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martes, 7 de febrero de 2017

COMERCIOS DE LA PLAZA MAYOR EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX (I)



La Plaza Mayor, que ha tenido en lo que va de siglo los nombres de la Constitución y, a partir del año 1939, del Generalísimo. Para quien esto escribe, tiene la Plaza -como era conocida y lo sigue siendo por los ciudarrealeños- un especial tono afectivo, pues en una de sus casas más céntricas tuvo la suerte de nacer. De ahí que de siempre nos hallamos considerado tan hijos de Ciudad Real como el que más y no hallamos cedido a nadie la cota más alta del cariño a la capital.


En esta detallada explicación de lo que ha sido la Plaza - así, con mayúsculas- vamos a procura reflejar los muchos avatares que se sucedieron en su bello recinto desde que la memoria de los que vimos y el recuerdo de lo que oímos a nuestros mayores, nos permita reflejar con el mejor deseo de no dejarnos nada por escribir. Pero justo es consignar aquí que para este remember (no olvide el lector que vamos a remontarnos al principio del siglo y de ahí la palabra utilizada) contamos en su día con dos excelentes informadores, los señores Manuel Tolsada y Jesús Ruiz Lozano, el primero ya desaparecido, y cuya memoria excelente nos sirvió de mucho, reiterándoles el agradecimiento por su inestimable colaboración.


Y vamos ya, sin más preámbulo, con el número I de la Plaza. Era este edificio el primitivo Ayuntamiento de Ciudad Real, su primera Casa Consistorial. Desde ella, a partir de los años 1600 y pico, los antiguos regidores de la ciudad celebrarían sus cabildos y dictarían las disposiciones encaminadas al mayor y mejor desarrollo de la población y a la debida convivencia de sus conciudadanos.


En el mismo local donde ahora se halla la Farmacia Calatayud, estuvo muchos años la tahona de Ayala. Después se instaló una moderna carnicería, cuyo dueño, de nombre Santiago, se había independizado de otro establecimiento análogo muy afamado existente en la misma Plaza. Para entonces ya había desparecido el arco que, al igual que en el Ayuntamiento anterior al actual, unía este edificio número I con la calle de enfrente, donde estaba la Confitería Bermúdez, conocida como "La Deliciosa", que aún se mantiene aunque con otro propietario. Después de la carnicería, ya por el veintitantos, se montó un moderno bar, queremos recordar que con el nombre de "Royalti", propiedad de doña Marina Santos, y a continuación se instaló la actual Farmacia de don Fernando Calatayud, a quien sucediera su hijo don Genaro.


El número 2 de la Plaza estuvo hace muchos años la cordelería de Juan, que por entonces no se había inventado el plástico ni los estropajos metálicos y esta clase de pequeño comercio suponía un buen negocio. Era cordelería y alpargatería. Luego tuvo el local la confitería de Gutiérrez, un daimieleño que si no recordamos mal pasó más tarde a la calle de la Cruz y por los años 40 se transformó en el bar "El Molino, propiedad de Julio Lozano, un moderno establecimiento del ramo. Recordamos que un café en "El Molino" valía 1,25 pesetas. Al cesar el bar, el local pasó a la Óptica Navarrete, que aún subsiste ya sea por muchos años.



También hubo una confitería en el número 3, la de Espadas, que desapareció antes del año 30, pasando a ser la churrería de Amador bastantes años, pero al cesar como industria quedó de vivienda del taxista José Ruiz, más conocido como Pepe "el churrero", un veterano del volante y gran persona, ya fallecido. En el número 4 estuvieron varios lustros la popular taberna de Paco y más tarde Victoriano "El Chato". Aunque no se estilaba tanto como ahora el tomar un vaso de vino en público, a Paco no le faltó clientela y despachaba muchos "chatos" en los breves recipientes de grueso vidrio, muy característicos por aquellas fechas. Hoy el local citado es la panadería y bollería de Luis Jiménez, el hijo de Toribio, donde por seguir la tradición familiar, además de expender pan se vende fruta de calidad.



Ya en la decena del siglo, los número 5 y 6 de la Plaza, en los locales bajos, estaban ocupados por el establecimiento de comestibles y la fábrica de chocolate de Tomás Bueno, traspasado el primero a otro comerciante de comestibles o ultramarinos -como entonces se decía- Wigberto Mora Róspide, al que siguieron años más tarde, ya que por el veintitantos, el Bar "Los Tres Hermanos", que se hizo popular, y posteriormente el Bar Pablo, después el Bar Manolo, dirigido por Manuel Vacas, que durante algún tiempo cesó en esta actividad y quedó en despacho de licores y más tarde fue transformado en Cafetería "Las Laguna", que subsisten aún, pero con distinto dueño, al abrir el señor Vacas un nuevo establecimiento del mismo ramo en la calle General Aguilera.



En el número 7 hubo otra tienda de comestibles, la de Manuel Sanz, la ferretería Ramírez, la carnicería de Cecilio García y hoy un moderno establecimiento de óptica, "La Gatita de Oro". Y ya llegamos a la esquina de los portales que en aquellos años de mucho menor movimiento eran llamados de los curas", porque por ellos era habitual ver pasear, en los años veinte y treinta, a algunos sacerdotes, especialmente canónicos y beneficiados, a la salida del coro capitular de la catedral. Pues bien, en ese local de la esquina, con puerta también a Mercado Viejo, estuvo la taberna Gallega y, desde 1917, la taberna de Manuel Fernández Benito, más conocido por "Niño de Gloria", donde se han reunido siempre buenos "músicos" y en donde se ha discutido de lo divino y de lo humano, pero especialmente de toros, que para eso el dueño era un gran aficionado.

Cecilio López Pastor. Pequeña historia local: Ciudad Real, Medio siglo de su comercio. Ciudad Real 1986


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