Cuando se conoció en la sociedad
ciudadrealeña, que el viejo monasterio de las Madres Dominicas iba ser
demolido, escribieron en la prensa local, entonces solo se publicaba el diario
Lanza en nuestra ciudad, una serie de personas que reclamaban que este antiguo
monasterio no fuera demolido y se destinara tras su restauración a fines
culturales y turísticos.
El jueves 27 de febrero de 1969 el
diario Lanza publicaba en la página 5, en su sección “Ciudad Real, actualidad”,
un artículo firmado por Tomas Fernández que llevaba como título “El viejo
convento de las dominicas” en el cual decía lo siguiente:
“D.
Julián Alonso y don Emilio Bernabeu, siempre fueron dos infatigables adalides
en pro de los escasos vestigios históricos, monumentales, o típicos de la ciudad.
Luchaban ellos, y se afanaban hasta límites exhaustivos, por salvar cualquier
edificio que creyeran pudiera tener algún valor artístico. O simplemente
bastaba que la valía de lo que intentaban salvar, fuese evocativo o
sentimental, por ejemplo: “La casa de la Torrecilla”. Siempre, o casi siempre,
sus esfuerzos resultaban vanos. Era como machacar en hierro frio. Sus desvelos,
sus continuas “peroratas”, eran inútiles. Ellos como dos nuevos caballeros
andantes, siempre pluma en ristre, eran incomprendidos… Y la piqueta demoledora
continuaba su marcha ascendente.
El
bueno de don Julián, solía decir “que la ciudad perdía su alma, al perder su
carácter, convirtiéndose en una ciudad “estándar” sin su personalidad
singular”.
D.
Emilio, nos deleitaba contándonos añejas historias sobre judíos conversos.
Historias del barrio de la Morería, de su mezquita en la calle del Alamillo, de
la aljama y sinagoga del Compás de Santo Domingo. Aventuras y desventuras de la
desgraciada raza perseguida.
Narraba
con nostalgia, la desaparición de siete de las ocho puertas de piedra y casi
cinco kilómetros de murallas, que circundaban la ciudad. Sólo se salvo del
vandalismo, la hermosa puerta de Toledo, y ésta por casualidad. Los ediles de
principio de siglo, privaron a los ciudadrrealeños de su principal acervo
histórico, destruyendo las murallas que mandara edificar el buen rey Alfonso X
el Sabio, y que hoy serian un motivo turístico e histórico de excepcional
importancia.
Nos
hablaban los ilustres cronistas del Alcázar desaparecido, de casas solariegas
orladas de escudos nobiliarios, por ejemplo, casa de los Cocas, de los Muñoz,
de los Maldonado, Forcallos, etc. De las arcadas y columnas de piedra de la
Plaza Mayor. Error éste qué hoy se quiere rectificar, dejando la plaza tal y
como estaba antaño. De iglesias más o menos artísticas derruidas, Santo
Domingo, San Francisco, iglesia del Carmen y San Juan de Dios.
Hoy
si vivieran llorarían de rabia e impotencia, como muchos buenos ciudarrealeños,
la inminente desaparición de uno de sus edificios más característicos y
singulares: El viejo y secular “Monasterio de Nuestra Señora de la Alta
Gracia”, tan vinculado a la historia de la ciudad y construido a principios del
siglo XV. Cinco siglos de existencia son muchos años; si carece de valor
artístico, al menos lo tendrá arqueológico.
Ha
llovido mucho, desde entonces para que la incuria, la apatía o el desinterés de
los que puedan evitarlo, no lo eviten. Por encima de fríos calculados intereses
materiales, está el interés del pueblo manchego, en salvaguardar algo tan
entrañable como es el viejo convento de las monjas dominicas, tan ligado a los
avatares de la ciudad. Tengamos en cuenta que entonces Ciudad Real tendría
escasamente dos siglos de existencia y es casi uno de los pocos testigos mudos
que quedan de su fundación.
Ignoro
el valor arquitectónico que pueda tener el cenobio, o si tiene este estilo, o
el otro. En el año 1937 cuando el viejo convento era refugio de tanta gente desplazada
de sus hogares por la guerra, franqueé sus vetustos muros. Me llamó mucho la
atención uno de sus patios con columnas y arcos de ladrillo, que a mí me
parecieron mudéjares. También vi otro patio con columnas de piedra y escudos
del mismo material, tipo renacentista. Artesonados de madera se veían por
doquier; según don Hermenegildo Gómez son del siglo XVI. Por fuera el viejo
convento todos sabemos cómo es, se asemeja a una vieja fortaleza medieval de
ladrillo y piedra. Se destaca el mirador o celosía que a mí me parecen son de
estilo mudéjar, un magnífico rosetón de igual estilo, el ábside de la iglesia y
la airosa espadaña, sus ventanales tapiados y la portada renacentista. También
son dignos de destacar los remates de los contrafuertes.
La
capital anhela un parador de turismo. Los técnicos del Ministerio, transforman
estos viejos edificios, haciendo en ellos verdaderas filigranas. En Mérida
tenemos al ejemplo en el humilde convento de la Merced, convertido en un
magnifico Parador. En Guadalajara existe un hotel en una vieja iglesia adaptada
a tal fin. Ciudad Real podía buscar una solución parecida, convirtiendo el
viejo caserón en un parador turístico del cual nos sentiríamos orgullosos y al
mismo tiempo habríamos salvado algo tan entrañablemente nuestro.”
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