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viernes, 22 de noviembre de 2019

CALLE DE LA PALMA


Vista del inicio de la calle Palma desde la Plaza de San Francisco, en una fotografía de Julián Alonso de 1949

Palma. Así se llama la hoja de la palmera, árbol corpulento, de ocho a diez y seis metros de altura, de tronco indiviso, recto, erguido, cilíndrico, llamado “estipe”, coronado con un penacho de hojas grandes, hasta de cuatro metros de largas, constituidas por un eje del cual salen segmentos pinnados, estrechos, agudos. Es planta de los oasis africanos aclimatada en el E. y S. de España durante el largo periodo de dominación de los árabes, que fueron quienes la trajeron. Este esbelto árbol, al cabecear con el viento y ondular con movimientos indolentes, elegantes, femeninos, es fácil evoque voluptuosidad adormecedora del erótico paraíso mahometano.

Las diversas clases de palmeras, se cultivan como planta decorativa en parques y paseos. En nuestra región levantina, forma grandes masas, como el famoso palmeral de Elche donde los naturales trepan por los estirpes y atan, a modo de cucurucho, las hojas externas del penacho final. De este modo, las hojas que va dando la yema terminal, desprovistas de luz, no verdean y quedan amarillas, cloróticas, y así, o trenzadas, los segmentos pirinados en bella labor de artesanía, se exportan, en grandes cantidades a todas las regiones de España, y a muchos países, para ser benditas, durante los Santos Oficios del Domingo de Ramos, y repartirías como místico símbolo de la gloria de Jesús en su triunfal entrada en Jerusalén.

También la artesanía hace esterillas, canastos y otros objetos, con los delgados y resistentes segmentos de sus hojas.

Y sus frutos, los dátiles, son comestibles en fresco y conservados. Para las caravanas tienen inapreciables valor.

Bueno será recordar “la palmera del cura” de Elche. Famoso ejemplar de tallo ramificado desde cerca de su base.

La palma es cívico símbolo de Victoria y de Gloria, y, en nuestra religión, además, de la Virginidad y del Martirio, que, si bien lo meditamos, no son otra cosa que lucientes y heroicas facetas de la Gloria y de la Victoria.

Otra imagen de Julián Alonso de 1949, del inicio de la calle Palma vista desde la Plaza de San Francisco

Fundada Villarreal, por el rey Sabio, dentro de las posesiones de la Orden de Calatrava, sus pertenencias se reducían, casi únicamente, al amurallado recinto urbano. El efectivo mandato de la fundación real era contener y neutralizar el creciente y orgulloso poderío de los freires, superior, incluso, al de la corona, a la que, en ocasiones, desbordada. Tal freno despertó en ellos, el deseo de absorber o aniquilar la fundación. Y la malquerencia se manifestó, desde el primer instante, impidiendo cortar leña, hacer carbón; coger esparto, pastar los ganados y establecer colmenas, a los realengos, que replicaban con violencia. Es por lo que tres siglos de nuestra historia se reducen a continuas luchas y represalias entre ambos bandos, que no logran remediar las disposiciones de Alfonso XI, llevando las discordias a la ley para resolverlas.

Cierto que hubo períodos de bonanza, como aquel que permitió a Muñiz de Godoy cubrir de bello artesonado –aun oculto- la iglesia de Santiago, pero destacan por su odio a la fundación real los Maestros don García López de Padilla y, al finalizar la XV centuria, don Rodrigo Téllez de Girón. Un día, éste. A no venir fuerzas de la corona en nuestra defensa, hubiera aniquilado el solar realengo con la ayuda del algunos de sus moradores que, al pasarse al lado del Maestre, combatieron a sus propios hermanos –lo que nunca había ocurrido- con furia y encono malvado, por lo menos.

Cuentan que la dura y terrible lucha comenzó forzando las huestes calatravas la puerta de la Mata, y culminó apoderándose del Alcázar y de buena parte del caserío, hasta que, llegados en auxilio nuestro el conde de Cabra y D. Rodrigo Manrique, Maestre de Santiago, pelearon sus mesnadas dentro de murallas, en cada calle hasta vencer y expulsar al invasor y a los traidores, y restaurar el poder real.

