antiestéticas que he visto".
Esta opinión era, a pesar de su crudeza,
generalizada, y venía de antiguo, ya que desde algunos años atrás se había
recomendado a los párrocos, desde las más altas instancias del Obispado
Priorato, retirar del culto las imágenes más desafortunadas, que movían más a
la burla que a la devoción.
En el año 1904 se convocó un concurso de
curatos vacantes. El joven sacerdote José Antonio León Espadas obtuvo en él la
parroquia de Santiago, de la que tomó posesión terminando el año 1905. El nuevo
párroco venía de dirigir la de Santa María del Prado como cura ecónomo, cargo
para el que había sido nombrado por el Obispo Piñera en octubre de 1901. En
aquel destino ya había dado muestras de su inclinación hacía las cofradías,
puesto que durante ese periodo, entre otras cosas, se reorganizaron las
hermandades del Ave María y el Cristo de la Piedad, mientras que la del
Descendimiento adquirió un nuevo paso.
También en 1905 llegó a Ciudad Real el nuevo
Obispo Prior, Remigio Gandásegui Gorrochátegui, el cual, según Julián Alonso,
la primera vez que vio el paso del Ecce Homo, indignado por la fealdad antiartística de la imagen de
Pilatos, de un bastonazo le rompió el dedo índice con el que señalaba al
Cristo.
En aquel momento, la parroquia de Santiago era
la menos adelantada, seguramente por ser la más humilde, en cuanto a la
reorganización de sus cofradías, por lo que no resulta descabellado pensar,
teniendo en cuenta todo lo anterior, que el nuevo párroco se pusiera pronto
manos a la obra, retirando del culto las imágenes menos acertadas, entre ellas
el paso del Ecce Homo. Posteriormente se fue trayendo imaginería de nueva
factura. En 1908 llegó el grupo escultórico de la Hermandad del Santísimo
Cristo de la Caridad y en 1909 el de la Santa Espina, los dos realizados por
Federico Zapater, quien desarrollaba su labor escultórica en tierras
valencianas. Ambas cofradías estrenaron además túnicas nuevas.
Para 1910 se pretendía hacer lo mismo con la
Hermandad del Ecce Homo. Incluso, el párroco se había puesto ya en contacto con
el referido escultor para que tallase el misterio. Sin embargo, el proyecto se
frustró por un inesperado suceso. El 22 de febrero de dicho año, José Antonio
León Espadas, que contaba cuarenta años de edad, caminaba por la calle Tercia,
hoy Cardenal Monescillo, cuando comenzó a sentirse mal. Aunque rápidamente fue
atendido en el estanco que había en dicha calle, y trasladado a su cercano
domicilio, en la calle Calatrava número 24, el médico sólo pudo certificar su
defunción, a causa de un ataque al corazón.
Fallecía de esta
manera uno de los principales impulsores de la modernización de la Semana Santa
ciudarrealeña en los inicios del siglo XX, dejando inacabada su última tarea
emprendida, la reorganización de la Hermandad del Ecce Homo.
Días después, el 3
de marzo, Evaristo Quirós Quirós fue designado para dirigir la parroquia de
Santiago, pero apenas tuvo tiempo de desarrollar su labor, ya que el 30 de
junio pasó a ser canónigo de la Catedral.
De nuevo el Obispo
se veía obligado a nombrar cura ecónomo, lo que hizo el 14 de julio. Esta vez
el elegido fue un sacerdote veterano, con mucha experiencia, al que además
unían lazos familiares con el párroco fallecido, puesto que era tío suyo. Se
trataba de Teodoro Espadas Díez, el cual se hallaba alejado del trabajo diario
que durante años desarrolló, ya que había sido ecónomo de Santa María del Prado
desde 1886 hasta 1901. Fue sustituido precisamente por su sobrino, aunque
durante algún tiempo siguió asignado a dicha parroquia, donde dejó un grato
recuerdo entre sus feligreses y también en las cofradías por la ayuda que les
había prestado.
Pronto se
reemprendió la tarea de reorganizar el Ecce Homo. Con este fin, la tarde del
domingo 30 de octubre de 1910 tuvo lugar en la sacristía de Santiago una
fructífera reunión, tal como refleja el diario local El Correo Manchego. A ella asistieron los interesados en el
proyecto, entre los que figuraba el propio escultor Federico Zapater, al que se
encargó la ejecución de un nuevo misterio. Se nombró una comisión formada por José
Martín Serrano, José Calvo Rodríguez, Cayetano Bermúdez Capilla, Santiago
Velázquez Vera y Jorge García Gill de Almansa, quienes se encargarían de llevar
a cabo los primeros trabajos. Uno de ellos fue la celebración de una nueva
reunión en el mismo lugar el siguiente domingo, a las tres de la tarde, a la
que podría concurrir todo aquel que quisiese formar parte de la reorganizada
hermandad.
El lunes 13 de
febrero de 1911, el periódico El Pueblo
Manchego informaba acerca del nuevo modelo de túnica, elegido en una
reunión celebrada ese mismo día a propuesta de José Calvo Rodríguez. Sería de
merino color hueso con manga perdida; botones, grecas y capillo de muselina de
seda de color eminencia, llevando éste bordado el emblema de la hermandad,
consistente en una corona de espinas en oro, en el centro una flor pasionaria
con una yedra y atravesando cruzadas dicho campo, las disciplinas y la caña. Se
completaría el atuendo con fajín de raso eminencia con dos cintas en el lado
izquierdo rematadas en borlas doradas, bota de charol con hebilla de plata y
guantes blancos de gamuza.
La junta directiva
que regía la hermandad en aquellos momentos estaba compuesta por José Gómez Alcázar
como primer hermano mayor, José Martín Serrano como segundo, Cayetano Bermúdez
Capilla como tesorero y José Calvo Rodríguez como secretario. Una comisión
visitaría al Obispo y otras personalidades con el fin de recabar ayudas
económicas.
El Viernes de
Dolores llegó a Ciudad Real el nuevo paso, que sería armado el Lunes Santo en
la parroquia de Santiago por su autor, Federico Zapater, y bendecido la víspera
de su primera salida procesional por el Obispo Gandásegui. Su coste sería
sufragado en parte por Teodoro Espadas Díez. La forma de portarlo sería por
debajo, en lugar de por fuera como entonces era habitual.
Todo estaba
preparado para que la cofradía pudiese participar en aquella Semana Santa, en
la que se estrenarían además otros tres conjuntos escultóricos, también
realizados en Valencia: la Oración en el Huerto y Jesús Caído, de Venancio
Marco Roig, y la Enclavación, de José Romero Tena.
El Jueves Santo, 13 de abril de 1911, la Hermandad del Ecce Homo volvía a salir, por fin, a la calle, completando la renovación de la pasionaria de Santiago, que se ponía a la altura del resto de procesiones. Las novedades de aquel entonces se han convertido, con el paso de los años, en señas de identidad de una de las cofradías más antiguas y con una personalidad más marcada de la Semana Santa de Ciudad Real.
Alberto Carnicer Mena. Revista
Oficial de la Semana Santa “Ciudad Real Cofrade 2008”
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