La casa número 42 (antiguo) de la calle
Toledo hace esquina a la del Jacinto, y por los años 1906 ó 1907, en ella vivía
don Joaquín García Gil. La puerta cochera se abría a esta ultima calle -¡no era
nada tener coche de caballos o de mulas, en aquellas calendas-, y en los bajos
de la fachada principal tenía instalado su despacho –en las dos habitaciones
que son ahora heladería- y las oficinas.
¿Qué conozco bien aquello?... Toma, como
que, en mi infancia habité allí al marcharse don Joaquín a ocupar el lujoso
palacete que levantó en el solar de la casa de grandes anchuras, sita en el
Pilar, que ya conocemos por ser donde iban a la escuela los hijos del
cordelero. Una torreta, cilíndrica en el esquinazo, daba cierto empaque al
palacete. También aquí instalo las oficinas en la planta baja. Por aquellos
años, durante la juventud de su hija Lola, que luego casó con don Manuel Messía
de la Cerda, se iniciaron las fiestas que habían de ser muy frecuentes y
convirtieron aquella mansión en centro de reunión de los más granado y selecto
de Ciudad Real. Allí murieron don Joaquín y su señora, doña Elvira, adornada de
singulares dotes de discreción y de bondad. Al concluir la guerra, el Instituto
Nacional de Previsión adquirió el inmueble y, convenientemente reformado, es
sede de ese organismo a la entrada de la nueva y embrionaria avenida de San
Fernando.
Varios edificios ruinosos, en la esquina
de la calle Ciruela con el Pilar, fueron demolidos y, añadiéndoles corralones y
huertos próximos, se convirtieron en solar suficiente para que don Frasquito
Ayala Mira levantara unas casas que dejaron adecentado el esquinazo. A la
muerte de dicho acaudalado señor, las que correspondieron a su hijo el P. Ángel
Ayala pasaron a la S.J. que, de este modo, estableció residencia en nuestra
capital el año 1903. La compañía las dedicó, sucesivamente, a enseñanza, a
círculo católico y, por último, a Seminario Menor.
De abril de 1913 al de 1914, -según
planos del arquitecto don Telmo Sánchez-, levantaron capilla en el centro de la
fachada que da al Pilar. La imaginería vino de los talleres de Alsina.
Venerábase, en la parte central del retablo mayor, un Cristo bajo la advocación
“de la Buena Muerte” del cual solo queda, después de la guerra, el busto
expuesto, ahora en el nuevo altar de San José. Yo no reconstruiría la efigie,
pero, con todo ornato colocado, volvería a dar culto a lo que ha quedado de
ella.
“La Loba” vendía comestibles en la tienda de la casa, fea y
vieja, enclavada en la otra esquina de la calle Ciruela y de la cual era
propietaria, a lo que creo. Con buen trozo de fachada, se extendía por la calle
Gato. En esa casa, más o menos reformada, puso su taller el carpintero, ya
conocido por nosotros, Juan Julián “La Uña”. Posteriormente, en nuestros días,
se estableció allí el Banco Español de Crédito y, al instalarse en su actual
domicilio, abrió farmacia don Marino Fernández en el antiguo local donde “La
Loba” vendía bacalao y garbanzos.
Frente a la casa de “La Loba”, en la
otra acera de la calle del Gato, debió existir un huerto grande. Precisamente
la parte lindera con el Pilar se convirtió en casa con amplio jardín trasero y
arbolado, del cual algo se conserva como resto del huerto primitivo. Las
ventanas del edificio todavía recuerdan la procuraduría del Popular Pepe Cruz “alcalde
propulsor del parque”. Tengo entendido aquí traslado sus dependencias desde el número
13 de la calle General Margallo –así se llamo en tiempos la de Morería-, donde por
mayo de 1901, abrió su despacho como flamante procurador de los Tribunales,
según nos cuenta, “en serio”, el satírico semanario “El Guasón”, en su segundo
número.
Antes de construir el edificio del Banco
de España, de acuerdo con los planos del arquitecto Rebollar, -el mismo que
hizo los del palacete de Barrenengoa- e inaugurado el 17 de enero de 1904,
existía allí un amplio caserón, con mucho frente a la calle Jaspe y del cual
era dueño “el tío Camuñas”, que montó una fábrica de jabón famosa en la
provincia, y, cuando desapareció, pasó a ocuparlo la Administración de Consumos
y Sal, siendo “los Carceleros” los arrendatarios del impuesto del Estado. El
administrador general, don Evaristo Martín, fue alcalde de Ciudad Real. Los
aforadores eran “el Chino”, “el Borcego”, “Badilla”. Como jefe de la ronda
volante actuaba Cañizares. La administración se estableció después en el
callejón del Tinte, casi donde está el veraniego cine Savoy.
Tienda de comestibles, cacharrería y
botas, había en la casa comprendida entre las calles Jaspe y de la Mejora,
hasta que Rios hizo el Circulo de La Unión dejando una amplia terraza, rodeada
de verja de hierro, en la fachada que mira al Pilar, con lo que resultaba
agradable aquella construcción. Luego se estableció en ella, el “Restaurant” de
Pedro Marquinez. Por último, levantó el Banco Español de Crédito su feo
edificio.
Y llegamos al remate de nuestro paseo de
circunvalación por el Pilar. Este que aquí ves es el domicilio de “los Ayalas”
con fachadas a la calles de la Mejora y
de los Arcos, y al Pilar, por donde tiene la puerta de entrada principal.
Observa, es la única construcción de nuestra ciudad con zócalo de hierro en la
fachada. Antes era casa con balconcillos, donde radicaba un casino, y pienso si
a lo peor, cualquier día y por contagio con el vecino edificio, entra en vida
activa cualquier mal germen, latente, antiestético y deplorable, y lo convierte
en repelente mamotreto exótico y desacorde. ¡Tantas construcciones disparatadas
van quitando el carácter peculiar a nuestra ciudad y dándole una insulsez criticable,
y algo más por todo dar!... De conservar y destacar los pocos girones nobles
que nos han dejado, ¡nada, o peor que nada! Y mientras tanto ese Prado, ese
Parque, ese Pilar ¡de jardines bellísimos se convierten poco a poco, en eriales
trillados por la chiquillería incivil y sin vigilancia!
-¡Cuidado, cuidado –dice a eso la
Plazuela de San Francisco- que así empecé yo también, y ya conocéis los apuros,
los peligros, en que me vi… y como me tienen!
Lo que me contaron el cura y el Novillo,
y sé de los edificios que rodean el Pilar, dicho queda. Si me equivoqué o sabes
más, corrige mis errores, -complacido quedaré-, y amplía estos datos –obra de
misericordia es enseñar a quien no sabe-, y todos saldremos gananciosos
aprendiendo y viendo convertirse las cotillerias en historia de este trozo de nuestro
solar, que, ahí tuvo enclavado el Pozuelo de Don Gil; se hizo plaza, con
Villarreal; en ella y sus alrededores se celebraban las dos ferias anuales que teníamos;
tomó aires mercantiles en nuestros tiempos, y se va transformando, cada día
más, en el centro vital de la actividad urbana y neourbanizada de la Ciudad
Real.
Julián
Alonso Rodríguez, diario “Lanza”, viernes 12 de octubre de 1956, página 3.
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