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martes, 1 de septiembre de 2015

PRIMITIVOS BARRIOS DE LA VILLA REAL



Al otorgar Alfonso X la carta Puebla con tan abundantes privilegios, Villa Real se vio influenciada por numerosos y nuevos vecinos, venidos desde distintas partes del país. Pronto la ciudad contó con tres barrios de heterogéneas clases sociales, que el mismo monarca se encargó de asignarles, a cada rango su lugar correspondiente. El pueblo villarrealengo comenzó a desarrollarse como por encanto, al calor de las muchas prioridades y exenciones, de tal forma que, la villa, tan querida por el rey don Alfonso, se fue transformando y ensanchando hasta llegar a ser una de las ciudades españolas más importantes de aquella época.
 
Reproducción del escudo de Ciudad Real en la puerta del antiguo “Asador Villa Real” en la calle Postas

Barrios cristianos

En principio, antes de fundar el  X rey de Castilla su “gran é bona villa”, era el Pozuelo de D. Gil un pequeño barrio en el que vivían humildes y pacíficos campesinos. Nos dice Delgado Merchán que, esta pequeña aldea, estaba habitada por gentes que profesaban el cristianismo, y que el barrio se deslizaba por la hoy Plaza del Pilar (donde la tradición afirma que se encontraba el pozo del que la aldea tomó nombre); pasaba por “el Prado” y se extendía hacia el Noroeste de la ciudad, por donde se hallan en la actualidad las conocidas calles: Reyes, Infantes, Real, Zarza, Ciprés, Camarín y Azucena. Pasados los años, este barrio, que lindaba con la “Morería”, se denominó “Barrio de la Virgen”, por estar adscrito a la iglesia de Sta. María del Prado. Ya en el siglo XV, con la ampliación de otras calles, se le unió el “Barrio de Santa María”, y parece ser que, por su área, llegó a ser el mayor de la ciudad. Estas calles que se fueron uniendo al primitivo barrio (comenta Haim Beinart), eran: “Toledo, Calatrava, Alarcos, Puerta de Santa María, calle de Diego Muñoz, calle de Caballeros, Lentejuela o Lencejuela, calle de Diego García Herrador, calle de Rodrigo Regidor, Pedrera, calle Cerrada de la Torre de la Merced, calle de Mombeltran, calle de la Torre del Olivilla, calle de Santa María”.

Además del primitivo barrio cristiano, que se desarrollaba alrededor de la iglesia de Santa María del Prado, se estableció en la nueva villa una segunda población cristiana, la que poco a poco se fue ubicando en las proximidades del regio alcázar. Asegura Delgado Merchán que, “este barrio fue el primitivo asiento de Villa Real, y que ésta con su municipio o concejo como entidad de población independiente, fue la sucesora de Alarcos cuyo abolengo histórico explica satisfactoriamente, de una manera racional y lógica, el por qué esta antigua matriz quedó siendo suburbio anejo a las jurisdicción de la parroquia de San Pedro hasta nuestros días, y que por esta razón fue aquel barrio centro donde donde fijaron su residencia las familias más linajudas de Ciudad Real: los Velascos y Chinchillas, los Torres, los Poblete, los Céspedes, Pulgares, Villaquirán, Loaisas, Carrillos, Treviños, Aguileras, Veras, Valdepeñas, Guevaras, Cocas, Hoces, Mexias de la Cerda, Monzolos, Estradas, González Pintado, Velarde, Salvatierra y otros de que hacen mención honrosa añejos documentos”.

La calle Ciprés mantiene su nombre desde la fundación de Ciudad Real. Perteneció siempre al barrio cristiano y al denominado “Barrio de la Virgen”

De ese barrio surgieron las pintorescas calles: La Mata, Lanza, Cuchilleria, Ciruela, Alarcos, Plazuela de San Francisco, Alcázar, Palma, Joven, etc., y otras que documentos inquisitoriales nos dejaron por recuerdo: calle del Conejo Viejo, calle Fernando Treviño, calle de Ballesteros, calle Monteagudo el viejo, calle de Correhería…

Dentro del marco de este barrio, cristiano, a través de los años, se fueron emplazando infinidad de dependencias oficiales para la administración pública, y gran cantidad de los edificios y monumentos necesarios para la convivencia civil, política y religiosa. Pegado a la muralla se construyó el Palacio Real o Alcázar, y no lejos de él se hallaba el desaparecido convento de San Francisco, la sala de armas del rey, el “vetusto Hospital de San Blas”, la ermita de Ntra. Sra. de Balvaneda, la cárcel pública y la de la Santa Hermandad, las antiguas casas consistoriales…. (todo ya extinguido).

