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martes, 9 de junio de 2020

PÁGINAS DE NUESTRO CALLEJERO BOTÁNICO: CALLE DEL LIRIO (II)


El ayer y hoy de la calle del Lirio

Este otro palacete fue el de D. Álvaro Muñoz y en él se guardaban las ropas de la Dolorosa de Santiago, de quien su hija mayor era camarera. Después lo habitó Menchero y allí cobijó  “el Sepulcro” y enseñaba el monumental farol que Joselito regaló a la cofradía cuando “el alfombrista”, lo trajo a torear, gratis, a beneficio de la Hermandad que patrocinaba.

En la reducida reja, cuadrada, de hierros retorcidos, engarzada en calles, de esta modesta casa de más allá, situó el poeta Bernabéu, el hermano de don Emilio, la leyenda de la judía de Barrionuevo, mal herida de amores, a quien, al pasar una noche del Jueves Santo, la miró el Nazareno y la redimió convertida.

Más adelante, por la acera de la derecha, la calle constituye uno de los lados de la cuadrilonga plazuela de “las Terreras”. ¡Era muy castellana y muy castiza esta plazuela manchega! El lado opuesto de ella lo forma el viejo convento, de proporciones desmesuradas, comparado con las pobres y bajitas casas que, extendidas por los otros dos lados, completan el contorno. De un ángulo, parte un callejón quebrado y solitario. Todavía conserva el aroma miedoso y pendenciero de sangre, amor y horror de la leyenda del varonil mancebo judío y de la dulce paloma cristiana a los que la traición mató una noche, al pie de la Virgencita de la Portería del convento monjil de “las Terreras”, saturado de oraciones e inciensos.

Hace medio siglo, en noche de Jueves Santo, hubiéramos esperado en la plazuela la llegada de Jesús. Venía despacio, abrumado por la cruz. Interminables filas de hombres y mujeres, con cirios y farolillos, le precedían. Solo, jadeante, atravesaba la plazuela; entraba en la iglesia; oía las oraciones, cantadas, de las monjitas azul y blanco y las miraba, frente a frente, doloroso, confortador, confortándolas. ¡Inolvidable e insospechado cuadro de nuestra Semana Santa! A poco, le hicieron carroza grande y no podía entrar en el templo, pero se acercaba, solo también, se paraba, frente a la celosía del torreón y recibía como suave caricia, los suspiros místicos y amorosos de la comunidad, arriba encerrada. Hoy, la actual efigie de Jesús Nazareno no puede siquiera entrar en la plazuela. Pregonan la han urbanizado porque le pusieron, de aceras a fuera, un morrillo de piedra. Estrecha y desabrida calle trazaron en diagonal y llenaron de tierra los espacios triangulares que limitan los morrillos… pero no sembraron un mal hierbajo. Plantaron dos canijos arbolillos y no los regaron nunca. Cuentan que, los dos, tras un castizo coloquio, en su lenguaje vegetal, decidieron no arraigar. Se suicidaron, secándose. Dicen que decían: “No vale la pena prosperar. ¡Para que terminemos como terminan por acá todos los nuestros en  pago a que embellecemos y somos beneméritos y gratuitos donadores de oxigeno, entre otro sin fin de cosas buenas!”

El desaparecido palacete de los Muñoz, que luego habitó Menchero

¡Si vieras lo poética y linda que se ponía esta plazuela en las horas vespertinas de un domingo de cada mes, con el desfile de pueblerina procesión de mujeres y hombres con cuerda a la cintura, rosario en la mano y cánticos en los labios, siguiendo a Francisco de Asís!

Poco más allá se estrecha la calle del Lirio; mira la torre de Santiago; a la que seguramente subió Alfonso X, el fundador; se orea con vientos de la Orden, que le llegan por el camino de Calatrava, la vieja, y remata al asomarse a la Cruz Verde del barrio de los cristianos nuevos “los sambenitados”, acosados hasta la apostasía o cristianos hasta el sacrificio heroico, que, en la iglesia del señor San Tiago, fundaron la congregación de San Benito, con capilla propia “donde hoy está la imagen del Cristo de la Caridad”.

Por estos parajes, me contaba un amigo que, arrimado a un esquinazo, lloró de emoción y escalofrío, cuando vio pasar hacia su casa a la Dolorosa perchelera con las manos cruzadas, muy prietas, sobre el corazón y llamando, a los ventanucos altos, con las borlas, ondulantes, del palio. ¡Virgen Madre!

Viajero, vuelve a esta calle el Viernes Santo, por la mañana, para presenciar el desfile de la pasionaria de San Pedro. El sol no consiente velas. Rompe su tesoro de luz en destellos de varillas de plata, de oros de coronas, de carrozas, de mantos recamados, en policromía, rica de emblemas, de estandartes, de túnicas marcando, terco, su primacía el morado, como color tradicional de la Parroquia. Verás con cuanta viveza se pintan el pajizo, mate, de las palmas; el argentado gris del olivo de la Oración del Huerto; la mancha roja de la pechuga de la golondrina que vuela hasta la cabeza del Cristo del Perdón; el sudor, frio, de los ladrones; la saliva espesa, pegajosa, y la sangre cuajada, de Dios que muere perdonando. Hasta  brilla el silencio y la oración y el quejido de la trompea y la lágrima y la saeta que se escapa, retorcida y certera, y el aroma, penetrante, de los patios recién florecidos, jugosos.

“¡Ay, calle del Lirio, lirio
desde el compás a Santiago,
con olor de blanco lirio,
los granados, con su sangre,
tus patios han florecido!”

Julián Alonso Rodríguez, Revista “La Pasión”, Semana Santa en Ciudad Real 1963

Desaparecida portada de la calle del Lirio, fotografía Julián Alonso

Esquina de la calle del Lirio con Quevedo

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