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lunes, 29 de enero de 2018

LA ESQUINA DE SAN PEDRO



Hace ya muchos años se decía en Ciudad Real, cuando alguien andaba despistado o un tanto “desnortado” –como se dice en el sur-: “Estás peor que la esquina de San Pedro”. Otras veces se recurría a su reloj, que pocas veces se recurría a su reloj, que pocas veces funcionó bien: “Estás peor que el reloj de San Pedro”. Con lo cual se quería poner de manifiesto que ambos, el reloj o la esquina y la persona en cuestión, no andaban muy bien en lo que se refiere al caletre.

Era la forma que el pueblo tenía, y tiene, de satirizar alguna deficiencia. Es la manera de manifestar, sin sacar fuera de casa los trapos sucios, que algo en su ciudad no marcha. En definitiva, una manera cariñosa aunque un tanto caricaturesca de evidenciar algo que al pueblo le va doliendo.

Ya dije en otras ocasiones cómo el pueblo transforma el lenguaje, y con sus denominaciones vulgares a calles o plazas cambia éstas, pero siempre en virtud de una base real y, por supuesto, siguiendo la regla general de la evolución del idioma: “la ley del mínimo esfuerzo”. Pero siempre se da un rasgo de creatividad, aparte, claro, el matiz afectivo.


La iglesia de San Pedro, una de nuestras escasas joyas arquitectónicas religiosas,  no podía ser menos. Porque en el fondo de la expresión irónica o de la crítica solapada, el ciudarrealeño siente el orgullo natural de tener en su ciudad un monumento tan importante. Debe de ser, según Ramírez de Arellano, una construcción del último tercio del siglo XIV, aunque tiene partes, como las tres portadas y alguna de los muros exteriores, del primer tercio del XV. San Pedro posee verdadera personalidad. Su aspecto severo y hermoso conjunto producen grata impresión de honda monumentalidad y antigüedad. El ánimo se serena en su contemplación.

Y su interior aumenta esta sensación, con sus recios pilares rodeados de ocho medias columnas adosadas con capiteles varios y elaborados con gracia.

Pero no es cuestión de describirla, pues la tenemos tan a mano, que lo mejor es entrar en ella cualquier atardecer, cuando las dos luces se juntan en el cielo y dejar hablar al silencio de sus naves.


Rodeada casi en su totalidad, queda prácticamente aislada como un islote de piedra apenas en el centro de la ciudad, que desde la torre se contempla con cierto regocijo espiritual. La torre, sencilla y bien proporcionada, se agrupa bien con toda la construcción. Ahora recuerdo,  hace ya muchos años, ¡tantos…! Cierta noche, un grupo de amigos, provistos de linterna, subimos al último cuerpo de campanas, adonde el reloj famoso lucía su error y su falta de puntualidad. Ciudad Real a nuestros pies, fastasmal y callada, y nosotros, aprendices de hombres, jugando a descubrir imágenes que sólo existían en nuestras mentes y entre la oscuridad de las bóvedas, que pisábamos con precaución y miedo.  A pesar de la oscuridad de la noche, se adivinaban los patios de las casas vecinas, las calles y plazas, los más ocultos rincones.

La torre nos ofrecía tan sugestivo panorama, tan agradable perspectiva que nacía en nosotros un hermoso sentimiento de libertad, que es el que dicen que buscan quienes suben a las cimas de las montañas. Ahora lo veo todo vívidamente como recuerdo a Ángel, Mateo, Puebla… que me acompañaban esa noche y que, ahora, rescato como el humo dormido de Gabriel Miró.

Hay que ver de qué manera, desde una frase, desde casi una burla, la imaginación nos transporta hasta la amistad, hasta estas piedras llenas de historia y de paz. Lo que acontece es que el habitual ciudadano pasa junto a sus muros, frente a sus puertas y la costumbre le hace perder asombro, pero la iglesia de san Pedro, es un orgullo y casi, casi un lujo para Ciudad Real.

Un lugar idóneo para conjugar música y arquitectura, poesía e historia, paz y religiosidad, belleza en suma de la que estamos tan faltos, muchas veces, por las prisas, por el ajetreo cotidiano, por la rápida evolución de las costumbres. Y no deja de ser una pena ignorar una obra de quinientos años, en cuyas naves flotan tantos suspiros, anhelos, oraciones, vida de hombres y mujeres que ya fueron.

Francisco Mena Cantero. Diario Lanza, 5 de enero de 1989


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