Rostro
de la destruida imagen de la Virgen del Prado en 1936, con la corona imperial
robada. La fotografía es de Vicente Rubio Sánchez de 1917. (Archivo López de la
Franca)
He aquí la paz que, desde el convento de
la Orden de Santiago en Ucles, vino como la silla de sus priores, a parar a la
iglesia de Santa María del Prado, erigida en S.I.P. del Obispado-Priorato de
las Ordenes Militares.
El maravilloso punzón de Becerril
esculpió en plata, en el siglo XVI, el recuadro, respaldo y mango –representando
una bicha- del porta paz cuajándolos, en sus cresterías columnillas y molduras,
de figuras e historias y esmaltes bellísimos y del más depurado y esplendoroso
gusto renacentista. Este famoso retablillo que el artífice firmó al dorso,
junto al mango, garantizando la autenticidad de su obra, y ¡qué hemos perdido!,
era la montura de una pieza bizantina, “de
serpentina, representando, en relieve, el descendimiento de Jesús al seno de
Abraham. Jesús avanza, de derecha a izquierda, triunfante, rodeado de una
aureola de luz, sobre las puertas del infierno derribadas. El diablo se agarra
a los ropajes de los patriarcas, que extienden sus manos al salvador”.
Como secretario del Virrey don Luis de
Velasco, Marqués de Salinas, partió para Méjico, en 1610 nuestro paisano Juan
de Villaseca, y allá sintió acrecer su recuerdo por la tierra donde naciera concentrándolo
en devoción avivada a la Virgen del Prado, por lo que, para su mejor y mayor
culto, mandó hacer el retablo de su iglesia y la corona de plata sobredorada –que
“de oro” se ha llamado siempre-, magnifica pieza de orfebrería cuyo valor
artístico superaba, con mucho, al material. No obstante, no alcanzaba al del
porta paz, pieza magna del joyel desaparecido de Santa María, solo conocido por
contadas personas dada la resistencia, inexplicable, que siempre hubo para
ordenar las alhajas y mostrar, con decoro, el tesoro catedralicio como en todas
las catedrales se hace.
Fue el licenciado Alonso Rojas de León
quien manda en su testamento -7 de diciembre de 1617- que, de sus bienes, se
empleen mil ducados en hacer una corona a la Virgen porque él, para este fin,
los tenía recibidos de “Juan de Villaseca que esté en los cielos”.
Pero es el caso que, con anterioridad –el
8 de febrero de 1614- en la escribanía de Arias Ortega, comparecen el
licenciado Rojas, como testamentario de Villaseca, y el platero, de plata y
oro, Tomé Acosta para confirmar el recibo, en diversos pagos de los mil ducados
y hacer entrega de una corona cuya “hechura
es imperial y con mucha pedrería de diferentes colores engastada por toda ella”
y que “metió en una caja que para ello
estaba apercibida”, actuando como testigos Juan Zamorano, cantor, y Juan Rodríguez,
sastre, ambos de Ciudad Real.
El
Porta-Paz de Uclés. Fotografía de Mas del año 1929 . (Archivo López de la
Franca)
Además, el licenciado Rojas pide fe y
testimonio, al escribano, que a lo que parece se los da en igual fecha de
entrega de la alhaja a Juan Zamorano, mayordomo de la Virgen, y a Francisco
Pérez, sacristán de la iglesia, “que
tiene a su cargo las joyas y vestidos de dicha imagen”.
A la vista de los datos anteriores, Ramírez
de Arellano hace destacar como, según el testamento otorgado por Rojas, en 1617
la corona no estaba hecha, y, sin embargo, con anterioridad (1614) ya existía y
era entregada. Ante este desacuerdo de fechas en los documentos concernientes a
la corona, Arellano estimulaba para futuras e interesantes investigaciones que
resolvieran esta contradicción o aclararan si se trataba de dos coronas, porque
Rojas, con sus bienes propios, mandara fabricar otra con posterioridad a la de
Juan de Villaseca.
Desde hace veinte años nada se ha vuelto
a saber del porta paz ni de la corona, prendas artísticas capaces, juntas y por
separadas, de dar rango, belleza y riqueza, a un tesoro catedralicio. ¿Pudo
seguirse el derrotero que llevaron y recuperar las dos o alguna? ¿Pudo hacerse
así, y no se hizo o no se supo hacer…?
Ahora que se insinúa un posible
movimiento emotivo, que culminaría en la canónica de la Virgen del Prado de
Ciudad Real, oportuno es insistir en aquella “hechura imperial de la corona de
oro” para que la valiosa que la Ciudad, la Provincia, le ofrendara en aquel día
no desvirtuara, con otra “hechura”, la romántica, amada y tradicional silueta
secular de la Patrona… y que, a los arcos campanilleros que orlan a la Virgen
en el Camarín, se le agregaran unos cuantos rayos y campanillas más, para que
llegaran hasta abajo, -como ocurría con los antiguos- evitando la fealdad de
los actuales, carentes de ellos antes de tocar al manto, que dan sensación de
mala concepción estética, y no pensemos en economía roñosa, de quienes
decretaron reconstruirlos así.
Y, con el elogio para el donante,
consignemos que, este año, en los arcos que lleva en la carroza procesional el defecto
será subsanado y la Morena, “ama” de esta “quintería” manchega que es Ciudad
Real, saldrá, ¡como antes! completamente enmarcada en su singular halo de halas
de realeza y de tintineo campesino. ¡Como debe ser, Señor!
Julián
Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, martes 30 de julio de 1957, página 2.
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