La Casa Consistorial ha cumplido un
siglo y está condenada a muerte.
Cuando la hicieron, pareció una
maravilla a sus contemporáneos, con su escalinata exterior, amplio vestíbulo y
su gran escalera partida en dos tramos, sus galerías, oficinas, dependencias y
despachos, su hermoso salón de sesiones, su triple fachada con resaltos
almohadillados, arcos, pilastras, zócalos, molduras, frontones y hasta estatuas
de la Justicia, la Prudencia, la Agricultura, y la Industria, y su esbelta
torre cuadrada con el estupendo reloj que nos gobierna, con rara puntualidad,
desde hace más de cuarenta años.
¿Puedes hablarnos todavía, vieja y
querida Casa Consistorial de mi pueblo? ¿Quieres decirnos algo? Las piedras y
los mármoles, y los arcos y pilastras y hornacinas, debéis tener también
vuestro lenguaje. Tus paredes y techos guardarán aún el eco apagado de
discursos, conmemoraciones, ceremonias, conversaciones, aplausos, amaños, caciquerías
y compadrazgos. Tus entarimados y baldosas no podrán conservar ya -¡manes de
limpieza!- huellas de pisadas, ni frescor de aljofifas ni brillo de bayetas.
Eres, querido Ayuntamiento de nuestro
recuerdo, como un cadáver en pie. Te falta muy poco para que seas –como cualquier
mortal humano- ruina y escombro, ceniza, polvo y tierra. Pero antes de tu
desaparición definitiva quiero hablar contigo, quiero que cuentea algo al
periodista veterano que allí precisamente, como simple reportero municipal,
inició su afición literaria con reseñas de las sesiones -¡cuánto público
asistía entonces!- y visitas diarias a la alcaldía.
-¿Te prestas a ello?
- No tengo inconveniente. Pregunta y ya
veremos lo que va saliendo.
-¿Cuál es tu origen?
La centenaria Casa Consistorial hace
memoria y me contesta:
-No había edificio apto por aquel
entonces. La vieja Casa del otro extremo de la Plaza, que se fundara en el
siglo XVI, había sido declarada ruinosa en 1854. Antes, entre el terremoto de
1755, que causó graves desperfectos, y el incendio de 1765, que destruyó casi
todo menos el archivo, la dejaron inapta para su misión. Los historiadores hablan
de celebración de sesiones en el trascoro de la iglesia de San Pedro y más
tarde en la instalación provisional del número 5 de la calle de la Mata, que
luego fue Audiencia y ahora son viviendas municipales.
-¿Quién te proyectó, quien te hizo,
quien puso tu primera piedra?
-Espera, espera. No te impacientes:
sobre el solar del antiguo Pósito, formó mi proyecto el arquitecto don Cirilo
Vara y Soria. En pública subasta se adjudicó mi construcción al contratista don
Joaquín Casado, en 44.153 escudos, cuya equivalencia en pesetas no es posible
calcular, y don Agustín Salido puso mi primera piedra el día 23 de enero de
1868. Y como al año siguiente ya estaba concluida, según testifica la “Guía” de
don Domingo Clemente, ya ves que cuento 102 años.
-¿Recuerdas alcaldes que subieron tus
escalinatas , se asomaron a tu balcón central en jornadas triunfales y se
sentaron en la poltrona de tu despacho presidencial?
-Si, hijo, tengo buena memoria y puedo
darte la lista casi completa desde 1869: don Vicente Serrano Roldán, don
Eduardo Messía de la Cerda, don Isidoro Ruiz Moreno, don Juan Manuel Almagro,
don Federico García Laguna, don Miguel del Forcallo Morales, don Luis Muñoz y
Antolínez de Castro, don Ramón Clemente Rubisco, don José Serrano Belmonte, don
Heriberto Díaz Úbeda, don Julián Herrera Cuesta, don Manuel López y López, don
José Ruiz de León García, don Manuel Cuevas Casado, don Evaristo Martín Nuñez…
este último en la raya del siglo. Algunos duraron solamente unos meses. El que
más, cuatro años, como gran excepción. Otros, hasta por duplicado, según los
vaivenes políticos.
-Algunos de ellos “me suenan”,
efectivamente. ¿Y después?
Nuevo esfuerzo de memoria. Y prosigue la
lista:
-En 1901, otra vez don José Ruiz de León
y luego don Félix de los Ríos e Imedio, don Heriberto Díaz Úbeda, también por
duplicado, don Manuel Padial Vilches, don Ceferino Saúco Díez, don Miguel Pérez
Molina, don Alberto García Serrano, don José Cruz Prado –este creo que en tres
ocasiones-, don Fernando Palacios, Ballester, Medrano, Lázaro…
-Estos últimos son casi de ayer y a
algunos de ellos los hemos conocido.
-Como soy vieja, casi recuerdo mejor las
cosas más antiguas y en cambio dudo de las relativamente recientes. De los
alcaldes de la Dictadura, apunta a don Bernardo Peñuela, don Francisco
Herencia, don Gonzalo Muñoz, don Cristóbal Caballero, don Antonio Prado…
-¿Y de la República?
