Joselito
en el patio de columnas de la casa de Menchero de la calle del Lirio, antes de la novillada de 1919. Fotografía
publicada en la revista “Vida Manchega” en el número 238 del 5 de octubre de
1919
Agosto 1915. En la calle del Lirio, a
las cuatro de la tarde, en la casa de un aficionado a los toros, se vestía de
luces un torero. Se llamaba José Gómez «Gallito». Había llegado la noche antes
a Ciudad Real. Don Joaquín Menchero le esperaba. Cenaron juntos en el fresco
patio andaluz de la casa, adornado de carteles de toros, verdes plantas y
macetas de geranios y claveles. La capital estaba en plena feria. Había anunciadas
dos corridas con los nombres de Joselito y Belmonte, Posada y Algabeño II. Dos
grandes corridas que se notaba en el ambiente caldeado por la llegada de miles
de forasteros.
«Joselito» y Menchero eran íntimos amigos.
En la cena, el nombre de José, no paró en los labios del campechano don Joaquín,
hombre fuerte, de voz recia. «Joselito» venía a Ciudad Real las dos tardes de
la feria, a pesar de sus muchos compromisos en estas fechas, en que nuestras fiestas
coincidían con otras muy importantes del norte. Menchero, gracias a su influencia
y amistad con el torero, tenía preferencia. Y ha de aclararse que no era su
apoderado, como algunos pensaban.
Muchos días antes de la feria, se venía
hablando de las corridas, y por la pasión que existía entonces por Joselito y Belmonte,
pueden imaginarse lo que suponía que viniesen los dos juntos a torear a Ciudad
Real. Los comentarios eran incansables, y recordamos que en la botica de D.
Joaquín Lamano -hoy de D. Evaristo Martín—se reunían aficionados de mucha solera,
«gallistas» casi todos, pues allí iba el Sr. Menchero y se encontraba a gusto, tanto
que, la verdad sea dicha, no iba a otro sitio, y de la botica se marchaba a su casa
a la hora de comer y no salía hasta el día siguiente. Los comentarios eran sabrosos;
siempre José en los labios. De Belmonte se hablaba poco y no bien. Podría
contarlo el gran aficionado Rafael Mateo, «belmontista» puro, mancebo de botica
entonces, que más de una vez tuvo que taparse los oídos y meterse en la rebotica,
como aquél día en que a D. Joaquín se le ocurrió decir, con su voz fuerte y
sonora, «que Belmonte no servía ni para descalzar a José».
Cartel
de la novillada que toreo Joselito en Ciudad Real el 26 de septiembre de 1919
Y no digamos nada cuando llegaban los
días de las corridas; la plaza era un clamor, donde la pasión desbordante
dividía a los partidarios en la tarde ardiente de calor, de emociones... Se
vivía inquietante la competencia de los toreros, la mejor época del toreo. Ni
antes ni después existió una competencia tan tremenda que tanto y tan
profundamente llegase al público de toros. Después de las ferias de Ciudad
Real, no terminaba la guerra; seguía después la de Almagro, y tantas y tantas
corridas donde siempre iban juntos José y Juan, sin rehuir el combate, en lucha
abierta, sin truco, con hombría y dignidad de toreros valientes y pundonorosos.
¡Y, amigos!, se enfrentaban con TOROS con edad y respeto. Y una tarde, y otra,
sin reposo, viajando la mayor parte de las veces incómodamente en trenes carretas,
que no se explica ni cómo llegaban a tiempo a todas las plazas hasta torear
cien tardes en la temporada.
Al llegar el otoño, D. Joaquín Menchero,
pasaba muchos meses en Madrid. En la Carrera de San Jerónimo, junto a Lhardy,
tenía instalada una tienda dedicada a la venta de alfombras. De ahí le vino el
apodo «el alfombrista» Conocidí simo en Madrid, en su tienda se reunían muy
buenos aficionados, e igualmente que en la botica de Ciudad Real, toda la
conversación era «gallista». Y había que descubrirse al pronunciarse el nombre
de «Joselito». Claro que no todo era disfrute para los «gallistas» de la
Carrera de San Jerónimo, y aparte de otras bromas, los de la peña Belmonte, se
presentaron un buen día en la tienda del «alfombrista» con la piel de un toro,
en la que se veían bien claros los once pinchazos que en una mala tarde, había
dado José el día antes en la plaza de Madrid.