En la disposición de sus calles gravitaban solares de nobles familias y casas señoriales, con sus portales de ladrillos lisos y sus letreros religiosos en la puerta de entrada, en cuyas fachadas jalonaban excelentes escudos nobiliarios. Es lástima que de aquellos ricos edificios no quede ningún vestigio, ni siquiera los viejos escudos heráldicos esculpidos en piedra, pues éstos atestiguarían la influencia y prestigio de los linajes ciudarrealeños.

Hasta los años setenta y ochenta del pasado siglo XX, se podían ver en l antiguo barrio cristiano, edificaciones con siglos de historia. Esta en concreto se encontraba en la calle de los Reyes. La fotografía es de Iferga.

Barrio de la Morería

Al occidente de la ciudad, al otro lado de la iglesia de Santa María del Prado, se les señaló a los musulmanes un barrio separado de los demás. Se extendía por un contorno que empezaba en la llamada “Puerta de Santa María” y seguía por toda la muralla hasta la “Puerta de Alarcos”, cerrándolo en su interior las calles de Alarcos, Postas y Reyes. Dentro de este circuito se encontraban las peculiares y castizas calles: Alamillo, Jara, Olivo, Palomares, Morería, etc.

En el mes de noviembre de 1570, como consecuencia de las guerras de Granada y de las Alpujarras, numerosas familias mudéjares fueron expulsadas de aquellas tierras, obligándolas a internarse en territorios manchegos, por lo que unos dos mil moros vinieron a refugiarse a Ciudad Real. El barrio moro tuvo entonces que ser ampliado por toda la zona del Suroeste, llegando su prolongación hasta las calles del Tinte y Pozo Dulce, y por el Noroeste se extendió por las calles que desembocaban en la “Morería” de nuestra ciudad, como eran las calles Real y Zarza, y las paralelas a aquella, Reyes e infantes.

Los barrios de los moros no estaban, como los de los judíos, sujetos a concretos y señalados límites. Cuando se hizo en nuestra población el primer censo de los moros que habitaban el barrio, éste estaba compuesto por 512 casas. El barrio moro se caracterizaba por la estrechez de sus calles, ubicándose a derecha e izquierda casas enjalbergadas, las que, a pesar de que la cal había puesto su incondicional laconismo blanco, estaban ennegrecidas por el jugo de la humedad. Por lo general estas casas de una sola planta, con bastante fondo, mostrando su portones abiertos a los corrales, donde tenían los aperos de la labranza, los carros varados  para la carga y, en la parte de adentro, las cuadras para el descanso de las mulas. En el exterior las ventanas eran desiguales, y, aunque estaban llenas de clavos, se adornaban con tiestos o macetas llenas de claveles y albahacas. En las puertas de entrada, no faltaban las clásicas aldabas.

La calle Alamillo perteneció al antiguo barrio moro de nuestra ciudad

Cobijadas bajo sus paredes vivían aquellas gentes humildes y mezquinas, las que se ganaban día a día el pan con el sudor de su frente: unos en las artes, las que estimularon y a las que le dieron gran impulso; otros en la industria y el comercio; y los más dedicaron su trabajo a la agricultura, creando senderos, haciendo bellas granjas, generalizando almunias, ideando acequias o canales para la conducción de las aguas, y dando a la tierra y a las plantas la dedicación necesaria para la labranza y el cultivo.

