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viernes, 27 de septiembre de 2013

EL RECTORADO DE LA UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA, UN LUGAR CARGADO DE MISTERIO Y LEYENDAS



El Rectorado de la Universidad de Castilla-La Mancha es un lugar cargado de misterio y leyendas. Leyendas que en este caso, parecen hacerse realidad desafiando a cualquier lógica. Existen decenas de testimonios, de casos, de personas que una noche se toparon con algo inexplicable. Algo que a día de hoy, todavía son incapaces de olvidar. Algo que sigue inquietándolos...

 Comencemos por el principio

El lugar abrió sus puertas el 29 de Abril de 1788 por el cardenal Lorenzana, para hacer de casa de acogida para las personas menos favorecidas, dando cobijo a pobres, alcohólicos e incluso prostitutas. Posteriormente pasó a ser un hospital (llevado por monjas, atención al detalle que posteriormente toma importancia), llamado “Real Casa de la Misericordia”.

En 1809 el edificio pasa a ser un Regimiento de artillería, el "Cuartel de la Misericordia". Y es ya a partir de esta época cuando comienzan a sucederse los fenómenos extraños. Un gran número de personas que hicieron allí el servicio militar me han narrado la misma historia, o al menos con la misma protagonista, una extraña monja.

Es el ejemplo de J.R. que me contó cómo una noche transportando alimento sobre una burra, todo quedó en completo silencio. El animal comenzó a asustarse y a ponerse nervioso. A tal punto llegó el miedo a apoderarse de la burra, que esta comenzó a dar coces y a temblar de manera incontrolada. Entonces sucedió. En mitad de la noche, una figura semitransparente apareció caminando a lo lejos. Una figura sin piernas, que se alzaba unos centímetros sobre el suelo.

J.R, completamente asustado, tiró de la burra y corrió por donde había venido como alma que lleva el diablo.

- "Aquella era una figura de monja. Llevaba las manos juntas, como rezando, y una túnica. Eso es todo lo que puedo contarte. ¡Y no porque no quiera! Es que no me acuerdo de más...".

Existe otro caso casi idéntico al de nuestro protagonista. Sin embargo, no todos quieren hablar y recordar aquellos momentos.

Lo curioso es que este otro testigo trabaja actualmente para una conocida compañía de envíos y tiene que llevar paquetes al lugar cada semana.

El edificio en la actualidad es el Rectorado de Castilla-La Mancha, y los fenómenos que ocurren en la actualidad no tienen casi nada que envidiar a los sucedidos años atrás.

Aunque bien es cierto que esa figura con forma de monja no ha vuelto a ser vista por los pasillos ni por los patios -pero sí se ha dejado fotografiar como veremos más adelante-.


Como curiosidad debemos decir que las paredes actuales son las mismas que las del antiguo hospital de la Misericordia, aunque restauradas y mejoradas, obviamente.

Conseguí entrevistarme con algunos de los protagonistas que han vivido auténticas noches de terror, y hacer incluso una ronda nocturna por el edificio.

Este el caso de uno de los vigilantes que trabajan allí de la noche. Me contó cómo estando más de una noche en su despacho, frente a los monitores que reflejan las imágenes de las cámaras de seguridad, a eso de las tres de la madrugada, se habían encendido los fluorescentes, como si una mano invisible hubiera pulsado el interruptor. Me describió incluso la sensación de terror que le provocó solo escuchar “ese ruido de los halógenos”.

Otro suceso no menos inquietante es el provocado por las alarmas de movimiento. De madrugada, para ellos no era extraña la costumbre de que estas alarmas saltaran solas.

Algunas tal vez tengan explicación lógica -si es así, yo me presto a ella- si se encuentran cerca de una ventana, o de una puerta por la que pueda entrar cierto haz de luz provocando así una sombra que confunda al sistema de la alarma.

Sin embargo, un guardia me mostró una de las alarmas que más solía saltar. Y se encontraba bajo una escalera, alejada de ventanas y posibles focos de luz.

