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viernes, 12 de junio de 2020

CIUDAD REAL, D. JOAQUIN MENCHERO Y JOSELITO


Joselito en el patio de columnas de la casa de Menchero de la calle del Lirio, antes de la novillada de 1919. Fotografía publicada en la revista “Vida Manchega” en el número 238 del 5 de octubre de 1919

Agosto 1915. En la calle del Lirio, a las cuatro de la tarde, en la casa de un aficionado a los toros, se vestía de luces un torero. Se llamaba José Gómez «Gallito». Había llegado la noche antes a Ciudad Real. Don Joaquín Menchero le esperaba. Cenaron juntos en el fresco patio andaluz de la casa, adornado de carteles de toros, verdes plantas y macetas de geranios y claveles. La capital estaba en plena feria. Había anunciadas dos corridas con los nombres de Joselito y Belmonte, Posada y Algabeño II. Dos grandes corridas que se notaba en el ambiente caldeado por la llegada de miles de forasteros.

«Joselito» y Menchero eran íntimos amigos. En la cena, el nombre de José, no paró en los labios del campechano don Joaquín, hombre fuerte, de voz recia. «Joselito» venía a Ciudad Real las dos tardes de la feria, a pesar de sus muchos compromisos en estas fechas, en que nuestras fiestas coincidían con otras muy importantes del norte. Menchero, gracias a su influencia y amistad con el torero, tenía preferencia. Y ha de aclararse que no era su apoderado, como algunos pensaban.

Muchos días antes de la feria, se venía hablando de las corridas, y por la pasión que existía entonces por Joselito y Belmonte, pueden imaginarse lo que suponía que viniesen los dos juntos a torear a Ciudad Real. Los comentarios eran incansables, y recordamos que en la botica de D. Joaquín Lamano -hoy de D. Evaristo Martín—se reunían aficionados de mucha solera, «gallistas» casi todos, pues allí iba el Sr. Menchero y se encontraba a gusto, tanto que, la verdad sea dicha, no iba a otro sitio, y de la botica se marchaba a su casa a la hora de comer y no salía hasta el día siguiente. Los comentarios eran sabrosos; siempre José en los labios. De Belmonte se hablaba poco y no bien. Podría contarlo el gran aficionado Rafael Mateo, «belmontista» puro, mancebo de botica entonces, que más de una vez tuvo que taparse los oídos y meterse en la rebotica, como aquél día en que a D. Joaquín se le ocurrió decir, con su voz fuerte y sonora, «que Belmonte no servía ni para descalzar a José».

Cartel de la novillada que toreo Joselito en Ciudad Real el 26 de septiembre de 1919

Y no digamos nada cuando llegaban los días de las corridas; la plaza era un clamor, donde la pasión desbordante dividía a los partidarios en la tarde ardiente de calor, de emociones... Se vivía inquietante la competencia de los toreros, la mejor época del toreo. Ni antes ni después existió una competencia tan tremenda que tanto y tan profundamente llegase al público de toros. Después de las ferias de Ciudad Real, no terminaba la guerra; seguía después la de Almagro, y tantas y tantas corridas donde siempre iban juntos José y Juan, sin rehuir el combate, en lucha abierta, sin truco, con hombría y dignidad de toreros valientes y pundonorosos. ¡Y, amigos!, se enfrentaban con TOROS con edad y respeto. Y una tarde, y otra, sin reposo, viajando la mayor parte de las veces incómodamente en trenes carretas, que no se explica ni cómo llegaban a tiempo a todas las plazas hasta torear cien tardes en la temporada.

Al llegar el otoño, D. Joaquín Menchero, pasaba muchos meses en Madrid. En la Carrera de San Jerónimo, junto a Lhardy, tenía instalada una tienda dedicada a la venta de alfombras. De ahí le vino el apodo «el alfombrista» Conocidí simo en Madrid, en su tienda se reunían muy buenos aficionados, e igualmente que en la botica de Ciudad Real, toda la conversación era «gallista». Y había que descubrirse al pronunciarse el nombre de «Joselito». Claro que no todo era disfrute para los «gallistas» de la Carrera de San Jerónimo, y aparte de otras bromas, los de la peña Belmonte, se presentaron un buen día en la tienda del «alfombrista» con la piel de un toro, en la que se veían bien claros los once pinchazos que en una mala tarde, había dado José el día antes en la plaza de Madrid.

