La
desaparecida vivienda de los Pintor en la confluencia de la calle Corazón de
María con Progreso. Fotografía Domingo Chacón Pintor
A pesar de que la literatura supone, en
muchas ocasiones, desnudarse, anímicamente claro está, el escritor no está
siempre dispuesto a hacerlo. Existe un cierto pudor a mostrar sus
interioridades, aparte de que, como se ha dicho con motivo del escritor
portugués Pessoa, el poeta es un fingidor. Es decir que no es lo que entendemos
por realidad la que aquél expresa. Es una especie de creación a partir de
materiales más o menos reales.
La mente es una gran desconocida, pero
lo es aún mucho más si se trata de un poeta -entiéndase esta palabra en el
sentido primigenio de "Creador»-. La imaginación, unas veces añadiendo,
otras disminuyendo, en ocasiones mezclando o desfigurando lo que se entiende
por realidad, elabora o "crea” esas otras especies que no se dan cada día
tal y como él nos las presenta, pero está ahí bajo otras circunstancias. Pues
todo esto se intensifica cuando el poeta intenta, más o menos, referirse a algo
que le atañe muy de cerca o es casi, casi autobiográfico.
Patio
de la vivienda de Mazantini, una de las pocas casas de la calle que aún
permanece en pie. Fotografía Elena Maeso
Escribir sobre la calle del Progreso,
supone que yo tenga que vencer el pudor a desnudarme, anímicamente se entiende,
porque en esta pequeña travesía que, paralela a Calatrava, arranca de la calle
del Corazón de María, corta a Refugio y a Lirio y termina en Felipe II, transcurrió
mi niñez y juventud. Aquí vivieron familias de raigambre manchega, tales como
los Campillo; los Barranco; los Vera, de donde proviene Deogracias Vera, pintor
acuarelista que alternaba los pinceles con el silbato de árbitro de fútbol; los
Pintor; los Sánchez Expósíto que fueron tan amigos, míos, gentes todas que
forman parte de esa intrahistoria de Ciudad Real, a la que me vengo refiriendo
en tantas conversaciones; y aquel gran Mazantini, que durante los años
dolorosos en que no hubo Pandorga, él con sus muchachos y muchachas la
conmemoraba sin faltar una sola vez, en la puerta de su casa, en plena calle
del Progreso frente al número ocho. El supo revivirla haciendo de su casa una
fiesta de cantos y bailes regionales, porque Mazantini, se quiera o no, fue un
lujo para Ciudad Real, y esta calle un tanto a redropelo de la circulación
vital de la ciudad, fue durante muchos años centro del único mancheguismo vivido
en canciones añejas y bailes que rebrotaban, si rebrotaban, las raíces de La
Mancha. Luego la costumbre, el sentir cerca lo grande y hermoso parece
disminuir calidades, y cayó la rutina. Siempre ocurre igual. Se tienen al lado
personas o hechos sobresalientes y no se los valora. Es como si la cercanía y
la amistad restasen valor, cuando debería acontecer lo contrario, pero, por una
suerte de desgracia, no es así. Lo foráneo y lo poco conocido parecen atraer
más a los ciudadanos, no voy a caer en la falacia de decir que de Ciudad Real,
sino de tantos otros lugares o, tal vez, sea propio de la condición humana.
El caso de que esta calle con su piso
terrizo durante muchos años, luego empedrada y con acera en uno de sus lados
solamente, fue arteria de bandas de chiquillos hacia la Granja Agrícola, hoy terrenos
de las Escuelas universitarias y otros organismos más o menos oficiales. Los niños
de la posguerra soñábamos venideros tiempos en estas calles que, hoy, apenas
son ni olvido. Nada Vía despersonalizadas,
carentes de individualidad, anónimas, donde las gentes viven independientes en
sus hogares sin más relación que la coexistencia monótona y diaria.
Tiempos de posguerra. Malos sí; pero de
auténtica convivencia, en que la vida, como en las ciudades y pueblos del sur,
se hacía todavía en la calle en gran manera, donde, para bien o para mal, nadie
era desconocido, nadie anónimo, nadie despersonalizado. Y para nosotros, los de
menor edad, la calle era una fiesta, campo de juegos, lugar de aprendizaje para
la vida que ya adivinábamos dura, sitio casi de familia. Calle del recuerdo,
hoy del Progreso, mucho antes del Caballo, que todos, poco a poco, hemos ido abandonando
empujados parla vida en su frenesí que, cada vez, se comprende menos, pero que
tiene que ser así, qué duda cabe.
Francisco
Mena Cantero. Diario “Lanza”, 6 de marzo de 1988, página 16
Vivienda
de Mazantini
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