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miércoles, 18 de marzo de 2015

EL CRISTO DE LA PIEDAD Y LA DOLOROSA, ENTRABAN EN LA MERCED


El paso del Santísimo Cristo de la Piedad en el interior de la Parroquia de Santa María del Prado (Merced) en 1911

Las golondrinas trenzaban su guirigay por los aires. El campo olía a primavera, sin abrir aún, y los “nazarenos” moreaban al pie de los olivos costrosos, y el hinojo de “las minas” estaba brotando, tierno, sabroso, y la “sangre de Cristo” mostraba las goticas de sus flores a la vera de sus hermanas las “candelicas” tempranas que escondían sus cascabelillos amarillos entre trigos verdes, muy verdes, y unas nubes, barrigudas y errantes, reventaban, de cuando en cuando, para que, con su agua, el sol se divirtiera haciendo arcos de colores…

Se respiraba Semana Santa. Ya habíamos ido, los chicos, a ver al Cristo de la Piedad tumbado en el suelo de la Catedral, bajo la tribuna del órgano, para que la cambiaran de cruz y lo colocaran en las andas, doradas, talladas por Coronado, el padre de Felipe.

Yo no recuerdo que día de estos era –si tú lo sabes, dímelo, con lo cual bien servido he de quedar-, cuando trasladaban al Cristo y a la Dolorosa desde la Catedral a la Merced, ni si abría el cortejo el estandarte que pintara Andrade. Eso sí, el véspero se había apagado. Los hermanos, alumbrando, encendían la noche por la carrera que trata El. En el silencio, imponía el sordo crujir de la cruz. Al pie de ella florecía un lirio. Tintineaban las tulipas de los candelabros. Destellos de bengalas, rojas, doraban mejor, el paño de pudor del Crucificado y los gordos cordones, tensos, de los brazos de la cruz.

Seguían, también sin túnicas en esta ocasión, pero vestidos de oscuro, los hermanos del Ave María, los de la “Dolorosa” de la Catedral: Rubisco, Cendrero, Olivas, Cárdenas, Sobrino, Rueda, Pizarroso, Alcázar… con hachas blancas, grandes, mocosas, humosas, y, detrás, sin palio, encaramada en un mundo azulado envuelto en deshilachados cúmulos, llegaba la Virgen Dolorosa mirando la corona de espinas y los clavos de su Hijo que temblaban en sus manos finas, blancas, brillantes, regadas con lágrimas de pedrería, hialina, rota con golpes de reflejos de más bengalas. ¡Esas rojas bengalas tan bonitas y típicas, de nuestras procesiones!

Cartel de 1906 de la Solemne Función que la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores de la Catedral, celebraba una vez era trasladada a la Parroquia de la Merced

El paseo y la calle del Prado, la calle de la Feria, la de Toledo, y como final la laboriosa entrada de los “pasos” en la Merced. Aquí, Romancico, les tenía destinado sitio. El Cristo, arriba, en el Presbiterio; llenándolo todo con su muerte serena, con los brazos abiertos de par en par.

Abajo, al lado de la Epístola, la Dolorosa de toca rizadica, y llanto de madre, y aureola, pobre, de reina magna, y manto, negro, bordado en oro, y delantal pintado por Carlos Vázquez.

En la Parroquia quedaban hasta que, el Viernes Santo, en la procesión del Santo Entierro, sacaban al Cristo de la Piedad tras la Enclavación, y cerraba la Dolorosa el triste desfile.

Había un paréntesis bello. La mañana siguiente a su llegada a la Merced, dedicaban misa, a su titular, los hermanos del Ave María. Con olor a flores, a incienso, a cera, trascendía y mareaba la Merced. Es que de narcisos blancos con tacita amarilla – emblema de la pureza y de la realeza de María- llenaba Dolores Rubisco las andas de Ella y el altar y el mundo y las nubes y hasta la media luna, que cornigacha ponían la tarde del Viernes Santo.

El delantal de la Virgen se manchaba, un poco, de amarillo polen de narcisos.

¡Y se recamaba de hilillos de oro, la pintura de Vázquez!

Procesiones; saetas; llantos de Vírgenes guapas, y sangre de Nazarenos, dolorosos; oros y sedas, y terciopelos; luces, y mantillas; claveles; piropos; Niños pasionarios, rodeados de niños “nazarenos”; Tinieblas; monjiles Monumentos Sacramentales con vasos de panizo recién nacido, muy espeso, adornando la pobre Urna; bengalas; cornetas; función de los “armaos” en la Merced, el sábado de Gloria;… campanas, músicas, toros;… las primeras espigas del sembrado se salen de su “zurrón”; sol; calor; y color…

La Primavera abrió. Reventó de golpe. Ha florecido en pujante ¡aleluya! anual; en sedante, necesario… bien querido. Bonita. ¡Y así camina, la linda!

Julián Alonso Rodríguez (Artículo publicado en la Revista-Guía “La Pasión” Semana Santa de Ciudad Real 1954)

El paso de Nuestra Señora de los Dolores de la Catedral en la primera década del siglo XX

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