El día 2 de enero de este año de 1962,
la prensa local de Ciudad Real da la noticia del hundimiento del Torreón del
Alcázar de Alfonso X el Sabio. El hundimiento ha tenido lugar el día de Año
Nuevo. La noticia se acompaña de una fotografía de la histórica reliquia debida
a la cámara y cuidado de don Julián Alonso, cronista de la capital. También se
dice allí que D. José María Martínez Val, Presidente de la Comisión de
monumentos –y aunque el Torreón no estaba declarado tal-, se había dirigido a
la Dirección General de Bellas Artes y al Ayuntamiento de Ciudad Real recabando
ayuda para su conservación, sin obtener resultados.
El miércoles 3 de enero, el mismo diario
“Lanza” reproduce un artículo de doña Isabel Pérez Valera, Directora de la Casa
de la Cultura, aparecido en el “Boletín de Información Municipal”, núm. 4, de
octubre último, intitulado “El Torreón del Alcázar”: hace historia del Alcázar
y recomienda la conservación del monumento.
El día 5 se publica una fotografía de
Herrera Piña. El viejo Torreón es ahora un montón de piedras, al pie de uno de
los pilares de fábrica, aún intacto. Porque hay que decir que el llamado
torreón era en realidad una puerta de piedra labrada, suponemos perteneciente a
la muralla que rodearía el primer recinto del Alcázar.
El jueves 18 de enero, aparece un
artículo elegíaco de don Julián Alonso, con este título: “¿Qué queda ya?” La
alarma del señor Alonso es tan grande y tan fundada que llega a temer por la
suerte de otros preciados restos históricos de Ciudad Real, y pide a la Casa de
Cultura una oportunidad para exponer documentos gráficos que posee del antiguo
Ciudad Real.
Posteriormente hemos podido comprobar la
resonancia que el acontecimiento ha tenido en la prensa nacional, y hemos
recordado con emoción un trabajo de D. Emilio Bernabéu, de 4 de junio de 1952,
en cuyo título se incluía una angustiosa pregunta: “Ciudad Real ¿el lugar
maldito?” Lo cierto que el Alcázar del Rey Sabio, cuyos materiales de construcción,
con privilegios de portazgo, empezaron a acarrearse en 1256 –el año siguiente
al de la fundación de la ciudad- y terminaron en 1312, no quedan más que las
piedras numeradas previamente por el actual propietario de los terrenos, don
José Lomas, y unas fotografías. Quizá el viejo Torreón aprovecho las lluvias
para echarse en el suelo mullido y apremiar así a quienes han de reconstruirlo
en serio. Las piedras labradas por nuestros antepasados del siglo XIII, el más
glorioso de Europa, son blandas, algunas se han roto al caer, pero todas están vivas,
como estaban los cacharros de cerámica numantina del museo de Soria, cuando
fueron recogidos del suelo hechos añicos. La verdad es que el Torreón de nuestro Alcázar
desconocido de Alfonso X, se ha derrumbado en el suelo, no piedra a piedra como
acontece a los cuerpos inanimados, sino de golpe y a plomo, como las personas minadas
por el sufrimiento y sostenidas no más que por la esperanza. Decimos desde aquí
que si estas piedras recogidas ahora con cariño , una a una, por don José Lomas,
no oyen la voz de “arriba” de las Instituciones que pueden y deben hacerlo,
nosotros, los que hemos recibido lecciones de Historia y de espiritualidad
durante años, atribuiremos un significado al hundimiento del Torreón del
Alcázar. Porque ¿quien tiene derecho a tranquilizar la conciencia diciendo que
esto, una reliquia del pasado, es un estorbo, o bien que es “un montón de
piedras?” ¿Un montón de piedras ha dicho usted?
G.R.G.
(Revista “Calatrava”, 00-01-1962, página 5)
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