Festividad
de Todos los Santos, cementerio de Ciudad Real en 1965
Desde primero de año, se ha introducido
una novedad en los entierros de nuestra. ciudad. Ya no va el clero parroquial a
la "casa mortuoria", es Decir, a la casa donde el óbito se ha
producido o en la que ha sido depositado el cadáver para ser trasladado. La familia·
ya no constituye el duelo en ella, sino que recibe el pésame en la puerta de la
parroquia, donde se ha de decir el funeral, aunque naturalmente los más
allegados o amigos se acerquen hasta la casa a expresar su sentimiento, acompañar
a los deudos y rezar por el difunto.
Indudablemente, todo ello supone una
pequeña "revolución" en nuestras costumbres. De sobra sabemos cómo han
sido, hasta ahora, los entierros en nuestra capital y en muchos pueblos de la
provincia. Media o una hora antes de la fijada, según la importancia o numero
de amigos y conocidos del fallecido y su familia, se constituía el duelo, ante
el que iban desfilando todos los asistentes; los menos ligados a los
familiares, en señal de respeto y dolor, se reducían a inclinar la cabeza, que
en argot popular se llamaba la "cabezada" o la "cabeza". No
sabemos desde cuanto tiempo se mantenía esta costumbre. Y cuando se trata de cambiar
algo tradicional, hay opiniones para todos los gustos. Muchos dicen que nuestra
ciudad no es una gran urbe y que todavía los entierros no provocan un caos en
la circulación, que es una de las razones esgrimidas.
No hablemos de razones, ni de
conveniencias. Vayamos más a lo profundo para admitir la innovación sin
reservas. Uno de los hechos fundamentales en los entierros, aparte de
condolerse con la familia, es orar por el alma del fallecido, ofrecerle
nuestros sufragios. En este aspecto, la novedad refuerza más este sentido
cristiano de la muerte, puesto que la gente ha de ir necesariamente a la
iglesia y si, por cualquier razón, no puede asistir al funeral, es más fácil
que la vista del templo le recuerde la oración, aunque lo cierto es que, 1o
mejor, es estar en la asamblea comunitaria -la oración en común tiene un gran
valor expresado por el propio Cristo- y meditar sobre el verdadero significado
de la muerte a lo que ayuda la homilía. El mejor homenaje al fallecido y el mayor
consuelo para la familia, no es el rito externo o el cumplimiento social del pésame,
sino unirse sobrenaturalmente a ambos, en la celebración eucarística. ¿Que así
se reduce el número de asistentes? Siempre quedarán los que, pudiendo, tenían más
afinidad con el difunto Y más motivos de unirse a los familiares. Por otro lado
la estampa de una larga procesión del domicilio del finado a la iglesia, si
aquél estaba distante, hemos de reconocer que no está muy acorde con los
tiempos.
Festividad
de Todos los Santos, cementerio de Ciudad Real en 1966
Algunos puede preguntar: ¿Y cuando se
trate de alguien; que no practica la religión católica es de otras o de
ningunas creencias? La solución es la misma, pero en la puerta del cementerio.
No sabemos cómo la medida ha sido
acogida en el fuero interno de cada cual. Lo que sí podemos decir es que
nuestro pueblo parece disciplinado y no ha hecho grandes aspavientos a la reforma. Todo es acostumbrarse de nuevo a acomodar
las costumbres a los tiempos. La antigua "cabezada" siempre puede
sustituirse por los pliegos de firmas; bien en el portal de la casa mortuoria,
bien en el atrio del templo. El testimonio es el mismo, para los que no desean
o no pueden asistir al funeral o para quienes se creen con menor obligación. Los
verdaderamente amigos de la familia, de todos modos, antes o después del
entierro estarán con ella, la visitarán y la consolarán, haciéndose partícipes
de su dolor.
A nosotros no nos parece mal la medida.
Es más, en cierto modo, se libera a una familia dolorida de un excesivo agobio
de pésames personales; aunque no criticamos, por supuesto la costumbre antigua,
que siempre llevaba implícito el buen deseo de mostrar, de un modo directo, el
testimonio de un pesar y de una solidaridad, mucho más en ambientes reducidos
donde todos nos dolemos con todos y donde se desarrolla una vida más "humana"
que en la gran urbe, en la que la mayoría se desconocen.
Carlos
María San Martín, diario Lanza, 6 de enero de 1973
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de Todos los Santos, cementerio de Ciudad Real en 1966
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