Antigua
ermita de la Soledad, según un dibujo de Vicente Rodrigo (1900)
Nuestras cofradías pasionarias no tienen
la suerte de contar, como ocurre en otras ciudades de España, con un templo
propio para desarrollar sus actos de culto y desde donde salir procesionalmente
cada Semana Santa.
Sin embargo, no siempre fue así, y hubo
una que dispuso de su propia ermita, adosada al convento franciscano que
existía en Ciudad Real: la Cofradía de la Soledad.
La ermita o capilla de la Soledad se
levantaba sobre parte de la superficie que hoy conforma la plaza de San
Francisco, mientras que el convento de los religiosos franciscanos, fundado por
Alfonso X el Sabio en el año 1263, se ubicaba en el lugar que actualmente ocupa
el antiguo edificio del Hospital Provincial, reconvertido en colegio y
residencia universitaria, ambos bajo la advocación de Santo Tomás de
Villanueva.
Al parecer, la ermita se edificó a raíz
de la cesión a la hermandad, por parte de los franciscanos de Ciudad Real, de
unos terrenos de su convento con el objeto de llevar a cabo su construcción en
el año 1565.
Sus dimensiones eran muy reducidas, a
pesar de contar con salón de reuniones y sacristía. En ella, además de la
Virgen de la Soledad, existían otras imágenes, como la Virgen de las Alegrías y
san Antonio de Padua. Posteriormente también recibió culto en la misma la talla
de San Francisco, trasladada tras la desaparición del referido convento. Esto
ocurrió en el primer tercio del siglo XIX al producirse su desamortización,
tras la cual se llevó a cabo una total remodelación pasando a utilizarse como
Hospital Civil, uso que mantuvo hasta 1859, excepto un año en que se dedicó a
Escuela Normal.
El
1 de enero de 1860, el antiguo convento era destinado a Hospicio
Provincial, lo que se ha mantenido hasta hace relativamente pocos años.
Mientras tanto, la ermita continuaba con
su mismo fin, como templo de residencia de la cofradía. Desde ella partía cada
Viernes Santo por la noche la procesión de la Soledad. También, al menos hasta
el siglo XVIII, los Domingos de Resurrección llegaba hasta allí la procesión
con las imágenes de Jesús Resucitado y san Juan y se hacía el encuentro con la
Virgen de la Soledad.
A finales del siglo XIX la ermita se
encontraba muy mal conservada, lo que motivó la realización de algunas obras
para consolidar el edificio.
En los primeros años del siglo XX, las
condiciones del Hospicio no eran las más apropiadas para el uso que tenía,
tanto por su pequeño tamaño como por las secuelas de un incendio en su
techumbre ocurrido en 1890, y por este motivo la Diputación Provincial acometió
unas muy profundas obras de reforma y ampliación del mismo. Mientras éstas se
desarrollaban se planteó la continuidad o no de la ermita de la Soledad.
Capillas
que existían en Ciudad Real en 1869, entre las que figura la ubicación de la
Ermita de la Soledad, Plaza de San Francisco, 4 (Guía de Ciudad Real por D.
Domingo Clemente)
El mal estado que presentaba,
prácticamente en ruinas, pues se mantenía en pie sólo gracias a las
reparaciones antes señaladas, así como su poco valor artístico, que no
histórico, hicieron que se desechase la idea original de anexionarla al
Hospicio, y se levantaron voces que reclamaron su derribo, principalmente la
del periódico local “Diario de la Mancha”, el cual aseguraba que la demolición
de la ermita sería beneficiosa para todas las partes implicadas. Por un lado,
el Obispo vería dignificado el lugar de culto de una imagen sagrada si se
trasladaba a otro templo que reuniese mejores condiciones, lo que repercutiría
también a favor de la cofradía, al tener un lugar de residencia más amplio y
seguro. Por su parte, la Diputación Provincial conseguiría que el Hospicio
presentase una fachada más extensa, con iluminación y ventilación mejoradas,
mientras el Ayuntamiento contaría con una plaza pública de mayores dimensiones.
De esta forma se comenzó a gestar la idea del traslado de la Cofradía de la
Soledad a la que sería su segunda sede canónica, la iglesia de San Juan de Dios,
sita en la calle Dorada (hoy Ruiz Morote).
El 3 de octubre de 1906 se celebró en el
Palacio del Obispado una reunión a la que asistieron el Obispo Prior, Remigio
Gandásegui; el Diputado Visitador, Andrés Racionero; el Alcalde, Félix de los
Ríos y una representación de la hermandad, que era la parte más reticente a la
demolición, tomándose finalmente los acuerdos siguientes:
1.º Traslado a San Juan de Dios de las
imágenes y retablos por la Diputación.
