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jueves, 3 de octubre de 2019

UN MUSEO DEL TERROR EN CIUDAD REAL



Decirles a ustedes que en Ciudad Real, donde aún no tenemos un museo, aunque lo haya sobre papel, que llevarnos a la boca, existe un autentico museo del terror, es algo que a muchos producirá  asombro, pero es cierto. Y nosotros ya lo hemos dicho aquí en este periódico en otra ocasión. Ciudad Real cuenta con un museo del terror, o lo que pudiera ser un buen  museo del terror a poco que alguien o “algo” se preocupara un poco de potenciarlos, de ponerlo a flote con su ayuda y darlo a conocer al gran público.

Hasta ahora no es más que el intento, el empeño de un hombre de Ciudad Real, de un modesto industrial que por afición ha logrado realizar, a través del tiempo, una serie de trabajos y composiciones con los mismos que equivalen a las bases, notables bases, de lo que en su día podría ser un importante centro visita para propios y extraños.

Nos estamos refiriendo a José Ayala Fernández, industrial relojero de nuestra ciudad quien desde muy joven –andará ahora por los cincuenta y tantos años- tuvo una decidida vocación de artesano. Y a ello aplicó muy tempranamente sus manos poseedoras de una rara habilidad para estos trabajos, difíciles y bellos en muchos casos, que asombraron por su perfección a las gentes entonces. Su afición y su habilidad estuvieron desde entonces al servicio de la creación artesana y de ellas salieron bicicletas -pues también la afición al ciclismo nevó a Pepe Ayala a practicar, con poca suerte desde luego, este deporte-, maquinas del tren, automóviles y otras rarezas que él se encargaba de realizar con exquisita perfección.

Naturalmente, Pepe Ayala encontró respuesta a sus habilidades en la relojería como campo industrial que es sostén de sus necesidades económicas e incluso como apoyo financiero a esa otra Vocación que desde los primeros años tenía necesidad de satisfacer. Así, sin la menor ayuda de nadie, -fue ampliando su patrimonio de trabajos artesanos -bicicletas, coches, relojes, pequeños muebles y pasando a figuras que la literatura y el cine ha hecho famosos en el mundo del terror (Franquestein, Drácula, el hombre lobo, etcétera), realizados por él mismo, hasta configurar un pequeño museo que él posee en los bajos de su propio establecimiento de relojería.

En muchas Ciudades extranjeras, y españolas no falta el clásico museo de figuras de cera que han supuesto a personas y organizaciones especiales, cuantiosas inversiones de dinero, pero que el tiempo y la curiosidad de las gentes ha hecho después rentables. Estas instalaciones han contado con ayuda de determinados organismos, pues al fin y al cabo suponen un evidente bien patrimonial de las ciudades, ya que sirven de indiscutibles motivaciones a la curiosidad de los visitantes.

José Ayala Fernández tiene en su museo una gran cantidad de piezas interesantes y tiene más aún en su propio domicilio y repartidas en su tienda. Lo interesante, que todo ello se recogiera en un local adecuado, amplio, que sirviera de escenario a una instalación más o menos sofisticada para que cumpliera el propósito de exhibición que debería tener esta colección. A ello habría que sumar el mérito de haber sido todo ello creado y realizado por este hombre paciente, trabajador infatigable que tiene esta rara manía dé querer ofrecer al público el fruto de su extraña rareza artística, pues amén de la artesanía, siempre ha sido un apasionado de ese mundo fascinante terrorífico que el cine y las novelas han hecho populares, pero que en realidad, es de lo más inocente y endiabladamente curioso que, además al público le suele gustar.


Ayala Fernández, que reprodujo en miniatura la primera bicicleta que rodó en el mundo y luego fue haciendo otras siguiendo una plantilla cronológica, proyectó realizar, no sabemos si lo logró, el famoso acorazado Missouri, que es donde se firmó la paz entre los aliados y  Japón.

José se declara, antes que "terrorífico", artesano. Es Un vocacional de la miniatura y, entendemos que, muchos de sus trabajos deberían figurar un día en ese famoso Museo de Artes Populares que, aún no acaba de llegar, pero que tendremos en Ciudad Real, algún día. Se declara principalmente artesano.

-Si lo del museo del terror, con todas esas figuras que ves, para mi es secundario. Lo hago con pasmosa facilidad, ni me supone reto de ninguna clase. Lo que pasa es que desde joven me aficioné a las películas de terror, y en sus famosas figuras vi siempre un campo para desarrol1ar mi imaginación como artesano.

-¿Y es como artesano como te gusta que te conozcan?

-Exactamente. Que me conozcan y que me recuerden como artesano, pues es en esto donde me muevo a gusto. Pese a que el negocio me limita el tiempo libre para realizar mis trabajos, lo cierto es que me lo quito incluso del descanso, para realizarlos.

La tienda, el taller donde trabaja en la relojería de la calle División Azul, es toda una exposición de trabajos artesanos realizados con paciencia, arte y mérito, por este hombre infatigable. Allí puede usted ver, mientras le revisan el reloj, rarísimos y bellos ejemplares de relojes de pared, de pie, de mesa, etcétera. Alguno de ellos fue realizado por José para El Cordobés, para Perlita de Huelva, y para otras personalidades del arte y de las letras, de los toros y de cualquier faceta que ha contado con la admiración del artesano. Y allí están estas reproducciones, entre otras muchas piezas, salidas de las manos habilidosas de Ángel Ayala Fernández que, si comenzó en su juventud como corredor ciclista y como tal comenzara a recorrer España, continuó y terminara a buen seguro, en esta otra fascinante competición de crearlo difícil con sus propias manos, con el solo afán de mostrar su obra a las gentes.

Un día, un compañero colaborador de nuestro periódico, le preguntó a Ángel si se asustaba de lo que hacían sus manos. Nuestro hombre se quedó meditando la respuesta. Tras un largo silencio, dijo que no, no le asustaban sus manos. Hace poco nos decía a nosotros que aquella pregunta del compañero le había dado mucho que pensar, pero que andando el tiempo se había convencido de que lo que sentía no era susto ni miedo, era asombro ante las posibilidades que tiene un hombre, en sus manos, si además de ésta tiene una fuerte vocación de trabajo tanto en el campo del arte, de la artesanía o de cualquier faceta en la que sean protagonistas, precisamente las manos. Pero éstas, no serán nada, si no son animadas por la voluntad y la voluntad hay que enderezarla en el camino del bien y de la belleza.

Dejamos a Ángel Ayala Fernández, ciudarrealeño impenitente, trabajador constante, enfrascado en sus trabajos. Y nos despedimos de él, con el deseo de que alguien -personas u organismos-Se fijen en su capacidad y algún: día pueda dar cauce a lo que es su meta un museo.
Diario “Lanza”, viernes 14 de agosto de 1981, Extra de Ferias


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