La
Plaza Mayor en la segunda década del siglo XX
No, la feria no está en la Plaza Mayor.
Hace muchos años se la llevaron de allí el alcalde Pepe Cruz y la coloco bajo
la olmeda frondosa del añejo “paseo de Alarcos”, convertido en principal del
entonces reciente Parque de Gasset. Fue, en aquellas fechas, un gran acierto,
como ahora seria buscarle otro acomodo propio y arbolado. Así se evitarían los
“trepes” que sufre el hermoso y necesario vergel que no tiene tiempo
suficiente, en los otros trescientos cincuenta y siete días restantes del año,
para reponerse de tantas injurias sufridas en los días
de feria y en no sé cuantas otras, de cuantos otros, de asesinas y
desgarramientos atroces.
Hace poco, cuando era alcalde Pepe
Navas, hizo en la plaza, aunque incapaz ya, las batallas de flores con tal de
no podar los árboles del parque si había que darle cabida en él.
Fulguró la plaza –según me dijo el arco
del Ayuntamiento viejo- y más se acicaló y alegró como homenaje a la exquisitez
espiritual del alcalde “arborófilo” que recordar sus pasados tiempos. Como me
lo contó, te lo cuento. Y me pregunto: ¿sabes tú que hiciera de malo, para que
lo ajusticiaran, crueles, este año, el hermosísimo olmo que daba sombra y
verdor entre la Lentejuela y el grupo escolar Eraña?
Desde que, en lo remoto, dejó de
extenderse la feria por el Pilar, la calle de las Bestias –hoy Mejora- San
Pedro y las calles de Ballesteros y de la Mata, se guareció en la plaza y
desbordó por la calle que lleva el nombre de ese acontecimiento ciudadano. Mira
si, a sus años, al cabo de los siglos, al perder la Feria, cuando la trasladó
Pepe Cruz, parecía sentirse mustia la Plaza Mayor.
Mañaneros conciertos; globos grotescos;
cucañas infantiles; infantiles carreras de cintas; cabezudos y gigantones
astrosos; beborroteo y vocerío en mañanas de días de toros, fútbol, de mercado
de ganados; bombillas… y pare Ud. De contar, es lo que queda quitando el rato
señorial e impresionante, de recorrerla, maternal, la garrida Morena de la
Catedral pisando regueros de cera y de luces que le van encendiendo seis o siete
mil almas agradecidas.
Cualquiera os contaría el colorido de la
feria placera de principios de siglos. Además, como era un acontecimiento en la
soñolienta vida anual, colmaba las columnas de los periódicos locales “El
Labriego”, “La Tribuna”, “El Pueblo Manchego”, “Vida Manchega”... con relatos y
vistas. En ellos puedes verla y leerla. Todavía, cada año, los diarios sacan a
relucir estampas del pasado.
Así
eran los soportales de piedra de la Plaza Mayor, que fueron sustituidos por
otros de hierro en la primera década del siglo pasado
Por eso, más curioso sospecho ha de ser
husmear en el cofrecillo de recuerdos de la plaza, que no pocos, ni faltos de
gusto serán, los que tengan coleccionados como consecuencia de tan dilatada
vida y de su privilegiado enclave en el centro de la ciudad y sitio de
confluencia de los antiguos y populosos barrios moro, judío y cristiano.
Con la veneración que merece lo viejo,
vamos a alertar algo, que todo sería mucho; imposible.
En un papelote se lee: “En aquel tiempo no tenia plaza esta ciudad.
No se dejaba ver más que los arcos viejos para la salida de tres calles: la de
Toledo, tomando línea recta del mesón de la Fruta; calle de Caballeros, en
recta línea, por la Alcaná, barrenando por medio a descender por el arco medio,
y la calle de Santa María o de la Luz subía recta tomando línea a la del
Parador con salida a los Arcos. De modo que para descubrir el terreno donde se
disponía el hacer la plaza cortaron los edificios, a línea, por el frente de la
Alcaná, despejaron de escombros de edificios y quedó corriente el terreno donde
se hizo, sin empedrar, con portales con postería de madera con basas pequeñas
de piedra, de desigual altura, y sobre ellas las casas con corredores, ventanas
y balcones de madera y variada forma”, según capricho de sus dueños que
eran, en su mayor parte, monasterios, iglesias y obras pías.
