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miércoles, 10 de junio de 2015

APUNTES SOBRE EL ORIGEN Y DESARROLLO DE NUESTRA CIUDAD




Tenemos a la vista un plano de Ciudad Real, con su viejo casco, que delimitaban las murallas y sus suburbios, empleada esta palabra en su mejor acepción y no en la secundaria o despectiva. Este plano nos recuerda el huevo: la forma oral de su antiguo recinto parece evidente. Pero sigamos con la similitud.

El huevo se inicia por un embrión, éste se desenvuelve en la yema, alrededor de ésta encontramos la clara y todo ello cerrado por el cascarón. A veces, el cascarón se rompe y la rotura hace que salga a la clara y en ocasiones la yema.

Pues bien, partiendo de este símil, que nos inspira el plano de está nuestra ciudad, nos atrevemos a decir que el embrión aquí fue el Pozo de Don Gil, junto al cual aparecieron las primeras habitaciones y la primera Capilla, la de la Virgen del Prado. Esto fue antes de la Carta Puebla de Alfonso X (20 febrero 1255) y permitió, por sus condiciones las vistas de Fernando III el Santo y su madre Doña Berenguela (1242 según el P. Mariana, 1244 según Lafuente).

Junto a este embrión se desenvolvió la primitiva población: calles de Reyes, Infantes, Real, Zarza, Ciprés, Prado, Azucena y adyacentes.

Luego vino la citada Carta Puebla y otros documentos de su autor y sucesores. Entonces se empezó y terminó la construcción del Alcázar pero al amparo de los privilegios o ventajas de tales concesiones reales contenidas en las disposiciones aludidas, se establecieron entre nosotros moros y judíos. No vamos a especular sobre el número de los individuos de las tres religiones que aquí convivieron. Lo que sí está claro, es el auge que los mahometanos, dedicados principalmente a la agricultura, y los mosaistas, con sus establecimientos de sedas, paños, brocados, platerías, drogas y otras mercancías de Oriente, dieron a Villa-Real.

Los primeros nombrados, los moros tenían como eje de su barrio la que aún llamamos calle de la Morería y aquel se extendía, aproximadamente, desde las Puertas de Santa María a la de Alarcos hasta las calles de Postas y Reyes. Todavía quedan nombres, como Lentejuela, Jara, Alamillo, etc., que los recuerda D. Julián Alonso localizaba por aquí una mezquita.

Los otros, los judíos se situaron poco más o menos entre las calles de la Mata y de Calatrava: el eje de este barrio podríamos decir que fue la calle de la Judería, después de Barrionuevo, luego de la Inquisición, porque allí estuvo este Tribunal en sitio no bien determinado, mas tarde de la Libertad y en nuestros tiempos primero de Nocedal hoy de Comandante López Guerrero. Contaban éstos con una Sinagoga Mayor y posiblemente con otras menores. Según los indicios para nuestros historiadores locales, la Sinagoga Mayor estaba en el Compás de Santo Domingo y luego fue convertida en iglesia cristiana a cargo de los dominicos. En el Compás de Santo Domingo esquina a Mata, estaban las cadenas que cerraban por la noche el barrio judío. Y enfrente, el edificio que ocuparon los Marianistas y llamaron Instituto Popular de la Concepción y hoy unas Escuelas de Patronato, se levanta sobre un solar que sostenía una vieja construcción desde uno de cuyos balcones predicó San Vicente Ferrer; según don Emilio Bernabeu este balcón está ahora sobre la puerta principal de entrada a la casa de la finca “La Torrecilla”.

Plano medieval de Ciudad Real, con la forma de huevo que habla D. Antonio Ballester
 
En este barrio judío quedó, casi hasta nuestros días, una calle con el nombre de la Sangre, por el estrago que produjeron en 1391 las revueltas, en esta y otras ciudades contra las gentes de aquella raza y religión.

Pero estos mismos, se extendieron hasta la Plaza Mayor, arbitrando para sus negocios el Alcaná, que como es sabido unía la Plaza con la calle de la Feria por frente del actual Ayuntamiento. También el Alcaná fue objeto de un mal suceso, no se sabe si casual o intencionado y en este último supuesto, si por cristianos o judíos. Ocurrió en 1396 y lo ocasionó un incendio.

Hasta ahora nos hemos referido a la yema del huevo. Digamos algo sobre la clara y la rotura del cascarón.

La clara insistiendo en el símil que venimos utilizando, era (y todavía queda algo), el espacio comprendido entre las moradas de las tres razas o religiones aquí convivientes (cristianos, moros y moriscos y hebreos) y la muralla; terreno sin viviendas dedicado a huertos con diverso cultivo.

Y el cascaron se rompió, surgieron entonces los barrios del extrarradio. Siguiendo los puntos cardinales y no el orden cronológico corresponden estos barrios a los llamados extramuros de la puerta de Toledo, barriada del Generalísimo Franco (obra debida a la iniciativa de don Jacobo Roldán –q.e.g.e.-), Saliente o Corredera Sur o Larache, Poniente o Santa María y la Ciudad Jardín, Pío XII y Lope de Vega con sus apéndices o añadidos como las barriadas de “Abonos”, junto a la Corredera y la de “la peseta”, cabe la ciudad jardín.

Terminamos con una aclaración: este “apunte”, más o menos preciso, aunque más menos que más, no tiene otra pretensión que la indicada en su título. En manera alguna se relaciona con la actual problemática de la urbanización de nuestra ciudad. Solo escribimos para el curioso de nuestro pasado, con mirada retrospectiva, por afición a lo que fue: no para los hombres que tienen la responsabilidad de nuestro presente y de nuestro futuro, para quienes lo expuesto tiene poca utilidad.

Antonio Ballester Fernández, Cronista de la ciudad. (Diario “Lanza” 15 de agosto de 1971, Extra de verano, página 73)

El desaparecido Instituto Popular de la Concepción que se encontraba en la calle de la Mata

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