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martes, 23 de junio de 2015

EL REAL ALCÁZAR DE CIUDAD REAL (II)



En el mes de abril del año de 1431, permaneció durante tiempo en nuestra capital el Rey Juan II, y estando el monarca en su Alcázar “en martes 24 días del mes de abril, quando a la hora de vísperas, hizo terremoto que cayeron algunas almenas del Alcázar e muchas tejas, e abriose una pared en el Monasterio de San Francisco, e cayeron dos piedras de la bóveda de la Capilla de la Iglesia de San Pedro. El Rey estaba durmiendo, e como sintió el terremoto, salió a muy gran prisa al patio del Alcázar e donde al campo”.

Precisamente en el siglo XV, los ciudadrealeños se declararon partidarios de la Reina Isabel y después de una serie de incidencias, como el juramento que prestaron los calatravos y los Magnates de la Ciudad, en la Iglesia de Santo Domingo, el Maestre de Calatrava, D. Rodrigo Téllez de Girón se apoderó de Ciudad Real y se estableció en el Real Alcázar; los vecinos acudieron a los Reyes Católicos exponiendo la situación y éstos enviaron al Conde de Cabra y a D. Rodrigo de Manrique que consiguieron expulsar al Maestre calatravo.

Los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, también residieron en el Alcázar y en el año 1475 hicieron donación del mismo a Fernando de Cervera, natural de Ciudad Real y otorgándole el título de “Aposentador de Sus Altezas”. Con el pretexto de que era “para su mejor sostenimiento y defensa”, por lo que desde entonces pasó nuestro Real Alcázar a ser propiedad particular.

El cronista Alonso nos aporta un dato trascendente: “El actual arco ha llegado a nuestros días gracias al Marqués de Villamediana, que hace más de un siglo, debido a su estado ruinoso, y a sus expensas, fortificó la puerta que amenazaba derrumbarse”.

Los últimos propietarios de los terrenos y ruinas del Real Alcázar de Ciudad Real fueron el Marqués de Villamediana, luego Dimas García del Moral, Evelio Coronado Palop, la familia Ontañón y el último propietario antes de su expropiación para hacer el polígono, fue José Lomas Recuero.

En los años cincuenta, más concretamente en 1954 se desató la polémica ante el estado ruinoso del último resto del palacio real. Se trataba de una de sus puertas de acceso al recinto palaciego. Salvadora iniciativa encabezada una vez más por don Julián Alonso Rodríguez, y don Emilio Bernabeu Nobalvos, quienes con valentía y sin paños calientes, ponían “las peras al cuarto” a las autoridades de Ciudad Real, por su despreocupación, insensibilidad y apatía para con el patrimonio de Ciudad Real. Incluso se barajó un hipotético traslado de la puerta del Alcázar Real “piedra a piedra” hasta el parque de Gasset. Julián Alonso así nos lo cuenta y nos dice además; “Cogí en esa ocasión una pequeña bomba volcánica de las empotradas en los estratos donde se abren las recién cegadas viejas cuevas del Alcázar y guardo, como una reliquia, esa “piedra calcinada”, que la llamó uno. Si la elegancia espiritual de mi tierra, en feliz coincidencia con la del mundo nunca olvidado Paco Herencia –tronchada por su prematura muerte- formara algún día un museo sentimental, íntimo y local, a él, donaría ese trozo de la actividad ígnea del Campo de Calatrava en épocas anteriores al advenimiento de la Humanidad. Le pondría una breve leyenda, y la concluiría así: “Año 1954, en el cual perecieron, porque las lodaron las cuevas del Alcázar. Iría acompañada de la fotografía que “patas arriba”, reprodujo LANZA en mis últimas cuartillas... pero, entonces, iré del derecho. Es mala. No fui diestro fotógrafo, pero es la única existente de esos antros por donde pulularon envidias, traiciones, abnegaciones, miedos, crueldades, heroísmos, alegrías, renunciamientos...!la vida!, en suma, de un buen periodo de nuestro pasado... ¡clausurado con tierra! Enterrado.” También Alonso Rodríguez nos da cuenta en su libro; “Excursión por el Norte de la provincia de Ciudad Real” en su pág.8, respecto a las referidas cuevas del Alcázar Real; “Ocasión habrá de visitarlo y hablar de ello. Solo adelantaremos ahora, que los productos eruptivos, en forma de cenizas y bombas de diversos tamaños, podían observarse incluidos en los estratos horizontales, donde están labradas las cuevas cegadas hace poco, del arruinado alcázar ciudadrealeño elevado en tiempos próximos del Alfonso X y del cual solo queda un torreón, recientemente salvado de demolición y declarado por el Estado castillo histórico, incluyéndolo en el Patrimonio Artístico Nacional. Famosas y amplias cuevas, colmadas de leyendas y cargadas de historia, cuyas paredes adornaban, con elegante belleza natural, los finos estratos, horizontales, diversamente teñidos y cuyo techo, plano, corresponde a la superficie limitante de dos de ellos”.