-También recuerdo a don Fernando
Piñuela, a don José Maestro y a don Gaspar A. Sánchez Pérez, aquellos,
socialistas, y éste, inicuamente sacrificado luego, republicano radical o “de
derechas”… Por cierto que esto de mi destrucción ya lo pensó el alcalde Pepe
Maestro, que creo dijo que yo era un “tapón” y habló de construirme en el solar
actual del viejo mercado, al hacer el nuevo en el Huerto del Marqués. Y la
Plaza quedaría sin cerrar, es decir, entrando en ella directamente por la calle
del General Aguilera, ya ensanchada, sin el estorbo de los arcos laterales.
Pero aquello no pasó creo yo, del pensamiento, de las palabras a lo sumo, y ni
cuajó siquiera en proyecto.
-¿Y después de la guerra?
-¡No abuses de mi memoria!
Ahí tendréis los libros de actas, el
archivo y hasta las colecciones de Prensa. Pero recuerdo ahora mismo como
buenos alcaldes, al citado don Bernardo Peñuela y después a tus amigos Pepe
Donado a Pascual Crespo, a Bustamante, a Pepe Navas a Manuel Acedo Rico, a
Antonio Ballester Fernández, a Victorino Rodríguez Velasco, a Luis Martínez, y
actualmente a Eloy Sancho García. ¿Estás satisfecho?
-Todavía no, ¿Y los secretarios?
-¡Ay, curiosón! Ahora has dado en el
quid. En esta Casa los alcaldes, en su mayor parte, son apenas “flor de un día”,
juguetes de la política, figuras un instante que luego se oscurecen, se apagan
y se eclipsan. Los secretarios, por el contrario, son mucho más fijos, más
estables, permanentes casi, son “el alma” del Ayuntamiento. ¿Quieres una estadística fácil? Pues escucha:
desde mi construcción en 1869 hasta el 1919, es decir, en medio siglo justo,
hubo ¡veintinueve alcaldes!, pues ya te he dicho que algunos lo fueron en dos y
hasta en tres ocasiones distintas. ¿Sabes cuántos secretarios? Pues ¡nueve
solamente! D. Tomás Hervás, que lo fue desde 1850 al 1869, y luego don Manuel María
de Vilches (1870-1894), don Críspulo M. Marina (dos años nada más), don Lucilo
Pérez de la Osa (1895-1899) y don Daniel Barragán Plaza (1900 a 1918)… Después,
don José Alcázar Oliver, un gallego, don Felipe Deus, y el hijo de aquel, don
José Alcázar Hernández, pero esto es ya casi actualidad… y, ahora, don Crisanto
Rodríguez Arango.
-¡Cuéntame más cosas! Alguna anécdota,
como es obligado en toda entrevista. Tú, querida Casa Consistorial, ya me has
demostrado que tienes buena memoria…
-¡Huy! No puedo… bueno, no debo hablar.
Entre unos y otros me transformaron, más por dentro que por fuera, me echaron “parches”,
me ampliaron, me pusieron hasta guapa en las grandes solemnidades, con
iluminaciones y aquellos reposteros y tapices que pintó Andrade para mi balcón
central y laterales… Pero ¡ahora soy una ruina y voy a morir!
-¿Cuál es tu mejor recuerdo?
-¡Ay! ¡No puedo olvidarlo! Fue en 1924,
cuando ante mi fachada pasó nuestra Patrona, mi Virgen del Prado, que no se
atrevían a sacar del estrecho recinto de su paseo. Y luego, la ceremonia
solemne y reciente de su Coronación: algo emocionante de verdad.
-¿Y el peor?
-¡Muchos, muchos!
-Dime alguno.
-No puedo: se perdería la cuenta. Yo
reconozco que estoy vieja, que ya no sirvo para nada, que soy una inútil,
antigua y anticuada, que no merezco figurar ni en la colección de postales de
la ciudad… Pero ¿quieres que te diga mi verdad?
-¡Venga, venga!
-Pues me iré con un resquemor: cuesta
millones mi desaparición y muchos más costará mi reconstrucción nueva –como el
ave Fénix que renacía de sus propias cenizas- en el mismo lugar. Pero cuando me
hicieron, hace más de un siglo, Ciudad Real se abastecía pobremente de agua;
después, aquel buen alcalde que fue don Miguel Pérez Molina, abrió dos pozos en
la Poblachuela; no era suficiente y otros alcaldes trajeron el ansiado liquido
del Valle de los Molinos, se hicieron los depósitos de la Atalaya, se habló de
los Picones, del Bullaque, ¡hasta de Ruidera! Hubo pleitos, polémicas, campañas
de Prensa y el pueblo seguía con su sed de siempre. Últimamente viene el agua
del Pantano de Gasset, que no se hizo para abastecer a la capital, sino para
regar, ¡Todavía está prácticamente sin resolver el famoso problemita! ¡Me voy
con esa pena! Yo habría querido vivir unos años más, cercenada ya la
perspectiva de mi torre por los “rascacielos” aledaños, pero viendo a mí pueblo
abastecido de agua hasta rebosar. Y entonces, solamente entonces, moriría con
gusto…
Y la Casa Consistorial, albergue del
Ayuntamiento de Ciudad Real condenada a muerte, todavía nos dice al concluir la
entrevista:
-Pero lo dejare escrito en mi
testamento, para que don Eloy Sancho, mi actual alcalde, y los que le sucedan,
lo tengan bien presente.
Antón
de Villarreal. Diario “Lanza”, jueves 8 de abril de 1971
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