El siglo XIX llegó cargado de numerosos
cambios, entre ellos la forma de obtención y el uso del fuego, ya que
provocarlo, conservarlo, era asunto cotidiano de vital importancia. Hacia 1840
las cerillas, el hallazgo fortuito del farmacéutico John Walker al hacer arder
por fricción un compuesto químico con residuos de fósforo, se había convertido
en un próspero negocio, sustituyendo con ciertas garantías de seguridad al
arcaico “eslabón”, único medio para procurar fuego utilizado hasta entonces, y
que consistía en frotar un trozo de acero con un fragmento de pedernal sobre
yesca seca, algo que a todas luces resultaba incómodo.
Existieron numerosos obradores, talleres
y marcas comerciales dedicadas a la producción y venta de cerillas en distintos
lugares de España. En 1893 el Estado, debido a su necesidad recaudatoria, puso
fin a la libre fabricación y comercio del fósforo, pudiendo venderse solamente
las cerillas reglamentarias, que terminaron portando la cajita el precinto de
la Hacienda Pública en la primera década del siglo XX. Poco antes de la Guerra
Civil eran ya un monopolio de la Compañía Arrendataria de Fósforos S.A.
Esta compañía sacó a la venta en los
años cuarenta del pasado siglo XX, unas cajas de cerilla con los escudos de las
provincias españolas entre ellas Ciudad Real. La caja de cerillas de nuestra
capital tiene unas medidas aproximadas de 42x33x14mm y y las inscripciones: “40
FOSFOROS DE PAPEL 35 cts”, “HACIENDA PUBLICA C.A.F.” y “ESPAÑA – CIUDAD REAL”.
A mediados de los años cincuenta del
pasado siglo XX, desapareció el monopolio estatal y la explotación pasó a ser
adjudicada al grupo Fierro. La empresa Swedish Matches adquiere Fosforera
Española en 1980.
No hay comentarios:
Publicar un comentario