Ya se han
pasado las fiestas del verano. Y puede ser muy saludable hacer balance sereno
de nuestras manifestaciones populares religiosas. Suele ocurrir que algunos,
con muy buena voluntad o llevados por una devoción de la que nadie parece tener
derecho a decir nada porque, simplemente, es la suya… ah, y con el latiguillo
de que «esto es tradición del pueblo» y que «siempre se ha hecho así», quieren
imponer su voluntad y su manera de expresar sus sentimientos supuestamente
religiosos en nuestros templos y en nuestras procesiones.
Estamos
asistiendo a tensiones, más frecuentes de lo deseable. Sacerdotes y directivos
de las Hermandades tienen que enfrentarse con este tipo de personas y de
actuaciones. Es verdad que no siempre se acierta con la solución y con los
modos más correctos, sobre todo en el crítico momento en que se desarrollan las
manifestaciones. Y más todavía, cuando los que reclaman determinadas presencias
y protagonismos son personas ajenas a la vida de nuestras Asociaciones (sólo
aparecen de año en año), o lo hacen con argumentos carentes de exactitud (se
atribuyen supuestas representaciones de la ciudadanía), o se mueven en niveles
mínimos de vivencia y celebración de su fe. Incluso se está haciendo
comportamiento habitual el airear en los medios de comunicación las
dificultades que surgen en la vida de nuestras Asociaciones.
Todo tiene,
de alguna manera, su explicación: la situación de la sociedad española es, por
un parte, de libertad religiosa personal e institucional, y, por otra, venimos
de una historia que ha sido confesional y que todavía mantiene una especie de
un todo revuelto de religiosidad mezclada con formas paganas que hace que, en
las fiestas populares y llegada la fecha del Santo o de la Patrona, no se
distinga suficientemente entre criterios y valores de un signo y de otro.
Todavía se dan casos de querer proclamar alcaldesa o regidora
perpetua a la Virgen. Los hay que siguen porfiando por que su Hermandad
tenga el título de «Real o Pontificia». No faltan aquellos que designan como Hermanos
de Honor a personas relevantes políticamente o a instituciones sin ninguna
significación ni comportamiento religiosos. Esto, casado en la práctica, con la
celebración de actos culturales o deportivos a la misma hora de la Misa, o con
la invitación a «presidir» la procesión a la autoridad civil, o mil ocurrencias
de este tipo.
¿Qué hacer
ante esta situación? La más mínima prudencia pastoral requiere que, en el
interior de los templos y en las procesiones, los que tenemos la responsabilidad
de los actos de nuestras Hermandades (Juntas Directivas, Consiliarios),
mantengamos con firmeza las decisiones tomadas en el seno de las mismas. Los
dirigentes de las hermandades no pueden obviar el parecer del sacerdote en
estos asuntos. Esto requiere no dejar nada a la improvisación y preparar muy
meticulosamente (como por lo general se viene haciendo) el desarrollo de las
distintas celebraciones. Supone, igualmente, asegurar las relaciones correctas
con las autoridades civiles, manteniendo la necesaria separación en el ámbito
de las competencias de cada parte. Y, supone, ante todo, que los Presidentes de
nuestras Asociaciones de Fieles y sus Juntas Directivas se distingan por su
hondo sentido religioso, por el cuidado de su fe y de su vida espiritual, por
su inserción cordial en la vida de la Iglesia a través de sus parroquias, y por
su comportamiento ejemplar civil y socialmente.
Os pido a
todos los que valoráis este mundo de la religiosidad popular que os suméis con
interés a este trabajo serio de purificación que este mundo requiere. Sólo así
podremos poner en juego tantos y tantos aspectos positivos como encierra.
Pido la ayuda
del Cielo para saber acertar y acoger con caridad cristiana las mil historias
que puedan ocurrir sin renunciar a la Verdad, Bondad y Belleza de Dios, como
tratamos de expresar en nuestra Iglesia Diocesana. Ahí están las Orientaciones
pastorales vigentes.
Vuestro
obispo,
† Antonio
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