Estado
en que se encontraba la fachada del monasterio en 1969
Mucho se ha hablado y se ha escrito
sobre el caso del Convento de las Madres Dominicas de la calle Altagracia.
Nosotros, en esta ocasión no pretendemos romper una lanza por el convento, por
la iglesia, por el lienzo histórico, ni por el campanil, ni por la puerta,
bellísima por cierto, de la iglesia.
Permítasenos que rompamos una lanza por
las propias monjas de la comunidad que viven tan en precario.
A las monjas dominicas de Ciudad Real,
un buen día, bueno para ellas, se les presentó la ocasión de “cambiar de piso”.
Un constructor avispado vio que lo que ahora es convento, iglesia, huerta
conventual y demás dependencias del mismo, se podía convertir, con un poco de
imaginación y algunas pesetas, bastantes, en un bloque de casas para los
habitantes de la capital que no las tienen en condiciones. Estos constructores
no ofrecieron a las hermanas ni una peseta por el convento destinado a ser
derruido. En cambio ofrecieron a las dominicas una nueva casa. Un nuevo
convento, funcional, confortable pleno de luz, donde podrían tener una huerta,
más pequeña pero más práctica. Casi en pleno campo, y muy propicio para la
oración a cielo abierto, o para el silencio conventual, tal vez
interrumpido tan sólo, por las voces de los pequeños del colegio frontero. Los
ruidos de la ciudad llegarían al nuevo convento atenuados por la distancia.
A las monjas, ¿quién dice que no? les
iba a costar mucho abandonar el viejo caserón de Altagracia. Han sido muchos
años musitando sus rezos por las galerías intrincadas, por aquellas mil y una
habitaciones que existen en él. Pero ¿quién desperdiciaba tan estupenda ocasión
de quitarse del peligro de morir aplastadas, sin que nadie, absolutamente, se
enterara… o apenas sabiéndolo tras
cuatro líneas del suceso publicado en los periódicos.
Se aceptó. No intervino nadie en la
operación. Nadie excepto las autoridades de la Orden, las eclesiásticas y poco más.
Pero la cosa trascendió y los amigos de
lo antiguo –entre los que nos contamos- pusimos el grito en el cielo. ¿Cómo se
iba a derruir, para convertirlo en un bloque de viviendas-, algo así como un
avispero gigantesco, uno de los edificios más históricos de la ciudad? ¿Cómo,
esa obra de arte en arquitectura se iba a venir abajo porque a unas cuantas
monjas se les ocurriera cambiar de aires…?
Nosotros mismos teníamos previsto hacer
una encuesta con el fin de pulsar la opinión pública sobre el particular.
Columnas
de piedra del claustro a las que hace alusión el artículo y de las que dice se deberían
conservar
Sin perjuicio de sostener que lo
salvable de ese edificio debe ser salvado por las autoridades, declaramos aquí,
sin rodeos de ninguna clase, que el convento se está hundiendo, todo él. Que en
la iglesia no hay culto ya, desde hace tiempo, porque se viene abajo, que ha
tenido que ser desmantelada. Que el campanil se está cayendo, que las monjas se
han reducido a la mínima expresión de la casa y aún temen ser aplastadas
cualquier día.
Hemos subido por la angosta escalera que
conduce a la bóveda de la iglesia y hemos temido por nuestra integridad física,
pero el ánimo que nos daba la priora, hacía que disimuláramos nuestro miedo.
Nos hemos encaramado al campanil, que por cierto recibió un duro golpe la noche
del famoso terremoto y, desde allí, hemos visto cochambre, mucha cochambre.
Tejas podridas, vigas, tirantes y cuñas, hechas polvo por el paso del tiempo y
por un abandono casi ancestral. Hemos comprobado muros abombados, grietas
enormes, paredes de tierra, que esperan la mala idea de alguno que las derribe.
Hemos visto humedad por todas partes. Hemos palpado, en fin, inseguridad en
todo el edificio.
Parece ser que el caserón este ha tenido
mala suerte. En 1903 se registró un hundimiento. Posteriormente ha recibido
también algunos vaivenes. Fue refugio de los que huían, durante la guerra, de
las zonas que iban ganando los “nacionales”, con el consiguiente mal trato que
se da a lo recibido de regalo. En fin el edificio todo, es una ruina.
No nos hemos parado a reparar el valor
de algunos artesonados que hay en la finca. Lo que sí hemos comprobado es que
algunos de ellos están carcomidos y amenazan caerse. El claustro, tapado con
yeso y cal, se adivina de poco valor, pero esto sí que se podía conservar,
porque es de piedra. Esto, el lienzo de pared de lo que fue antigua iglesia y
su puerta, no solamente pensamos que se podía conservar, sino que decimos que
debe conservarse.
Las monjas, que por cierto, no saben
dónde meterse para obtener con qué pagar el nuevo mobiliario que,
indudablemente, les hace falta en el convento a estrenar, no dicen nada. Ni
nada responden a nuestras insistentes preguntas sobre el caso del famoso
convento.
A ellas, a la Orden, les fue regalado el
viejo edificio. Les ha servido durante muchos años como casa comunal. Y ahora
se van a un convento de nueva, sin ser revolucionaria, concepción. Ellas
saldrán ganando.
Pero ¿habrá quien les eche una mano para
el ajuar de la nueva casa?
No crea, tenemos ahorradas 10.000
pesetas…
Nuestra risa retumbó en las soledades
del viejo caserón… ¡10.000 pesetas!
Sabemos que las dominicas se han
distinguido siempre por su austeridad. Por su generosa falta de apetencias
mundanas. Además, la comunidad se compone de 18 monjas. Pocas, realmente. Y
como se conforman con poco… ¡Pero, 10.000 pts… !
La priora, que no es vieja, ni mucho
menos, se queda mirándonos como sin comprender nuestra risa irónica.
La madre María Luisa, cuarenta y tantos
años en el convento, tampoco se explica nuestra actitud.
La madre María, medio siglo en la casa,
también nos mira.
Al fin, comprendemos su seguridad,
nacida de la fe. Dios proveerá. Naturalmente. Pero si, además de Dios, nosotros,
los de aquí abajo echamos una mano a estas monjitas maravillosas mejor que
mejor ¿no les parece? Por cierto, en la iglesia del nuevo convento, hay que
poner bancos. Por lo del culto ¿Ah ya! las 10.000 pesetas.
Artículo
publicado en el diario “Lanza” el viernes 18 de abril de 1969, Año XXVII Nº
7.207 página número 16. El artículo esta firmado por el periodista Emilio Arjona
El monasterio
en 1969 a punto de comenzar su demolición
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