De retazos, voy a componer estas notas.
Y habrá suficiente.
Noticia de prensa... (LANZA del 9 de
noviembre):
“Córdoba,
9- (Cifra.) Por el Ministerio de Educación Nacional ha sido aprobado un plan de
obras de restauración de las murallas antiguas que se conservan en el barrio
llamado Alcázar Viejo”.
Noticia que, de Ciudad Real, me trae una
carta en el mismo correo que ese número de LANZA:
“El otro día, estuve hablando con el
diseño del Torreón y me dijo que tendrá que derribar el arco del Alcázar”.
Copio de mi acervo de papelotes viejos
las siguientes lamentaciones. Están escritas por un paisano nuestro en el
primer tercio del siglo XIX y al Ciudad Real de ese y anteriores siglos se
refieren:
“En esta ciudad no oye usted decir otra
cosa que aquí hubo. Mala palabra. Todo se ha disipado; se ha asolado. Ya no
existen, cómo en otros pueblos, fomentar con el amor y el ardor de sus hijos. Aquí
están apáticos y dejan asolar y no queda más que el nombre de lo que fue, y si
no bien claro así se demuestra: ¿En dónde están las famosas fábricas que tenía
Ciudad Real? Y enumera las “fábricas asoladas, los privilegios perdidos, los
tribunales fugados el igual que la Chancillería y la Inquisición”, para
continuar repitiendo que “el pueblo está asolado con inundaciones y oyendo a
cada momento: aquí estuvo. Si una casa se cae no la levantan y así quedan
solares donde siembran panizo y otras plantas. A todo lo referido muchos de los
hijos de esta ciudad debían haber salido a su defensa y han estado apáticos
diciendo: guárdeme yo y mi casa y lo demás, ¡húndase el mundo! ¿Cáigase lo que
se cayere?, bueno”… y sigue en ocho folios manuscritos que curioso seria
reproducir íntegros, pero… para muestra, bien está. Yo no sé los folios que
llenaría a la vista de las cosas que van “asolando”.
Copio y resumo lo que contesté a “doña Curiosidad”
cuando este verano, me dio la noticia del peligro de demolición en que estaba
el Torreón del Alcázar. Lo publicó LANZA, el día 5 de agosto último:
“Sería otro formidable borrón, ¡y no hay
pocos ni chicos!, que ofrecer a nuestra vergüenza en el próximo centenario
fundacional. ¡Dígaselo al gobernador! ¡Dígaselo al alcalde y la Diputación en
pleno y a esa linfática, inoperante y comatosa – si no es muerta, más le
valiera! - ¡Comisión de Monumentos! ¡Sépalo Regiones Devastadas y el Ministerio
de Turismo y los Altos Poderes del estado! ¡Óiganlo los ciudarrealeños todos!; remiéndese
tales desacatos a la ciencia. El patrimonio nuestro, nuestro, al recuerdo a
nuestro pasado, a nuestro Alfonso X y Juan II, a nuestra honra de ser de aquí,
a nuestro buen nombre fuera de aquí. Presentamos el 1955 limpios, cultos,
remediadores del mal que nos hacen. De otro modo sonaran a hueco homenajes,
discursos, visitas oficiales, concursos, certámenes, fiestas… ¡Pobres pueblos
que prefieren el gris de la uniformidad nueva, sin carácter! ¡Benditos sean
aquellos que guardan el pasado con salvaje celo avariento y, sin mezcolanzas ni
deterioros, abren los brazos al presente! ¡Desdichados los pueblos sin
Historia! ¡Despreciables los que la tienen y la pierden alegre, frívola,
insustancialmente!”.
Después de lo escrito hubo una
interesante excursión histórico-artística por la ciudad –de la cual publicó un
resumen algo incompleto don Emilio- y por las impresiones en ella, creí que se
había salvado el famoso Torreón, único girón de Alcázar, pero, ¡ya ves lector! el
peligro arrecia a juzgar por la carta que me envían.
