Una
vista de la Plaza del Pilar a principios del siglo XX
Ciudad Real es ciudad abierta a la luz y
al aire: en los patios, corrales y jardines de los particulares; en las plazas,
plazuelas y paseos del común. El otro día estábamos en la Plaza Mayor: desde ella
en cualquier dirección que tomemos, llegamos enseguida a una plaza o paseo: el
Prado, San Pedro, San Francisco, el Pilar. Y ya que estamos aquí, oigamos lo
que nos cuenta.
Lo primero, que tomó el nombre de una
pila de piedra, contigua al Pozo de Don Gil, con cuya agua se llenaba para
abrevar los ganados. El pozo no era el único que había por los alrededores y
buena prueba de ello, es que se conservan los nombres de otros en sendas
calles, como lo del Pozo Concejo y la del Pozo Dulce. Lo que ocurre es que este
Pozo de Don Gil dio nombre al lugar, no solo porque era el del señor feudal de
éste, sino porque era muy conocido en razón de estar a la vera de un camino de
gesta, el que unía Calatrava con Alarcos, tramo a su vez de una vía mayor que
iba y venía de Toledo a Andalucía. Por este camino transitaron los ejércitos de
Alfonso VIII hacia la derrota de Alarcos y luego hacia la gloria de Las Navas;
por el mismo camino vinieron desde contrarias direcciones para encontrarse y
avistarse aquí San Fernando y Doña Berenguela.
A su lomo se levantaron las calles de
Calatrava, Postas y Alarcos y por esa natural tendencia de los pueblos a alinearse,
como para ver pasar una procesión, junto al camino real, se explica que este
eje que enlaza la Puerta de Calatrava con la de Alarcos sea uno de los más
luengos de nuestra población.
Tenemos, pues, que el Pozo de Don Gil y
su pila fueron el núcleo de nuestra ciudad. Estaban entre “el árbol gordo” y la
esquina de la derecha de la calle Alarcos; lo mandó cegar un Intendente hace
200 años porque estorbaba el paso de su coche: ese otro pozo que está frente a
la calle del General Aguilera, no es el original de Don Gil.
Pero Ciudad Real tuvo que comprar unas
casas en 1505 para derribarlas y con los solares resultantes ampliar el Pilar. Era
éste en un principio una plaza o plazuela según nuestro sobrio estilo
tradicional, rodeada de pequeñas casas de dos plantas, jalbegadas; algo así
como la actual plaza de la Inmaculada (Terreras).
Luego hubo reformas; unas fueron de
embellecimiento y otras sanitarias. Así la construcción de las bocas de las
alcantarillas, cloacas o puentes para recoger las aguas. Eran dos, cada una
formada con dos machones de piedra que unía una barandilla de hierro. La más
pequeña estaba entre el andén central y la puerta de la Residencia de los Jesuitas;
la otra, entre el árbol gordo y la finca donde ahora construyen un alto edificio.
Recogían, como decimos, las aguas, pero a su modo: tan a su modo, que las
inundaciones eran frecuentes y profundas y se llevaban en verano los puestos de
sandías y melones. Parece fueron obra del siglo XVIII, aunque las minas donde
vertían eran anteriores, pero estuvieron mal atendidas y la falta de limpieza,
motivada que se agravaran las inundaciones y solo cuando se producía una de
estas, era el acordarse de su policía. Además, eran cobijo de ratas enormes. Vecino
hubo que las hacía espera como a los conejos y las mataba a tiros, porque eran
tan astutas que no mordían el veneno y tan fieras, que le decapitaron un gato.
Esto de las ratas originó juegos infantiles que podíamos clasificar entre los
de “emoción por persecución”. Uno de ellos consistía en que, el que se quedaba
con “la china” tenía que colocarse en la parte baja del puente y “los libres”
en la parte alta, debiendo aquél, después de un parlamento (Tan, tan ¿Quién,
quien? La rata. ¿Qué quiere la rata? Subir…) correr tras los otros hasta
alcanzar a uno de ellos que le sustituyera. Otra modalidad del juego era la de
atar por la noche a un cordel un trapo negro y correr tras las chicas haciéndoles
creer que se trataba de una rata. Estos pasatiempos desaparecieron con las
alcantarillas, por la construcción del alcantarillado.
