En el mes de
abril del año de 1431, permaneció durante tiempo en nuestra capital el Rey Juan
II, y estando el monarca en su Alcázar “en martes 24 días del mes de abril,
quando a la hora de vísperas, hizo terremoto que cayeron algunas almenas del
Alcázar e muchas tejas, e abriose una pared en el Monasterio de San Francisco,
e cayeron dos piedras de la bóveda de la Capilla de la Iglesia de San Pedro. El
Rey estaba durmiendo, e como sintió el terremoto, salió a muy gran prisa al
patio del Alcázar e donde al campo”.
Precisamente en
el siglo XV, los ciudadrealeños se declararon partidarios de la Reina Isabel y
después de una serie de incidencias, como el juramento que prestaron los calatravos
y los Magnates de la Ciudad, en la Iglesia de Santo Domingo, el Maestre de
Calatrava, D. Rodrigo Téllez de Girón se apoderó de Ciudad Real y se estableció
en el Real Alcázar; los vecinos acudieron a los Reyes Católicos exponiendo la
situación y éstos enviaron al Conde de Cabra y a D. Rodrigo de Manrique que
consiguieron expulsar al Maestre calatravo.
Los Reyes
Católicos, Fernando e Isabel, también residieron en el Alcázar y en el año 1475
hicieron donación del mismo a Fernando de Cervera, natural de Ciudad Real y
otorgándole el título de “Aposentador de Sus Altezas”. Con el pretexto de que
era “para su mejor sostenimiento y defensa”, por lo que desde entonces pasó
nuestro Real Alcázar a ser propiedad particular.
El cronista
Alonso nos aporta un dato trascendente: “El actual arco ha llegado a nuestros
días gracias al Marqués de Villamediana, que hace más de un siglo, debido a su
estado ruinoso, y a sus expensas, fortificó la puerta que amenazaba
derrumbarse”.
Los últimos
propietarios de los terrenos y ruinas del Real Alcázar de Ciudad Real fueron el
Marqués de Villamediana, luego Dimas García del Moral, Evelio Coronado Palop,
la familia Ontañón y el último propietario antes de su expropiación para hacer
el polígono, fue José Lomas Recuero.
En los años
cincuenta, más concretamente en 1954 se desató la polémica ante el estado
ruinoso del último resto del palacio real. Se trataba de una de sus puertas de
acceso al recinto palaciego. Salvadora iniciativa encabezada una vez más por
don Julián Alonso Rodríguez, y don Emilio Bernabeu Nobalvos, quienes con
valentía y sin paños calientes, ponían “las peras al cuarto” a las autoridades de
Ciudad Real, por su despreocupación, insensibilidad y apatía para con el
patrimonio de Ciudad Real. Incluso se barajó un hipotético traslado de la
puerta del Alcázar Real “piedra a piedra” hasta el parque de Gasset. Julián Alonso
así nos lo cuenta y nos dice además; “Cogí en esa ocasión una pequeña bomba
volcánica de las empotradas en los estratos donde se abren las recién cegadas
viejas cuevas del Alcázar y guardo, como una reliquia, esa “piedra calcinada”,
que la llamó uno. Si la elegancia espiritual de mi tierra, en feliz
coincidencia con la del mundo nunca olvidado Paco Herencia –tronchada por su
prematura muerte- formara algún día un museo sentimental, íntimo y local, a él,
donaría ese trozo de la actividad ígnea del Campo de Calatrava en épocas
anteriores al advenimiento de la Humanidad. Le pondría una breve leyenda, y la
concluiría así: “Año 1954, en el cual perecieron, porque las lodaron las cuevas
del Alcázar. Iría acompañada de la fotografía que
“patas arriba”, reprodujo LANZA en mis últimas cuartillas... pero, entonces,
iré del derecho. Es mala. No fui diestro fotógrafo, pero es la única existente
de esos antros por donde pulularon envidias, traiciones, abnegaciones, miedos,
crueldades, heroísmos, alegrías, renunciamientos...!la vida!, en suma, de un
buen periodo de nuestro pasado... ¡clausurado con tierra! Enterrado.” También
Alonso Rodríguez nos da cuenta en su libro; “Excursión por el Norte de la
provincia de Ciudad Real” en su pág.8, respecto a las referidas cuevas del
Alcázar Real; “Ocasión habrá de visitarlo y hablar de ello. Solo adelantaremos
ahora, que los productos eruptivos, en forma de cenizas y bombas de diversos
tamaños, podían observarse incluidos en los estratos horizontales, donde están
labradas las cuevas cegadas hace poco, del arruinado alcázar ciudadrealeño
elevado en tiempos próximos del Alfonso X y del cual solo queda un torreón,
recientemente salvado de demolición y declarado por el Estado castillo
histórico, incluyéndolo en el Patrimonio Artístico Nacional. Famosas y amplias
cuevas, colmadas de leyendas y cargadas de historia, cuyas paredes adornaban,
con elegante belleza natural, los finos estratos, horizontales, diversamente
teñidos y cuyo techo, plano, corresponde a la superficie limitante de dos de
ellos”.
