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miércoles, 5 de septiembre de 2018

DON ÁLVARO MUÑOZ DE FIGUEROA: UN CABALLERO SIN SOMBRA (III)


Vista de la Plaza Mayor de Ciudad Real a principios del siglo XX

3.3. LA HACIENDA EN SUS MANOS

Tras la muerte de su padre, don Álvaro debió ponerse al frente de la hacienda familiar. Pero la prematura muerte de su hermano Juan, ocurrida en mayo de 1662, unida a la de su madre doña Luisa dos años después, y a la de su hermanastra doña Tomasa, determinaron que todo quedara finalmente en sus manos (25).

Gran parte de la fortuna que llegó a poseer a lo largo de su vida procedía de la ganadería, sobre todo lanar. En las escrituras notariales de estos años puede seguirse multitud de operaciones de compra-venta de estos animales, encargadas a sus mayorales, quienes conducían carneros y ovejas “de su cría, hierro y señal” a diversas partes de España, sobre todo a tierras de Madrid y Toledo (26). Pero también formaban parte de su patrimonio ganados de cerdos, caballos, yeguas, garañones y mulas (27).

Uno de los mayores quebraderos de cabeza derivados de su actividad ganadera, estuvo relacionada con la gran cantidad de mulas que formaban parte de su cabaña. Estos animales tenían gran demanda para labores agrícolas. Desde la Edad Media la Corona, con estrictas leyes, había prohibido echar garañones a yeguas, con la intención de garantizar el abastecimiento de caballos destinados al ejército. Algunos ganaderos, habían campeado esta prohibición contribuyendo al servicio de millones. Pero hacía 1669 la normativa se endureció, viéndose amenazados los ingresos que proporcionaba estos animales (Salazar-López y Carretero, 1993: 215). En 1680 don Álvaro y otros nobles, elevaron una petición ante el concejo de la ciudad. El Consejo de Castilla, había iniciado un proceso de averiguaciones para encontrar culpables e imponer castigos a los infractores (28). Como es de suponer todos ellos eran culpables y, temiendo las consecuencias, intentaron cubrirse las espaldas: mandarían dos representantes a Madrid, para suplicar al rey que les perdonase, pues la baja de la moneda había motivado que las haciendas se vieran muy reducidas, lo que unido a la esterilidad de los tiempos podía provocar la ruina de sus capitales. La cría de mulas era la única vía de escape para campear el temporal. Su misión sería rogar al rey que cesara en sus averiguaciones por estos lugares.

Pero don Álvaro no debió fiarse mucho de que aquella encomienda llegara a buen término. Ese mismo mes, nombró un representante para que acudiera en su nombre a Toledo, con la intención de recordar al licenciado don Gabriel de Pallares, juez de comisión nombrado para la mencionada averiguación, que el caballero santiaguista, como miembro de la Inquisición, solamente podía ser juzgado por el tribunal de la misma y no por las justicias ordinarias del rey (29). La vinculación de su familia al Santo
Oficio, proporcionaba no solo un reconocimiento social, sino también exenciones y beneficios judiciales de todo tipo, muy útiles en casos como el mencionado.

Para garantizar la alimentación de su ganado, don Álvaro participaba en las subastas por el arrendamiento de cotos, dehesas y pastos, fundamentalmente en el Valle de Alcudia (30). Esta actividad no estaba exenta de conflictos de todo tipo, sobre todo con los labradores y dueños de los derechos concejiles que generaban dichas tierras.

D. Álvaro mantuvo una estrecha relación con la orden de la Merced en nuestra ciudad y con el Monasterio de los Padres Mercedarios de la misma

Sirva como ejemplo el embargo que sufrió, al igual que otros señores de Ciudad Real, incluido don Gonzalo “el Rico” en abril de 1657, sobre los ganados que tenía en los quintos y dehesas de Maqueda, acusado de no contribuir, como perceptor de derechos y bienes de la encomienda de Almodóvar, a la parte que le había sido asignada por el rey en el reparo de su iglesia (31). Frente a estas ingerencias, don Álvaro, como muchos de los miembros de las élites urbanas de Ciudad Real, no dudó en utilizar sus privilegios como miembro de la Mesta y ganadero de la Cabaña Real (32).