A la Plaza del Pilar le pusieron arena y
árboles. Un testigo de excepción y a quien le gustaba contar las cosas, contó
en el verano de 1857 a 58 hasta 50 árboles. Preconizaba se les cuidara y
aumentara su número para que dieran sombra a la feria de mulas.
Por entonces, poco más o menos, le
hicieron un asiento corrido, con barandilla y una fuente en el centro, la de
los delfines.
A finales del pasado siglo y principios
de este que corre, se fue cambiando el aspecto de su edificación. Unas casas
viejas y ruinosas se sustituyeron por la Residencia de la Compañía de Jesús (la
Capilla la terminaron en 1915); don Joaquín García levantó la casa con la
torre; donde había una fábrica de jabón, se alzó el Banco de España; entre
Jaspe y Mejora, el restaurant de Ríos, con una terraza, cercada de verja, que
hacía chaflán; la casa de Barrenengoa, etc.
Siguieron las reformas. Desapareció la
barandilla; luego la fuente y la calzada de poniente. Así, más las
alcantarillas y faroles de gas, aparecía hacia 1920. Al anochecer llegaba un
operario de la fábrica de gas con una pértiga y una mecha y encendía los
faroles. En una ocasión encontró junto a uno de éstos a un hombre en rara
actitud, se corrió la voz entre la chiquillería de que aquel hombre tenía una
mona. Hubo quien del grupo infantil no hacía más que mirar sin lograr ver la
mona; tardó en comprender que esta palabra es una de las veintitantas que según
Rodríguez Marín designan en castellano cierto estado de ánimo.
Los faroles de gas desaparecieron con la
fábrica, que estaba en los terrenos que hoy ocupan oficinas, jardín y viviendas
del I. N.P. Un señor emprendió una campaña contra la fábrica porque consideraba
que su emplazamiento era contrario a la ley y peligroso para la seguridad del
vecindario. De esta campaña formó parte la publicación de una hoja con un plano
de Ciudad Real, con círculos concéntricos a la fábrica, para mostrar el diverso
grado de estrago, caso de estallar algún depósito: el Pilar estaba en la zona
de máxima destrucción o de tierra calcinada. Sus moradores respiraron hondo
cuando se anunció el cierre de la fábrica.
Por estos años del 20 al 30 se instaló
la estatua de Cervantes. Llegaron las autoridades que hacían casi más bulto que
el público; se pronunciaron unos discursos que medio escucharon los curiosos
que pasaban y se paraban y descubrieron el monumento. Hubo aplausos y los
chicos, cuyo juego había siso interrumpido por aquella intrusión, volvieron a
lo suyo.
El restaurant de Ríos fue sustituido por
un edificio bancario. Saltado el año 30 hubo reformas y mejoras: nueva apertura
de la calzada de poniente; pavimentación de ésta y las otras que ciñen el andén
central; desaparición de las alcantarillas.
Si nuestros informes y memoria no
fallan, ya no hubo reformas sensibles hasta 20 años después. De entonces data
su forma actual. Hubo con motivo de ésta, polémica en torno al mantenimiento o
tala de los árboles; prevaleció la tendencia conservadora con aumento de las
plantaciones.
La Plaza del Pilar, con las arterias que
de ella parten en todas direcciones, parece indicarnos que si ella hizo a
nuestra Ciudad no es para que nos encerremos en nosotros mismos, sino para que
tengamos abierto el espíritu para emitir y recibir lo bueno, justo y bello,
sobre todo.
Antonio
Ballester Fernández. Boletín de Información Municipal, número 12, diciembre de
1963.
La
Plaza del Pilar en las primeras décadas del siglo XX
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