Durante ese
tiempo hubo una autentica cruzada en pro de salvar a toda consta los restos del
Alcázar Real. Aunque en tiempos del Obispo-Prior Piñera interviniera este
prelado directamente para que no se perdiera tan singular monumento. Al parecer
al Consistorio municipal poco importaba el Alcázar y sus ruinas, así como la
Puerta de Alarcos. Fue don Luis Delgado Merchán, quien reiteradas veces publicó
en prensa y escribió cartas incluso a la Real Academia de la Historia, pidiendo
intervención directa para salvar los restos del Alcázar y otros muchos de la
capital manchega.. Todo fue silencio y promesas, hasta que súbitamente fallecía
el joven canónigo e historiador defensor del patrimonio. Sería por el año 1925
cuando intervino ante las autoridades el prestigioso Obispo-Prior de las Órdenes
Militares Españolas Narciso de Estenaga y Echevarría, -uno de los más
descomunales historiadores hispanos- quien intento por todos los medios frenar su
derribo. Al fin y con un nuevo propietario de los terrenos del Alcázar Real, -don
Dimas García del Moral- la situación pudo sostenerse. Aún así los alcaldes no
dieron solución alguna, incluso pidiéndolo los propios obispos-priores, así
como los catedráticos e historiadores de la capital.
Cuenta José
María Martínez Val en un artículo de época lo siguiente; “Recuerdo la penosa
impresión de descuido que tubo por ejemplo el Marqués de Lozoya, cuando en su
visita a Ciudad Real, invitado por el Instituto de Estudios Manchegos que me
honro en dirigir, lo llevamos a ver el Torreón”. Incluso el catedrático Emilio
Bernabeu nos narra elegantemente en un artículo publicado el 9 de diciembre de
1954 en el diario Lanza; “No uno sino varios llamamientos tengo publicados
recientemente a las autoridades provinciales y locales sobre el mismo asunto y
no hace muchos meses, que tuve el honor de acompañar como académico de la
Historia y más bien como cicerone, al excelentísimo señor doctor don José María
del Moral, Gobernador Civil y al ilustre Alcalde de esta población don Antonio
Ballester, para admirar la venerable portada del que fue Alcázar.” También
haría lo mismo años después el profesor Carlos López Bustos, acompañando al
profesor Azcárate Ristori. Secundando estas visitas el profesor Francisco Pérez
Fernández y algunos historiadores, grandes amantes
de nuestro Ciudad Real.
La verdad fue
muy distinta y nada se hizo por parte de las autoridades por salvar los venerables
restos del Alcázar Real, hasta que dos personajes trascendentes entonces de
Ciudad Real, acometieran la empresa de salvarlo definitivamente. Fue don José
Lomas Recuero –ultimo propietario del arco y los terrenos- y don Eduardo Matos
Barrio, los artífices de la recuperación. Matos fotografió minuciosamente des- de
varios de sus ángulos el edificio arqueológico. Impresionando tres instantáneas
nítidas y perfectas, ampliándolas a gran tamaño. Se numeraron las piedras una
por una. Es decir, tanto el arco como sus vértices laterales y traseros. De igual
forma se hizo en las fotografías tomadas artísticamente por el profesor Matos. Todo
estaba ya preparado para su desmontaje y restauración cuando el 1 de enero de
1962, a consecuencia de las persistentes lluvias, el ultimo resto del Alcázar Real
se vino abajo. Se hundió parcialmente. La impresión que hizo a los
historiadores y defensores del Alcázar Real fue desoladora. Si bien es verdad
que se le ahorró ese disgusto al profesor Bernabeu, pues falleció en 1958. Alonso
montó en cólera, culpando directamente a las autoridades municipales y
provinciales por la situación, calificándola de “grave y estúpida” por el
constante abandono de tan trascendente resto arqueológico. De inmediato, Pepe
Lomas y Eduardo Matos intervinieron para recuperar las piedras siendo trasladas
mediante ca-rros y puestas en lugar seguro. Pasaría más de una década hasta su
parcial reconstrucción, efectuada sin ningún rigor y no utilizando las
fotografías con los sillares numerados, efectuadas magistralmente por el
humanista Eduardo Matos. Incluso creo por referencias de Paco Pérez, sobraron
piedras las cuales nadie sabe hoy de su paradero. Parte de la ojiva y de los
sillares fueron reemplazados por nueva cantería, efectuada con un supremo mal
gusto, no respetando la uniformidad del monumento en su fábrica de piedra
caliza, e imponiendo en su lugar piedra de distinta naturaleza como es la de
novelda. Puede decirse también que se añadieron elementos arquitectónicos
inexistentes. Con el agravante, que no fueron colocados como le era propio y
legitimo junto a la ojiva, los escudos de Castilla y de León. En consecuencia
es un monumento falsamente reconstruido y terminado, similar caso a la puerta
del Convento de las Madres Dominicas de Altagracia.
