Al dedicar esta crónica al modesto
artista Vicente Rubio, perdona, lector, un paréntesis, pues hay rincones en
esta Región Manchega por muchos desconocida, que no deben pasar desapercibidos,
y yo que no soy manchego y que como muchos en mi caso, siempre creí que la
Mancha fuese reflejo de lo que vemos desde Alcázar hasta la Encina, me absuelvo
confesando mi error craso y fuerza es que después de haber descrito en el
número 106 (16 de Abril de 1914) en VIDA MANCHEGA los frondosos campos de
Fernancaballero, cante ahora las bellezas de la vega de Argamasilla de
Calatrava, cuna del insigne artista de quien en esta crónica deseo ocuparme.
Entre cercas y vallados de fresco verde,
cortando la tierra rojiza en geométricas formas, privilegiado suelo de
vegetación fecunda por sus múltiples cultivos, verdadero vergel cercado por
montañas angulosas; «E1 Peñón», el «Cerro del Moro», «La Vaqueriza», el tan elevado «Cerro del
Turuchel», circundados por la importantísima «Sierra Alta», todas ellas de
rígida repoblación Forestal, cual los montes de Galicia, por entre las que a sus pies discurre desde el lejano «Chorro del Oso» el río Argamasilla que es
tesoro de aquella privilegiada tierra, la vida y riqueza de la comarca entera.
Allá abajo, en la llanura y tras verdes bullones de bosquecillos de abundantes
árboles frutales y entre macizos de jardinería, se halla un conjunto de
apiñadas casas que constituyen el pueblo de Argamasilla de Calatrava: ¿Qué de
extrañar, lector, tiene que sea esta la cuna de un laureado artista?...
En este paraíso, Vicente Rubio sintió su
inclinación al dibujo y los pinceles, sin más ambiente de arte que aquel que le
prestara madre Naturaleza; luchaba con fe, exaltada por su temperamento de
artista y en la carencia absoluta de medios, cual locura propia de sus pocos años,
atravesó aquellas sierras hasta llegar a Madrid en demanda de los Centros de
enseñanza por él tan desconocidos como por él sentidos y anhelados.
Frisaba en los diez años cuando ingresó en
la Escuela de Artes e Industrias, en cuyas aulas distinguióse tanto, que por
sus méritos y mediante oposición brillante ingresó en la de Bellas Artes de San
Fernando; fueron sus profesores los famosos maestros Alejandro Vera y el
eminente artista malagueño Moreno Carbonero.
Distinguióse en la clase de Colorido y Composición,
mereciendo Diploma en el primer curso y niño todavía reveló su temperamento
artístico en fructífera sazón luchando a campo abierto en reñida oposición
ganando el premio metálico en el segundo curso de esta clase.
En aquel entonces se anunció para el año
1906 en ocasión de la feria de Ciudad Real una Exposición Artística y como buen
manchego concibió, con su natural modestia a la par que con el más acendrado
cariño a la capital de su terruño, mostrar sus adelantos, concurriendo a la Exposición
con un lienzo de gran tamaño (su primera obra) Horas felices, revelando en su
corazón de artista la satisfacción que siente aquél que rinde a su país natal
las primicias de su arte: Obtuvo premio, y grandes cuanto merecidos fueron los
elogios qué le tributó unánimes la prensa regional.
No pretendo, querido lector, cansarte describiéndote
minuciosamente la historia de este modesto artista manchego, narrando las
luchas y contingencias, la calle de amarguras que al igual que a todos los de
su humilde condición que sienten el ideal artístico han sufrido para vencer en
su sublime arte y triunfar de la avara codicia del mercader; sólo me propongo
en esta información apuntar algunos datos parabién formarla psicología del
artista; y para ello debo sentar en principio algo que pueda llevarte al
convencimiento de cuanto estimo en las dotes que concurren en nuestro biografiado.
