Plaza
de San Francisco y antiguo Hospicio Provincial en 1906
Así. No preguntando. Lamentando.
Disculpados, amigos de LANZA, aunque no
creísteis en mí. Sí, a primera impresión, merecía la consideración de “majareta
perdío”. Me lo creía yo, de mí mismo, por decidirme a creer tamaño absurdo como
es birlar una plaza pública a una ciudad. Parecía invento, y engañifa, anunciar
iban a terminar de malbaratar la plaza de S. Francisco cargada de historia
local, en lo antiguo, y para su gloria, y de “rubias”, ahora, para hacerle
vejamen y como preparación de su futuro “tapón”. Me lo comunicaba,
inalámbricamente, esa “doña curiosidad” tan fiel amiga, como vieja y fea e
infalible y avispada más que ustedes, periodistas que se les escapan cosas
estando en el foco.
No tenía derecho a callar la noticia, y
la dije. Era mi deber, de ciudarrealeño.
¿Por qué dudasteis de mi, vosotros? ¿Era
mentira lo del injurioso zócalo del convento de las Dominicas? Ahí, está
patente. ¿Y lo de la casa asolada de la calle de Ballesteros esquina a la de de
la Palma? Los escombros, por los suelos,
lo certifican. Y lo del Torreón que también removí en aquella crónica y que
costó Dios y ayuda, ¿fue enredo? ¡Ojalá hubiera podido daros el gustazo de
afrentarme por mentiroso!
Quitar plazas públicas a un vecindario,
¿puede hacerse sin más, ni más?, ¿debe hacerse?, ¿debe pensarse en ello,
siquiera, por muy barato que le salga a las arcas municipales esas cesiones?
…Y como a mí también se me ocurren
“ideicas felices”, allá os brindo ésta:
Ya que no cuajó -¡naturalmente!- el
proyecto de levantar un hotel, del rango que nos hace falta, en el “pedazo” del
pozo de la Virgen del Prado, que no fue
acertado y desierto y desarbolado ha quedado para vergüenza de
desarboladores alegres, prematuros y contumaces, ¿por qué no construimos uno,
en toda regla, en el Pilar, en el espacio comprendido entre la fuente sustituta
del monumento a Cervantes –en clausura perdurable- y el comienzo de la calle
Ciruela? El emplazamiento es magnífico. El viajero toparía, a su entrada a la
ciudad, con un “rascacielos” que clamarla al cielo. “meditad ustedes” –cómo
concuerdan por Cádiz- que yo no creo mi proyecto “cosa” mayor que otros. En
este caso, al menos, parte de la plaza quedaba para solaz de chicos y grandes:
desde el bar España, al palacete de Barrenengoa.
…Y si tan peregrino proceder lo tomaban
como modelo en Madrid y convertían la Puerta del Sol en modernísimos bloques de
renta módica, que tanta falta están haciendo, y si los portugueses lisboetas
entraban en gana de suponer les sobraba su plaza del Rocío y la rellenaban de
edificaciones, entusiasmados por nuestra iniciativa, y si en París caían en la
cuenta de hacer lo propio en la amplitud de la plaza de la Concordia… Ciudad Real, ¡célebre! ¿No os
parece?
Y, ahora en serio:
La
desaparecida capilla de la Soledad
Señor Alcalde mayor: por el buen nombre
de nuestra ciudad; porque cuando los años se alejen hagan buena memoria de
nosotros, como ciudarrealeños, importa no desaparezca, en los nuestros, una de
las plazuelas de más rancio abolengo y de más historia de la ciudad que precisa
de ella por higiene, para deleite de sus hijos y además, séanos devuelta,
redimida de serviles menesteres de aparcadero y con árboles y dignamente
austera y bella, ¡y libre! ¡Pues no hay pocos solares céntricos y
aprovechables. Aun cuando cuesten unas pocas más pesetas, para edificar la
Escuela de Artes y Oficios de modo decoroso, tal como se merece, sin hacer
desaguisado a nuestro pueblo! Sería lamentable naciera la Escuela con la frente
manchada por los mismos ciudarrealeños que la engrendraren. ¿Verdad que tengo
razón, amigo y ciudarrealeño Jerónimo?
Señor Presidente de la Diputación: ¡Que
no enfrente un nuevo edificio levantado a costa de otro secular fornido y útil,
tan arraigado a nuestro pasado y sin más maca que un lienzo de pared calado de
humedad y fácilmente saneable, en lugar de derrumbar toda la obra: que no se
enfrente, digo, con una “Escuela tapón”, como la han llamado, aniquiladora de
una plaza pública!
Señor Gobernador civil: ¡S. O. S., otra
vez, como cuando el Torreón! ¡Que perece otro paraje famoso de mi tierra! ¡¡S.
O. S.!! ¡Llegue a tiempo de redimir la plaza! ¡Que la necesaria Escuela de
Artes y Oficios nazca sin la amargura de suplantadora de la plazuela de San
Francisco que, verá, señor Gobernador!:
El miércoles, 20 de febrero de 1353,
colmeneros y ballesteros la hollaron cuando se dirigían al convento para
dirimir pleitos que tenían sobre diezmo de miel y cera con el arzobispo de
Toledo don Gil y canceló su sucesor don Gonzalo, que convocó la junta.