Quiso el Ayuntamiento, en 1728 –otro escrito,
lo aleja al 1621-, uniformar y
embellecer el recinto, pero, como los gastos no eran livianos, los dueños
movieron el Vicario Eclesiástico a amenazar con excomunión a los maestros que
tal hicieran. El Ayuntamiento, en vista de ello, recurrió al Sr. Arzobispo de
Toledo quien autorizó la obra sin excomuniones, en 1744, y se renovaron los
tres arcos cabecera de la calle de Arcos –actualmente del General Aguilera-; se
empedró la plaza; se pusieron pilares de piedra; en vez de los postes de
madera, y cerraron la plaza volando arcos al comienzo de las calles afluentes.
Así, siguiendo la pauta de las de su
época, la plaza amplia y rectangular, con el Ayuntamiento en un rincón del
testero fronteros al de los tres arcos, fue zoco, mercado y mentidero y marco
adecuado de fiestas populares, como, más antiguamente, lo fuera también de
autos de fe, tal que el efectuado el 15 de marzo de 1484, aparatosamente
preparado.
Pingues ganancias producía a la clerecía
el alquiler de las ventanas y corredores en días taurinos y a fe que se
prodigaban en pueblo, como el nuestro, tan aficionado a esos festejos.
Durante
siglos la Plaza Mayor fue lugar de mercado, en la fotografía un arriero de
Piedrabuena, Germán Segovia, vendiendo gallinas en nuestra Plaza
Fijos eran los que se celebraban los
días 15 y 16 de agosto, y, entre otras corridas famosas, se citan…, pero es
preferible lo leáis en otro lugar de este número de LANZA relatado en galana
forma por D. Dulce Néstor Ramírez, como, igualmente, el incidente recio y
sonoro habido, en 1640, entre el Corregidor y el Vicario a costa de un sitial y
un almohadón carmesí utilizados por esta ultima autoridad para presenciar los
toros y que pareció al Corregidor solo podía usar la realeza.
Para encerrar, las reses se habilitaba
la Alcaná, que era… Leemos: “Un sitio en
donde está el comercio de la ciudad. Es un callejón angosto con dos puerta: una
a la Plaza Mayor” –en el sitio ocupado hoy por el Bar Manolo- “y la otra frente a la calle caballeros,
después de cerrar cada uno su tienda se cerraban las dos puertas del callejón
dejando a dos alanos para mayor seguridad del comercio. Tenía por su patrono a
San Antonio de Padua” cuya efigie –añado yo- aún se conserva en el
estrechísimo portal de la casa número 9 de la calle de la Feria que es la
salida de la antigua Alcaná frente a la calle de Caballeros.
El siglo pasado, según proyecto de Don
Cirilo Vara Soria, construyeron el barroco Municipio sobre el antiguo Pósito y
tres arcos de entrada a la plaza. La primera piedra la puso, el 1868, el
Gobernador Civil don Agustín Salido. Las fachadas de las casas sufrieron la
reforma uniformadora, de acuerdo con la hechura del Ayuntamiento, que conservan
en su mayoría. En el centro de la plaza se elevó la fuente monumento a Hernán
Pérez del Pulgar.
La construcción de la plaza propia para
los toros arrebató este festejo a la Mayor, que siguió despertando cada día
como ruidoso mercado de carne, de queso, de cazuelas y albarcas, de albardas y
cencerros, de ristras de ajos, de carros de sandías de Tomelloso y melones de
Carrión y tomates de la Aldea, de pan y buñuelos, de sardinas de cuba y frescas
mal olientes…, de oferta de obreros parados al sol…, y, horas después,
prebendados pacíficos pasean por “los portales de los curas”. Los de acá,
hervían de ir y venir de gente en el vespertino paseo, decimonono, de compras,
sin comprar, y de cruces, disimulados, de novios románticos retrasados.
