El
desaparecido paso de la Santa Espina
En muchas ocasiones cuando hemos hablado
de nuestra Semana Santa, de la historia y de la antigüedad de su cofradía, lo
hemos hecho casi siempre, un poco de memoria, fiándonos de datos y antecedentes
que han llegado a nosotros por medio de artículos de prensa o escritos sin una
base documental seria y firme, o a través de la palabra de algún viejo cofrade
que, siempre de la mejor buena fe, inventaba lo que no sabía.
Doña Isabel Pérez Valera de López de
Salazar, cuya solvencia, seriedad y competencia, en estas materias es
indiscutible, nos demostró ya hace tiempo, que la antigüedad de muchas de
nuestras Cofradías de Semana Santa, es mucho mayor de lo que se hace constar en
los folletos y guías de divulgación.
Por esto, recibí una gran satisfacción,
un día, hace unos años, en que me visitó en casa don Facundo Díaz, un
ciudarrealeño del que había perdido la pista hacía mucho tiempo, y que me traía
un viejo libro de actas de la Cofradía de la Santa Espina establecida en la
iglesia de Santiago.
Facundo Díaz, era hijo de don Maximino
Díaz, persona muy conocida en nuestra capital, que durante muchos años tuvo un
establecimiento de papelería y librería en la calle General Aguilera y era
dueño de una imprenta, creo que en el mismo sitio.
El libro de actas es la auténtica
historia de la Hermandad de la Santa Espina de Ciudad Real. Empieza con un
extenso preámbulo, al estilo de la época: “En nombre de la Trinidad Santísima,
Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espiritu Santo…” etc. y de una forma reiterada,
repitiendo las palabras, con muchas mayúsculas y muchas abreviaturas, da una
larga explicación del Misterio de la Santísima Trinidad, para terminar hablando
de Jesucristo, de quien al final dice: “…que murió por darnos a nosotros vida,
en el madera santo de la Cruz, que santificó con su divino contacto, que
padeció para mayor bien nuestro indecibles tormentos y el cruelísimo de que le
coronasen de espinas”.
“En obsequio pues de una de las setenta
y dos espinas, que taladraron las sienes de la sacrosanta cabeza de Jesucristo
nuestro bien, y de las cuales se componía la corona, que sobre ella fijaron
nuestras culpas, cual piadosamente creemos que es una de ellas la que se venera
en la Parroquia de Santiago de esta Ciudad Real, oponiéndonos a las insidias y
asechanzas con que nuestro común enemigo tiene muy tibia y resfriada la
devoción a una reliquia tan sagrada y tan digna de todo el afecto de nuestros
corazones, y extinguida cuasi en él toda la antigua hermandad, fundada en su
obsequio y para su mayor culto.
Decidimos lo que firmaremos al pie de
estas constituciones y que renovando en el mejor modo que podemos esta antigua
hermandad incorporándonos con ella. Deseosos de que las puertas del infierno no
vuelvan a prevalecer contra otra antigua hermandad así renovada como ahora la renovamos y mirando por su perpetua
estabilidad y firmeza, establecemos las constituciones siguientes, obligándonos
a ellas, ahora de guardarlas; y en adelante sujetándonos para que pueda compelernos
al cumplimiento de todas ellas y cada una de por sí, al señor Vicario de la
Audiencia ¿Municipal? que es o fuere de esta Ciudad Real”.
Es decir, que se trata de renovar la
Hermandad. Porque este libro de actas empieza con este preámbulo que estamos
comentando, en el año 1720 y la Hermandad, como veremos después, se había
creado en 1603. Luego debió venir a menos y ahora se trata de ponerla
nuevamente a flote. Y sigue el libro:
Libro
de actas de la Hermandad de la Santa Espina
“Y respecto de que esta es una renovación
e incorporación con la cofradía y hermandad antigua, es nuestro ánimo ganar las
indulgencias concedidas a la otra antigua hermandad por nuestro muy Santo Padre
de feliz recordación Clemente VIII en su Bula que es del tenor siguiente:
BULA
APOSTOLICA A FAVOR DE LA COFRADÍA DE LA SANTA ESPINA
Clemente
VIII:
Pontífice, siervo de los siervos de Dios: a todos los fieles que estas letras
vieren, salud y bendición Apostólica. Procurando la salud del Rebaño del Señor
que me es encomendado por disposición divina aunque no con iguales méritos,
convidamos a todos los fieles cristianos con dones espirituales, conviene a
saber: indulgencias y remisiones de pecados; para que se ejerciten en obras
santas y pías; porque merezcan por ejercicio de las tales obras; olvidar las
manchas de sus culpas y gozar de la bienaventuranza eterna. Así como nos fue
hecha relación que en la iglesia Parroquial del Señor Santiago de la ciudad de
Ciudad Real, de la Diócesis de Toledo, hay instituida llanamente una Cofradía
así de hombres devotos, como de mujeres, con invocación de la Santa Espina de
Jesucristo, para honra de Dios Todopoderoso y salud a las ánimas, y provecho
del prójimo. Mis amados hijos los cofrades, deseando ejercitar en buenas obras,
que han acostumbrado a hacer de caridad, piedad, misericordia, para que los que
ahora son cofrades, o por tiempo lo fueren, sean ayudados por el servicio de
tales obras pías, y para más ejercitarlas de aquí adelante, y asimismo, otros
se promuevan a entrar en otra Cofradía y la aprovechemos cada día en el Señor
con acrecentamiento; y ellos acudan a la otra Cofradía, más a buena gana con
devoción, por cuanto vieren que son apacentados y favorecidos con dones de la
Gracia Divina, por la misericordia de Dios todo Poderoso y de los
Bienaventurados apóstoles San Pedro y San Pablo, nos confiados en su autoridad.
