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viernes, 5 de enero de 2018

HERRERA PIÑA: EL HOMBRE QUE HABLABA CON IMÁGENES


Manuel Herrera Piña en los años sesenta del pasado siglo

Rostros y paisajes de hace más de medio siglo nos transmiten, mejor que con mil palabras, el ambiente de la provincia en "Manuel Herrera Piña. Fotografías: Ciudad Real en los años 50 y 60", publicado por la Biblioteca de Autores Manchegos.

En EFE o en TVE tenían tres números de Herrera Piña para localizarle cuando no estaba trabajando en Lanza: el de su casa, el del Trini y el de la vaquería de la Tabla de la Yedra. Si era domingo, el fotógrafo y filmador al que ahora, once años después de su muerte, recordamos con la publicación de un libro sobre algunas de sus fotografías de los 50 y 60, se rodeaba de amigos en ese oasis del desierto manchego que es La Tabla. Hasta allí se llegaba el vaquero para decirle “señor Herrera, que le llaman de televisión”. Y Manuel Herrera Piña, el discípulo de Eduardo Matos, el sucesor de Antero Núñez de Arenas en Lanza, acudía presto, sabiendo que el deber, esa especie de sacerdocio a la que se entregó durante su vida, le reclamaba. A partir de ese momento ya no había padre, ni marido, ni amigo, sino fotógrafo.

Sara Montiel en un festival taurino benéfico en Ciudad Real el 3 de noviembre de 1957, junto a la esposa del gobernador civil Utrera Molina y el director de cine norteamericano Anthony Mann

“Era”, recuerda su hijo mayor, Manuel, que le acompañó más de una vez en su labor periodística, “muy profesional, muy puntilloso. Lo tenía todo pensado: llegaba el primero, aparcaba donde le convenía para salir después, buscaba el tiro de cámara adecuado, la perspectiva que mejor le parecía… y hacía muchas fotografías, demasiadas tal vez. A veces yo se lo recriminaba, porque me parecía un gasto excesivo, pero él tenía muy claro que había que sacar a todo el mundo bien. ‘Tú no conoces a éstos. Si alguno sale con un ojo guiñado o con mala cara, los tengo al día siguiente protestando’, me decía”. Éstos eran los rostros del Régimen, la época que le tocó retratar, eran los políticos y los religiosos, casi la misma cosa en ocasiones, eran los militares y los guardias civiles, pero eran, también, otros, que no se quejaban, las mujeres haciendo cola cargadas de cubos para recoger agua, los pastores en Navas de Estena, las vendimiadoras de Valdepeñas, su madre lavando la ropa en una pila, el pescador del molino del Piconcillo, los jóvenes de la Plaza del Pilar, los ávidos buscadores de emociones futuras en la cartelera del Teatro Cervantes, el mulero en la calle Ruiz Morote… Hay, incluso, miradas a las bambalinas, a lo que eran unos cuando no estaban los otros: Utrera Molina sonriente, fumando relajado un cigarrillo con el teniente general Rodrigo en el Castillo de Motizón, el obispo Hervás y su amplia sonrisa cuando se rodeaba de niños, Pío Cabanillas y Arias Navarro compartiendo confidencias de caza o vaya usted a saber…

 
Mujeres abasteciéndose de agua en un camión-cisterna en Ciudad Real a finales de los años 50

Todos ellos y muchas más miradas nos las podemos encontrar paseando por las páginas de Manuel Herrera Piña. Fotografías: Ciudad Real en los años 50 y 60, que acaba de publicar la Biblioteca de Autores Manchegos (BAM) y que se está vendiendo a muy buen ritmo. Herrera Piña estuvo en casi todas partes. La “culpa” la tiene el periodismo: la revista Arco, donde empezó, Lanza, su principal ocupación durante mucho tiempo, la Hoja del Lunes, ABC, Arriba, Pueblo, El Ruedo, Marca o La Tribuna, además de corresponsal de la agencia EFE, Europa Press, Fiel y TVE.

