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miércoles, 31 de julio de 2019

TRADICIONES


Antigualla manchega, con la desaparecida imagen de la Virgen del Prado, destruida en 1936 por los republicanos del Frente Popular

La severidad de las cosas antiguas aparece ostentosa entre la galanura alegre de los festivales innovados. Los pueblos que con públicos y solemnes esparcimientos, rebosantes de alegría, abren un paréntesis en su vida laboriosa para tener recompensa al trabajo de los días que se suceden lentos y como sin fin en la carrera del año, difícil es que olviden sus tradiciones.

En Ciudad Real el alma vieja vive junto á los muros de la Iglesia Catedral. Al santo templo van las almas de los lugareños, herederas del alma vieja de Villa-Real, a refrescar y reverdecer con los aires húmedos de la nave alta el amor al vetusto hogar en el desierto manchego; a hundir su memoria en los pasados siglos y resucitar la pura raza de los antiguos pobladores del onceno, sencilla, mística, trabajadora y guerrera.

La Virgen del Prado no es solo para estos habitantes la imagen de la Madre de Dios en uno de sus adorables misterios. Es el centro a cuyo alrededor ha girado la historia de la comarca en el comienzo de sus vicisitudes. Es la tradición, nervio de la ciudad, fuente de sus inspiraciones, foco irradiador de la luz que alumbra sus movimientos; porque las tradiciones son estímulos de la vida de los pueblos mientras no pierden la aureola de su gloria.

Al lado de la memoria de los antepasados, está la del antiguo cuadro, de marco despintado, de amarillento papel, con el retrato de la Fundadora, Patrona y Protectora de Ciudad Real cubierto de cristal con paño patinoso, que antaño no faltaba en la casa de ningún vecino, que colgó de las paredes de las sencillas alcobas, junto a las camas donde morían los viejos consumidos por la edad, con la mirada puesta en la Virgen y una plegaria en los labios, convirtiendo con su agonía el tosco diseño del papel en preciada reliquia de familia que después de varias generaciones el lujo aparto de los sedosos y sensuales cuartos de dormir a los desvanes, a donde alguna vez llegan los restos de religiosidad perdida, desbordados en momentos de aflicción tremenda.

En Ciudad Real, lo típico, lo tradicional, está tan unido a las fiestas de la Patrona, que hasta los cantos y danzas genuinamente populares, se perpetúan solo al calor de los homenajes místicos tributados de tiempo inmemorial.

Cuando a la caída de la tarde tintinean las campanillas de plata bajo los arcos de la portada, se agita en los labios la copla clásica

El desaparecido templete del Prado, donde se celebraba la Pandorga en las primeras décadas del siglo XX

Las campanillas suenan
La Virgen saIe…
La  Patrona  del Prado
Ya está en la calle.

El canto típico del país, que por ninguna otra cosa fue evocado, surge ante el nimbo argentino de sones suaves, y las notas manchegas que pausadas y monótonas recorren las gargantas, dan a los ojos la visión de todo un pueblo arremolinado al pié de las ventanas de un camarín, en torno de un tabladillo en que brillan los colores y los bordados de los trajes de gala, movedizos en la fiesta de la tierra a la luz de humosas antorchas.

Las seguidillas manchegas —que condensan en sus notas la íntima y adorable poesía del hogar, de las cosas cotidianas, conocidas, familiares de los afectos sosegados, de las emociones suaves, de los sentimientos tranquilos-—hubieran muerto olvidadas, si cada año, en noche esperada con anhelo, no se alzase el tabladillo y la Pandorga aromase el céfiro de las noches de verano con el perfume de las flores del Prado donde la primera iglesia elevó su cúpula al azul.

Los jóvenes frívolos, van a la Pandorga con sonrisa irónica, despectiva. Los arrugaditos ancianos van con sonrisa plácida. Pasa el tiempo y los que fueron jóvenes sonríen plácidamente, como sonreían los viejos.

Con porvenir de luto y presente de agotamiento y ruina, solo las memorias del ayer, vivido intensamente, dan a su corazón cándido alborozo.

Jacobo Mejía. Revista “Vida Manchega”, Año I, número I, jueves 4 de abril de 1912


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