En 1980 nuestro
historiador don Hermenegildo Gómez Moreno, publicó un artículo advirtiendo
seriamente de la posibilidad de hallar restos arqueológicos importantes, al
proyectarse un aparcamiento en la parte posterior o trasera de dicho monumento.
Nadie le escuchó. Repetidas ocasiones el profesor Gómez Moreno, me decía en su
casa, -cuando en las largas tardes de invierno cambiábamos impresiones sobre
Ciudad Real, su historia y su patrimonio-, acerca de la conveniencia de hacer
catas arqueológicas, en busca de las cuevas y pasillos del Alcázar Real.
Algunos jóvenes licenciados en Historia, tomaban al anciano historiador de
Ciudad Real, por un iluso o por un nostálgico de viejas glorias. Incluso yo
desde años he defendido las teorías de Alonso, Bernabeu, y Gómez Moreno, y lo
más que he logrado es la indiferencia. ¡Ese es el pago quedan nuestros
políticos mediocres a los que amamos, defendemos, sentimos y servimos a nuestra
amada siempre Ciudad de Reyes!
Hasta el socavón
abierto como herida, en las entrañas donde se soportó por largos siglos el Real
A lcázar, hemos desfilado los “ciudadrealitos” -como yo cariñosamente califico
a mis amigos- a peregrinar al encuentro con nuestra historia; Emilio Martín
Aguirre, Jesús León Navarro, Alfredo Miguel Muñoz Espadas, Alberto Carnicer
Mena, Antonio García Hidalgo Fernández-Caballero, y otros tantos. Solo nos cabe
el deseo como jóvenes y como ciudadrealeños, que la cordura, la razón y la
inteligencia, sean lo suficientemente fuertes, para que se respeten estos
restos arqueológicos, y prime el interés histórico, patrimonial y general del pueblo
más que el económico particular y el político circunstancial.
Ahora cuando la
noticia del hallazgo arqueológico nos irrumpió en el mes de enero, como ocurrió
aquel primero de enero de 1962, cuando se hundió por desidia y por sorpresa la
puerta de acceso al Alcázar Real. Debemos preguntarnos si lodarán o destruirán
las cuevas, pasillos y restos de nuestro Alcázar regio, como ya se hizo en
1954.
Y como muestra
de respeto hacia quienes levantaron la voz por su defensa, diremos como Alonso;
“Que nuestros aldabonazos certeros y sonoros y eruditos y sagaces, despierten a
dormidos y estimulen a indolentes, y el bien y el honor de mi tierra sea
contigo –se refería al profesor Agostini- . Sobre los que en Ciudad Real
nacimos si no sabemos cumplir nuestras obligaciones con el pasado y fuimos
culpables “caiga la suerte adversa” como, con en- cantador clasicismo, se
deseaba Hipócrates, en su juramento a los dioses, si era perjuro a su profesión
médica”.
¡Salvemos y
conservemos los restos arqueológicos del Real Alcázar de Ciudad Real! , ¡No
dejemos perder nuestras señas de identidad, manteniendo en pie nuestro honor y
nuestra historia como defienden otras capitales de provincia del Estado
Español! Y con sentimiento de orgullo y muestras de agradecimiento a los reyes
que nos dieron nombre, los cuales nos protegieron y fueron nuestra más firme
raíz y razón en la existencia de esta anciana y vieja ciudad, mil veces Leal y
enteramente Noble. Llamada en Castilla, en España y al mundo entero con ímpetu
y gloria; CIUDAD REAL a la historia única y
sola.
José Liberto López de la Franca
(Diario “El Día de Ciudad Real, domingo 5 de marzo de 2006, páginas 14 y
15 http://libertolopezdelafranca.com/wp-content/uploads/2014/11/Historia-del-Real-Alcazar-de-Ciudad-Real-Capital.pdf )
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