La Semana Santa de Ciudad Real, a partir
del presente año 1991, ha visto ya los ocho días que van del Domingo de Ramos
al Domingo de Resurrección con procesiones pasionarias, como se decía en la
terminología semanasantera de las primeras décadas de siglo. Habrá quien me
replique que el Lunes Santo está sin ocupar, pero en mi opinión considero el
Vía Crucis de esa noche, ahora que se vuelve a lo tradicional tras la poca
afortunada experiencia del año pasado, como una autentica procesión de
penitencia presidida por la imagen del Cristo de la Buena Muerte. Se mantiene
así el resurgir de la Semana Santa capitalina, considerada como una de las más
completas de la región castellano manchega.
Pero mi interés al escribir estas líneas
para el extraordinario que LA TRIBUNA dedica a la Semana Santa es mantener el
recuerdo, dirigido especialmente a las nuevas generaciones de cofrades, de la
Semana Mayor en los primeros años treinta, cuando habíamos de conformarnos,
quienes ya sentíamos ilusión por estas manifestaciones de la religiosidad
externa de nuestro pueblo, con las solas procesiones de Jueves y Viernes Santo,
que habían logrado alcanzar unas cotas importantes tanto en lo espiritual como
en la riqueza artística de sus imágenes y la emulación de las distintas
cofradías.
La
procesión de Santiago, orgullo del Barrio del Perchel
Tras un breve relato de cómo eran
aquellas procesiones, indicaré de manera especial en los “tres” pasos que por
unas circunstancias a la guerra civil y que hubieran completado, dos de ellos,
momentos muy interesantes de la cronología de la pasión de Jesús. La procesión
del Jueves Santo removía hasta sus cimientos anímicos a las buenas gentes del barrio
de Santiago, el popular Perchel, que sentían una noble rivalidad en competir
con los otros dos barrios que por aquel entonces contaba la capital. Desde
media tarde estaban colocadas las sillas en las primeras calles del recorrido,
pues los vecinos querían ver desfilar la procesión con la mayor comodidad.
Desde un balcón de la Plaza de Agustín Salido, una ciudarrealeña de familia
conocida, Luisa Saráchaga, cantaba son su bien timbrada voz una saeta a los “pasos”,
que se detenían a la orden del capataz.
Figuraba en primer lugar la bella imagen
del Niño Jesús, propiedad de la familia Martínez Messía de la Cerda, vestida
con rica túnica roja de terciopelo. Enseguida la Cofradía del Ecce Homo que se
conocía más por Pilato, con el clásico balconcillo al que asomaba el poncio
romano para mostrar a Jesús, ya coronado de espinas, vistiendo un manto que
logró salvarse de la destrucción del 36 y que aún cubre la imagen que hiciera
Illanes en los años cuarenta. La siguiente Hermandad era la del Cristo de la
Caridad, conocida más por Longinos, al representar el momento de la lanzada, en
la que formaban buen número de cofrades percheleros. Y cerraba la procesión el
bello “paso” de la Santa Espina, cuya parte central era un artístico expositor
que llevaba en su parte baja una especie de custodia relicario, en el que se
guardaba, según la tradición, una espina de la corona que ciñó las sienes del
Salvador. Era hermano mayor don Juan González Dichoso, caballero de honda
raigambre católica, que vivía en una casa de la calle Corazón de María, donde
se reunía la Hermandad, no muy numerosa, para trasladarse a la iglesia de
Santiago. Llamaban la atención las dos figuras de ángeles a ambos lados del
expositor, con los pies sobre una simulada nube y portando el de la derecha una
corona de espinas. Lógicamente no era factible su renovación en los años
cuarenta, como se hizo con otros igualmente destruidos, por razones fáciles de
comprender. Don Alejandro Lapastora, muchos años párroco de Santiago, ostentaba
la presidencia religiosa de la procesión de su barrio, en el que era muy
respetado.
Emoción
al paso de Jesús Nazareno
Por la noche del Jueves Santo, alrededor
de las once de la noche, se ponía en la calle la venerada imagen de Jesús
Nazareno, desde San Pedro, una vez finalizada la de la tarde a que nos hemos
referido antes y que había salido a las siete. Era esta procesión del Nazareno,
en aquellos años treinta, una de las más emotivas de la Semana Santa de la
capital manchega, La talla de Jesús, que vestía severa túnica morada, era
atribuida al Montañés y su paso por las calles de Compás de Santo Domingo, Lirio
y Cruz Verde, era seguida y presenciada por casi una muchedumbre. Los cofrades
portaban faroles de acetileno y era también muy admirada la colección de
faroles de cristales de colores, así como muy típico el acompañamiento musical
para interpretar el miserere, por un grupo de la banda municipal. Seguramente era
esta imagen de Jesús, cargado con la cruz, a la que se cantaban mayor número de
saetas.
Cecilio
López Pastor, Diario “La Tribuna de Ciudad Real”, especial Semana Santa,
domingo 24 de marzo 1991, página 22 y 23
Rostro
de la venerada imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno destruida en 1936
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