Las tiendas de comestibles, también
llamadas con los curiosos nombres de ultramarinos o de coloniales, no quedan de
su primitiva concepción en nuestra ciudad. En otra época estos establecimientos
se encontraban distribuidos por toda la ciudad, uno de ellos era los comestibles
de José Ruiz Collado en la calle Ciruela número 37.
La estructura de estas tiendas tenía una
forma muy similar en todas ellas. Un mostrador de madera o mármol corrido a lo
largo de todo el establecimiento en el que había unos mecanismos muy curiosos
como eran el cuchillo de bacalao que ocupaba todo su ancho y donde el
dependiente con habilidad y rapidez colocaba la pieza entre el cuchillo y la
base metálica cortándola a semejanza de una guillotina.
Otro mecanismo existente en el mostrador
era el molinillo de café, un artilugio redondo en el que se echaba el café en
grano y salía por debajo donde el dependiente ponía una bolsa para recoger el
producto.
Sobre el mostrador había varias balanzas
para el peso, y en un extremo solía estar la caja registradora, enorme
armatoste que hoy es pieza de museo. Cuando se trataba de pesar melones también
se usaba la romana, método que se puede prestar a ciertos
"enjuagues".
Detrás del mostrador, la pared estaba
llena de cajones que abrían hasta la mitad girando por la parte inferior, cada
uno dedicado a un tipo de producto separados por tamaño o calidades: arroz,
garbanzos, lentejas, judías, etc. Dentro de los cajones estaban los cazillos
para ir echando a la balanza y proceder a la pesada.
En la parte del público estaban los
sacos con estos productos para ir rellenando los cajones a medida que estos se
vaciaban para no tener que sacarlos en ese momento del almacén. En un rincón
estaba una caja redonda de madera con sardinas arenques.
¿Y qué decir de los dependientes? Tenían
una rara rapidez para sumar y una característica común, llevaban el lapicero de
apuntar en una oreja sin que se les cayera.
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