Ciudad Real fue una de las capitales que
siempre permanecieron leales y adictas al Emperador Carlos V, incluso en los
azarosos días de las comunidades. Ni la proximidad de Toledo, sede de los
comuneros, ni el levantamiento de Badajoz consiguieron perturbar la lealtad de
Ciudad Real. Ciento veinte infantes ciudarrealeños combatieron en el Ejército
real, acaudillados por el prior de San Juan, don Antonio de Zúñiga, que luchaba
en tierras toledanas contra el obispo Acuña. Una crónica del siglo XVII
describe con sencillez la situación que se produjo en Ciudad Real ante el
levantamiento de las diversas ciudades castellanas. He aquí los datos que nos
ha proporcionado la directora de la Biblioteca provincial, encargada también
del Archivo Municipal, doña Isabel Pérez Valera.
Ciudad Real siempre estuvo firme en la
obediencia del Rey (no hay que olvidar el origen de la ciudad, fundada por
Alfonso X el Sabio, contra el poderío excesivo de las Ordenes Militares),
siendo la nobleza ciudarrealeña freno que detuvo a alguna gente común, como
eran tejedores, cardadores, bataneros que, por lo que oían decir de Toledo, Segovia
y Medina del Campo, se alteraron un tanto, aunque sin perder la obediencia al
Soberano, pero quejándose de Gobierno (común achaque de la época). Hubo un
conato de formación de partidos y el corregidor, temeroso de lo que había sucedido
en otros sitios, se ausentó de la capital y la abandonó, con lo que creció la
desorientación.
En una ocasión, se formaron corrillos en
la plaza. Y un caballero principal, llamado Sancho de Mora, irrumpió en ellos y
dijo: “No trate ninguno de levantar al pueblo, Viva Dios y el Emperador nuestro
Señor”. No debió caer bien la irrupción, pues algunos quisieron maltratarle,
por lo que tuvo que refugiarse en la iglesia de San Pedro. Viéndose burlados,
los más exaltados trataron de ir a quemarle la casa, pero otro caballero,
hermano suyo, y Diego Mexia de Mora lo apaciguaron, de suerte que Sancho de
Mora pudo salir sin riesgo del templo.
Los grupos de descontentos se dirigieron
luego a casa del licenciado Martiváñez, uno de los personajes de más prestigio
de la época en Ciudad Real, para nombrarle cabecilla de sus planes antigubernamentales.
Con buenas palabras, Martiváñez los emplazó para el día siguiente. Levántose, a
la mañana, Martiváñez, e hizo protesta de ser siempre leal al Rey y, en su real
nombre, a los gobernadores de Reino. Entonces, los descontentos le dijeron: “Licenciado
Martiváñez, dadnos concejiles; pero él les respondió que se los pidiesen al
Rey, que era el dueño y señor del Reino”. No insistieron más y, merced a la
serena actitud de Martiváñez y de los nobles de la ciudad, nadie se levantó en
armas ni contra el Emperador ni contra sus gobernantes.
Carlos V mostró gratitud a Ciudad Real.
En el archivo municipal se conservan varias provisiones y alguna carta de su
puño y letra. Un cronista dice que, en homenaje al Emperador, fue colocado el
escudo de sus armas encima del arco que formaba la Puerta de Alarcos, construida
en su tiempo, aunque algún otro hace notar que los pajes que sostenían el
escudo eran de época posterior, posiblemente de Felipe III.
Otros documentos se han perdido o no han
aparecido todavía, porque hay constancia, por índices y catálogos, que el
Emperador envió cédulas relativas a la entrada del turco en Hungría, a la
guerra de Nápoles y su triunfo sobre el Rey de Francia; y otra cédula de la
Emperatriz Isabel, para Ciudad Real, que da cuenta de la intención del Rey de
Francia de entrar en España (Toledo , 30 de abril de 1529), así como la carta
de la misma Reina, dirigida también a esta ciudad, en la que comunicaba las
paces hechas entre el Papa y los Reyes. En cambio, se conservan otras
provisiones y cédulas reales que nos demuestran que, junto a los graves
problemas de carácter internacional, el César Carlos se preocupaba de los
pequeños problemas de la administración. Así, se conserva una cédula firmada
por el Emperador que autoriza a “echar por sisa 120.000 maravedises para
edificar las casas del Ayuntamiento, y Audiencia de la ciudad”.
El documento es curioso en extremo, ya
que Carlos V, después de la enumeración de todos sus títulos, como era
costumbre, dice que atiende la petición porque se le había informado que, “a
causa de no haber edificios adecuados, el corregidor de la ciudad y sus
regidores hacen audiencia debajo de los portales y otros lugares deshonestos y
que en esa dicha ciudad tenían compradas dos tiendas en la plaza della, lugar
muy conveniente y estaban dedicadas para ello y por si hasta agora no lo
habíades fecha, habría sido por no tener 100.000 maravedís y que era menester
para el dicho edificio”.
En 1530 da un privilegio que concede a
la pechería de la ciudad, la facultad perpetua “para que se vendan las hierbas
de la Atalaya y Valcansao, para pagar los servicios ordinarios de su Majestad”.
Varias provisiones aparecen sobre abastecimiento de pan. Una, contra los
revendedores; otra, para que se pueda sacar pan de Ciudad Real “para fuera de
sus Reinos”; otra, mandando al corregidor provea lo que convenga para que la
plaza de la ciudad se provea del pan necesario para que los vecinos y
caminantes; “que la ciudad se queja de que hay mucho trigo en poder de los
mercaderes que lo tienen comprado para revender”. También, por otra provisión,
se autoriza a los vecinos de Ciudad Real a entrar en su término, desde el día
de Todos los Santos hasta fines de abril, 2.000 cabezas de ganado forastero.
El tema del orden público es tratado en
otras provisiones “sobre las armas que se tomaren en las pendencias”; “a pedimento
de la ciudad manda que la Justicia no tome los dineros a los que hallare
jugando in fraganti” y, en 1546, ordena al corregidor “que no proceda de oficio
contra las personas que riñesen de palabra, sin querellarse y no habiendo
sangre”. Finalmente, su carácter bondadoso se refleja en otra provisión en la
que ordena que todos los presos pobres no paguen derechos, ni se les quite la
ropa, por ellos”.
Todo nos da idea de que el Emperador,
por encima de las graves preocupaciones de Estado, no descuidaba los más mínimos
detalles de las ciudades de su Reino, con enorme capacidad de trabajo y
atención para todos los asuntos.
Carlos
María San Martín, diario ABC, 28 de
enero de 1959, páginas 11 y 12.
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