Interior
del monasterio de las Madres Dominicas de la calle Altagracia en julio de 1950
UNA
VISITA AL CONVENTO
La vida fluye sobre cenizas de hombres.
Pero la vida es una cosa humana (Marquina)
Han rodado cinco siglos de vida, sobre
los muros del convento. Y la vida en esa mezcla íntima de humanidad y de
espiritualismo fluye bajo la abura de tocas y sayales, en las hijas de Santo
Domingo. La vida sigue llenando el ambiente del sacro recinto. Embalsamada en
la luz del claustro luminoso, envuelta en el perfume del patio perfumado,
saturada de misticismo en la solemnidad del coro. La vida sigue en los momentos
del silencio, en las emociones místicas del salterio, en la frescura del
huerto, - un trocito de huerto evocativo de las odas de Fray Luis- en el
ambiente todo de santuario, donde las cándidas palomas hacen la ofrenda
continua de sus oraciones al Señor del Sinai, al Hombre de la Cruz.
Y por tocar esta hora de emociones, por
sentir estos momentos de vida cabe el claustro y al otro lado de rejas, junto a
las tocas de las monjitas, hemos llegado al monasterio dominicano en esta fecha
de su quinto centenario. ¡Jalón de la fe de nuestros antepasados, cuyas
muestras perduran en la hidalga Villareal!
EN
LA CLAUSURA
La puerta seglar. Dintel de las pisadas
profanas y principio de nuestra mística peregrinación. Dos monjitas, velado su
rostro, acompañan a la madre Priora que cubierta también nos recibe: Sor
Juliana de Jesús. En el mundo llamosé
Sofía Sánchez Cortes. Y la finura de su dicción extremeña pone de
relieve su limpia prosapia y su origen: Su padre fue presidente de la Audiencia
de Sevilla y en Cáceres después, donde ella vio la primera luz. Actualmente
tiene un sobrino que ejerce la Abogacía del Estado en Barcelona. Dialogamos.
Sobre la charla fluye la humildad encantadora de las monjitas y después de un
patio breve, cuyos muros acusan los recios contrafuertes del templo, llegamos
al claustro limpio, sencillo, lleno de luz, en cuyo fondo y al pie de la
escalera que lleva al piso alto de la clausura la imagen del Padre Santo
Domingo contempla a sus hijas.
Se trata de un fresco pintado en tintas
negras y que estuvo oculto bajo la cal de la misma pared. Una monjita, sor
María de la Cruz llena de paciencia logró rehabilitar el cuadro que nos produce
una excelente impresión. La imagen coloca el dedo izquierdo sobre su boca,
simbolismo del silencio que guardan celosamente sus hijas. Y cuando gustamos la
gracia del dibujo, una nueva sorpresa en los yesos alicatados que forman el
dintel de una puerta y ventana del corredor. La talla de la madera también
excelente a base de motivos vegetales y del reino animal.
En el fondo del claustro, en un lindo
rinconcito, la imagen del Crucificado al que cariñosamente llaman las monjas el
“Cojito”. La cruz nos recuerda en la madera ruinosa e irregular el “Cristo de
los Condenados” venerado en la Parroquia de San Pedro.
LA
COLUMNATA DEL JARDIN. EL REFECTORIO
Un patio magnifico. Perfumado por
geranios, albahaca y yerbabuena. Sombreando por las copas de olmo y acacias., y
coronado por el cielo azul de la mancha. Un troncal da frescura a las plantas.
El piso embaldosado dice una de las múltiples pruebas del señor Carrero, cuya
hermana Sor María Luisa vivió en el claustro. Las monjas muestran en sus frases
al agradecimiento a su bienhechor.
La columnata del patio es magnífica.
Actualmente está cerrada por librar al claustro de las inclemencias invernales.
Pero aún quedan airosos los capiteles timbrados y numerosos escudos, acaso
relacionados con la fundación.
La gracia de unas palmeras pone una nota
de elevadísimo color en este jardín castizo de la Mancha y Andalucía. ¡Un
trocito de cielo en la clausura!
Pasamos al “refectorio”. Son
veinticuatro las monjas que toman asiento en las mesas de esta salita. ¡En
nuestra pobreza –dice Sor Julia- las patatas resultan caras también!
Los muros abundan en cuadros.
Destacándose en el fondo uno, de nuestra patrona la Virgen del Prado,
antiquísimo y muy semejante al dibujo que aparece en el folio portada de la “Executoria de antigüedad de la Imagen de la
Virgen del Prado” que se conserva en el archivo de la Iglesia de la Merced.
El púlpito en piedra, sencillísimo y de
buen gusto. Durante la comida, en silencio, se escucha la lectura que hace una
monja.