Estas disputas por acaparar las mejores tierras de pastos, solían también afectar a las familias nobles de la ciudad, llegando a provocar sonados enfrentamientos. Este fue el caso de las rencillas entre don Álvaro y don Cristóbal Velarde y Céspedes, reflejadas en las reuniones concejiles del año 1696. El motivo de disputa fue el arrendamiento de las Navas, en manos del primero, quien se resistía, con su posición privilegiada en el ayuntamiento, a sacarlas a subasta para que otros pudieran pujar por ellas (33).

Además de su actividad como criador, la fortuna de don Álvaro acaparó otros intereses, acumulando gran cantidad de tierras de labor, explotadas unas veces por sus criados, otras por labradores que las arrendaban a diferentes precios. Estas propiedades se repartían por la provincia, procediendo de herencias y compras. Destacan las situadas en la villa de Miguelturra, aportadas por la familia de su esposa. Pero también gozaba del producto del arrendamiento de bienes muebles, como por ejemplo el batán de Albalá, en el río Guadiana (34). También poseía diversos censos y juros, destacando los 21.700 maravedís anuales impuestos sobre las alcabalas de Ciudad Real, heredados de un vínculo fundado por doña Francisca de Guevara (35).

El poder de don Álvaro y su proyección social alcanzó su momento culminante, tras la muerte de su primo don Gonzalo Muñoz de Loaisa, el “Rico” en 1670, y de la esposa de éste, doña Jerónima Velarde, cuatro años después (36). A diferencia de aquel, don Álvaro acaparó cargos políticos de prestigio, actuando al menos desde 1675 en varias ocasiones como teniente de corregidor e incluso como corregidor de la ciudad, honor que compaginó con el de alcalde por el estado noble de la Santa Hermandad (37).

Lógicamente la situación de privilegio que tales puestos le proporcionaban, asegurarían tener una información privilegiada a la hora de diseñar sus movimientos económicos, convirtiéndole en uno de los caballeros más poderosos e influyentes de la comarca.

Fruto de la estrecha relación de D. Álvaro con los mercedarios, es la construcción de la iglesia conventual donde D. Álvaro actuó como mecenas 

3.4. MECENAS Y CABALLERO DE LA CONTRARREFORMA

Como adelantamos en el inicio de esta comunicación, don Álvaro ha pasado a la historia fundamentalmente como mecenas y autor de dos obras pías: la iglesia de la Merced y el pósito para labradores pobres de la ciudad. Sin embargo, a lo largo de su vida realizó muchas otras gestiones de carácter piadoso, encaminadas a proteger y defender la fe de sus antepasados, haciéndose cargo de algunos proyectos verdaderamente de difícil gestión, imposibles de haber llegado a buen término sin su dedicación incondicional.

Cronológicamente la primera gran intervención en este campo fue la construcción de una iglesia, bajo la advocación de Inmaculada Concepción, para el Convento de Padres Mercedarios Descalzos de Ciudad Real. Han llegado hasta nosotros diversos traslados de la escritura original, firmada el 12 de abril de 1674. Dado que sus términos han sido ya bastante tratados por otros autores no vamos a detenernos en ellos (Barranquero, 2003: 374-378, Sánchez-Barrejón, 200: pp. 2236-2238; Hervás, 2002 [1918]: 334).