Otro de los hechos más comunes -aunque pudiera tener una explicación más lógica- es la apertura de puertas por “manos invisibles”. Aunque podemos llamar manos invisibles al viento, pues la explicación a este hecho sí que existe. Las puertas que suelen abrirse solas son unas puertas de cristal que hay en todos los patios y que no tienen cerradura. Por tanto, el viento puede colarse en el patio, y crear una especie de efecto chimenea que a su vez llevaría a crear una enorme presión. Esta importante acumulación de viento conlleva una fuerza que abre las puertas solas.

Otro suceso que aparece con menos frecuencia en el Rectorado es la aparición de una extraña luminaria o un extraño resplandor en algunas habitaciones, que generalmente ha sido visto a través de ventanas -nunca frente a frente-. Finalmente, los ruidos son el pan nuestro de cada día. Algunos son ruidos absolutamente naturales, y otros –me aseguran personas acostumbradas a trabajar de noche- no lo son tanto.

Una extraña fotografía

Los sucesos del Rectorado se hicieron más que conocidos hace unos meses, cuando estas extrañas vivencias se pasaban de boca en boca. Y no fueron pocos los curiosos que, en busca del misterio, realizaron fotos al edificio. Con tanta –o tan poca- suerte que algo apareció en una de ellas.

En una ventana -la segunda de la derecha, abajo, en la parte de la fachada que da al paseo del Paraninfo- aparecieron dos figuras casi etéreas donde se distinguen perfectamente a dos monjas. Una de ellas lleva las manos juntas, y se distingue claramente su vestimenta.


La historia continúa, más allá del Rectorado

Cuando comencé a investigar sobre los hechos que sucedían en el Rectorado, alguien me dio una pista, y me envió a un lugar cercano.

- Cuidadito –me dijo- que no solo aquí suceden cosas extrañas…

Comencé a meterme en camisa de once varas, tal vez... Y descubrí que había un edificio bastante cercano al Rectorado donde también sucedían fenómenos extraños. La casualidad o causalidad, llamémoslo como queramos, hace que el edificio se alce también dentro del perímetro del antiguo regimiento de artillería.

Entonces me planteé si los hechos pueden llegar a marcar un lugar. Alterar el ambiente y alterar la vida de las personas que día tras día -y peor aún, noche tras noche- deben acudir a trabajar al lugar. Eso se refleja muy claramente en sus caras cuando narran cómo ellos “lo vieron”.

Y aquello es lo que más me marcó. Las caras de miedo, la impotencia de no saber explicar unos hechos que suceden en el lugar de trabajo, y sobre todo los cambios progresivos en la actitud de los trabajadores.

Primero agradables y dispuestos a hablar, pero posteriormente casi hostiles, con todas las letras. “Aquí no pasa nada, no queremos decir nada ni queremos que el nombre del edificio salga en ninguna parte”.

Cuando llegué por primera vez, como decía, todos estaban dispuestos a echarme un cable. Pero ninguno a hablar frente a una grabadora.

Todos me contaban lo que les había sucedido. Pero ninguno permitía que tuviera el “aparatito” en las manos. Los sucesos más repetidos en el lugar son ruidos de extraña procedencia, luces y sombras de dudable explicación e incluso pasos y ascensores que suben y bajan solos a las 2 de la madrugada, cuando el edificio debería de estar vacío, cuando tan solo un guardia mora el lugar.

La primera vez que acudí al lugar, el vigilante era nuevo y no había vivido nada extraño, todavía. Así que le pedí perdón por haberle hecho empezar con “tan buen pie”.

A la siguiente visita que hice, el vigilante me contaba asustado cómo una noche, haciendo la ronda, pasó frente al cuarto de baño y escuchó la cisterna. Al entrar, descubrió que -como era “lógico”- no había nadie en el lugar. Sin embargo, una “mano invisible” apretaba el pulsador que accionaba la cisterna. Tres segundos más tarde, como si el ajeno individuo se hubiera marchado, el pulsador volvió a su estado original, y el ruido del agua cesó por fin.

