La
calle de las Cañas concluye frente a las tapias del convento de monjas “terreras”
Páginas
de un callejero botánico de Ciudad Real
La caña común es la planta gramínea de
mayor porte de nuestra bora, pues sus tallos aéreos, leñosos, fistelosos, muy
mineralizados y cuyas astillas cortan como cuchillos, alcanzan hasta 6 metros
de longitud. Tienen múltiples aplicaciones: para cañas de pescar, para armazón
de trabajos de escayola, para cielorrasos, para moldes de barquillos de dulce
casero, para palos de escoba, para varillas de los abanicos tan en moda en
estos últimos años.
Los tallos subterráneos, rizomas
vivaces, por ser diuréticos se usan en cocimiento.
Las hojas son sentadas, largas,
puntiagudas por el ápice y anchas por la base, mineralizadas también y con
vaina que rodea ampliamente el tallo aéreo.
Sus flores, nada vistosas, se abren en
otoño y rematan los tallos aéreos agrupadas en panojas muy ramificadas.
La caña común es frecuente en toda
España formando grupos espesos y frondosos –cañaverales- en sitios húmedos,
cerca de las corrientes de agua dulce, en las regueras de las huertas, junto a
las albercas…
La calle de las Cañas, de nuestra
ciudad, parte de la acera izquierda de la segunda mitad de la Mata. Es larga y
descuidada en toda su extensión y concluye frente a las tapias del convento de
monjas “terreras”, llamadas así por su enclave en las proximidades de “los
terreros” antiguas e insalubles hondonadas encharcadas, foco secular de
paludismo, con carácter epidémico a veces, como en el siglo XVIII, que cegó don
Agustín Salido, en 1869, siguiendo las directrices del plan de saneamiento que
en el 1786, diera don Alvaro Maldonado y Treviño en su famoso informe. En alguna
ocasión escribiremos más sobre los Terreros.
Pues sí, en la parte final de la calle
de las Cañas aparece el Alto mirador, soleado, amplio y celado, que el convento
tiene para la recreación de las monjitas “terreras”, como se les conoce
vulgarmente, y, antes, por “monjas de Jesús”, y que viste elegante habito
blanco, con capa azul y cordón franciscano, por corresponder a la Orden
Concepcionistas Franciscanas y por mandato de la Virgen, allá cuando España
estrenaba su unidad –a la bella fundadora no santa aún, pero si Beata, madre
Beatriz de Silva.
Encantadora historia la del nacimiento
de esta Orden y la vida de su fundadora. Por si a vosotros os place, aquí la
resumo. Si no, con leerla, asunto zanjado.
Hasta
el año 1962 no se inauguró la pavimentación de la calle
Beatriz de Silva nace en Ceuta –portuguesa
entonces- en la primera mitad de la decimoquinta centuria. De ricos, nobles y
piadosos padres, fue criada en el regalo y en la comodidad del palacio de Villa
del Campo (Portugal) hasta que, a los 23 años la infanta Isabel de Portugal
casó con don Juan II y la trajo a Castilla como dama suya. Su juventud,
extraordinaria belleza y dulce y discreto trato, atraen, en la corte fastuosa,
literaria y turbulenta, el deseo de magnates y de peregrinos ingenios y hasta
las apetencias del poeta y tornadizo rey, pero Beatriz hace tiempo ofreció a
Dios su virginidad. Calumnias y malquerencias, envidiosas, encienden los celos
de la reina que en Tordesillas, donde radica la corte, mandó encerrarla en un
cofre, y lo sello después. Muerta la creían, pero cuando a los tres días, abren
tan estrecha cárcel, mostróse sana, viva y con mayor belleza. En aquellos días
de enterramiento había renovado su voto virginal y hasta ella descendió la
Virgen a confortarla y decirle que su Hijo la tenía dispuesta para fundar una
Orden que diera prez al misterio de su Concepción Inmaculada.
