El viernes de Dolores 23 de marzo de
1956, el que fuera Cronista Oficial de nuestra Ciudad, D. Julián Alonso Rodríguez,
pronunció en el teatro Cervantes, sin duda el mejor Pregón histórico de la
Semana Santa de Ciudad Real, que se haya dado hasta el día de hoy. Por este
motivo voy a reproducir a partir de hoy el mismo, ya que merece leerlo
detenidamente, y enterarse como vivían y participaban en la Semana Santa
nuestros antepasados.
Y llegó el pregonero trashumante. Dice
no hagáis caso, por engañosas, de las palabras que la ha dirigido, al anunciarlo,
don Pascual Crespo Campesino, Presidente de la Comisión Permanente de la
Asociación de Cofradías de Semana Santa. Acepta, conmovido, el cariño con que
las dijo, pero rechaza los elogios por descomedidos.
Trae las albarcas imponentes de polvo y
lodo de caminos y años; la manta deshilachada y colgadiza; pringosa la montera
de pellica de conejo; sudorosa la pelambrera; mucho placer –todo el de retornar
a sus terrones- en la cara socarrona y sin rapar, y, en sus alforjas, unos
coscurros de pan seco y queso duro y cebollas, ajos porros, y una “almorzá” de
bellotas –que así es de austero el pregonero cuando no tiene otra cosa que
comer-, y la emoción, recóndita y grata, de recordar que, cuando aún no sabía
distinguir la I de la O, en 1908, en fiesta centenaria de la Guerra de la
Independencia, aquí mismo recitó, balbuciente, un trozo escogido, patriótico,
que traía el Catón en una de sus primeras páginas.
“Nunca renegaré de mi Patria” –terminaba
el trozo escogido- y, en verdad, no ha sido infiel el pregonero a lo que dijo
antaño. No renegó de su Patria grande, que es España; ni de su patria chica, que
es La Mancha; ni de esa patria pequeñeja y bien amada, que eres tú mi Ciudad
Real.
Como escapulario de pícaro, al cuello
lleva la bota para tenerla presta a la boca y de besarla y santiguarla
devotamente, y tan de continuo, escurridica y terciada está en sus entrañas
espesas y tintas como la sangre, y ardientes, como el sol nuestro de cada día.
En el pañuelo de hierbas, atado por los
cuatro picos, viene el paquete de sus toscos, sanos y mejores saludos y deseo
de llegada. Son para vosotros. Los tradicionales de la gañanía: “¡la paz de
Dios sea con todos!”.
Desde las calientes tierras de Andalucía
también trae su regalo para vosotras. Es un hacecillo de claveles rojos y de
ramas de naranjo florecidas de azahares. Son para Pradito, Mercedes, Manolita, María,
Isabel, Julia, Victorina, Lola, Carmen, Angelita, Matilde, Asunción…
-¡“Pa” las mozas de mi tiempo! –dice; y
no se da cuenta del tiempo.
No se da cuenta del tiempo y porfía; ¡Y
tiene razón!, que si ahora las llaman Pradi, Merche, Mary, Lole, Luchy, Mamem,
Tere, Sol, Bel… son tan guapas y tan santas y tan manchegas y tan mujeres ¡y
pariguales a aquellas que amó tanto el pregonero!
Para estas y para las otras, su brazado
de flores. Para obsequiaros no pudo traer otra cosa su miseria y aun, para esta
pobreza, hubo de empeñar, en el camino, a su mejor amigo, a su único bien, al
tamborcico, que hacía “compaña” a sus pregones. No rechacéis el regalico y
prendedlo en la mantilla almagreña, singular celosía barroca para vuestra
mirada al Sacramento del Monumento de Jueves Santo del recoleto convento de las
azules y blancas monjitas “terreras”. Azul y blanco como el manto de la Orden
de Carlos III del Canónigo de Toledo, paisano nuestro, don Domingo Sánchez-Gijón,
Tesorero de la S. I. Primada de Toledo, del Consejo de su Majestad,
Subsecretario y Superintendente de religiosas del Arzobispado de Toledo. Con
él,
“Del color de
los cielos,
azul y blanco,
a la Virgen del
Prado,
le han hecho un
manto”,
como reza la seguidilla pandorguera que
tantas veces escuchó cantar el pregonero, en su juventud, al nunca bien llorado
“Mazantini”.
En no sé qué lugar, pregonó la chiva del
tío “Marmeto” y la mula, parda, que perdió el hermano Anselmo y, negra,
apareció en el ferial de Almagro, y, en otro pueblo, la llegada del sacacuartos
de la contribución y la carne de “la mula Cariñosa”. Pero lo que más le gusta
pregonar son las funciones de títeres en el corralón de la posada. Para ver a la
mona sabia y la cabra equilibrista, corren las mujeres, con la silla baja al
cuadril, al punto que oyen el pregón, y él, luego que concluye de echarlo, con
la colilla rechupada colgando de un labio, va también a los títeres con otros
hombrones, sus amigos; porque la titiritera que anda por una cuerda y sube por
los columpios… ¡“Pa” qué voy a contar a ustedes!