Aquel vigilante, totalmente aterrorizado desde la citada noche, me contaba cómo era incapaz de hacer una sola ronda sin sacar su porra. Hablé incluso con una de las señoras de la limpieza, que me contó que había llamado al guardia más de una noche para que la acompañara a limpiar los despachos de la primera planta, asustada por todos los ruidos. Me aseguró que incluso se había planteado renunciar a su puesto.


 Pero lo más fuerte, son las pruebas que han hecho los guardias en el edificio. Atemorizados, y sin saber bien cómo actuar, decidieron hacer una prueba. Una noche separaron todas las papeleras de la pared y las dejaron en mitad del pasillo. Los dos vigilantes se marcharon a hacer la ronda, y cuando volvieron a pasar por el pasillo, las papeleras volvían a estar pegadas a la pared, en su estado original.

La última vez que visité el edificio, me atendió el guardia con el que había hablado la primera vez. Con el nuevo. Alfredo, el técnico con el que también había conversado -y al que realicé una entrevista, pues este sí quiso hablar- también estaba allí.

Y el cambio de humor fue brusco. De simpatía a apatía, el camino era muy breve.

- Mira –dijo el vigilante- aquí no pasa nada raro. ¿Que los ascensores se ponen en marcha solos? Eso es por subidas y bajadas de tensión. ¿La cisterna se pone en marcha sola? Eso es que se atascó… ¿Las luces, las sombras? Este es un edificio acristalado. ¿Y los ruidos? Pues porque está recién construido y hasta que se “amolde”…

Lo de las luces y sombras… puede que pase, lo de los ruidos también -aunque el ruido de un plástico que se arruga, una estantería que se cae, pasos en zonas donde no debería haber nadie- lo de los ascensores es raro. Una subida de tensión es normal, pero ¿constantes subidas de tensión?, ¿No habría ido nadie a repararlas?, ¿No habría provocado daños en el material electrónico?.

- Alfredo… -dije yo, intentando buscar un apoyo.

Él encogió los hombros, como diciendo “esto es lo que hay” con expresión de pesar.

El vigilante mencionó a la dirección del edificio, y continuó:

- Y no queremos saber nada, no queremos problemas, ni queremos que el nombre de este edificio aparezca por ninguna parte.

Y salí por la puerta, pero con una expresión completamente distinta a aquella con la que entré el primer día.
Pero realmente, no esperaba menos. De un momento a otro, sabía que aquello ocurriría.

Sin embargo, era curioso, pues si él afirmaba que todo tenía una explicación lógica, era porque finalmente lo había visto con sus propios ojos y trataba al menos de dar explicación lógica a dichos sucesos.

Lo cierto y verdad es que nadie llegó a dejar que grabara su testimonio -aparte de Alfredo-, y todos iban “echándose el muerto” el uno a otro. Todo era: “Pásate esta tarde que está fulanito”… Y a la tarde, “pásate mañana que está menganito”.

Lo que yo no sabía cuando salí del edificio por última vez, era que una sorpresa estaba aguardándome. Una especie de regalito aún envuelto, esperando a ser abierto.

Pasó el tiempo, y el 5 de mayo de este 2006 recibí la llamada al móvil de un querido amigo. Salva Millán, director del programa “Expediente Abierto”, en Radio Bunyol, con el que había colaborado toda una temporada.


- Javi, ponte las pilas que volvemos a empezar. ¿Qué tema podríamos elegir para este programa? –me preguntó.

- ¿Qué te parecen las casas encantadas? He estado investigando en un edificio donde están pasando cosas… Y creo que sería interesante. Podría pasarte incluso algunos cortes de una entrevista que realicé al técnico del edificio.

- Perfecto, va a quedar genial. Ya me lo envías al correo.

