Establecimiento
comercial de la calle Ciruela, que reproduce una vieja portada que evoca
tiempos pasados
Los odios contra los judíos se volvieron
a encender de nuevo en Ciudad Real a mediados del siglo XV. Por el mes de junio
de 1449, cristianos viejos y conversos convirtieron otra vez las calles de
Ciudad Real en trágicas y brutales escenas sangrientas. El pánico y la
violencia cundió por todos los rincones de la ciudad, tras las desavenencias y
disputas por coger los altos cargos de mando en el gobierno municipal, del que
los conversos llevaban la mejor parte. El 18 de junio un grupo de unos 300
nuevos cristianos, mandados por el bachiller Rodríguez, el alcalde de la ciudad
y un tal Juan González, se habían organizado con el pretexto de que se
conspiraba contra ellos para robarles, afirmando categóricamente que prendieran
fuego a la ciudad antes de acceder a que les pusieran las manos encima. Fue
citado el bachiller por las autoridades locales y, siete días después, el lunes
7 de julio, se presentó en la plaza de la ciudad al frente de su grupo,
manifestando que acometieran contra quienes pretendieran ocasionarles algún
perjuicio. De resultas de este nuevo conflicto, murió un cristiano viejo llamado
Alvar García. La Orden de Calatrava, cuyo cuartel general estaba en Almagro,
envió a Ciudad Real un comendador con gente de guerra, para terminar con los
desórdenes. Ante la oposición de los ciudadanos, fue ocupada una de las puertas
de la ciudad; tras una ligera pelea entre los dos bandos murió el comendador, y
a partir de aquel momento, sobrevinieron a la ciudad grandes y violentos
motines, librándose en las calles ciudadrrealeñas una verdadera campaña campal.
En estas refriegas también sucumbieron el bachiller Rodrigo y su hermano
Fernando, cuyos cadáveres fueron arrastrados por la ciudad. Nos da a conocer Haim
Beinart, que, “… el Bachiller Arias Díaz
y Gonzalo Alonso de Siles, a los que se les culpaba de la muerte del comendador,
fueron sacados de la cárcel a la fuerza y ejecutados en el centro de la ciudad.
Propiedades y casas de los conversos: el licenciado Diego Rodríguez de Santa
Cruz y el drapero Alonso González fueron incendiadas, así como los bienes y
muchos documentos del notario Juan García”.
Haciendo un balance de aquellos motines,
que duraron del 7 al 20 de julio de 1449, dicen algunos historiadores que
murieron 22 personas. Los vecinos de “Barrio Nuevo”, en su mayoría conversos
ricos, ante el peligro que corrían sus propias vidas, tomaron la determinación
de abandonar la ciudad, siendo muchísimos los que salieron de ella, hasta que
la superioridad del gobierno no restableció de una manera estable el orden
público. El 15 de septiembre recurrían las autoridades de Ciudad Real a rey don
Juan II, poniendo en su conocimiento que la ciudad se había quedado casi
desierta, suplicándole piedad y perdón para los pocos vecinos que permanecían
en ella. El indulto para todos aquellos que habían infringido la ley durante
los 15 días de alborotos y revoluciones, llegó el 8 de noviembre del citado año
1449, pudiendo volver a ocupar los cargos públicos, títulos y beneficios, los
que anteriormente los habían ostentado.
Otra vez las adversidades contra los
conversos de Ciudad Real, llegaron a ser relevantes en los movimientos y
actitudes dificultadas por sus vecinos en 1474. El 6 de octubre comenzaron de
nuevo en la ciudad motines, anticonversos, sin que nadie compareciera a favor y
amparo de los convertidos. Según Haim Beinart, el documento que describe estos
disturbios dice que, empezaron cuando los conversos estaban seguros en sus
hogares y trabajos, y no tenían idea por qué habría de caer sobre ellos tamaños
reales. En ese día de principios de octubre, los alborotadores surgieron de
varias casas y conventos de la ciudad, donde se había reunido mucha gente mal
intencionada de varios lugares: “…e
mataron a sacomano todos sus bienes, muebles e semovientes, e joyas e presias
de casa e mercaderías que en sus casas e tiendas fallaron, que no quedó casi ni
tienda segura que non robasen. E les robaron los ganados de los campos e
términos de la dicha cibdad, e de otras partes que eran suyos”. Al parecer,
los disturbios acabaron finalizado el mes de octubre de 1474. Por falta de
tiempo, los Reyes Católicos no pudieron sancionar hasta finales de 1475 a los
amotinados. El 28 de enero del siguiente año, fue nombrado Rodrigo Manrique
para que interviniera contra los subversivos. Le encomendaron que interviniera
contra los subversivos. Le encomendaron que indagara acerca de quienes habían
intervenido en las alteraciones callejeras, que les encarcelaran y confiscasen
sus bienes.
Era obligatorio por parte de los alcaldes,
alguaciles, regidores, caballeros, escuderos, funcionarios y “homes buenos” de
todos los lugares alterados, así como de cualquier persona que fuera requerida
por las autoridades, de ayudarles en su trabajo. Según otro mandato decretado
el mismo día, las decisiones de los jefes regulares, debían de ser cursadas y
ejecutadas contra los que habían perseguido a los conversos de Ciudad Real. De
las sentencias dictadas por los jueces, es de suponer que, los bienes de los
amotinados, debieron serles incautados y cedidos a “homes buenos”. Un letrado
en presencia de un notario hacía el inventario de las pertenencias,
restituyendo todas las posesiones y ganados que se entregaron a sus legítimos
dueños. Las propiedades y bienes robados eran resueltos según criterio de los
jueces, y todos tenían la obligación de cooperar en el legal uso de la ley. Por
otra disposición fechada el 30 de enero de 1475, se ordenaba cómo y de qué manera,
los viejos cristianos y conversos, debían de restaurar su vida normal y el deterioro
sufrido en la ciudad. Pero justo en aquel preciso momento se produjo la sublevación
del marqués de Villena, por lo que las normas que se habían establecido se
convirtieron en algo incierto y problemático, teniendo que ser aplazadas hasta
varios años después.
Francisco
Pérez Limón Diario “Lanza” 15 de agosto de 1989, Extra de Feria de Ciudad Real
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