No conoció la imagen, del siglo XVII, de
la Soledad que ha sido, hasta la desaparecida Semana Santa, titular de la
vistosa Cofradía de Mujeres. Pues en medio de la plaza de San Francisco tuvo su
capilla y la frecuentaban nuestras abuelas. Cuando solteras, puede que
furtivamente se llegaran a rezar a la excelente talla perecida de San Antonio,
casamentero, de la citada capilla.
Se alarmó la plaza al arder en 1890, el
techo del Hospicio, en que convirtieron el convento, y dirigió las obras de
restauración y reforma posteriores.
Como pompa y tétrico y solemne
acompañamiento, con vestimentas y ornamentos verdes, salían del convento y
atravesaban la plaza el Escribano y el
Alcalde de la Santa Hermandad para notificar la pena al reo preso en la cárcel
de la Hermandad, sita donde hoy se alza la Delegación de Hacienda.
La soliviantaban cuando pasaban 300 y
más caballeros camino de la Corredera, para ejercitarse en las armas, correr
caballos, batirse con el “Pullón, jugar a los “Medrenes”, y se ponía alegre
deber a doña Buena de Torres y Triviño, el día de Santa Ana, rodeada de los
caballeros de Santiago cuando regresaban de sus juegos en la Corredera, donde
los obsequiaba con un pollo y un racimo de agraz.
Conoce las consejas y los acaecimientos de la cueva que nacía en
el Alcázar y fenecía en el convento, línea recta de la armería real.
El
Hospicio Provincial en plena construcción en 1950
Conoció a don Sancho, el hijo del
calatravo Alvar Gómez, cuando venía a confesar sus amores imposibles con doña
Blanca, hija del ciudarrealengo Remondo. A la puerta del templo le esperaba el
Prior Fray Ambrosio. No puede olvidar el terrible y desacompasado pisar que
traía, al amanecer, el buen Prior que salió aquella noche a la Cruz del camino
de Alarcos, para bendecir el caserío del calatravo y de la realenga y sellar
paces, ¡y sólo consiguió tragedia de odios y venganzas y sangre y muertes
nupciales al pie de la cruz que, desde entonces, la leyenda, cierta o no, la
llama Cruz de los Casados!
Recibía la triste alegría de filas
dobles de uniformes incluseros al regresar al asilo después de pasear al
solecico, y ¡otra noche! Rendida en su maldad, por ella llegó la infamia del
pecado, a dejar la inocencia viva, llorosa, desemparada, en el torno…
Sintió galopar de corceles de calatravos
triunfantes, y besó el remate desflecado del tosco sayal de Vicente Ferrer que
traía misiones y milagros.
Desde la ermita de S. Juan Evangelista,
colocada en el sitio que en el siglo XVIII ocupo el molino de Rafael Barona,
llegaba la procesión del Resucitado tras recoger a S. Juan. Salían a recibirla
los frailes menores, con la Soledad, y la plazuela se colmaba de gente para
presenciar la ceremonia del encuentro de la Soledad y de su Hijo resucitado.
Las tres imágenes: San Juan, el Resucitado y la Soledad, ya gloriosa pasaban al
convento donde les cantaban una misa, con sermón, y, por el mismo camino que
trajo, regresaba la procesión a San Pedro, y quedaba despejada la plazuela; en
silencio confortable y encantador.
Todos los días conversa, animada, con
los miguelturreños que vienen y van y, cuando tiene humor, los recuerda,
zumbona, la inocente broma aquella:
-“¿Dónde vas?”
-“A Ciudarrial”.
-¿Por qué?
-“¡Por un realico de azafrán, que dan
una hebrica más!
Con la humildad de su santo patrono,
sufre los bajos menesteres de aparcadero a que la redujeron. Con santa alegría,
oía, antaño, los conciertos de la banda provincial de música que dirigía
Segura. ¡Pobre plazuela de S. Francisco cuantas y cuantas cosas más sabes y
podrías contarnos!
¡S. O. S. otra vez! ¡Que otra barca va a
pique en el mar proceloso de la indolencia de Ciudad Real!
Y a vosotros, los de LANZA, bien por la
campaña que leo a diario. Con vosotros estoy. Sensatas son las soluciones que
apuntáis. Seguid, seguid que nos quieren arruinar un recuerdo más, y ya son
muchos ¡y nos quedan pocos!
¿Precisará seguir sospechando que, en
los festejos del centenario VII, la sombra del, no siempre bien traído y
llevado, sabio Alfonso, nuestro señor, vendrá irremisiblemente sobre nosotros
real, pero pesada, envolvente, justiciera, para pedirnos cuentas por hijos
pródigos y para alicortar aleluyas?
Julián
Alonso Rodríguez. Diario Lanza, martes 1 de febrero de 1955, página 2 y 3
La
Plaza de San Francisco en 1982 tras su actual remodelación
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