Con el año 1256 cuando, ante la rabia e
indignación de los calatravos, don Alfonso el Sabio mandaba a los de Villa Real
que cortarán y trajeran madera, sin pagar portazgo alguno, para que
construyeran su regio alcázar. Se ubicó éste en la zona Suroeste de la ciudad,
adosado a un lienzo de la muralla, entre las que serían después Puertas de La
Mata y de Granada, y aunque no se sabe con exactitud cuándo finalizó su
edificación, sí aseguran algunos historiadores que el mismo don Alfonso llegó a
ocuparlo cuando se dirigía a hacerle la guerra al moro.
En 1275, durante el viaje que efectuó el
“Sabio Monarca” a Roma, se encargó de la dirección del reino, con el
aprobamiento de sus vasallos, su primogénito don Fernando, por sobrenombre De
la Cerda, “por causa de una muy señalada y larga con que nació en las espaldas”.
Era don Fernando Infante de Castilla, y estaba casado con doña Blanca de
Francia, hija de Luis IX (San Luis). Preparó a sus huestes para combatir contra
los moros de Granada, pero cuando se encaminaba hacia las tierras meridionales
de la península, “adoleció de gran dolencia” en Villa Real. Viendo próxima su
muerte el infante don Fernando, trató de asegurar sus derechos al trono a su
hijo primogénito. Don Fernando habló con don Juan Núñez, dice la crónica del
rey sabio, “é rogole mucho afincadamente que ayudase e ficiese en manera que D.
Alfonso, fijo desde Don Fernando, heredase los reinos después de días del rey
Don Alfonso, su padre”.
El 25 de julio del citado 1275 moría en
el alcázar de Villa Real, donde se alojaba, el infante Don Fernando De la
Cerda. “Llevaronle a enterrar a las Huelgas de Burgos, manifiesta la crónica,
ca allí avía él escogido su enterramiento”.
Procedente de Burgos venía Don Sancho,
segundogénito del rey castellano Don Alfonso X, cuando en el camino se enteró
de la muerte de su hermano mayor. Al llegar a Villa Real persuadió a D. Lope
Díaz de Haro, Señor de Vizcaya, y a los ricos-hombres y caballeros que todavía
se encontraban aquí, haciéndose proclamar heredero de la corona frente a la
legitimidad de los hijos de su hermano Don Fernando, los infantes De la Cerda.
Tras un momento de titubeo, el rey Don
Alfonso el Sabio, se inclinó resuelto y decidido por sus nietos. El indómito y
reacio Don Sancho se rebeló contra su padre con la ayuda de las Hermandades de
Castilla y de las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava y San Juan, y
premeditando el ganarse la simpatía y benevolencia de los caballeros
calatravos, cuando se encontraba en Córdoba el 7 de agosto de 1280, despachó un
documento en el que donaba el Señorío de Villa Real, con sus pertenencias, a
favor del maestre de la Orden de Calatrava. En el año 1431 visitó y permaneció
durante quince días en el alcázar de Ciudad Real el rey de Castilla, Don Juan
II, a su paso para Andalucía. En el capítulo XIII de la crónica de este
monarca, se dice lo siguiente respecto al acontecimiento: De cómo estando el
rey en Ciudad Real hizo un terremoto asaz grande en que cayeron algunas almenas
del alcázar, en esta forma:
“Estando el rey en su alcázar en martes
a veinte y quatro días del mes de abril del dicho año (1431), quato a hora de
vísperas hizo un terremoto en que cayeron algunas almenas del alcázar, e muchas
tejas, e abriose una pared en el monasterio desa ciudad, e cayeron dos piedras
de la bóveda de la capilla de la iglesia de San Pedro.
El rey estaba dormiendo, e como sintió
el terremoto, salió a muy gran prisa al patio del alcázar, e dende al campo”· Balcázar,
del que hemos reproducido la transcripción anterior, también nos dice que,
según el historiador Juan Almenara y Mexia “al año siguiente (1432) se sintió
en Ciudad Real otro gran terremoto, por el cual se hundieron muchas casas, y el
Real Alcázar quedó en estado tan ruinoso que los reyes no volvieron a habitarlo”.
Al contraer matrimonio en 1455, Don
Enrique IV con Doña Juana de Portugal, este rey, con el fin de mantener a
Ciudad Real fuera de su enajenamiento, se le otorgó a la reina como parte de la
dote, poniendo Doña Juana tanto interés en su Señorío particular, que visita la
ciudad varias ocasiones, y en 1473, encarga al corregidor Juan Bobadilla la
compra de unas casas colindantes con el alcázar, para después ser derribadas,
aprovechando sus materiales para levantar una nueva torre que sirvió de
ampliación al regio palacio.
