La
Puerta de Toledo en los años cincuenta del pasado siglo XX
CARRIÓN
DE CALATRAVA Y SUS MAGDALENAS
El regreso lo hicimos por este pueblo de
tan poético nombre. No sé si por ser la hora del crepúsculo, por subjetivismo, o
porque es así, lo cierto es que las calles de Carrión me parecieron
melancólicas y tristonas. Apenas había gentes por las calles. Paramos en la
plaza. En una rinconada estaba el Ayuntamiento, con bolas doradas en sus
balcones. Nos asomamos un momento al casinillo y yo sentí miedo. Constaba sólo
de una pieza pequeñísima, con un incompleto diván de peluche rojo. Bajo una luz
de poca salud y entre una humareda turbia, varios hombres jugaban ahocicados sobre
una mesa de tapete verde. No vi más, pero me impresionó aquel cuadro tan agrio
e ibérico.
Había un incesante y saudadoso tocar de
campanas. Le preguntamos a un chiquillo.
-Debe ser porque hace años que murió
alguien. Yo me imaginé a ese alguien calcinado ya en el trágico cementerio de
Carrión, mientras las campanas de su antigua torre, llenaban una tarde entera y
melancólica con sus sonidos.
Compramos unos bolsones de magdalenas y
fuimos a una tasquita a tomarlas con vino. El tabernero no fue un ejemplo de
cortesía. Algunos de mis acompañantes hubieron de estar de pie porque no quiso
sacar sillas. Luego le preguntamos si marchaba un curioso y diminuto relojito
de pesas que tenía colgado en la pared y dijo que funcionaba cuando le daban
cuerda. En fin, una delicia de hombre. Menos mal que las magdalenas estaban
riquísimas y el vino también.
Ya entre sombras volvíamos a Ciudad
Real. Crespo tristón y alicaído. Yo con agujetas de tanto andar. Ya de noche pasamos
bajo la hermosísima puerta de Toledo.
El
viejo puente de Alarcos con el molino de los Ayala
ALARCOS
Y DON EMILIO BERNABEU
La excursión a las ruinas del desastre
estaba señalada por Paquito Pérez, el gran maestresala de este itinerario, para
las diez de la mañana. Sería nuestro guía histórico y práctico don Julián
Alonso, pero un endemoniado pisto manchego le indispuso. Cuando iba a arrancar
el coche llevándonos a Paquito, Fernando Calatayud y a mí, apareció en la plaza
la menuda figura de don Emilio Bernabeu, que al decirle nuestra situación se
brindó a acompañarnos con toda su ciencia manchega. Confieso que me emocioné al
saludar a don Emilio, el único vivo de aquella antigua plana mayor del
Instituto que yo conocí. Don Emilio, con sus 75 años sigue tan arrichante como
siempre, su carita de niño viejo y su voz bondadosa y afable. Se detuvo su
precoz calvicie y como hace veinticinco años sigue haciéndose ese difícil
peinado de los calvos de prestarse el pelo de un lado al resto de la cabeza.
Con tres sortijas en un solo dedo, la chaquetita blanca y el abarquillado
sombrero de paja, a primera vista parece un sujeto desmedrado y enclenque; pero
cuando comienza a trepar por cerros y trochas, incansable y delante de todos, uno
cambia bastante de parecer. Don Emilio sabe tanto de moros y cristianos; de
“cartas pueblas” y cronicones, de pedruscos, cimientos, estilos y plantas de
Iglesia que el viaje fué una lección incesante.
Por el camino me fue contando un viaje
que hizo a Alarcos, hará cincuenta años, acompañando a Rubén Daríoy Blanco
Belmonte. Fueron en una galera descubierta. El poeta habló poco y Blanco
Belmonte presumió mucho. Nunca me había imaginado yo a Rubén, hombre de
meridianos gustos helénicos y sensuales gustos franceses, trepando por estos
arqueológicos riscos ibéricos. El tópico siempre nos le representa entre
duquesas ebúrneas y jardines franceses; y sin embargo estuvo aquí, clavando sus
ojos de indio en estas parameras de árabes sucios y cristianos enterragados y
ascéticos.
Luego le dimos vueltas a la etimología
del río Guadiana. Se habló de la posibilidad de río de Diana. Calatayud dijo
que el poeta Ángel Crespo, que llegó a hablar algo de árabe en Tetuán,
aseguraba que los moros llaman siempre Guadiana al río de su pueblo va que este
vocablo significa “río mío”.
Alarcos
en los años cincuenta del pasado siglo
En estas cosas llegamos a Alarcos. El
coche subió a la mismísima cima en un alarde de habilidad del simpático chófer.
A nuestros pies aparecía el que fue desdichado campo de batalla para Alfonso
VIII el día 19 de julio de 1195, al decir de las crónicas. Se trata de uno de
los paisajes más sugestivos que vi en estas breves andanzas. Es una amplísima sábana
de llanura accidentada con suaves ondulaciones, que hechas rastrojos, al sol de
la mañana presentaban todas las gamas del amarillo, desde el dorado transparente
al amarillo grisantón de las cardenchas. Al otro lado de la cima, el Guadiana,
que como un regato -desde aquella altura- serpea caprichoso entre los juncales
y otras vegetaciones bajas que van perdiendo verdor conforme se apartan de la orilla.
Desde el mismo sitio vimos el famoso lugar llamado de Villadiego, dirección que
dicen tomó el rey al salir de pira después de la rota; y el molino de los
Ayalas que visitaríamos luego.
Con paciente meticulosidad vimos los restos
de las amplísimas fortalezas. Aquí los restos están mucho más enteros que en
Calatrava la Vieja. Quedan poco menos que mediadas algunas cajas de torreones y
puede seguirse con cierta imaginación el formato de la fortaleza erizada de
pinchos y verbajos secos. Don Emilio caminaba incansable sin quitar los ojos
del suelo, de donde con frecuencia cogía y nos mostraba trocitos de cerámica
árabe muy abundantes entre aquellas ruinas. Vimos arcos cegados, cuevas,
murallones enterrados, torrreones segados y por fin la ermita; gótica de transición
con capiteles labrados, artesonado mudéjar como el de Santiago, pero también
profanado y enjalbegados los muros. Mal clavados en la pared, provisionalmente,
vimos dos lienzos de corte italiano, representado la Anunciación y la
Visitación, verdaderamente interesantes, de procedencia y autor desconocidos.
Conducidos por un guarda celtibérico que
los señores de Ayala tuvieron la amabilidad de enviarnos para que franquease la
corraliza de alambrera que lo impide, bajamos al molino.
PAQUITO
PÉREZ
Cuanto debe a Paquito Pérez mi pueblo,
Tomelloso, no se le pagará nunca. Como decano del Claustro del Colegio “Santo
Tomás de Aquino” ha formado de manera extraordinaria a varias generaciones de
bachilleres; como corresponsal de LANZA, hizo una serie de campañas en todos
los aspectos del periodismo, que situaron a Tomelloso con harta frecuencia en
el primer plano de interés provincial; su pluma de periodista, una de las
mejores de la Mancha, colaboró igualmente con la Revista “Albores” y últimamente
redactó el libro premiado y de próxima aparición, sobre la “Aportación de
nuestra provincia a la Historia de España”.
Francisco
García Pavón. Diario Lanza, viernes 21 de septiembre de 1951, página 3
Vista
aérea de Alarcos antes de las excavaciones arqueológicas
Buenos días, que descripción más negra y tétrica nos muestra y detalla, el Sr. Garcia Pavón en su peregrinage,por Carrion y C.Real.
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