Considerando que el arte y su técnica están
tan íntimamente unidos cual si fuesen una misma cosa, puesto que consagrando nuestra
fé a las páginas de la Historia del Arte; no puede perfeccionarse el arte sin
su propio desarrollo fuera imposible separarlo, en modo alguno sustraerlo, ni
aún siquiera progresar el arte sin la técnica, porque es bien cierto, como
afirma un eminente crítico del arte que, jamás se hallan avances técnicos, sin
nuevas ideas artísticas ante imágenes del mundo externo, hemos pues, de
convenir que evidentemente todo artista de temperamento y de sentimiento tiene
que ser artista técnico. Mas cuando el artista reproduce una obra de otro autor
llegando á su más perfecta interpretación (bellas artes) es lo que en lenguaje
del arte italiano denominase Virtuosismo.
Pues bien; examinando las obras de Vicente
Rubio a partir de Horas felices, encontramos paisajes, reflejo vivo de la hermosa
comarca de Argamasilla, llenos de frescura, espejo de la realidad ambiente,
contrastando con otros paisajes tomados en esta misma región manchega, de
pesante melancolía, propia de la monótona y árida llanura sólo interrumpida por
los famosos molinos de viento; vemos también el retrato de un viejo labriego de
su país natal, tipo de perfecto manchego magistralmente ejecutado, y que revela
la característica del sentimiento alma del ser original; y por último detenemos
la vista ante una acabadísima reproducción del tan celebrado último cuadro de
Rosales Muerte de Lucrecia; soberbio alarde de instintivo acierto en sus
comienzos de artista, en que Vicente mostró con su técnica y su temperamento,
los sentimientos del inmortal autor.
Con todo esto no diré sin embargo que
Vicente sea artista creador, es más pintor, es artista de sentimiento, es
artista técnico, es a su vez virtuoso del arte pictórico.
La virtud y la inclinación al bello
arte, hácese acreedor a la compasión que merece aquél que se consagra á
recorrer un calvario sembrado de espinas y malezas. Vicente joven aún, bien
comprendió que había de mantener una constante titánica lucha para vencer de
los mercaderes y hacer valer sus obras; bien concibió que había de abrazar una
vida bohemia, que había de sacrificar (para él lo más sagrado) el amparo a sus
seres queridos que han menester de su trabajo y de sus iniciativas. Todo esto constituía
para él una pena de pertinaz desvelo y por ende pensando como viejo y sin
abandonar su constante ideal a los pinceles, concibió desentrañar los secretos
del arte fotográfico y cual artista consciente en cuanto a arte se refiere, bien
pronto logró su afán y en el transcurso de tres años evolucionó de tal modo con
tan plausible acierto, que ha triunfado en su obra; y hoy ofrece a Ciudad Real
un establecimiento fotográfico de su propiedad construido al efecto en el que
vése hasta el último detalle de exquisitez en el arte alternando el modernismo de
buen gusto desde los muros de su fachada hasta su laboratorio particular de
ensayos a donde él solo le es dado penetrar para abstraerse á su constante labor.
La galería de una construcción
acabadísima en disposición apropiada a recoger en todas posiciones las luces;
el gabinete de ampliaciones en el que no se omite detalle alguno para el objeto a que está destinado; la sala de retoque, los departamentos de revelar y el de
viraje, provisto éste de sus grandes cubetas con desagüe a la mayor comodidad y
disposición para dar color y terminar en corto tiempo cientos de fotografías ya
sean citratos o platinos; y sobre todo el elegante salón de recibo y espera del
público, verdadera exposición de retratos o muestras por los modernísimos procedimientos,
goma, aceite y especialmente carbones en colores, todo ello que determina
evidentemente que el artista ha penetrado en cuantos secretos atesora la
fotografía.
Así comparte Vicente Rubio con su ideal
de artista, el amor a su patria chica y sus nobles sentimientos de cariñoso amparo a su familia, siendo acreedor por su modestia e iniciativas del aprecio con que
su pueblo lo distingue a la par que de esta breve información que en justicia a sus merecimientos le dedica su admirador.
TRISTANO.
Revista
“Vida Manchega” 11 de junio de 1914
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