Y ahí quedó la cosa. El programa del 9 de mayo contaría con algunos pedazos de esa entrevista. Ponerla entera llevaría un buen rato del programa, por lo que decidí cortar los trozos más importantes e impactantes. Y ahí llegó la sorpresa. O el susto.

Afortunadamente no era de noche cuando hice el descubrimiento. Eran las 16.20 de la tarde. No se me olvidará.

Estaba repasando la entrevista, viendo qué trozos cortar… Y de pronto, escucho algo que no encaja. Algo que se conoce como psicofonía o parafonía.

Para el que no conozca qué es este fenómeno, decir que se trata de voces que aparecen de repente en nuestros grabadores. Voces que no estaban allí en el momento. Hay gente que se toma a pecho estas voces, y que las utiliza en investigaciones en lugares como la Atalaya, esperando a que esas voces le den alguna respuesta. Algunos dicen que son las voces de los ya fallecidos.

Otros aseguran que se trata de un curioso efecto sonoro sin misterio alguno. Y otros, afirman que nuestras voces, nuestras conversaciones, quedan registradas en el espacio-tiempo, como si de una caja de resonancia se tratara, y pueden grabarse transcurridos unos años.

Yo no sé la respuesta, ni intenté hallarla nunca. Es un fenómeno que estaba ahí, que había llamado mucho mi atención pero que jamás me había propuesto hacer. Ni me lo había planteado.

Y entonces, cuando menos lo esperaba, y sin yo buscarlo, aparece una voz que me deja descuadrado, que tira todos mis esquemas y que, para qué negarlo, me asusta.

En un principio, me impacta, pero no soy verdaderamente consciente de que eso es extremadamente raro. No soy consciente de que miles de personas están, a día de hoy, fascinadas por este fenómeno, lo persiguen -en ocasiones rozando la locura- pero no siempre dan con él, pues es tan esquivo y escurridizo.

En la entrevista de Alfredo, el técnico, la parte en la que yo le pregunto “¿Y lo más fuerte que ha pasado en el edificio? -y él responde- “Lo que te dijeron a ti el otro día…” yo respondo: “¿Lo de la sombra?” y Alfredo, afirmándolo dice: “Sí, lo de la sombra, eee” y en ese “eee” pensativo, mientras él busca cómo continuar su frase, una voz extraña, seria, seca, alejada del micrófono y que parece burlarse de nosotros, dice “Una sombra” o “La sombra” -no se distingue muy bien lo que precede a la palabra “sombra”-.


Y es curioso, ya que algunos afirman que estas voces necesitan tomar aire, como si se recargaran de alguna energía. Pues bien, tres o cuatro segundos antes de hacer su incursión, se escucha como una respiración de alguien con dificultades para tomar aire.

 Lo primero que hice fue enviar el audio a las personas que habían escuchado más psicofonías. Una de esas personas fue Guillermo León, analista informático y colaborador del programa Milenio3 y Cuarto Milenio, donde siempre sabe catalogar qué fotos tienen misterio, y cuales no. Su opinión era esta:

[…] Se aprecia claramente que es de distinta procedencia a las personas que hablan antes, o sea tú y el entrevistado... Parece además una voz típica psicofónica o parafónica sin entonación, que solapa vuestras voces y precedida de un ruido seco o respiración que también se escucha unos segundos antes…

Y digamos que aquello “colmó el vaso”. Un vértigo se apoderó de mi estómago y me sentí vacío, como si mis órganos flotaran dentro de mí.

Es fácil escuchar un programa donde te hablen de psicofonías, y decir: “Me lo creo/No me lo creo”. Pero no le das más vueltas.

Sin embargo, cuando te sucede a ti, cuando sabes que aquella voz no debería estar ahí, cuando sabes que no hay ni trampa ni cartón, ni explicación razonable… La cosa cambia bastante.

He escuchado esa voz más de treinta veces, tratando de buscar su explicación, un por qué. Y lo cierto es que a día de hoy, sigo sin entender de quién era esa misteriosa voz.



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