El último año que estuvo «Gallito» en Ciudad
Real, fué en el 1919, un año antes de su muerte en Tala vera. Vino a torear un
festival organizado por Menchero a beneficio de las Hermanitas de los pobres y
de la Hermandad del Santo Sepulcro. En la fotografía que ilustra esta página, se
le ve sentado en el patio de la casa, con don Joaquín Menchero. Es por la
tarde, medía hora antes de la corrida. El fotógrafo ha rogado — ¡un momento!—y
Menchero, impaciente ha accedido. Ya tiene el sombrero de paja en la mano, que
no ha dejado para retratarse, inquieto, por salir pronto para la plaza.
«Joselito», un poco echado hacia adelante, parece también impaciente, como
cargado por la responsabilidad de la tarde. Al patio llega el bullicio de la
gente apiñada en la puerta de la casa, rodeando una preciosa jardinera descubierta,
con dos estupendas mulas atalajadas alegremente a la andaluza. En ella montarán
enseguida el torero y el amigo, y al alegre y cascabeleante trote de las mulillas,
marcharán a la plaza.
Las
distinguidas señoritas Josefina Gómez, Carmen Ibarrola, Isabel Manso y Carmen
Gabalda Pelegrin, presidentas de la novillada de 1919. Fotografía publicada en
la revista “Vida Manchega” en el número 238 del 5 de octubre de 1919
En el festival, «Joselito» mató cuatro novillos,
en una tarde de ovaciones y orejas. El quinto novillo lo mató su peón de
confianza «el Cuco», que actuó de sobresaliente. Dicen, que al regresar de la plaza,
«Joselito» ofreció el regalo de un farol para el Santo Sepulcro, de cuya Hermandad
era hermano mayor D. Joaquín, que agradeció muchísimo el obsequio, mucho más
viniendo de José. Al llegar la primavera, en la Semana Santa, el farol,
magnífico, portado en andas por cuatro hombres, lució esplendoroso ante la
admiración del pueblo, que consideraba a «Gallito» como suyo, nacido en nuestra
tierra. Y cuentan, y yo lo creo, que «Joselito» sentía verdadero cariño por
Ciudad Real, a quien le llevó la amistad de un gran amigo manchego que él
quería entrañablemente.
El día que murió José, fue
asombrosamente triste para la afición de España. Día de verdadero luto. En
Ciudad Real, mucha gente se congregó en la calle del Lirio, ante la puerta de
la casa de Menchero, ansiosos de noticias. Don Joaquín acusó el golpe
sensiblemente, quedando apesadumbrado, como si de la muerte de un hijo se
tratara. No volvió a ir a los toros. Los amigos trataban de distraerle y le
animaban a que fuera a ver a Marcial Lalanda, un novillero que empezaba con mucha
fuerza y que, por inteligencia y estilo, aseguraban se parecía a Joselito. No hubo
manera que don Joaquín volviera a los toros. Una de las habitaciones de la parte
alta de su casa llamada «El Torreón», estaba repleta de carteles de toros. Y es
lo único que hizo don Joaquín, en el aspecto taurino: Ordenó que los carteles de
las principales Ferias en los que figuraba el nombre de Joselito, se les
pusiera marco. Y en el patio de su casa, lucieron, en sitio preferente, junto a
dos cabezas de toros que lidió Joselito, una de ellas perteneciente a un toro
de Guadalets que mató catorce caballos y que es hoy propiedad del gran
aficionado don José Víctor, y se encuentra colocada en una de las dependencias
de nuestra plaza de toros.
Y el consuelo para Menchero, dentro de
la tremenda desgracia, fue no asistir aquella trágica tarde a Talavera. Siempre
acompañaba a José a muchas corridas.Aquella tarde se quedó en Madrid, adonde le
llegó la tremenda noticia que terminó con parte de su vida y con su afición a
los toros.
UN
AFICIONADO DEL 5. Boletín de Información Municipal Nº 7, Ciudad Real agosto
1962
Otra
imagen de Menchero con Joselito, esta vez en su casa de Madrid
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