Fachada
de la casa de Mazantini en la calle Progreso
Corría el invierno del año 1945 o 46. La
noche iniciaba su andadura. La pequeña tienda de ultramarinos que Mazantini poseía
entonces, ya estaba cerrada, aunque ello no era obstáculo para que alguna
vecina del barrio, acudiera a comprar, a esas horas, cualquier artículo olvidado
y necesario para la cena.
Todas las noches, después de la comida,
Mazantini velaba un buen rato, junto a la mesa camilla, al calor benigno del brasero.
Le acompañaban su mujer, dormitando en la vieja mecedora y su nieto el mayor,
que contaría once o doce años. La guitarra a estas horas de silencio, suena más
honda. Mazantini rasgueaba sus cuerdas, y un arroyo casi río; luego mar,
brotaba de la anciana guitarra. El chiquillo se arrancaba por fandangos. El
tiempo se hacía pozo y playa de inverosímiles mareas.
Dos golpes fuertes en la puerta
quebraron, aquella noche, el encanto del prodigio. El muchacho se levantó a abrir
la puerta. Dos hombres entraron. Vestían traje y corbata. Parecían dos señores.
Extraña visita a estas horas. Mazantini dejó la guitarra sobre la silla, púsose
en pie, y los saludó. Su mujer abrió los ojos y se sobresaltó momentáneamente.
Mazantini
en su madurez
Aquellos señores eran inspectores de
Abastos. Por estos años, solamente podía haber en existencias en los
establecimientos públicos, el cupo reglamentado, según el número de cartillas,
de cada artículo alimenticio. Estos hombres venían con el propósito de hacer
una investigación en este sentido. Justamente aquel día Mazantini tenía más
aceite del debido. Y estaba allí, al lado, en la tienda, a unos pasos, dorado,
limpio y terso, en la zafra que de un momento a otro, iba a ser cubicada. Mas
la guitarra fue la salvación. Les invitaron a sentarse, cosa que hicieron sin
dudar, quizá porque el frio era muy intenso, quizá por nadie sabe qué. Uno de
ellos pidió a Mazantini y al chiquillo que tocara y cantaran algo. La noche se
hizo cascabel. El tiempo campana. Y los cantes de ida y vuelta, hicieron su
aparición. Aun resuena la guajira en mis oídos:
Tengo una casa en la Habana
con el techo de cristal
para ti linda cubana.
Luego, fue Cádiz con su cante de espuma
y oleaje: alegrías, tanguillos… Sevilla por seguidillas o soleares, tristeza y
jipío hecho cantar y desgarro… Más tarde fueron los cantes de minas: tarantos
que saben a sudor y pena. La noche se hizo de lujo, y la voz de Mazantini y del
chiquillo, los protagonistas principales de un quite por guajiras.
Cuando el reloj, implacable dio las
doce, aquellos señores se despidieron sin comprobar las existencias. Al rato,
el sueño se adueñó de todos, y una sonrisa de madera se oscureció sobre la guitarra.
Mazantini
y el doctor Yubero en Sevilla
Esta segunda anécdota ocurrió en Sevilla.
En uno de sus viajes a la ciudad de la Giralda, Mazantini, acompañado del
médico poeta, Ramón de Yubero, visitó en Triana una peña flamenca. Aquella
noche, como es costumbre, el vino fino de esta tierra caliente regaba las
gargantas de los presentes. Estas se hacían de
plata por bulerías y otros cantes. Se bailaba y se cantaba sin Cesar.
Los distintos palos hacían su aparición, y las palmas repicaban a gloria y a
alegría de pueblo y de trabajo, como sólo saben hacerlo aquí.
Por fin les tocó el turno a las sevillanas.
Este era el objeto de Mazantini: estudiar las sevillanas en su propia salsa.
Unas parejas ejecutaron las cuatro. Mazantini tuvo suficiente. Ya estaban
captadas. Yubero entonces le dijo:
-¿Eres capaz de salir a bailarlas?
-Naturalmente. Y no van ni a sospechar
que no soy sevillano.
Contestó Mazantini. Y efectivamente,
salió. Las bailó las cuatro y nadie sospechó que aquel hombre, que nadie
conocía, en Triana, era manchego.
Entre su repertorio figuraban, a veces,
las sevillanas, aunque lo suyo eran nuestros bailes, nuestros ritmos, más
serenos, más austeros, como estos surcos de pan y vino llevar.
Francisco
Mena Cantero. Desde Sevilla, feria de abril de 1980. Diario “Lanza”, domingo 11
de mayo de 1980
En
la fotografía, vemos a Mazantini junto, a su amigo, el sargento entonces,
"Corchaito". También fue gran amigo suyo el torero "Grano de
Oro". Mazantini lleva un cesto al brazo
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