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sábado, 5 de marzo de 2016

LOS ICONOCLASTAS DEL SIGLO XX Y EL “PASO” DE “LA CORONACIÓN”



Fue en el imperio Bizantino, corría el siglo VIII de nuestra Era, Gobernaba en Constantinopla la dinastía de los Isauros. Y en tiempos de uno de ellos, de León III, estallo la famosa “querella de las imágenes”: frente a los iconólatras, que las adoraban al aceptar e interpretar rectamente su simbolismo, surgieron los iconoclastas, los rompedores de imágenes, que mostraban su ideología  hostil a las representaciones de la divinidad. Caían los iconos criselefantinos, los de bronce y de madera, venerados por siglos, al golde de la destrucción impía. La herejía protegida y estimulada por los emperadores, duró más de un siglo. Hasta que dos emperatrices, Irene y Teodora, restablecieron nuevamente el culto de las imágenes. Pero el arte religioso bizantino padeció muchísimo con tan enconada persecución.

Pasaron los siglos. Y aquel verano de 1936 resurgió en España -¿quién lo podía sospechar?- la herejía iconoclasta. ¿En qué les ofendieron las pobrecitas imágenes, quietas en sus hornacinas, pacificas en sus retablos, solitarias en sus camarines, hieráticas en sus altares? Algunas eran meritorias obras de arte: otras, ingenuas y sencillas, no menos veneradas en los pueblos. Todas cayeron bajo el hacha decidida y sus cuerpos inocentes, de alabastro o de marfil, de madera o de piedra, sufrieron nuevo Calvario y sus restos arrojados a pozos y mulares, cuando no reducidos a cenizas.

En Ciudad Real la destrucción fue absoluta; no solamente los “pasos” de nuestra Semana Santa, algunos de las mejores escuelas barrocas del siglo XVII, sino también las vírgenes de la Guía y de Alarcos y hasta la imagen de nuestra venerada Patrona del Prado, de reconocida antigüedad y mérito. En unos días, en unas horas, quedó destrozado el esfuerzo y el sacrificio de años y de siglos.

Justamente diez años antes, en este 25 de marzo de 1926, el Obispo Prior, luego mártir, don Narciso de Estenaga, había procedido, en solemne ceremonia celebrada en la parroquia de San Pedro, a la bendición del nuevo “paso” de “La Coronación de Jesús”. Era ésta una cofradía de reciente creación, fundada por don Francisco Herencia, aquel formidable ciudarrealeño sobre cuya recia personalidad ya hemos escrito en más de una y de dos ocasiones. No desconocía Herencia la alta calidad, en valor y en cuantía, del elemento ferroviario de Ciudad Real, que alcanzaba más de un cuarto de su población. Por ello, hizo de “La Coronación” la Hermandad ferroviaria. El mismo diseño túnicas, estandartes y gallardetes. Y buen conocedor de la categoría artística de la región catalana, allá se fue meses antes para encargar a uno de sus imagineros el “paso” que habría de desfilar en la procesión mañanera del Viernes Santo. Ciertamente que Felipe Coscolla no llegaba a la categoría y a la fama de un Clará y un Viladomat, un Llimona o un Vallmijana. Pero Coscolla alternaba dignamente con ellos y él fue quien talló las figuras del nuevo “paso” de “La Coronación”, bien lejos en su concepción y ejecución del barroquismo clásico, al que el pueblo sencillo y vulgar estaba acostumbrado.

Seamos sinceros: “La Coronación” del escultor catalán Felipe Coscolla, aun siendo obra original de un excelente artista, no gustó en Ciudad Real: el Cristo no era la figura exangüe y patética, con rojos de sangre y señales amoratadas de cardenales, sino el Cristo-Dios, insensible a amenazas y martirios. “Aquello” no cuajó en las mentes sencillas del pueblo, inadaptado a modernismos estéticos. La obra se criticó durante algunos años. Don Francisco Herencia se mantuvo firme.

Hasta que los iconoclastas del 36 pusieron fin a las discusiones. De haberse conservado, quizás ahora se reconocería en las tallas del escultor Coscolla un digno antecedente de las actuales tendencias artísticas.

ANTÓN DE VILLARREAL. EFEMERIDES MANCHECHAS. DIARIO “LANZA”, 25 DE MARZO DE 1975, PAGINA 5


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