No obstante me parece importante hacer una puntualización: el convento contaba con una iglesia anterior, evidentemente mucho más modesta, pues los fondos aportados en la fundación por el capitán Andrés Lozano fueron bastante reducidos. Tomada la posesión el 5 de julio de 1620, los frailes primero se sirvieron de unas casas adaptadas para la función conventual, dotándolas primero de una humilde capilla con su sacristía y sagrario hasta poder comenzar la iglesia que había dejado dispuesta en su testamento el capitán Lozano. Pasados unos meses se abordó la obra de una pequeña iglesia, haciéndose los pregones acostumbrados durante el mes de agosto de 1621. La primera piedra se puso un sábado, 26 de febrero de 1622, disponiendo, en conmemoración, dieciséis reales y medio en monedas de oro y plata en el hueco de una piedra. La obra dispuso incluso de su traza y planta (38).

Con el paso de los años este convento fue aumentando, abordándose la construcción de un nuevo claustro, a partir de 1639, con sus celdas, cocinas, biblioteca y nueva sacristía (VV.AA, 2005: 49-55). La grandeza de tal reforma requería agrandar la antigua iglesia, construyendo un templo mayor, para lo que era imprescindible un nuevo mecenas que lo costeara. Evidentemente una obra de tal envergadura supondría para su protector, no solo el agrado divino y los beneficios espirituales derivados de la oración de los frailes, sino también el reconocimiento social y la perpetuación, a través de la fama, de su linaje. Respecto a la autoría de la traza creemos que pudo salir de la mano del arquitecto mercedario fray Antonio de la Concepción, puesto que en al año 1674, al contratar don Álvaro las condiciones del retablo mayor para esta iglesia con el maestro Manuel Vázquez Agrelos, vecino de Daimiel, convinieron que primero debía consultarse a dicho padre mercedario las medidas a las que la obra debía adaptarse (39).

Este maestro trabajaría en Marchena a finales del siglo XVII, diseñando el templo de San Andrés en el Convento de Mercedarias Descalzas (Ravé, 2007: 24-26). Las similitudes entre ambas iglesias son evidentes.

También D. Álvaro participaría en la construcción del Monasterio de las Madres Mercedarias de Miguelturra, junto a la ermita de la Virgen de la Estrella

Por estos años don Álvaro se vería envuelto en otro proyecto mucho más complejo: la fundación de un nuevo Convento de Mercedarias Descalzas en Miguelturra (Barranquero, 2003: 84-87). Desde tiempos medievales había existido en este lugar una ermita, denominada de Nuestra Señora de la Estrella, de mucha devoción entre los vecinos de aquella villa, lo que les había llevado a reformarla construyendo una magnífica iglesia ya en el siglo XVII. Entre las familias que más devoción habían demostrado por aquel lugar, estaban los Rodero y los Torres, linajes ambos de los que descendía el caballero santiaguista y su esposa doña María. En páginas anteriores hemos podido ver la estrecha relación que unía a don Gonzalo, su padre, con Luis Rodero, capellán del rey y prior de San Benito de Jaén. Esta amistad se reforzó con el matrimonio de don Álvaro con su prima, contraído en 1648. Pues bien, tanto don Luis, como su hermano Bartolomé Rodero, habían decidido favorecer el culto a la Virgen de la Estrella, fundando en su ermita varias capellanías, y destinando después 22.000 ducados para construir junto a ella un convento (40). Este deseo, convertido en cláusula testamentaria, comenzó a gestarse tras la muerte de Bartolomé en octubre de 1679, debiendo hacerse cargo de su cumplimiento los albaceas que había nombrado: su hermano Luis, y su sobrino don Álvaro Muñoz de Figueroa.