Muerto el impotente Don Enrique IV en
1474, las desavenencias en la nación, con motivo de la sucesión a la corona,
fueron graves y notables. Uno de los primeros en ponerse al lado de Doña Juana
la “Beltraneja” fue el maestre de Calatrava, Don Rodrigo Téllez Girón, que
contaba tan sólo 16 años de edad, animado por los consejos de su primo Diego
López de Pacheco, marqués de Villena, y de su hermano Alonso, conde de Ureña,
en cuya custodia se hallaba la “Beltraneja”, hija del mencionado monarca Don
Enrique IV.
Llegó el maestre Téllez Girón a Ciudad
Real, donde mantenían su fidelidad a la reina Doña Isabel la Católica, con la
esperanza de ganarse la confianza de los realengos, pero como vio agotados
todos los recursos y engaños sin posibilidad de acuerdo alguno, echó mano a
otras artimañas, tales como el hacer valer, según él, el título de donación que
había aprobado con su firma Sancho el Bravo y que jamás los de nuestra ciudad
quisieron reconocer. Por esta causa se entablaron diversas congruencias que
terminaron en dramático desenlace. Según la tradición histórica de cronistas
antiguos, en una de las sesiones o reuniones que mantuvieron en el alcázar el
maestre Téllez Girón y varios vecinos de Ciudad Real, representados por
Fernando de Poblete, los realengos se negaron a entregar la ciudad al soberbio
maestre. Al salir los dos comisionados del salón del palacio a un patio
contiguo y “estando hablando debajo de un granado que había en él, sacó un
puñal el maestre y dio por las tripas una puñalada a Fernando de Poblete y se
retiró dejándole muerto”. Ante este suceso, los compromisos y avenencias ya
acordados dieron marcha atrás, quedando el vecindario dividido en dos partidos,
uno fiel al juramento de fidelidad otorgado hacia los Reyes Católicos, y el
otro prestando ayuda al maestre de Calatrava.
Dentro de la servidumbre que habitaba el
alcázar se encontraba algunos simpatizantes del maestre, los que puestos de
acuerdo con él, le facilitaron la salida “traidoramente” por un postigo que
salía al campo, el que después se denominaría “Postigo de la Traición”. Después
de dura batalla entre calatravos y realengos, leales y traidores, los primeros
se adueñaron de la ciudad. Enterados los Reyes Católicos de aquella sangrienta
contienda, enviaron en ayuda y auxilio de los atemorizados vecinos al conde de
Cabra con numeroso ejército y al maestre de la Orden de Santiago, D. Rodrigo
Manrique (padre del que fue famoso poeta, Jorge Manrique), los que unidos con
los leales de la ciudad lograron arrojar a los calatravos fuera de sus
dominios.
Estos tristes acontecimientos,
originaron que los Reyes Católicos determinaran “que fueran destruidas y
arruinadas muchas de las casas que habían servido de defensa a los contrarios”,
haciendo donación del alcázar de Ciudad Real a D. Fernando Cervera, natural de
esta ciudad, que estaba al servicio de la corte como apoderado de los monarcas,
despachándose cédula de posesión en Valladolid con fecha 15 de agosto de 1475.
De aquel antiguo alcázar sólo queda hoy
un arco de puerta ojival, del que Eduardo Portuondo hacía la siguiente
descripción a principios de nuestro siglo: “…las dovelas del arco tienen el
frente liso y vertical, lo que le da una sencillez extrema. Su único adorno es
un bocel cuyo saliente bordea el arco, próximo a la arista externa del
intradós, interrumpiendo la estrecha línea del bocel unas piedras algo más
gruesas y salientes, dos en la parte superior y otras dos promediando las
descendentes. Sobre estas piedras o pequeños sillarejos, bien pudieron estar
tallados como se dice, signos heráldicos y cabezas de leones formando parejas,
como signos heráldicos de Don Alfonso el Sabio; pero lo cierto es que, en su
estado actual no puede afirmarse sino en razón a su verosimilitud por no llevar
rastro de otro blasón la puerta. El arco no es nada estrecho en su vano, al
contrario de lo que era más general en el siglo XIII, al que corresponde. Se
halla asentado sobre fuertes y bajos machones laterales y por la espalda forma
un recinto más alto que su clave, cubierto por una bovedilla rebajada”.
El citado arco de la puerta del alcázar
se halla en la actualidad en la zona que lleva su mismo nombre. “Torreón del
Alcázar”, para que grandes y chicos tratemos de comprender, como efemérides
histórica, lo que significó para nuestra ciudad aquel regio palacio, donde
todos los reyes medievales dejaron huella y desprendieron historia.
Francisco
Pérez Limón (Diario Lanza, Extra Feria de Ciudad Real, 14 de agosto de 1990,
páginas 28 y 29)
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