Las moras, que trabajaban igual que los hombres, en los días de descanso tenían por costumbre intimidar con la jota y el guitarreo. Su estatura era moderada, la tez morena y sus ojos negrísimos y resplandecientes. El recuerdo y legado de aquella raza arábiga, se halla repartido por todas las partes de la ciudad: en la faz de sus mujeres, en las formas de las gentes, en las rejas de las casas, en la hospitalidad de sus hombres, en la alegría de las personas, en los guturales gritos de los vendedores ambulantes vociferando sus mercancías… y en tantas y tantas cosas y beneficios que aportaron beneficios con sus laboriosa eficacia y honesta honradez profesional.

En la calle Lentejuela se ubicaba la “Medrisa Menor” o escuela

La mezquita era la de lo más pobre que conoció la historia, y, según el historiador don Juan Almenara y Mexia (citado por Balcázar), estaba situada en el número 9 de la calle Alamillo Alto. A espaldas del templo mahometano, muy cerca de su torre, estaba la casa del “almuecín”, el que desde el minarete convocaba a la oración, unas veces a voces y otras a toque de campana. Sigue diciendo Balcázar, que por entonces, en el año 1431, este cargo era desempeñado por Alí-Hasuf-Lamtunie, y que en la calle de la Lentejuela número 2 y 4, habitaba el más rico del barrio, Aben Mahadi, que descendía de una familia poderosa de Toledo, y en unión de los Hagtif, Rahman y Bedmen, tenía gran influencia y potestad sobre los demás musulmanes de Ciudad Real. En la mencionada calle de la Lentejuela, parece ser, se emplazaba la “Medrisa Menor” o escuela.

Por decreto de 11 de septiembre de 1609, el rey Felipe III acordaba la expulsión de los moros fuera de España. Se les acusaba de ser poco fieles al cristianismo, de almacenar riquezas y de hallarse en combinación con los corsarios musulmanes. Esta resolución afectó en Ciudad Real a 316 familias, y, aunque el censo que oficialmente se firmó delataba sólo 1.580 individuos expulsados, se sostuvo por el ayuntamiento que ascendieron a 5.000 los moros que salieron de la ciudad.

Tras la expulsión de los moros Ciudad Real quedó casi destruida y arruinada, ya que, estas familias como se anotaba anteriormente, se dedicaban en gran parte a la agricultura, al comercio y a las fábricas. La población sufrió un notable descenso como consecuencia de la escasez y pobreza, quedando reducido su vecindario en el año 1621 (según estadísticas de aquellos tiempos) a 5.060 personas.

Puerta que posiblemente perteneció a una antigua Sinagoga de nuestra ciudad. Se encuentra actualmente en el Museo Provincial y su ubicación original fue la calle Libertad enfrente del actual barrio de Vicente Galiana


Barrio Judío

Muchos fueron los hijos de Israel que, aprovechándose de los fueros y privilegios otorgados por el rey don Alfonso el Sabio, vinieron a poblar la recién fundada Villa Real. Venían principalmente de Toledo, Cuenca, y Huete (donde ya existían comunidades), así como de Andalucía. Se instalaron por el lado Oriental de la ciudad, en las inmediaciones de la muralla, entre las Puertas de la Mata y Calatrava.

Quedaba definido el barrio, nos dice Delgado Merchán, por la calle de la Lanza y parte de la calle de La Mata al sur; por la calle de Calatrava al Norte; y hacía Occidente se extendía hasta la de la Paloma (antiguamente calle de Leganitos). La calle principal del barrio, llamada entonces de la “Judería”, separaba a éste en dos partes desiguales. Su superficie perimetral se dilataba de arriba abajo a través de largas y angostas calles, casi paralelas entre sí, para terminar sumergiéndose en las cercanías de la iglesia de Santiago. A la derecha del barrio se encontraban las calles: Culebra (ahora Cardenal Monescillo), Sangre (hoy Conde de la Cañada), Lobo (actual calle de Alcántara), Barrea o Barrera (en el presente Compás de Santo Domingo), y calle de la Peña (en este momento Sancho Panza). A la izquierda se situaban las calles: Tercia (hoy es prolongación de la antes citada Cardenal Monescillo), Cohombro (ahora Corazón de María), y las calles del Refugio y Lirio (éstas no han cambiado de nombre). Durante los motines de 1391 la “Judería” fue saqueada, y su calle principal pasó a denominarse calle Real de Barrio Nuevo. En el año 1483, al instalar allí su sede central el “Santo Oficio”, el pueblo acabó llamándola calle de la Inquisición (hoy calle de la Libertad). A su salida a la calle de La Mata, la de Barrea o Barrera se encontraba cerrada por una verja, ya que, por lo general, los barrios judíos se hallaban cercados con vallas o, bien cerrados por los muros de sus viviendas, comunicándose con el exterior por algunas bocacalles que se encontraban interceptadas por cancelas o puertas de hierro.