Durante ese tiempo hubo una autentica cruzada en pro de salvar a toda consta los restos del Alcázar Real. Aunque en tiempos del Obispo-Prior Piñera interviniera este prelado directamente para que no se perdiera tan singular monumento. Al parecer al Consistorio municipal poco importaba el Alcázar y sus ruinas, así como la Puerta de Alarcos. Fue don Luis Delgado Merchán, quien reiteradas veces publicó en prensa y escribió cartas incluso a la Real Academia de la Historia, pidiendo intervención directa para salvar los restos del Alcázar y otros muchos de la capital manchega.. Todo fue silencio y promesas, hasta que súbitamente fallecía el joven canónigo e historiador defensor del patrimonio. Sería por el año 1925 cuando intervino ante las autoridades el prestigioso Obispo-Prior de las Órdenes Militares Españolas Narciso de Estenaga y Echevarría, -uno de los más descomunales historiadores hispanos- quien intento por todos los medios frenar su derribo. Al fin y con un nuevo propietario de los terrenos del Alcázar Real, -don Dimas García del Moral- la situación pudo sostenerse. Aún así los alcaldes no dieron solución alguna, incluso pidiéndolo los propios obispos-priores, así como los catedráticos e historiadores de la capital.

Cuenta José María Martínez Val en un artículo de época lo siguiente; “Recuerdo la penosa impresión de descuido que tubo por ejemplo el Marqués de Lozoya, cuando en su visita a Ciudad Real, invitado por el Instituto de Estudios Manchegos que me honro en dirigir, lo llevamos a ver el Torreón”. Incluso el catedrático Emilio Bernabeu nos narra elegantemente en un artículo publicado el 9 de diciembre de 1954 en el diario Lanza; “No uno sino varios llamamientos tengo publicados recientemente a las autoridades provinciales y locales sobre el mismo asunto y no hace muchos meses, que tuve el honor de acompañar como académico de la Historia y más bien como cicerone, al excelentísimo señor doctor don José María del Moral, Gobernador Civil y al ilustre Alcalde de esta población don Antonio Ballester, para admirar la venerable portada del que fue Alcázar.” También haría lo mismo años después el profesor Carlos López Bustos, acompañando al profesor Azcárate Ristori. Secundando estas visitas el profesor Francisco Pérez Fernández y algunos historiadores, grandes amantes de nuestro Ciudad Real.

La verdad fue muy distinta y nada se hizo por parte de las autoridades por salvar los venerables restos del Alcázar Real, hasta que dos personajes trascendentes entonces de Ciudad Real, acometieran la empresa de salvarlo definitivamente. Fue don José Lomas Recuero –ultimo propietario del arco y los terrenos- y don Eduardo Matos Barrio, los artífices de la recuperación. Matos fotografió minuciosamente des- de varios de sus ángulos el edificio arqueológico. Impresionando tres instantáneas nítidas y perfectas, ampliándolas a gran tamaño. Se numeraron las piedras una por una. Es decir, tanto el arco como sus vértices laterales y traseros. De igual forma se hizo en las fotografías tomadas artísticamente por el profesor Matos. Todo estaba ya preparado para su desmontaje y restauración cuando el 1 de enero de 1962, a consecuencia de las persistentes lluvias, el ultimo resto del Alcázar Real se vino abajo. Se hundió parcialmente. La impresión que hizo a los historiadores y defensores del Alcázar Real fue desoladora. Si bien es verdad que se le ahorró ese disgusto al profesor Bernabeu, pues falleció en 1958. Alonso montó en cólera, culpando directamente a las autoridades municipales y provinciales por la situación, calificándola de “grave y estúpida” por el constante abandono de tan trascendente resto arqueológico. De inmediato, Pepe Lomas y Eduardo Matos intervinieron para recuperar las piedras siendo trasladas mediante ca-rros y puestas en lugar seguro. Pasaría más de una década hasta su parcial reconstrucción, efectuada sin ningún rigor y no utilizando las fotografías con los sillares numerados, efectuadas magistralmente por el humanista Eduardo Matos. Incluso creo por referencias de Paco Pérez, sobraron piedras las cuales nadie sabe hoy de su paradero. Parte de la ojiva y de los sillares fueron reemplazados por nueva cantería, efectuada con un supremo mal gusto, no respetando la uniformidad del monumento en su fábrica de piedra caliza, e imponiendo en su lugar piedra de distinta naturaleza como es la de novelda. Puede decirse también que se añadieron elementos arquitectónicos inexistentes. Con el agravante, que no fueron colocados como le era propio y legitimo junto a la ojiva, los escudos de Castilla y de León. En consecuencia es un monumento falsamente reconstruido y terminado, similar caso a la puerta del Convento de las Madres Dominicas de Altagracia.


