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viernes, 19 de junio de 2020

CALLE DEL PROGRESO


La desaparecida vivienda de los Pintor en la confluencia de la calle Corazón de María con Progreso. Fotografía Domingo Chacón Pintor

A pesar de que la literatura supone, en muchas ocasiones, desnudarse, anímicamente claro está, el escritor no está siempre dispuesto a hacerlo. Existe un cierto pudor a mostrar sus interioridades, aparte de que, como se ha dicho con motivo del escritor portugués Pessoa, el poeta es un fingidor. Es decir que no es lo que entendemos por realidad la que aquél expresa. Es una especie de creación a partir de materiales más o menos reales.

La mente es una gran desconocida, pero lo es aún mucho más si se trata de un poeta -entiéndase esta palabra en el sentido primigenio de "Creador»-. La imaginación, unas veces añadiendo, otras disminuyendo, en ocasiones mezclando o desfigurando lo que se entiende por realidad, elabora o "crea” esas otras especies que no se dan cada día tal y como él nos las presenta, pero está ahí bajo otras circunstancias. Pues todo esto se intensifica cuando el poeta intenta, más o menos, referirse a algo que le atañe muy de cerca o es casi, casi autobiográfico.

Patio de la vivienda de Mazantini, una de las pocas casas de la calle que aún permanece en pie. Fotografía Elena Maeso

Escribir sobre la calle del Progreso, supone que yo tenga que vencer el pudor a desnudarme, anímicamente se entiende, porque en esta pequeña travesía que, paralela a Calatrava, arranca de la calle del Corazón de María, corta a Refugio y a Lirio y termina en Felipe II, transcurrió mi niñez y juventud. Aquí vivieron familias de raigambre manchega, tales como los Campillo; los Barranco; los Vera, de donde proviene Deogracias Vera, pintor acuarelista que alternaba los pinceles con el silbato de árbitro de fútbol; los Pintor; los Sánchez Expósíto que fueron tan amigos, míos, gentes todas que forman parte de esa intrahistoria de Ciudad Real, a la que me vengo refiriendo en tantas conversaciones; y aquel gran Mazantini, que durante los años dolorosos en que no hubo Pandorga, él con sus muchachos y muchachas la conmemoraba sin faltar una sola vez, en la puerta de su casa, en plena calle del Progreso frente al número ocho. El supo revivirla haciendo de su casa una fiesta de cantos y bailes regionales, porque Mazantini, se quiera o no, fue un lujo para Ciudad Real, y esta calle un tanto a redropelo de la circulación vital de la ciudad, fue durante muchos años centro del único mancheguismo vivido en canciones añejas y bailes que rebrotaban, si rebrotaban, las raíces de La Mancha. Luego la costumbre, el sentir cerca lo grande y hermoso parece disminuir calidades, y cayó la rutina. Siempre ocurre igual. Se tienen al lado personas o hechos sobresalientes y no se los valora. Es como si la cercanía y la amistad restasen valor, cuando debería acontecer lo contrario, pero, por una suerte de desgracia, no es así. Lo foráneo y lo poco conocido parecen atraer más a los ciudadanos, no voy a caer en la falacia de decir que de Ciudad Real, sino de tantos otros lugares o, tal vez, sea propio de la condición humana.

El caso de que esta calle con su piso terrizo durante muchos años, luego empedrada y con acera en uno de sus lados solamente, fue arteria de bandas de chiquillos hacia la Granja Agrícola, hoy terrenos de las Escuelas universitarias y otros organismos más o menos oficiales. Los niños de la posguerra soñábamos venideros tiempos en estas calles que, hoy, apenas son ni olvido. Nada  Vía despersonalizadas, carentes de individualidad, anónimas, donde las gentes viven independientes en sus hogares sin más relación que la coexistencia monótona y diaria.

Tiempos de posguerra. Malos sí; pero de auténtica convivencia, en que la vida, como en las ciudades y pueblos del sur, se hacía todavía en la calle en gran manera, donde, para bien o para mal, nadie era desconocido, nadie anónimo, nadie despersonalizado. Y para nosotros, los de menor edad, la calle era una fiesta, campo de juegos, lugar de aprendizaje para la vida que ya adivinábamos dura, sitio casi de familia. Calle del recuerdo, hoy del Progreso, mucho antes del Caballo, que todos, poco a poco, hemos ido abandonando empujados parla vida en su frenesí que, cada vez, se comprende menos, pero que tiene que ser así, qué duda cabe.

Francisco Mena Cantero. Diario “Lanza”, 6 de marzo de 1988, página 16

Vivienda de Mazantini 

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