Con mucha seriedad, con aires de “leído
y escribido”, razona que pregonar es decir a voces las cualidades de lo
pregonado, para que las conozcan quienes escuchan; pero que como las de nuestra
Semana Santa son suavísimas, embriagadoras y penetrantes esencias, gritarlas y
vocearlas es cosa ruda, y que, entiende, lo propio es cantarlas… y le sobra
razón. La Semana Santa nuestra se canta…, pero él no sabe cantar como las
campanas y la Fama y la alondra madrugadora y los cohetes, y como el doncel
juglar, gallardo, travieso y varonil, de bonetillo verde con petulante pluma de
azor; con laúd a la espalda y hambre a hartar; con labia de ingenio y calor
destreza de juventud y ecos de distancia hiciera de castillo en venta, de aldea
en encrucijada, de posada en palacio, con las leyendas e historias que su
trovador le compusiera. Tal que aquellas de la mora de la Lentejuela que
resucita sus ojos, todos los años, en las alas de una mariposa blanca; y el
Cristo del Muro, y la judía de Barrionuevo a quien miró el Nazareno de Santo
Domingo, y la hazaña del Ave María clavada en la mora Granada, y las derrotas
de Alfonso, en Alarcos, y de El Miramamolín, en las Navas, y las gestas de
Malastardes, y de la invasión cuenta del Maestre, beltranejo, a la Ciudad Real
fiel a Isabel, y los “casaos” muertos ante el rollo de la ciudad, y la
desecación en 1868, según el plan de los señores Maldonado y Treviño, de los
charcos, pantanosos, de los Terreros, con la tierra del cerro del Calvario
Transportada por la histórica máquina del tren “Miguel de Cervantes”, en los
tiempos de don Agustín Salido, librándonos de la peste palúdica, secular, al
llegar el último tren de tierra, el día 21 de julio del mismo año, a la laguna “Longuera”.
¿Qué podrá hacer el pobre pregonero destripaterrones
si es incapaz de cantar? Mucho teme que el negocio en que le han metido le
lleve, como al del dicho, y por toda ganancia, por el derrumbadero de pregonero
a verdugo.
Cazurro, que no bellaco, trae escondido,
entre la faja prieta, un rebosado y ratonado cuardernillo escrito, que perdido
halló en un acirate del camino real. asegura que no vale el cuarto que le dan
por sus pregones, y a mí se me parece que si lo guarda con tanto cuidado, por
algo será, y que si de lo escrito siempre se saca enjundia, contentos habíamos
de quedar si con alguna y sabrosa topásemos, hojeándolo y leyéndolo.
Como las dos últimas hojas del
cuardenillo están en blanco, quiero que, en la penúltima, escribamos –fijaos bien:
“escribamos” –como recuerdo de justicia, los nombres de los restauradores, que,
con fe y entusiasmo, convirtieron en valiosa y encantadora la Semana Santa que
agonizaba, fea y astrosa, al comenzar el siglo: Rubisco, don Federico, Rojas,
Acosta, Rueda, Cárdenas, Medrano, Montero, Martín Serrano, López, Menchero, los
Perez, Gallego, Ayala, Cuevas, Alcázar, Cava, Messía de la Cerda, Paco Herencia…
y los párrocos Bermúdez, Espadas y don Emiliano.
Si falta alguno, añadidlo vosotros, pues
todos somos deudores de gratitud, y no nos es permitido olvidar a nadie.
Y lo haremos con igual letra que en la antepenúltima hoja que escribió quien la escribiera, cómo en el siglo XVIII hubo también otra quiebra peligrosa que otros hombres beneméritos de aquella época consiguieron vencer, y elevar al éxito, con su empeño.
Escuchad lo que pone: “En 1786, el
Alguacil Mayor de Ciudad Real, don Manuel García Pavón, dispuso traer, a su
costa, 700 varas de holandilla encarnada. Con ella se hicieron 55 túnicas que
cortó el maestro Juan Baquero y las cosió, con la asistencia de seis oficiales,
en las casas del Alguacil, el cual también costeó las libras de cera necesarias
para 55 hachas que labró José Malagón. De este modo pudo levantarse la perdida
Hermandad del Santísimo Ecce Homo de San Tiago”. En realidad, el rasgo de
Alguacil sólo tuvo valor de adelanto, pues “se obligaron los hermanos a pagar
la túnica el día de San Juan de aquel año, y la cera en Santa María de Agosto”.
“La Hermandad de la Dolorosa de Santa
María” –ya se la llamaba Dolorosa a aquella encantadora efigie –“se reformó
este año y salió con tal lujo” –indudablemente siempre ha sido Hermandad
selecta –“que se cortaron 110 túnicas nuevas”. ¿Llegarán a tantas las nuevas y
viejas hoy?
“Entraron en celo los feligreses de San
Pedro y la Hermandad de la Oración del Huerto llevó muchas túnicas nuevas, con
lo que quedó a tono con las otras. Entonces era cura párroco de esta iglesia
don Tomás Montesinos, que llamó la atención por su sabiduría”.
Y los nombres de don Fernando de Nureña
y su mujer doña Ursula de Castro, fundadores de la Hermandad de la Santa
Espina, en lugar destacado han de ser escritos.
La postrera plana quiera Dios que, por
fortuna, en blanco permanezca muchos años, porque siga siendo presente y en
alza, el esfuerzo de titanes de quienes, sobre el desastre de la ruina absoluta,
habéis construido la filigrana fastuosa y brillante de la actual Semana Santa
de mi tierra colocándola en lugar preferente del mapa de la España cofradiera.
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