Con estos escarceos Beatriz determinó
ser pobre de Cristo y, distribuyendo sus riquezas entre los necesitados, se
retiró al convento cisterciense de Tordesillas, cubrió con velo su bello rostro
y durante 37 años, con hábito seglar, se dio a los menesterosos y a la pobreza,
hasta que, llegada la hora fundacional y seguida de otras vírgenes, marchó a
Toledo donde la magnanimidad de la reina Isabel la Católica, ya reinando, le
donó el palacio de Galiana, cercano al hospital de Santa Fe, a la siniestra
mano, según se baja de Zocodover por el arco de la sangre, donde nuevamente la
visitó Nuestra Señora para anunciarle, ahora, su tránsito en el día señalado
para la profesión de ella y de sus seguidores, y mandarle que las estancias de
sus sayales fueran de los colores azul y blanco de su Concepción, a los que
Beatriz quiso añadir el cordel franciscano de austeridad y pobreza.
…, en efecto, en la esperada y fausta
fecha recibe el viatico, pronuncia sus votos y, ungida por el Oleo Santo,
expira, y se apaga el lucero que, hasta entonces brilló sobre su frente, pero
que seguirá iluminando perpetuamente, como faro y guía, el camino de obediencia
que sus monjas han de seguir.
Y, en Toledo, por el año 1944, en la
decrépita fundación de la Concepción, primera de Beatriz de Silva, he visto la
pobre y reducida huella donde, en un tiempo, reposaron las cenizas de la bella
Beata para la que, un día, la Gloria de Bernini, del Vaticano, se encenderá en
magnificencias de canonización.
En
la calle aún se conservan viejas portadas de edificaciones de la segunda mitad
del siglo pasado
Pues aquí, en Ciudad Real, en 1527, don
Luis de Mármol, escribano de la Chancilleria de Granada, dio sus bienes para
levantar el convento de sus primitivas “beatas de la tercera Orden” que, en
1583, para acomodo, trocaron con los Padres Predicadores, unas casas de su
pertenencia, cercanas al convento de Santo Domingo, por otras que los frailes tenían
junto al de ellas con lo cual, añadiéndolas a él, lo dejaron más amplio y ajustado. La iglesia forma el
fondo del encanto de la plazuela, mancheguísima, que las obras de
modernización, en lugar de otras de bien pensada y necesaria restauración, han
desvirtuado lamentablemente.
Si sois curiosos, admirar el bien
fraguado llamador, en forma de bicho, de la puerta del convento, y pedid a la
Abadesa actual os muestre, por el torno, la imagen, de unos 40 centimetros de
altura, de la “porterita”, como la llaman por guardar, desde la portería, la
clausura del Virgen monasterio. Quizá, como yo, penséis es, sin duda y aparte
las injuriosas restauraciones y mutilaciones sufridas, la más curiosa, antigua
y valiosa efigie de María que hay actualmente en Ciudad Real y tal vez tallada
en la XIII centuria. Y también os dirá la Abadesa que las beatas “terreras” de
Ciudad Real, como consecuencia del Concilio de Trento, profesaron la Orden
Concepcionista, transformándose en monjas de clausura, y el beatorio se
convirtió en monasterio.
Retornamos a la calle de las Cañas,
ancha y descuidada terriza a trozos, periferia del viejo y populoso barrio judío,
bordeada de cercas de huertos y de tapias de corralones de labranza, con casas
humildes a lo largo de sus dos aceras. Hacia la mitad, le han colocado un
bloque de casas, ajardinado, pinturero, nacido recientemente de unos corralones
y de un viejo molino aceitero.
Hace años, la calle de las Cañas fue
dedicada a Marcos Redondo, nuestro entrañable y gran barítono, que, si nació en
Pozoblanco, a Ciudad Real fue traído cuando pocos meses de vida contaba y aquí
creció en manchego, aquí vivió en manchego, aquí se hizo cantante y de aquí
salió a triunfar, y por nuestro, muy nuestro, lo tenemos, y él lo sabe y lo
quiere… pero que nada de su vida ciudarrealeña, que sepamos, se desarrolló en
los apartados parajes, descuidados, de esta calle que con su nombre está
rotulado hoy.
Julián
Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, sábado 14 de mayo de 1960, página 4
Estos
bloques de pisos se levantaron sobre un viejo molino aceitero
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