 El último año que estuvo «Gallito» en Ciudad Real, fué en el 1919, un año antes de su muerte en Tala vera. Vino a torear un festival organizado por Menchero a beneficio de las Hermanitas de los pobres y de la Hermandad del Santo Sepulcro. En la fotografía que ilustra esta página, se le ve sentado en el patio de la casa, con don Joaquín Menchero. Es por la tarde, medía hora antes de la corrida. El fotógrafo ha rogado — ¡un momento!—y Menchero, impaciente ha accedido. Ya tiene el sombrero de paja en la mano, que no ha dejado para retratarse, inquieto, por salir pronto para la plaza. «Joselito», un poco echado hacia adelante, parece también impaciente, como cargado por la responsabilidad de la tarde. Al patio llega el bullicio de la gente apiñada en la puerta de la casa, rodeando una preciosa jardinera descubierta, con dos estupendas mulas atalajadas alegremente a la andaluza. En ella montarán enseguida el torero y el amigo, y al alegre y cascabeleante trote de las mulillas, marcharán a la plaza.

Las distinguidas señoritas Josefina Gómez, Carmen Ibarrola, Isabel Manso y Carmen Gabalda Pelegrin, presidentas de la novillada de 1919. Fotografía publicada en la revista “Vida Manchega” en el número 238 del 5 de octubre de 1919

En el festival, «Joselito» mató cuatro novillos, en una tarde de ovaciones y orejas. El quinto novillo lo mató su peón de confianza «el Cuco», que actuó de sobresaliente. Dicen, que al regresar de la plaza, «Joselito» ofreció el regalo de un farol para el Santo Sepulcro, de cuya Hermandad era hermano mayor D. Joaquín, que agradeció muchísimo el obsequio, mucho más viniendo de José. Al llegar la primavera, en la Semana Santa, el farol, magnífico, portado en andas por cuatro hombres, lució esplendoroso ante la admiración del pueblo, que consideraba a «Gallito» como suyo, nacido en nuestra tierra. Y cuentan, y yo lo creo, que «Joselito» sentía verdadero cariño por Ciudad Real, a quien le llevó la amistad de un gran amigo manchego que él quería entrañablemente. 

El día que murió José, fue asombrosamente triste para la afición de España. Día de verdadero luto. En Ciudad Real, mucha gente se congregó en la calle del Lirio, ante la puerta de la casa de Menchero, ansiosos de noticias. Don Joaquín acusó el golpe sensiblemente, quedando apesadumbrado, como si de la muerte de un hijo se tratara. No volvió a ir a los toros. Los amigos trataban de distraerle y le animaban a que fuera a ver a Marcial Lalanda, un novillero que empezaba con mucha fuerza y que, por inteligencia y estilo, aseguraban se parecía a Joselito. No hubo manera que don Joaquín volviera a los toros. Una de las habitaciones de la parte alta de su casa llamada «El Torreón», estaba repleta de carteles de toros. Y es lo único que hizo don Joaquín, en el aspecto taurino: Ordenó que los carteles de las principales Ferias en los que figuraba el nombre de Joselito, se les pusiera marco. Y en el patio de su casa, lucieron, en sitio preferente, junto a dos cabezas de toros que lidió Joselito, una de ellas perteneciente a un toro de Guadalets que mató catorce caballos y que es hoy propiedad del gran aficionado don José Víctor, y se encuentra colocada en una de las dependencias de nuestra plaza de toros.

Y el consuelo para Menchero, dentro de la tremenda desgracia, fue no asistir aquella trágica tarde a Talavera. Siempre acompañaba a José a muchas corridas.Aquella tarde se quedó en Madrid, adonde le llegó la tremenda noticia que terminó con parte de su vida y con su afición a los toros.

UN AFICIONADO DEL 5. Boletín de Información Municipal Nº 7, Ciudad Real agosto 1962

Otra imagen de Menchero con Joselito, esta vez en su casa de Madrid

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