¡S.O.S! señor gobernador, señor
presidente de la Diputación, señor alcalde mayor, ¡que nos van a hundir lo
único que nos queda del Alcázar! ¡Que ya lodaron sus no modernas y si rancias y
curiosas y geológicamente interesantes cuevas de estratos calizos, horizontales, salpicados de
inclusiones de cenizas y bombas volcánicas, con sus techos planos, con sus
paredes bellamente veteadas por los estratos y perfectamente verticales! Por
esas cuevas corrió y de ellas despavorido salió al campo don Juan II cuando
estando en el Alcázar, tembló el suelo de Ciudad Real. ¡¡ Que fatalmente van a
arruinar el arco del Alcázar “por
cuestiones económicas”,
y habremos de sonrojarnos en las fechas
que se aproximan, sin ir más lejos, alguien nos la tire a la cara!! ¡¡S.O.S.
señores gobernador civil, presidente de la Diputación, alcalde mayor!!
Triste contraste: Córdoba, Ciudad Real.
¡Triste coincidencia entre el Ciudad Real de los siglos XVIII y XIX y el Ciudad
Real de mediados del XX!
¡Ah!, como va de copias, lee amigo de la
misma carta que antes cito:
“Parece ser que el arquitecto del
Ministerio le han ofrecido la plazuela de San Francisco para edificar la nueva
Escuela de Artes y Oficios”.
Siempre creí que las plazuelas públicas,
por ser esto último no podían dejar de ser eso: plazuelas y, todo lo más, plazuelas públicas amenas y con
ornato, pero, claro como ya le hicieron aparcadero –no sé por qué razón- dirán:
¿qué más da quitar de una vez a los habitantes esa zona de expansión ciudadana profanada?
¡Dios y se quedaran tan frescos!
¿Hay tanta escasez de solares en el
casco urbano como para birlarle una plaza pública a Ciudad Real? Además,
¡cuidado, Jerónimo, no sea, si peta al ofrecimiento, que tu aun no embrionaria
nueva escuela establezca pujilarode secularidad constructiva con el vecino
Hogar Provincial!
El señor arquitecto del Ministerio por
lo visto no aceptó el solar del Prado para elevar dicho centro docente, como no
lo quisieron para elevar ilusorio y flamante hotel. Me parecen de perlas
semejantes decisiones, negativas, por la sencilla razón de que, de este modo, queda
perdurable y bien visible el alegre y cruel crimen cometido con el olmo sano y
gigante y el pozo útil de la Virgen. ¡Ahí, para “inri”, -en las mismísimas cercanías
del paseo del Prado!
¡Más! Otra carta, sincrónica con la
citada y con la noticia de LANZA comentadas pone:
“Han revocado la parte baja de la
fachada de las Dominicas con cemento verde manzana. ¡La han hecho polvo! Han
tirado la casa de la calle General Rey, esquina a la de la Palma ¿Dónde habrán
ido a parar los sillares que hacia chaflán y el escudo y los pajes o angelotes
que lo sostenían y la coronaba?
“¡Otro escaloncito! Tantos escalones se
lo han derrotado a la escalera que ya no hay quien suba por ella” –escribía nuestro
narrador del siglo XVIII al XIX comentando las cosas que fue perdiendo Ciudad
Real hasta aquellos entonces, y, a lo justo, como anillo al dedo, podíamos repetirlo
en lo tocante a los desafueros perpetrados en nuestros días con las pocas
antiguallas, sabrosas y encantadoras, que nos quedan aún.
Ciertamente y por desdicha, recordando
la frase famosa: Hoy “parece que fue ayer”.
¿Verdad que hay días aciagos para
recibir noticias?
JULIÁN
ALONSO RODRIGUEZ, Cronista de Ciudad Real. (Diario “Lanza” jueves 11 de
noviembre de 1954, página 3)
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