Ante mi tengo una crónica, bicentenaria, que relata aquella invasión calatrava y da, y por eso la traigo acá, el origen del nombre de varias calles, entre ellas el de la Palma. Por ingeniosa, pintoresca, aunque muy discutible, la copió literalmente, si bien salvando la ortografía:

Los calatravos, con cuadruplicadas fuerzas, talaron, a la fuerza, las puertas de la Mata y entraron en las calles. Hubo una matanza horrorosa y por esta causa formó la calle el nombre de la Mata. El Maestre Rodrigo Téllez de Girón llegó con su lanza a las esquinas del cuartel de Milicias, que es al principio de la calle, y dijo: Hasta aquí yací y conquisté esta parte de terreno y población quedando feudataria a la jurisdicción de Calatrava. Como salieron victoriosos, por la calle donde se retiró el ejercito calatravo le quedó el nombre de la Palma, y a la que baja, línea recta, calle de la Sangre por la mucha que corrió por ella. Calle de la Lanza, en recuerdo de la del Maestre, que va a la puerta de la umbría de S. Pedro. Calle de Ballesteros. Calle del Lobo porque entró el ejercito hecho unos lobos rabiosos. Y por esta acción tomaron las calles nombre”.

Esquina de la calle General Rey con Palma en los años cincuenta del siglo XX

Hagamos un inciso. Entonces ya existía la calle de Ballesteros. Se la cita repetidamente, en documentos varios; su enclave en el triángulo Alcázar, S. Pedro, San Francisco, porción populosa en la vida de la ciudad en pasadas épocas, y al celebrarse por esos contornos las ferias, son entre otros, datos suficientes para asegurar la antigüedad de esta calle y no poder compartir la opinión, en este periódico expuesta, de que, hasta época reciente fueran huertos esos parajes. Aunque Ensenada no nos de noticias de la calle o permanezca perdidas.

La calle de la Palma, tiene una salida al comienzo de la calle de la Mata donde, en una portada achaflanada, esculpidos en piedra, dos pajes dan guardia al escudo, también de piedra. Embadurnados de cal, aun conservan su belleza, y, a lo que parece, y con elogiable gusto, piensan limpiar y engarzar esta portada en la fachada del nuevo edificio que levantan sobre el solar de la antigua mansión. No faltan, a lo largo de la calle, otros vestigios de su pasado prócer, aunque, en tiempos posteriores, se hicieran sucios los antecedentes de ella.

Termina en la plaza de S. Francisco, pero antes recibía la confluencia de “la angosta calle de S. Juan Evangelista”, que se iniciaba por San Pedro y que no hemos podido localizar. Por esta subía, en los siglos XVII y XVIII, la procesión del Resucitado, para recoger la imagen del Evangelista en su ermita “sita en la calle de la Palma, en lo que luego fue molino aceitero de don Rafael Barona” -¿sería el molino de Oliva?- “y llegar al convento de San Francisco de donde salían la Soledad y la comunidad franciscana a recibir a Jesús triunfante”. Con igual orden y norma volvía la procesión a la ermita y a San Pedro una vez celebrada, en el convento, solemne función. Recordemos, como cosa curiosa, que, al mismo tiempo, otra misa solemne se cantaba en las Carmelitas a la llegada de procesión semejante que salía de la parroquia de Santa María  y a ella retornaba. Es un demostrativo dato más de la pugna existente entre esas dos parroquias por mantener la primacía, que a tantos hechos curiosos dio lugar y que vino a concluir, en el pasado siglo, al erigir la iglesia de Santa María del Prado como Catedral del Obispado Priorato de las Órdenes Militares.

Hasta los primeros años de la actual centuria, por la calle de la Palma, desde la plazuela de San Francisco, venía el Nazareno del Jueves Santo. Lástima que el carácter equívoco del vecindario de la Palma motivase la supresión de este trozo de la carrera de las pasionarias de Semana Santa. Hoy, prohibidas las casas de tolerancia, valdría el esfuerzo alargar el itinerario, restaurando el antiguo, porque, en verdad, la subida de las procesiones por la calle Dorada, el paso por la plazuela de S. Francisco y la salida a la calle de la Mata, por la de la Palma, tenía un colorido y un sabor muy siglo XVII, castellano que en otros trozos del recorrido también se va perdiendo.

Julián Alonso Rodríguez. Diario Lanza, jueves 23 de junio de 1960, página 5

En 1960 la Cámara de la Propiedad Urbana construyó el edificio el edificio de esquina de la calle Palma con General Rey

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