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jueves, 7 de abril de 2016

CIUDAD REAL, SIEMPRE LEAL AL EMPERADOR CARLOS V



Ciudad Real fue una de las capitales que siempre permanecieron leales y adictas al Emperador Carlos V, incluso en los azarosos días de las comunidades. Ni la proximidad de Toledo, sede de los comuneros, ni el levantamiento de Badajoz consiguieron perturbar la lealtad de Ciudad Real. Ciento veinte infantes ciudarrealeños combatieron en el Ejército real, acaudillados por el prior de San Juan, don Antonio de Zúñiga, que luchaba en tierras toledanas contra el obispo Acuña. Una crónica del siglo XVII describe con sencillez la situación que se produjo en Ciudad Real ante el levantamiento de las diversas ciudades castellanas. He aquí los datos que nos ha proporcionado la directora de la Biblioteca provincial, encargada también del Archivo Municipal, doña Isabel Pérez Valera.

Ciudad Real siempre estuvo firme en la obediencia del Rey (no hay que olvidar el origen de la ciudad, fundada por Alfonso X el Sabio, contra el poderío excesivo de las Ordenes Militares), siendo la nobleza ciudarrealeña freno que detuvo a alguna gente común, como eran tejedores, cardadores, bataneros que, por lo que oían decir de Toledo, Segovia y Medina del Campo, se alteraron un tanto, aunque sin perder la obediencia al Soberano, pero quejándose de Gobierno (común achaque de la época). Hubo un conato de formación de partidos y el corregidor, temeroso de lo que había sucedido en otros sitios, se ausentó de la capital y la abandonó, con lo que creció la desorientación.

En una ocasión, se formaron corrillos en la plaza. Y un caballero principal, llamado Sancho de Mora, irrumpió en ellos y dijo: “No trate ninguno de levantar al pueblo, Viva Dios y el Emperador nuestro Señor”. No debió caer bien la irrupción, pues algunos quisieron maltratarle, por lo que tuvo que refugiarse en la iglesia de San Pedro. Viéndose burlados, los más exaltados trataron de ir a quemarle la casa, pero otro caballero, hermano suyo, y Diego Mexia de Mora lo apaciguaron, de suerte que Sancho de Mora pudo salir sin riesgo del templo.

Los grupos de descontentos se dirigieron luego a casa del licenciado Martiváñez, uno de los personajes de más prestigio de la época en Ciudad Real, para nombrarle cabecilla de sus planes antigubernamentales. Con buenas palabras, Martiváñez los emplazó para el día siguiente. Levántose, a la mañana, Martiváñez, e hizo protesta de ser siempre leal al Rey y, en su real nombre, a los gobernadores de Reino. Entonces, los descontentos le dijeron: “Licenciado Martiváñez, dadnos concejiles; pero él les respondió que se los pidiesen al Rey, que era el dueño y señor del Reino”. No insistieron más y, merced a la serena actitud de Martiváñez y de los nobles de la ciudad, nadie se levantó en armas ni contra el Emperador ni contra sus gobernantes.

Carlos V mostró gratitud a Ciudad Real. En el archivo municipal se conservan varias provisiones y alguna carta de su puño y letra. Un cronista dice que, en homenaje al Emperador, fue colocado el escudo de sus armas encima del arco que formaba la Puerta de Alarcos, construida en su tiempo, aunque algún otro hace notar que los pajes que sostenían el escudo eran de época posterior, posiblemente de Felipe III.

Otros documentos se han perdido o no han aparecido todavía, porque hay constancia, por índices y catálogos, que el Emperador envió cédulas relativas a la entrada del turco en Hungría, a la guerra de Nápoles y su triunfo sobre el Rey de Francia; y otra cédula de la Emperatriz Isabel, para Ciudad Real, que da cuenta de la intención del Rey de Francia de entrar en España (Toledo , 30 de abril de 1529), así como la carta de la misma Reina, dirigida también a esta ciudad, en la que comunicaba las paces hechas entre el Papa y los Reyes. En cambio, se conservan otras provisiones y cédulas reales que nos demuestran que, junto a los graves problemas de carácter internacional, el César Carlos se preocupaba de los pequeños problemas de la administración. Así, se conserva una cédula firmada por el Emperador que autoriza a “echar por sisa 120.000 maravedises para edificar las casas del Ayuntamiento, y Audiencia de la ciudad”.

El documento es curioso en extremo, ya que Carlos V, después de la enumeración de todos sus títulos, como era costumbre, dice que atiende la petición porque se le había informado que, “a causa de no haber edificios adecuados, el corregidor de la ciudad y sus regidores hacen audiencia debajo de los portales y otros lugares deshonestos y que en esa dicha ciudad tenían compradas dos tiendas en la plaza della, lugar muy conveniente y estaban dedicadas para ello y por si hasta agora no lo habíades fecha, habría sido por no tener 100.000 maravedís y que era menester para el dicho edificio”.

En 1530 da un privilegio que concede a la pechería de la ciudad, la facultad perpetua “para que se vendan las hierbas de la Atalaya y Valcansao, para pagar los servicios ordinarios de su Majestad”. Varias provisiones aparecen sobre abastecimiento de pan. Una, contra los revendedores; otra, para que se pueda sacar pan de Ciudad Real “para fuera de sus Reinos”; otra, mandando al corregidor provea lo que convenga para que la plaza de la ciudad se provea del pan necesario para que los vecinos y caminantes; “que la ciudad se queja de que hay mucho trigo en poder de los mercaderes que lo tienen comprado para revender”. También, por otra provisión, se autoriza a los vecinos de Ciudad Real a entrar en su término, desde el día de Todos los Santos hasta fines de abril, 2.000 cabezas de ganado forastero.

El tema del orden público es tratado en otras provisiones “sobre las armas que se tomaren en las pendencias”; “a pedimento de la ciudad manda que la Justicia no tome los dineros a los que hallare jugando in fraganti” y, en 1546, ordena al corregidor “que no proceda de oficio contra las personas que riñesen de palabra, sin querellarse y no habiendo sangre”. Finalmente, su carácter bondadoso se refleja en otra provisión en la que ordena que todos los presos pobres no paguen derechos, ni se les quite la ropa, por ellos”.

Todo nos da idea de que el Emperador, por encima de las graves preocupaciones de Estado, no descuidaba los más mínimos detalles de las ciudades de su Reino, con enorme capacidad de trabajo y atención para todos los asuntos.

Carlos María  San Martín, diario ABC, 28 de enero de 1959, páginas 11 y 12.



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