En 1980 nuestro historiador don Hermenegildo Gómez Moreno, publicó un artículo advirtiendo seriamente de la posibilidad de hallar restos arqueológicos importantes, al proyectarse un aparcamiento en la parte posterior o trasera de dicho monumento. Nadie le escuchó. Repetidas ocasiones el profesor Gómez Moreno, me decía en su casa, -cuando en las largas tardes de invierno cambiábamos impresiones sobre Ciudad Real, su historia y su patrimonio-, acerca de la conveniencia de hacer catas arqueológicas, en busca de las cuevas y pasillos del Alcázar Real. Algunos jóvenes licenciados en Historia, tomaban al anciano historiador de Ciudad Real, por un iluso o por un nostálgico de viejas glorias. Incluso yo desde años he defendido las teorías de Alonso, Bernabeu, y Gómez Moreno, y lo más que he logrado es la indiferencia. ¡Ese es el pago quedan nuestros políticos mediocres a los que amamos, defendemos, sentimos y servimos a nuestra amada siempre Ciudad de Reyes!

Hasta el socavón abierto como herida, en las entrañas donde se soportó por largos siglos el Real A lcázar, hemos desfilado los “ciudadrealitos” -como yo cariñosamente califico a mis amigos- a peregrinar al encuentro con nuestra historia; Emilio Martín Aguirre, Jesús León Navarro, Alfredo Miguel Muñoz Espadas, Alberto Carnicer Mena, Antonio García Hidalgo Fernández-Caballero, y otros tantos. Solo nos cabe el deseo como jóvenes y como ciudadrealeños, que la cordura, la razón y la inteligencia, sean lo suficientemente fuertes, para que se respeten estos restos arqueológicos, y prime el interés histórico, patrimonial y general del pueblo más que el económico particular y el político circunstancial.

Ahora cuando la noticia del hallazgo arqueológico nos irrumpió en el mes de enero, como ocurrió aquel primero de enero de 1962, cuando se hundió por desidia y por sorpresa la puerta de acceso al Alcázar Real. Debemos preguntarnos si lodarán o destruirán las cuevas, pasillos y restos de nuestro Alcázar regio, como ya se hizo en 1954.

Y como muestra de respeto hacia quienes levantaron la voz por su defensa, diremos como Alonso; “Que nuestros aldabonazos certeros y sonoros y eruditos y sagaces, despierten a dormidos y estimulen a indolentes, y el bien y el honor de mi tierra sea contigo –se refería al profesor Agostini- . Sobre los que en Ciudad Real nacimos si no sabemos cumplir nuestras obligaciones con el pasado y fuimos culpables “caiga la suerte adversa” como, con en- cantador clasicismo, se deseaba Hipócrates, en su juramento a los dioses, si era perjuro a su profesión médica”.

¡Salvemos y conservemos los restos arqueológicos del Real Alcázar de Ciudad Real! , ¡No dejemos perder nuestras señas de identidad, manteniendo en pie nuestro honor y nuestra historia como defienden otras capitales de provincia del Estado Español! Y con sentimiento de orgullo y muestras de agradecimiento a los reyes que nos dieron nombre, los cuales nos protegieron y fueron nuestra más firme raíz y razón en la existencia de esta anciana y vieja ciudad, mil veces Leal y enteramente Noble. Llamada en Castilla, en España y al mundo entero con ímpetu y gloria; CIUDAD REAL a la historia única y  sola.

José Liberto López de la Franca (Diario “El Día de Ciudad Real, domingo 5 de marzo de 2006, páginas 14 y 15  http://libertolopezdelafranca.com/wp-content/uploads/2014/11/Historia-del-Real-Alcazar-de-Ciudad-Real-Capital.pdf )


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