LA
HUERTA, EVOCADORA DE LAS ODAS SALMANTINAS
Indispensable en todos los monasterios
el trozo de huerta. Espléndido en este dominicano, cuyos paseíllos sombreados
por parras, higueras y almendros y bordeados por el regato donde corre el agua
cristalina, evocan la poesía del maestro de Salamanca. El tono de sobriedad de
los cultivos enmarca maravillosamente el virtuoso de las monjitas que pasean a
la caída del sol. Algunos olivos y naranjos salpicados hacen la estancia
gratísima, en la huerta mejorada y cultivada con esmero durante el priorato de
Sor Espadas.
Un borriquillo rodea la noria de donde
sube el agua fresca derramada en las regueras de las hortalizas, cuya tercera
parte –otras dos para el hortelano- toman las monjas para su consumo.
En la cabecera de la iglesia que forma
un rincón del huerto, dos cruces señalan el lugar donde yacen dos hermanas de
religión. Y en testimonio del sacrificio con que ofrecieron su vida al Señor,
por España y la religión, en las pasadas
revueltas sociales, los restos de Sor Encarnación.
Ultima
comunidad de monjas dominicas que habito el monasterio de la calle Altagracia
EN LAS REJAS DEL CORO DONDE LAS MONJAS HACEN LA
ORACIÓN
Y llegamos al templo que vemos del lado
interior de las rejas, es decir desde el coro, donde las monjas hacen la
oración.
Los rayos de sol son amortiguados en
espesos cortinajes. El piso y zócalo de madera donada por Sor Teresa Martínez
Santos, de Campo de Criptana, a la comunidad. La bóveda de notable atrevimiento
y amplitud eleva el tono de misticismo de este coro monjil, separado del templo
con grueso enrejado, doble y distanciado entre sí, para dar anchura al cuerpo
de la fundadora del Convento, cuyos restos cubiertos con mosaicos policromados
descansan allí. Ella doña Mencia Alonso de Villaquirán escucha perpetuamente
las melódicas sonatas, que hacen los salmos en las bocas femeninas!
En fondo del Coro un Cristo bien
conservado y el facistol, donde se hacen las lecciones y una tablita con el
detalle de los turnos en las prácticas piadosas. Amplios sillones de baqueta
completan la estancia, que hemos pisado llenos de devoción.
Al otro lado queda el templo decorado
hace breves años. La planta amplísima y nave esbelta hacen de él uno de los más
artísticos de la capital. El retablo dorado y un precioso manifestador regalo a
la comunidad de un hermano de Sor Encarnación.
Y finalmente nuestra visita en las
celosías de la torreta del Convento desde donde ofrece Ciudad Real amplísimas
vistas y donde sopla fresco el aire, de nuestros campos, para reposar un
momento en la salita prioral.
POBRES
EN CRISTO UNOS MINUTOS DE CHARLA
La estancia desde donde la madre Priora
rige las tareas conventuales es una salita acomodada con evocaciones de siglos
pasados, porque en ella ha quedado intacto el menaje de antaño que no pudo
transformar la moda o el lujo. Descansamos y vamos poniendo los ojos en los
detalles sencillísimos de la habitación. Una mesa española con todo el recado
de escribir. En uno de sus ángulos las reglas dominicanas, una campanita en el
centro, el reloj. Junto a uno de los muros una arqueta del siglo pasado y
algunas sillas en las que hemos tomado asiento.
Charlamos. Llega a la conversación la
vida intima del Convento. La pobreza que las monjas sufren por amor al
crucificado. Los bienhechores. Y las frases de agradecimiento para el ilustre
protector don Santiago Carrero, propietario de la Fábrica de los Pirineos en
Hernani (Guipúzcoa) que, hasta estos últimos tiempos, las socorrió en tantas
necesidades.
Pocas las donaciones que reciben.
Antiguamente tampoco. Ha quedado la fama de cierto testamento de doña Ana
Moreno, de Puertollano. Nada en realidad.
Y también hablamos ¡cómo no! de las
golosinas, de los primores de las monjas. Estas, tienen su especialidad:
Pastelitos de almendra, con todo un prodigio de paciencia. Los pasteles tienen
su historia. Llegaron al Convento hace muchos años, por una monja de Infantes,
Sor Visitación. La charla se desarrolla plácidamente. Agradecidísimos, desde
luego, a las finezas de las monjitas tan obsequiosas.
Volvemos a la puerta seglar. Y dejamos
el Convento profundamente emocionados. ¡Sea con todos la paz del Señor!
CESAR MARTIN ESTEBAN
El
historiador local D. José Balcázar y Sabariegos, Catedrático, académico
correspondiente que fue de las Reales Academias Española y de Historia, autor
del artículo publicado en el “Pueblo Manchego” junto a Cesar Martín Esteban
Gracias a este blog, mi madre, nieta de Santiago Carrero, ha conocido esta historia.
ResponderEliminarMuchas gracias.