Herrera Piña murió el 13 de enero de 2007. Dejó, además del dolor, 300.000 negativos en blanco y negro, otro buen número en color y diapositivas. Desde entonces, sus hijos, conscientes de que el legado de su padre es, en gran medida, la memoria de la ciudad y la provincia, han ido dando pasos para su conservación y divulgación. Pasos siempre complicados, por caminos de difícil tránsito, hasta que se toparon con la Diputación, que les echó una mano para recorrerlos juntos. Así, hace ya algún tiempo que se están digitalizando los negativos (van más de 250.000 en blanco y negro) por la empresa Digitalizatodo y en los últimos años dos exposiciones itinerantes, Hererra Piña: fotografías de Ciudad Real de los años 50 y 60 y Fotografías de Herrera Piña: el deporte en Ciudad Real, años 50, 60 y 70, han mostrado una parte mínima, aunque significativa, del trabajo de Herrera Piña.

Una carrera ciclista pasando por la calle Alarcos de Ciudad Real, en los años sesenta del pasado siglo, donde podemos ver las viejas y desaparecidas edificaciones  

Quizás la labor más complicada a la hora de publicar el libro ha sido el proceso de selección. Nace con vocación de ser el primero de una trilogía, que se completará con un segundo volumen dedicado a los años 70 y un tercero a los 80. “El trabajo ha sido agotador”, asegura José Luis Loarce, editor y responsable de la BAM, “especialmente porque teníamos que documentar las fotografías”. Al final, han sido 182 imágenes. “Mi padre guardaba los negativos, pero sin indicaciones, así que ha habido que buscar y rebuscar mucho. Gracias, en gran medida a la hemeroteca de Lanza, hemos podido ir sacando personajes, lugares, momentos…”, asegura Manuel Herrera hijo. Loarce y él pasan revista a las historias que se esconde detrás de cada imagen, sonriendo con cierta nostalgia ante las que más se resistieron, como una piscina en Malagón que no conseguían localizar hasta que por casualidad un colaborador de la BAM la vio, o el ciclista del Licor 43 Jesús Manzaneque, con cuyo hijo habló Manuel… un sinfín de historias para un volumen que esconde muchas, detrás de los brazos en alto, cara al sol, una época no tan lejana aunque ahora lo parezca, como las que insinúan, por ejemplo, la bendición del primer teléfono de La Poblachuela, nada menos que en 1957.

Las desaparecidas telefonistas de Ciudad Real en el edificio de la Plaza de Cervantes

Caras muy conocidas

Los más fetichistas encontrarán también un buen número de caras muy conocidas. En las guardas nos topamos con Ernest Hemingway en los toros en 1960. El premio Nobel repite, en una fotografía de un año antes, cuando siguió a Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez por toda España para escribir Verano sangriento. Junto a los dos toreros y el escritor, vestido de luces Edward Hotcher, el exjugador de béisbol que hizo el paseíllo de esa guisa. En el capítulo internacional destaca, también en los toros, pero en 1957, el director de cine Anthony Mann, que mira sonriente a la cámara junto a su mujer, Sara Montiel, y la mujer del gobernador civil Utera Molina, Margarita Gómez. Los famosos nacionales son, claro, muchos más: José Isbert con Vicky Lagos en Puertollano, Rocío Dúrcal en el cine Castillo, Espartaco Santoni en el Cervantes, Conchita Bautista en la Talaverana, Ana Belén actuando en Almagro… y muchos toros y toreros, la gran pasión de Manuel Herrera Piña. Está también, claro, Franco, a cuyo paso se levantaban brazos, al que en Puertollano le animaban con una pancarta para que siguiera “dándole a los salmones cien años más”, aunque por la provincia, más que pescar iba de montería, como dejó dicho Herrera Piña con sus fotos en Retuerta del Bullaque cuando agonizaba la década.

“Mi padre era callado, más bien lacónico”, explica su hijo, pero ¿quién necesita palabras teniendo una cámara?


Manuel Herrera hijo, con el libro en las manos/Clara Manzano

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