Al fundarse la orden militar y religiosa
de Calatrava, la más antigua de las españolas, merced a la iniciativa del abad
Raimundo de Fitero, allá por el año 1.158, empezó la intranquilidad en los
pueblos comarcanos del campo de la Orden, pues los aguerridos calatravos
sembraron el terror en los caminos, encerrando en las mazmorras del convento a
los labriegos que cortaban leña de sus montes o se aprovechaban de los frutos
de sus campos, sometiéndolos muchas veces a horribles torturas.
La llama del odio se fue avivando con
tales desmanes bravucones, entablándose una sangrienta contienda en el año
1.324, siendo Maestre de la Orden D. Garci López de Padilla, que reto a sangre
y fuego a los del pueblo realengo, por no atender su requerimiento de ser
expulsados de Villa Real el Clavero de Calatrava D. Juan Núñez del Prado y
varios caballeros de ilustre linaje, pertenecientes a la misma Orden, que se
refugiaron en esta villa, después de ser derrotados por los moros en Baena.
Garci López de Padilla, herido su
orgullo bélico, junto a su gente de armas tomar, fortificó su villa de Miguel
Turra, y al frente de sus bien pertrechados caballeros, mimados del valeroso
Marte, partió para Villarreal, encontrándose en un llano que hay en el promedio
del camino que une ambos pueblos, conocido por el paraje de Malas Tardes, con
la mesnada enemiga, mandada por el Clavero D. Juan Núñez del Prado, que lo
venció tras cruenta batalla, haciéndolo huir a caballo, seguido de algunos
caballeros.
No se contentaron, sin embargo, los de
la villa de Alfonso X, con su triunfo en la lucha, y desoyendo los consejos del
Clavero y de los frailes, capitaneados por Remondo Núñez de Pozuelo, entraron
en Miguel Turra, saqueando la villa, quemándola toda y deshonrando sus mujeres
como unos forajidos.
¡Fue la venganza bárbara de los de Villa
Real a los agravios inferidos durante tantos años por los caballeros de rancio
abolengo!
Pero pronto volvió a reinar la paz:
Alfonso XI dictó sentencia declarando pertenencia de la Orden de Calatrava las
aldeas de Miguel Turra, Benavente, Alcolea, Picón, Sedano, Turrillo, Hernán
Caballero, Peralvillo, La Celada, Porzuna y Robledo y las ruedas y aceñas de Batanejo, Batán el
nuevo, Gajión, Espino, Pedro Sancho, Emperador, Salcedo y Torrecilla, y
concediendo a los villarrealengos pingües privilegios que garantizasen la paz
entre ambos bandos enemigos.
Existían, no obstante, dos familias
rivales, enemigas de muerte, en Villarreal y Miguel Turra: Alvar Gómez de
Piedrabuena, acaudalado hidalgo partidario del Maestre Garci López de Padilla,
al regresar a su mansión después de la batalla de Malas Tardes encontró su
hacienda destruida, a su padre asesinado y a sus hermanas deshonradas; y
entonces declaró un feroz odio a Remondo Núñez de Pozuelo, vecino de
Villarreal, odio que no queriendo fuese extinto algún día, hizo jurar a sus
hijos en la persona de Remondo y sus descendientes.
Y nuevamente dieron comienzo los
atropellos, las violaciones, hasta el punto de habernos legado la tradición
demótica la sabrosa y picaresca seguidilla popular:
Dende que aquí vinieron
los calatravos,
ya las casas sin hijos
tién unos cuantos.
Y se ven por los campos
tuicas las mozas
con las faldas d’adelante
demasiao cortas.
La semilla del odio, sembrada muchos
años antes, no llegó a germinar en los descendientes de Alvar Gómez de
Piedrabuena y Remondo Núñez de Pozuelo, al contrario, floreció en los corazones
de Blanca, hija del Villarrealengo, y de Sancho, primogénito del calatravo, la
rosada flor del amor, grande, sublime, pasional, que fue bien visto desde el
primer momento por los vecinos de Villarreal y Miguel Turra, anhelosos de
sellar con el casamiento de los enamorados la paz de las villas, turbada
continuamente con crueles escaramuzas guerreras, completamente estériles.
Pero no se avenía el espíritu de
concordia que reinaba en los pueblos con el mutuo encono despertado a la sazón
en los padres de los enamorados, con más potencia que nunca a tener noticia por
Fray Ambrosio, Prior del Convento de Franciscanos de Villarreal (que deseaba
celebrar con las nupcias de los novios la reconciliación del acaudalado amigo
del Maestre López de Padilla y del amigo del Clavero Núñez), de los amores de
sus hijos.
Y un día, aconsejados por el Prior
Ambrosio, que ante la perspectiva de un rapto seguido de una fuga a tierras
moras, quería administrar a los enamorados el Sacramento del matrimonio. Blanca
ya mediada la noche, abandonó la casa paterna, saliendo de la villa por la
Puerta de Alarcos, esperándola en el Humilladero su idolatrado Sancho y el
Prior franciscano, y allí, el ministro de Dios, santificó sus castos, sus puros
amores.
Más la felicidad es poco duradera:
Remondo, una vez notada la fuga de su hija, salió en su persecución con su
gente, dándole alcance en el Humilladero, donde mató de una estocada al buen
Prior que protegía a Blanca de las iras paternales, y atravesole el corazón a
su hija mientras las tizonas de su gente daban en tierra con Sancho, que
fallecía al pie de su amada.
Al día siguiente, las gentes de Villarreal,
levantaron una cruz en el rollo del Humilladero; símbolo santo que hasta
nuestros días conocen las gentes del llano con el romántico nombre de Cruz de
los Casados, y al pasar por frente a ella todavía se descubren con veneración,
superstición o miedo, los honrados labriegos de carnes tostadas, que con el
cierzo invernazo y el sol de la canícula cultivan el pardo terruño.
ROLANDO
DE CALATRAVA (Diario “Vida Manchega”, Año XIII, número 1.340, 23 de marzo de
1925, portada).
No hay comentarios:
Publicar un comentario