La Plaza Mayor, que ha tenido en lo que
va de siglo los nombres de la Constitución y, a partir del año 1939, del
Generalísimo. Para quien esto escribe, tiene la Plaza -como era conocida y lo
sigue siendo por los ciudarrealeños- un especial tono afectivo, pues en una de
sus casas más céntricas tuvo la suerte de nacer. De ahí que de siempre nos
hallamos considerado tan hijos de Ciudad Real como el que más y no hallamos
cedido a nadie la cota más alta del cariño a la capital.
En esta detallada explicación de lo que
ha sido la Plaza - así, con mayúsculas- vamos a procura reflejar los muchos
avatares que se sucedieron en su bello recinto desde que la memoria de los que
vimos y el recuerdo de lo que oímos a nuestros mayores, nos permita reflejar
con el mejor deseo de no dejarnos nada por escribir. Pero justo es consignar
aquí que para este remember (no olvide el lector que vamos a remontarnos al
principio del siglo y de ahí la palabra utilizada) contamos en su día con dos
excelentes informadores, los señores Manuel Tolsada y Jesús Ruiz Lozano, el
primero ya desaparecido, y cuya memoria excelente nos sirvió de mucho,
reiterándoles el agradecimiento por su inestimable colaboración.
Y vamos ya, sin más preámbulo, con el
número I de la Plaza. Era este edificio el primitivo Ayuntamiento de Ciudad
Real, su primera Casa Consistorial. Desde ella, a partir de los años 1600 y
pico, los antiguos regidores de la ciudad celebrarían sus cabildos y dictarían
las disposiciones encaminadas al mayor y mejor desarrollo de la población y a
la debida convivencia de sus conciudadanos.
En el mismo local donde ahora se halla
la Farmacia Calatayud, estuvo muchos años la tahona de Ayala. Después se
instaló una moderna carnicería, cuyo dueño, de nombre Santiago, se había independizado
de otro establecimiento análogo muy afamado existente en la misma Plaza. Para
entonces ya había desparecido el arco que, al igual que en el Ayuntamiento
anterior al actual, unía este edificio número I con la calle de enfrente, donde
estaba la Confitería Bermúdez, conocida como "La Deliciosa", que aún
se mantiene aunque con otro propietario. Después de la carnicería, ya por el
veintitantos, se montó un moderno bar, queremos recordar que con el nombre de
"Royalti", propiedad de doña Marina Santos, y a continuación se
instaló la actual Farmacia de don Fernando Calatayud, a quien sucediera su hijo
don Genaro.
El número 2 de la Plaza estuvo hace
muchos años la cordelería de Juan, que por entonces no se había inventado el
plástico ni los estropajos metálicos y esta clase de pequeño comercio suponía
un buen negocio. Era cordelería y alpargatería. Luego tuvo el local la
confitería de Gutiérrez, un daimieleño que si no recordamos mal pasó más tarde
a la calle de la Cruz y por los años 40 se transformó en el bar "El
Molino, propiedad de Julio Lozano, un moderno establecimiento del ramo.
Recordamos que un café en "El Molino" valía 1,25 pesetas. Al cesar el
bar, el local pasó a la Óptica Navarrete, que aún subsiste ya sea por muchos
años.
También hubo una confitería en el número
3, la de Espadas, que desapareció antes del año 30, pasando a ser la churrería
de Amador bastantes años, pero al cesar como industria quedó de vivienda del
taxista José Ruiz, más conocido como Pepe "el churrero", un veterano
del volante y gran persona, ya fallecido. En el número 4 estuvieron varios
lustros la popular taberna de Paco y más tarde Victoriano "El Chato".
Aunque no se estilaba tanto como ahora el tomar un vaso de vino en público, a
Paco no le faltó clientela y despachaba muchos "chatos" en los breves
recipientes de grueso vidrio, muy característicos por aquellas fechas. Hoy el
local citado es la panadería y bollería de Luis Jiménez, el hijo de Toribio,
donde por seguir la tradición familiar, además de expender pan se vende fruta
de calidad.
Ya en la decena del siglo, los número 5
y 6 de la Plaza, en los locales bajos, estaban ocupados por el establecimiento
de comestibles y la fábrica de chocolate de Tomás Bueno, traspasado el primero
a otro comerciante de comestibles o ultramarinos -como entonces se decía-
Wigberto Mora Róspide, al que siguieron años más tarde, ya que por el
veintitantos, el Bar "Los Tres Hermanos", que se hizo popular, y
posteriormente el Bar Pablo, después el Bar Manolo, dirigido por Manuel Vacas,
que durante algún tiempo cesó en esta actividad y quedó en despacho de licores
y más tarde fue transformado en Cafetería "Las Laguna", que subsisten
aún, pero con distinto dueño, al abrir el señor Vacas un nuevo establecimiento
del mismo ramo en la calle General Aguilera.
En el número 7 hubo otra tienda de
comestibles, la de Manuel Sanz, la ferretería Ramírez, la carnicería de Cecilio
García y hoy un moderno establecimiento de óptica, "La Gatita de
Oro". Y ya llegamos a la esquina de los portales que en aquellos años de
mucho menor movimiento eran llamados de los curas", porque por ellos era
habitual ver pasear, en los años veinte y treinta, a algunos sacerdotes,
especialmente canónicos y beneficiados, a la salida del coro capitular de la
catedral. Pues bien, en ese local de la esquina, con puerta también a Mercado
Viejo, estuvo la taberna Gallega y, desde 1917, la taberna de Manuel Fernández
Benito, más conocido por "Niño de Gloria", donde se han reunido
siempre buenos "músicos" y en donde se ha discutido de lo divino y de
lo humano, pero especialmente de toros, que para eso el dueño era un gran
aficionado.
Cecilio
López Pastor. Pequeña historia local: Ciudad Real, Medio siglo de su comercio.
Ciudad Real 1986
No hay comentarios:
Publicar un comentario