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viernes, 1 de noviembre de 2019

LOS ENTIERROS


Festividad de Todos los Santos, cementerio de Ciudad Real en 1965

Desde primero de año, se ha introducido una novedad en los entierros de nuestra. ciudad. Ya no va el clero parroquial a la "casa mortuoria", es Decir, a la casa donde el óbito se ha producido o en la que ha sido depositado el cadáver para ser trasladado. La familia· ya no constituye el duelo en ella, sino que recibe el pésame en la puerta de la parroquia, donde se ha de decir el funeral, aunque naturalmente los más allegados o amigos se acerquen hasta la casa a expresar su sentimiento, acompañar a los deudos y rezar por el difunto.

Indudablemente, todo ello supone una pequeña "revolución" en nuestras costumbres. De sobra sabemos cómo han sido, hasta ahora, los entierros en nuestra capital y en muchos pueblos de la provincia. Media o una hora antes de la fijada, según la importancia o numero de amigos y conocidos del fallecido y su familia, se constituía el duelo, ante el que iban desfilando todos los asistentes; los menos ligados a los familiares, en señal de respeto y dolor, se reducían a inclinar la cabeza, que en argot popular se llamaba la "cabezada" o la "cabeza". No sabemos desde cuanto tiempo se mantenía esta costumbre. Y cuando se trata de cambiar algo tradicional, hay opiniones para todos los gustos. Muchos dicen que nuestra ciudad no es una gran urbe y que todavía los entierros no provocan un caos en la circulación, que es una de las razones esgrimidas.

No hablemos de razones, ni de conveniencias. Vayamos más a lo profundo para admitir la innovación sin reservas. Uno de los hechos fundamentales en los entierros, aparte de condolerse con la familia, es orar por el alma del fallecido, ofrecerle nuestros sufragios. En este aspecto, la novedad refuerza más este sentido cristiano de la muerte, puesto que la gente ha de ir necesariamente a la iglesia y si, por cualquier razón, no puede asistir al funeral, es más fácil que la vista del templo le recuerde la oración, aunque lo cierto es que, 1o mejor, es estar en la asamblea comunitaria -la oración en común tiene un gran valor expresado por el propio Cristo- y meditar sobre el verdadero significado de la muerte a lo que ayuda la homilía. El mejor homenaje al fallecido y el mayor consuelo para la familia, no es el rito externo o el cumplimiento social del pésame, sino unirse sobrenaturalmente a ambos, en la celebración eucarística. ¿Que así se reduce el número de asistentes? Siempre quedarán los que, pudiendo, tenían más afinidad con el difunto Y más motivos de unirse a los familiares. Por otro lado la estampa de una larga procesión del domicilio del finado a la iglesia, si aquél estaba distante, hemos de reconocer que no está muy acorde con los tiempos.

Festividad de Todos los Santos, cementerio de Ciudad Real en 1966

Algunos puede preguntar: ¿Y cuando se trate de alguien; que no practica la religión católica es de otras o de ningunas creencias? La solución es la misma, pero en la puerta del cementerio.

No sabemos cómo la medida ha sido acogida en el fuero interno de cada cual. Lo que sí podemos decir es que nuestro pueblo parece disciplinado y no ha hecho grandes aspavientos a  la reforma. Todo es acostumbrarse de nuevo a acomodar las costumbres a los tiempos. La antigua "cabezada" siempre puede sustituirse por los pliegos de firmas; bien en el portal de la casa mortuoria, bien en el atrio del templo. El testimonio es el mismo, para los que no desean o no pueden asistir al funeral o para quienes se creen con menor obligación. Los verdaderamente amigos de la familia, de todos modos, antes o después del entierro estarán con ella, la visitarán y la consolarán, haciéndose partícipes de su dolor.
A nosotros no nos parece mal la medida. Es más, en cierto modo, se libera a una familia dolorida de un excesivo agobio de pésames personales; aunque no criticamos, por supuesto la costumbre antigua, que siempre llevaba implícito el buen deseo de mostrar, de un modo directo, el testimonio de un pesar y de una solidaridad, mucho más en ambientes reducidos donde todos nos dolemos con todos y donde se desarrolla una vida más "humana" que en la gran urbe, en la que la mayoría se desconocen.

Carlos María San Martín, diario Lanza, 6 de enero de 1973

Festividad de Todos los Santos, cementerio de Ciudad Real en 1966

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