2.º Derechos en esta capilla de libre
disposición para la hermandad y de patronato sobre los dos altares de la Virgen
y de San Antonio, además de nombramiento de un capellán.
3.º Indemnización a la cofradía por el
Ayuntamiento, por la expropiación del edificio y los solares usados para vía
pública.
4.º Derribo de la ermita.
5.º Defensa de estas bases ante la
respectiva corporación por cada uno de los asistentes.
Pese a haberse llegado a estos acuerdos,
el tema quedó aparcado hasta que en el mes de marzo de 1907 se reactivaron las
gestiones, sobre todo por las pésimas condiciones que presentaba la
edificación. De este modo, se celebró una nueva reunión a la que asistieron el
Obispo Prior, el hermano mayor por la cofradía de la Soledad, Leopoldo Acosta,
y el mayordomo de la misma, Robustiano Fuentes, quienes acordaron finalmente
que la demolición se llevaría a efecto una vez hubiese pasado la Semana Santa.
Documento
para reparar la capilla de la cuota que estableció la hermandad en 1875 de
cuarenta reales
El Viernes Santo, 29 de marzo de 1907,
las puertas de la ermita se abrían a las nueve de la noche para iniciar la última
procesión que de la misma partiría. Dos filas de enlutadas mujeres alumbrando
con velas y cirios en sus manos precedían a la antiquísima imagen de la Virgen
de la Soledad, que por la calle de la Palma iniciaba su recorrido por la
capital de La Mancha. Horas más tarde llegaba ese mismo cortejo por la calle
Dorada. La Virgen pasó al interior de la capilla, cerrándose para siempre sus
centenarias puertas y con ellas una importantísima etapa en la historia de la
hermandad.
A la semana siguiente comenzaron los
trabajos de derribo. El día 4 de abril se trasladaron las imágenes
provisionalmente a la parroquia de San Pedro, al mismo tiempo que se instalaban
los retablos en la iglesia de San Juan de Dios, y el día 5 se empezó a
desmontar el tejado.
Las obras se prolongaron prácticamente
durante todo el mes de abril. Mientras tanto, el día 19 se inauguraba el
Hospicio Provincial, que tras las obras de ampliación presentaba una nueva y
extensa fachada, la cual años más tarde volvería a ser ampliada y reformada
para dejarla tal como hoy lo conocemos.
Durante la demolición, apareció bajo la
ermita una cripta formada por una nave de unos diez metros de largo por cuatro
de ancho, cerrada por una bóveda rebajada con una compuerta de entrada de
piedra labrada. En ella se halló un enterramiento con algunos ataúdes de madera
que fueron trasladados para recibir nueva sepultura en el cementerio católico
de la Diócesis. Aunque no aparecieron inscripciones ni epitafios que lo
confirmasen, debía tratarse de los sepulcros que los franciscanos poseían en
los terrenos de su desaparecido convento.
Una vez concluidas las obras de derribo,
un grupo de vecinos de la zona propuso, como memoria del sitio que ocupó la
capilla, que la calle del Gato, hoy Montesa, se llamase calle de la Soledad, ya
que la misma conducía a la desaparecida ermita desde la plaza del Pilar.
La cofradía pasó a su segunda
residencia, la iglesia de San Juan de Dios, donde se construyó una capilla
dedicada a la venerada imagen de San Antonio de Padua. Años más tarde cambiaría
de sede nuevamente, pasando a la actual, la parroquia de San Pedro Apóstol.
La noche del 12 de junio de 1907,
coincidiendo con la popular verbena que por aquel entonces se celebraba en
honor de San Antonio, era inaugurada la nueva plaza de San Francisco, completamente
remodelada y ampliada con los terrenos de la ermita, quedando ya sólo en el
recuerdo el lugar donde durante siglos la Virgen de la Soledad recibió la
veneración de tantas generaciones de ciudarrealeños. Una vez más, Ciudad Real
borraba de un plumazo una de las huellas de su pasado, algo que aún hoy,
desgraciadamente sigue sucediendo.
Alberto
Carnicer Mena, “La ermita de la Soledad”, Ciudad Real Cofrade 2003, pag.
154-155.
Imagen
de Nuestra Señora de la Soledad destruida en 1936 y que veneraron los
ciudadrealeños durante siglos
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