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jueves, 3 de marzo de 2016

LOS TRES “PASOS” QUE NO SE RESTAURARON EN LA SEMANA SANTA DE CIUDAD REAL (I)



La Semana Santa de Ciudad Real, a partir del presente año 1991, ha visto ya los ocho días que van del Domingo de Ramos al Domingo de Resurrección con procesiones pasionarias, como se decía en la terminología semanasantera de las primeras décadas de siglo. Habrá quien me replique que el Lunes Santo está sin ocupar, pero en mi opinión considero el Vía Crucis de esa noche, ahora que se vuelve a lo tradicional tras la poca afortunada experiencia del año pasado, como una autentica procesión de penitencia presidida por la imagen del Cristo de la Buena Muerte. Se mantiene así el resurgir de la Semana Santa capitalina, considerada como una de las más completas de la región castellano manchega.

Pero mi interés al escribir estas líneas para el extraordinario que LA TRIBUNA dedica a la Semana Santa es mantener el recuerdo, dirigido especialmente a las nuevas generaciones de cofrades, de la Semana Mayor en los primeros años treinta, cuando habíamos de conformarnos, quienes ya sentíamos ilusión por estas manifestaciones de la religiosidad externa de nuestro pueblo, con las solas procesiones de Jueves y Viernes Santo, que habían logrado alcanzar unas cotas importantes tanto en lo espiritual como en la riqueza artística de sus imágenes y la emulación de las distintas cofradías.

La procesión de Santiago, orgullo del Barrio del Perchel

Tras un breve relato de cómo eran aquellas procesiones, indicaré de manera especial en los “tres” pasos que por unas circunstancias a la guerra civil y que hubieran completado, dos de ellos, momentos muy interesantes de la cronología de la pasión de Jesús. La procesión del Jueves Santo removía hasta sus cimientos anímicos a las buenas gentes del barrio de Santiago, el popular Perchel, que sentían una noble rivalidad en competir con los otros dos barrios que por aquel entonces contaba la capital. Desde media tarde estaban colocadas las sillas en las primeras calles del recorrido, pues los vecinos querían ver desfilar la procesión con la mayor comodidad. Desde un balcón de la Plaza de Agustín Salido, una ciudarrealeña de familia conocida, Luisa Saráchaga, cantaba son su bien timbrada voz una saeta a los “pasos”, que se detenían a la orden del capataz.

Figuraba en primer lugar la bella imagen del Niño Jesús, propiedad de la familia Martínez Messía de la Cerda, vestida con rica túnica roja de terciopelo. Enseguida la Cofradía del Ecce Homo que se conocía más por Pilato, con el clásico balconcillo al que asomaba el poncio romano para mostrar a Jesús, ya coronado de espinas, vistiendo un manto que logró salvarse de la destrucción del 36 y que aún cubre la imagen que hiciera Illanes en los años cuarenta. La siguiente Hermandad era la del Cristo de la Caridad, conocida más por Longinos, al representar el momento de la lanzada, en la que formaban buen número de cofrades percheleros. Y cerraba la procesión el bello “paso” de la Santa Espina, cuya parte central era un artístico expositor que llevaba en su parte baja una especie de custodia relicario, en el que se guardaba, según la tradición, una espina de la corona que ciñó las sienes del Salvador. Era hermano mayor don Juan González Dichoso, caballero de honda raigambre católica, que vivía en una casa de la calle Corazón de María, donde se reunía la Hermandad, no muy numerosa, para trasladarse a la iglesia de Santiago. Llamaban la atención las dos figuras de ángeles a ambos lados del expositor, con los pies sobre una simulada nube y portando el de la derecha una corona de espinas. Lógicamente no era factible su renovación en los años cuarenta, como se hizo con otros igualmente destruidos, por razones fáciles de comprender. Don Alejandro Lapastora, muchos años párroco de Santiago, ostentaba la presidencia religiosa de la procesión de su barrio, en el que era muy respetado.

Emoción al paso de Jesús Nazareno

Por la noche del Jueves Santo, alrededor de las once de la noche, se ponía en la calle la venerada imagen de Jesús Nazareno, desde San Pedro, una vez finalizada la de la tarde a que nos hemos referido antes y que había salido a las siete. Era esta procesión del Nazareno, en aquellos años treinta, una de las más emotivas de la Semana Santa de la capital manchega, La talla de Jesús, que vestía severa túnica morada, era atribuida al Montañés y su paso por las calles de Compás de Santo Domingo, Lirio y Cruz Verde, era seguida y presenciada por casi una muchedumbre. Los cofrades portaban faroles de acetileno y era también muy admirada la colección de faroles de cristales de colores, así como muy típico el acompañamiento musical para interpretar el miserere, por un grupo de la banda municipal. Seguramente era esta imagen de Jesús, cargado con la cruz, a la que se cantaban mayor número de saetas.

Cecilio López Pastor, Diario “La Tribuna de Ciudad Real”, especial Semana Santa, domingo 24 de marzo 1991, página 22 y 23

 
Rostro de la venerada imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno destruida en 1936

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