Entre las calles de la Barrera y de la Peña estaba ubicada la sinagoga mayor de los judíos, la que posteriormente pasó a ser monasterio dominico, siendo demolido a mediados del siglo XIX.

De los antiguos nombres de las calles del barrio judío, tan solo la calle Refugio conserva el nombre desde la edad media

Al describir Delgado Merchán las sinagogas del barrio judío, habla de un edificio que pudo ser otra sinagoga.

“Estaba situada ésta en el ángulo sudoeste del palacio, que fue, del conde de Montesclaros, y que pasó más tarde a los herederos de don Manuel Maldonado, en la calle del Lirio número 4. La construcción, según parece, no ofrecía a la vista nada de particular; era de planta baja con humildísimo aspecto exterior, destacándose una señal bien marcada de haber tenido una cruz de buen tamaño embebida en el muro de mampostería, y un postigo de reducidas dimensiones, todo en la fachada que iba a la calle del Lirio; pero con su aspecto mezquino contrastaba notablemente una artística y preciosa portada interior, de estilo mudéjar puro, formando arco de herradura ligeramente apuntado o túmido, cuajado todo él de bordados de menudos relieves (ataureque), cuya ornamentación revelaba el gusto árabe-morisco, o su imitación en el periodo de la arquitectura árabe-andaluza, correspondiente al siglo XIV”. También pudo ser que este edificio sirviese de vivienda a algún converso rico, confiscado por el conde, o alguna donación que le hicieron. Sigue diciendo Delgado Merchán que, el reducido cuadrilongo que daba acceso al edificio, igual pudo servir de sala de estrado a la Santa Inquisición que se instaló en el siglo XV en la ciudad.

También Ramírez de Arellano hace referencia a este edificio, pero desgraciadamente no comparte esta última idea de Delgado Merchán, ya que admite que el arco de la puerta de dicha casa, de estilo mudéjar, parece ser que pertenece al último tercio del siglo XV, pero el resto del inmueble era del siglo XIX.

Este arco que, probablemente sería de un templo judío, se halla actualmente expuesto en el Museo Provincial de nuestra ciudad.

Los judíos tenían su alcaná y alcaicería (mercado cerrado) en una corta, pero espaciosa calle o pasadizo, la que iba desde los portales de la Plaza Mayor (frente al actual ayuntamiento) hasta la desembocadura de la calle de Caballeros, en una extensión de 150 pasos longitudinales. A ambos extremos de la calle había dos puertas, que se hallaban abiertas durante el día y se cerraban por la noche. En el lado derecho de la calle que se habla, estaba situada la antigua Casa Consistorial (que se prendió fuego en el año 1396), y en el lado izquierdo ricas casas y tiendas de sedas, paños, brocados, platerías, drogas  y otras mercancías de Oriente, así como bazares con nutrida variación de objetos. Seguramente también en este mercado no faltarían los herbolarios y homeópatas (vendedores de remedios misteriosos).

Fruto de los saqueos y ejecuciones ocurridos en el barrio de la Judería, terminado el siglo XIV, el alcaná y alcaicería perdieron su forma en la concurrencia y afluencia de las gentes que iban de compras, llegando a desaparecer.

Francisco Pérez Limón Diario “Lanza” 15 de agosto de 1989, Extra de Feria de Ciudad Real) 

Distribución del barrio cristiano, judío y moro en un plano medieval de Ciudad Real


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