CONCEDEMOS: a todos y
cualesquiera cristianos, así hombres como mujeres verdaderamente penitentes,
confesados y comulgados el día primero de su entrada y así ellos como los que
fueren o son cofrades de otra Cofradía, que en el artículo de la muerte,
invocaren el santo nombre de Jesús con el corazón, no pudiendo con la boca, o
lucieren otra alguna muestra de penitencia de más de este, así los cofrades,
como los que no lo son, visitando la otra iglesia en el día de San Bernabé,
desde las primeras hasta otro día puesto el sol, en cada un año e hicieren
oración a Dios por el estado de la Santa Madre Iglesia, y su exaltación por la
ruina de sus enemigos, por la conservación de la paz entre los príncipes
cristianos y por su concordia y unión. Extirpación de las herejías por la
reducción de los herejes a la unión de la Iglesia Romana Católica en cualquiera
de los otros días que lo hicieren, jubileo y remisión, esto en cuanto a los
cofrades, de todos sus pecados: A los no cofrades, siete años y otras tantas
cuarentenas. Asimismo a los cofrades que habiendo confesado y comulgado,
visitasen la otra iglesia, el primer día de agosto, y en las festividades de la
Natividad y Asunción de Nuestra Señora y la de San Lorenzo, haciendo oración
como arriba, en los días que esto hicieren otros siete años y otras siete
cuarentenas; y finalmente a los cofrades que se hallaren presentes en misas y
otros divinos oficios, que se celebraren en otra iglesia conforme a las
ordenanzas de la otra Cofradía, o en las congregaciones públicas o secretas,
sobre hacer alguna buena obra cualquiera, o dotasen doncellas pobres y
recibiesen en hospedaje a los peregrinos y así mismo llevasen a enterrar a los
muertos y rezasen cinco veces el Padrenuestro otras tantas Ave Marías por las
ánimas de los cofrades de la otra Cofradía, o acompañasen las procesiones ordinarias
o extraordinarias que se hicieran con licencia del ordinario, o acompañare al Santísimo
Sacramento, así en las procesiones, como cuando se lleva a los enfermos y los
consolaren y orasen por ellos, o compusieran paces con enemigos, o redujeren a
buen camino al que va errado y enseñare a los ignorantes los preceptos de Dios
y lo que importa a su conciencia; o hicieren otra cualquiera obra de caridad;
lo rebajamos misericordiosamente en el Señor por el tenor de la presente
sesenta días de los impuestos.
La
Hermandad de la Santa Espina procesionaba la tarde del Jueves Santo desde la
Parroquia de Santiago
“Yten” que estas
presentes letras han de durar cuanto a los no cofrades diez años y cuanto a los
cofrades para siempre jamás. Empero queremos que si por razón a lo otro, alguna
otra indulgencia, o para siempre o por algún tiempo no cumplida, fuere
concedida por nos a los demás y a los cofrades y a los demás otros, que estas
letras sean ninguna fuerza ni momento. Dado en Roma en la Sala de San Marcos,
año de la Encarnación del Señor de mil seiscientos tres años en veinte y seis
de abril, año duodécimo de nuestro Pontificado”.
Hasta aquí la Bula de Clemente VIII,
luego vienen las “Constituciones”, con nueve apartados en los que se establecen
las normas o reglamento por el que se debía regir la Hermandad. Entre otras
cosas, se limita el número de “hermanos” a veinticinco, se establece que cada
uno debe aportar cada año un hacha de cuatro libras de cera. Había túnicas
grandes y túnicas pequeñas, todas eran rojas. Las hachas de cera se podían alquilar
a otras entidades piadosas. No podemos entrar en muchos detalles porque esto se
haría interminable.
El libro de actas que estamos
comentando, empieza en 1719 y llega hasta 1742, luego continúa en 1862 y
termina en 1908.
En la primera época, es decir, de 1719 a
1742, la Hermandad de la Santa Espina, debió llevar una vida próspera y sus
componentes eran personas de relieve y sin duda de buena situación económica,
según se deduce de las actas.
Luego hay un salto de 120 años. En la
primera reunión que se reseña, el 13 de abril de 1862, se acuerda se hagan
túnicas los hermanos; “…que de cuantas “efigies” salen en las procesiones de
Semana Santa en esta ciudad, la nuestra es la única que no sale con túnicas
cual debiere.”
En marzo de 1863, se nombra Hermano
Mayor a don Cayetano Clemente Rubisco, el año anterior lo había sido don Ramón
Morales. En este año, había 33 hermanos, 4 hermanos del paso y un hermano de
estandarte, y disponían de 238 libras de cera, dos cetros de madera y un
estandarte con su cruz y vara. La cuota que pagaban los cofrades eran seis
reales al año. En 1908 pagaban dos pesetas al año.
El empezar nuestra guerra, en 1936, fue destruida
la Santa Espina. Se quemó en aquel verano sangriento en el que tantas cosas
importantes ardieron y desaparecieron. Muchas de aquellas cosas, volvieron a
resurgir, con más ímpetu y mejores que antes. La Santa Reliquia, en la que
creyeron y adoraron, con fervor y entusiasmo, tantos antepasados nuestros, y
que mereció una Bula Pontificia, no se podía rehacer y se perdió para siempre.
Ramón
González Díaz. Boletín de Información Municipal, nº 35, abril de 1971.
Estandartes
de la desaparecida Cofradía de la Santa Espina que guarda la Hermandad del Santísimo
Cristo de la Caridad
Lo que conocía hasta ahora era de oídas y algo leído. Gracias por estas aportaciones.
ResponderEliminar