Simultáneamente, el 7 de enero de 1648 doña María Velarde Treviño, también familia de don Álvaro, al enviudar de don Diego Méndez Salazar, caballero de la Orden de Calatrava, decidió tomar los hábitos en el Convento de Mercedarias Descalzas de Lora del Río, en Sevilla. No fue sola al convento: la acompañaron sus dos hijas doña Andrea y Doña Teresa. Como era lo habitual doña María, al entrar en el noviciado, hizo su testamento, profesando después como sor Mariana del Santísimo Sacramento y la Concepción, adoptando sus hijas los nombres de sor Andrea de la Cruz y sor Ana Teresa de la Santísima Trinidad (41). Según la mencionada escritura de últimas voluntades, sor Mariana ordenó fundar con sus bienes un convento de Mercedarias Descalzas, bien en Ciudad Real, bien en Granada. Parte de estos bienes procedían de la herencia que había recibido de doña Juana Monzalo Treviño de Loaisa, vecina de Ciudad Real (42). Entre las condiciones de dicha fundación, sor Mariana dejó ordenado que, si se daba el caso de que las tres muriesen antes de que dicho proyecto se hubiera llevado a cabo, lo daría por nulo. El tiempo no jugó a su favor. La orden las envió como fundadoras a un nuevo convento: el de la Concepción, en la villa de Madrid. Muerta la madre, murió también sor Andrea quedando sor Ana Teresa viva. Si ella moría no podría cumplirse el deseo de sor Mariana.

Pilar Molina Chamizo (Museo de Ciudad Real). II Congreso Nacional Ciudad Real y su Provincia

(25) ADCR, Ciudad Real, Santa María del Prado, libro de defunciones, 1649-1681, (14 de julio 1664), folio 138r.
(26) AHPCR, Ciudad Real, Protocolos Notariales, Laurencio del Valle, 1652 (7 de abril), folio 54r.
(27) AHPCR, Ciudad Real, Protocolos Notariales, Cristóbal de Ureña, 1656, (16 de febrero) folios 17r y v, 24r y v, (28 de septiembre) folios 119r y v.
(28) AHPCR, Protocolos Notariales, Francisco Delgado Mexía, 1680 (1 de marzo), folios 97r-98r.
(29) AHPCR, Protocolos Notariales, Juan del Valle Aguilera, 1680 (22 de marzo), folios 14r y v.
(30) Ibíd.,1678 (28 de septiembre), folios 66r y v.
(31) AHPCR, Ciudad Real, Protocolos Notariales, Cristóbal de Ureña, 1657 (23 de abril), folios 18r y v.
(32) AHPCR, Ciudad Real, Protocolos Notariales, Pedro Fernández Moreno, 1708 (13 de febrero), folios 16r-17v.
(33) Archivo Municipal de Ciudad Real (en adelante AMCR), libro de actas, 1696, folios 69v-70r.
(34) AHPCR, Ciudad Real, Protocolos Notariales, Laurencio del Valle, 1653 (30 enero), folios 104r y v. y (29 de julio), Folios 261r y v.
(35) AHPCR, Ciudad Real, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Cristóbal Rodríguez de Sotomayor, 1675 (7 de diciembre), folios 338r y v.
(36) AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Juan Delgado Huélamo, 1674 (2 de octubre), folios 274r-285v.
(37) AMCR, libros de actas, 1675, 1696, 1701 y 1702; AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Francisco de Ochoa, 1696, folio 73r.
(38) AHN, Clero, libro 2837, “Ciudad Real. Mercedarios Descalzos. Concepción. Libro de la fundación y obra del convento”, años 1621-1662, pág. 35 y 36.
(39) AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Cristóbal Rodríguez de Sotomayor, 1677 (18 de julio), folios 274r-276r.
(40) ADCR, Miguelturra, libro de fundaciones, n.º 507 folios 49r-52r.
(41) AHN, O.M, Archivo Judicial de Toledo, legajo 48.462, sf. y AHPCR, Protocolos Notariales, Ciudad Real, Pedro Fernández Moreno, 1680, folios 73r-93r.
(42) AHPCR, Protocolos Notariales, Miguelturra, Juan García Otero, 1689 (16 de mayo), folios 83r-84v.

La iglesia de los mercedarios a finales del siglo XIX, se convertiría en la Parroquia de Nuestra Señora del Prado (Merced). Vidriera en la ventana de la fachada con la imagen de la patrona de Ciudad Real

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