Decirles a ustedes que en Ciudad Real,
donde aún no tenemos un museo, aunque lo haya sobre papel, que llevarnos a la
boca, existe un autentico museo del terror, es algo que a muchos producirá asombro, pero es cierto. Y nosotros ya lo
hemos dicho aquí en este periódico en otra ocasión. Ciudad Real cuenta con un
museo del terror, o lo que pudiera ser un buen
museo del terror a poco que alguien o “algo” se preocupara un poco de
potenciarlos, de ponerlo a flote con su ayuda y darlo a conocer al gran público.
Hasta ahora no es más que el intento, el
empeño de un hombre de Ciudad Real, de un modesto industrial que por afición ha
logrado realizar, a través del tiempo, una serie de trabajos y composiciones
con los mismos que equivalen a las bases, notables bases, de lo que en su día podría
ser un importante centro visita para propios y extraños.
Nos estamos refiriendo a José Ayala
Fernández, industrial relojero de nuestra ciudad quien desde muy joven –andará ahora
por los cincuenta y tantos años- tuvo una decidida vocación de artesano. Y a
ello aplicó muy tempranamente sus manos poseedoras de una rara habilidad para
estos trabajos, difíciles y bellos en muchos casos, que asombraron por su
perfección a las gentes entonces. Su afición y su habilidad estuvieron desde entonces
al servicio de la creación artesana y de ellas salieron bicicletas -pues
también la afición al ciclismo nevó a Pepe Ayala a practicar, con poca suerte
desde luego, este deporte-, maquinas del tren, automóviles y otras rarezas que
él se encargaba de realizar con exquisita perfección.
Naturalmente, Pepe Ayala encontró
respuesta a sus habilidades en la relojería como campo industrial que es sostén
de sus necesidades económicas e incluso como apoyo financiero a esa otra
Vocación que desde los primeros años tenía necesidad de satisfacer. Así, sin la
menor ayuda de nadie, -fue ampliando su patrimonio de trabajos artesanos
-bicicletas, coches, relojes, pequeños muebles y pasando a figuras que la
literatura y el cine ha hecho famosos en el mundo del terror (Franquestein,
Drácula, el hombre lobo, etcétera), realizados por él mismo, hasta configurar un
pequeño museo que él posee en los bajos de su propio establecimiento de
relojería.
En muchas Ciudades extranjeras, y
españolas no falta el clásico museo de figuras de cera que han supuesto a
personas y organizaciones especiales, cuantiosas inversiones de dinero, pero
que el tiempo y la curiosidad de las gentes ha hecho después rentables. Estas
instalaciones han contado con ayuda de determinados organismos, pues al fin y
al cabo suponen un evidente bien patrimonial de las ciudades, ya que sirven de indiscutibles
motivaciones a la curiosidad de los visitantes.
José Ayala Fernández tiene en su museo una
gran cantidad de piezas interesantes y tiene más aún en su propio domicilio y
repartidas en su tienda. Lo interesante, que todo ello se recogiera en un local
adecuado, amplio, que sirviera de escenario a una instalación más o menos
sofisticada para que cumpliera el propósito de exhibición que debería tener
esta colección. A ello habría que sumar el mérito de haber sido todo ello creado
y realizado por este hombre paciente, trabajador infatigable que tiene esta
rara manía dé querer ofrecer al público el fruto de su extraña rareza
artística, pues amén de la artesanía, siempre ha sido un apasionado de ese
mundo fascinante terrorífico que el cine y las novelas han hecho populares,
pero que en realidad, es de lo más inocente y endiabladamente curioso que, además
al público le suele gustar.
Ayala Fernández, que reprodujo en
miniatura la primera bicicleta que rodó en el mundo y luego fue haciendo otras
siguiendo una plantilla cronológica, proyectó realizar, no sabemos si lo logró,
el famoso acorazado Missouri, que es donde se firmó la paz entre los aliados
y Japón.
José se declara, antes que "terrorífico",
artesano. Es Un vocacional de la miniatura y, entendemos que, muchos de sus
trabajos deberían figurar un día en ese famoso Museo de Artes Populares que,
aún no acaba de llegar, pero que tendremos en Ciudad Real, algún día. Se
declara principalmente artesano.
-Si lo del museo del terror, con todas
esas figuras que ves, para mi es secundario. Lo hago con pasmosa facilidad, ni
me supone reto de ninguna clase. Lo que pasa es que desde joven me aficioné a
las películas de terror, y en sus famosas figuras vi siempre un campo para
desarrol1ar mi imaginación como artesano.
-¿Y es como artesano como te gusta que
te conozcan?
-Exactamente. Que me conozcan y que me
recuerden como artesano, pues es en esto donde me muevo a gusto. Pese a que el
negocio me limita el tiempo libre para realizar mis trabajos, lo cierto es que
me lo quito incluso del descanso, para realizarlos.
La tienda, el taller donde trabaja en la
relojería de la calle División Azul, es toda una exposición de trabajos
artesanos realizados con paciencia, arte y mérito, por este hombre infatigable.
Allí puede usted ver, mientras le revisan el reloj, rarísimos y bellos
ejemplares de relojes de pared, de pie, de mesa, etcétera. Alguno de ellos fue realizado
por José para El Cordobés, para Perlita de Huelva, y para otras personalidades
del arte y de las letras, de los toros y de cualquier faceta que ha contado con
la admiración del artesano. Y allí están estas reproducciones, entre otras
muchas piezas, salidas de las manos habilidosas de Ángel Ayala Fernández que,
si comenzó en su juventud como corredor ciclista y como tal comenzara a
recorrer España, continuó y terminara a buen seguro, en esta otra fascinante
competición de crearlo difícil con sus propias manos, con el solo afán de
mostrar su obra a las gentes.
Un día, un compañero colaborador de
nuestro periódico, le preguntó a Ángel si se asustaba de lo que hacían sus
manos. Nuestro hombre se quedó meditando la respuesta. Tras un largo silencio,
dijo que no, no le asustaban sus manos. Hace poco nos decía a nosotros que
aquella pregunta del compañero le había dado mucho que pensar, pero que andando
el tiempo se había convencido de que lo que sentía no era susto ni miedo, era
asombro ante las posibilidades que tiene un hombre, en sus manos, si además de
ésta tiene una fuerte vocación de trabajo tanto en el campo del arte, de la
artesanía o de cualquier faceta en la que sean protagonistas, precisamente las
manos. Pero éstas, no serán nada, si no son animadas por la voluntad y la
voluntad hay que enderezarla en el camino del bien y de la belleza.
Dejamos a Ángel Ayala Fernández,
ciudarrealeño impenitente, trabajador constante, enfrascado en sus trabajos. Y
nos despedimos de él, con el deseo de que alguien -personas u organismos-Se
fijen en su capacidad y algún: día pueda dar cauce a lo que es su meta un
museo.
Diario
“Lanza”, viernes 14 de agosto de 1981, Extra de Ferias
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