Don Ceferino Sauco, en 1910, hizo
mercado nuevo ahí cerca, y, con buena intención y censurable acierto, cortaron
los arcos de entrada a las calles; cambiaron los pueblerinos y bien ambientados
postes de piedra por feas columnas de hierro fundido; añadieron antiestética
marquesina, y empezó a romperse la modesta uniformidad de las fachadas, con dos
o tres modelos ampulosos de escayola. Escapó la feria, como antes los toros y
el mercado; cerraron las tres típicas posadas; se abrieron bares donde hubo
panaderías, y huele a gambas a la plancha, disimuladoras de fetideces de
marisco averiado, y en el centro clavaron arbolicos de casa de muñecas, entre
luces potentes, empedrado menudico y liliputiense e insípida fuente donde
estuvo la grande de Hernán Pérez que pasó
al Pilar, a principios de siglo, y concluyó en unos dragones, metidos en
mechinales de cemento, vomitando ovas, cuando pueden, en el remoto pilancón del
Parque.
La
Feria y Fiestas de Ciudad Real se celebraron en el centro de la ciudad hasta
1916, esta fotografía es de Vida Manchega de la Feria de 1912
¡Ah, escucha!: Olvidaba decirte que el
Ayuntamiento viejo se construyó, en las casas confiscadas al judaizante Alvar
Díaz, con autorización de Isabel, la Católica, cuando estuvo aquí, en 1484.
Que lo empezó Manuel Valenzuela, pero,
en 1526, para rematarlo, hubo de hacerse, con la venia de Carlos I y doña
Juana, un reparto de ciento veinte mil maravides.
Que tenía corredor de madera y una
capilla dedicada a la Purísima y consagrada en 1528. Repara si tiene importancia,
como acuerdo, el retablillo dedicado a
Ella en los portales y quizá colocado bajo la antigua capilla.
Que en 1619, fue “edificado el Ayuntamiento viejo” –tal vez reformado- según reza la
cartela clavada sobre el balcón. Esta fecha casi coincide con la de 1621
consignada, entre líneas, al citar las obras de reforma de la plaza que con
pena de excomunión entorpeció el Vicario y que autorizó sin ella el Arzobispo
de Toledo, en 1744.
Que, en 1741, le reemplazaron los postes
de madera, sobre los que descansaba, por arcos, y se colocó balconaje corrido,
con lo cual el Ayuntamiento adelantó tres años su reforma a la general de la
plaza permitida por el Arzobispo.
Que, en 1755, sufrió daños por un
terremoto.
Que, en 1765, “se quemó la tienda inmediata a la casa Consistorial por descuido de la
tía comisaría tendera” y se propagó el fuego al Concejo, pero se salvó el
archivo.
Que, a causa de estos dos
acontecimientos, hubo de trasladarse el Ayuntamiento al caserón que, en la
calle de la Mata, fue Audiencia hasta hace poco, y creo que allí permaneció
hasta la terminación del actual que tu y yo conocemos.
Mucho añora la plaza sus días idos, pero
más maldice la falta de acierto y sobra de nefastas obras reformadoras y
contagiosas –dígalo la plaza de Daimiel- que le quitaron el regusto tan sabroso
y bien guardado por las de la Solana, Villanueva de los Infantes, Almagro… y
hasta por un interesante edificio de la de Tomelloso en violento contraste con
su moderno y sosote Ayuntamiento.
Julián
Alonso Rodríguez, Diario “Lanza”, sábado 13 de agosto de 1955, página 7.
El desaparecido
Ayuntamiento de Ciudad Real y Plaza Mayor en los años sesenta del pasado siglo
iluminados. Entonces la Plaza Mayor se llamaba del Generalísimo
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