Artesonado
de la Parroquia de Santiago cuando estaba cubierto por la falsa bóveda barroca
Me subieron por una endemoniada escalera
de caracol. El sacristán, con guardapolvos amarillo, nos llevó la vela para
alumbrarnos. Llegamos a la “boardilla” del crimen. Allí, condenada a cadena
perpetua, sobre la panza quebradiza de una estúpida bóveda de yeso, duerme el
sueño de los justos, lo que debió ser precioso artesonado mudéjar, que al igual
que en Alarcos, cubría el templo. Aunque descolorido, está casi íntegro, Recibe
la luz de un precioso rosetón gótico, que ha quedado como claraboya de aquel
palomar. Porque aquello señores, es un palomar con su palomina y todo y de ello
es comprobante mi impregnada carpeta de apuntes y mi traje. Aquellas artísticas
tracerías, en cuya ejecución tanta ilusión pusieran nuestros ilusos abuelos,
yace hoy mirando la panza estúpida de la bóveda de yeso. Allí, las armas de
Castilla y de León, así como las del Maestre de Calatrava, que ornaban los
canecillos y el friso, día a día, van siendo borradas por los vuelos y lo otro,
de las felices palomas, que se permiten tener un columbario estilo mudéjar del
siglo XIV.
Fernando Calatayud, pataleando
furiosamente sobre la tonta bóveda, me dio la idea de lo que debían hacer los
ciudarrealeños con aquella “boardilla”.
Desde las vistas de aquellas alturas,
por una tronera, López Torres descubrió un panorama interesantísimo. Yo, intenté
asomarme para verlo pero un chavea me tiró una china desde la recogida plazuela
y desistí... Debí parecerle una paloma grande...
ANGEL
CRESPO
Es el hombre que he visto en mi vida más
parecido a su caricatura, concretamente a una que conozco hecha por Eripe. Por
su vitalidad, fábrica humana, gesto y ademanes, parece hombre de goma maciza,
capaz de estar botando días enteros entre un techo académico y un suelo de
cretinos. Con los ojos rasgados, su pronunciación redonda, casi levantina, sus
aspavientos, su pelo, su cabeza y su espíritu es iconoclasta... de lo malo.
Unos versos suyos se me quedaron en la
memoria que resultan un verdadero autorretrato:
Yo me monto en el aire
y a las rocas me bebo
a sorbos. Yo soy libre
y vigoroso y crespo.
Esto es estupendo.
Angelín se abre paso a bastazos y la
gente le teme cara a cara y le critica a la espalda. Muerto el pobre Juan Alcaide,
yo creo que a él le corresponde el cetro de la poesía manchega.
Comprendí mejor a Crespo cuando conocí a
su madre. Los dos se compenetran hablando de arte y de poesía. Con una
exquisita nobleza de matrona me habló de Pietro, de Pradilla, de Iniesta, de
Calatayud, y de su Angelín. Pero... yo me he enamorado de las preciosas y
sensitivas manos de tu madre, Crespo.
Taller
de la “Editorial Calatrava” lugar donde empezó a realizarse la tirada de Lanza
EL
DIARIO “LANZA”
La Redacción y Talleres de LANZA, dan la
impresión de una máquina de escribir en las cuevas de Altamira; pues dentro del
caserón más zarrapastroso que pueda imaginarse está la maquinaria moderna y
buenísima, al decir de los entendidos: tres linotipias, una rotoplanay el
taller de fotograbado.
Yo tenía verdaderas ganas de ver estos
talleres donde a veces se componen cosas mías. Hasta que no conoce uno la imprenta
donde le imprimen sus escritos no está tranquilo. Hasta el día que visité LANZA
tenía yo el pesar que debe invadir a los operados de estómago, cuyas entrañas
han sido arregladas y puestas de limpio sin poderlas ver el propio interesado.
Las bobinas de papel que había en el
patio eran como las piezas de género en el anaquel de un sastre; que luego salen
deshechas de tres en tres metros. Sentí mucho no poder saludar a Carlos María
San Martín, pero tuve un magnífico y cordialísimo “Virgilio”. Me refiero a
Baldomero Montoya. Tuvo conmigo extraordinarias atenciones, que nunca
le agradeceré bastante.
Salí de LANZA con cierta nostalgia
porque sé que allí se barajarán algún día unas líneas hablando de mí cuando me
muera. Las notas necrológicas que los diarios hacen a los escritores, artistas
y políticos, tienen cierta isocromía y ritmo, con la fane doméstica de embaular
las ropas del finado.
... Sí, salí nostálgico porque el poco
nombre que uno tiene en la provincia se lo han fabricado aquellos simpáticos hombres
que allí andan con “mono” azul escribiendo y desescribiendo en plomo.
LÉRIDA
Y SUS LIBROS
Don Enrique Lérida con su cara de niño
tímido, su voz trémula, sigue siendo el primer librero de Ciudad Real. Rodeado
de sus hijos y mujer, la tienda de don Enrique es algo así como una salita de
estar para los estudiosos de la capital. Yo, le tengo mucho agradecimiento a
Lérida por algo que él no recordaba: Siendo casi un niño, entré en su librería a
husmear en los estantes y él se aproximó a mí con un libro entonces recién aparecido.
-Lleve usted esto que es de un poeta de
Valdepeñas buenísimo.
Era la “Noria del agua muerta”, de
Alcaide. Con él me inicié en la obra de Juan.
FERNÁN
CABALLERO
Estaban acabando sus ferias cuando
nosotros estuvimos allí. Me pareció un pueblo muy manchego y muy luminoso. En
una plazuela vi un bar solanesco, cuya terraza estaba abierta con una lona
bajísima y pequeña atada a cuatro postes, para dar sombra a los clientes, la
mayoría mozos en mangas de camisa y a horcajadas sobre las sillas. Daba la sensación
de algo así como un puesto donde se vendieran hombres a la sombra de la siesta
canicular.
Pasamos un rato muy bueno en la casa de
don Pascual Crespo, médico cultísimo, gran conversador, que posee una coleccioncita
interesante de obras de pintores manchegos. Don Pascual, vestido con pijama,
que manejaba como si fuese un traje nuevo, nos invitó a “palomillas” en su
patio fresco y hablamos de muchas cosas. A mí me dio la tarde un endemoniado
sillón de lona con respaldo basculante que se me giraba como aspa cada vez que
me incorporaba para tomar mi copa. Fue una pena que cuando aprendí a manejarme en
el dichoso sillón tuviéramos que marcharnos.
Don Pascual nos habló de los famosos
“encierros” de Fernán Caballero. Por lo visto son algo estupendo. (Luego me lo
ratificó mi simpático paisano Daniel García-Ibarrola). Sueltan unos cuantos
toros por las calles, acotadas en determinados sitios, que están correteando a
su sabor horas y horas por el pueblo. La corrida es constante, plural y
espontánea. Los mozos y chiquillos torean a las reses como quieren y como
pueden. Los espectadores, salen a sus ventanas, ven un poco; entran, charlan un
rato, beben unas copas; salen a ver otro poco y así hasta la noche, en la que
los toros son fusilados del modo más ibérico. Como anécdota contaron que un
señor de Ciudad Real que llegó a ver el espectáculo un poco tarde, tardó cuatro
horas en poder cruzar una calle.
Francisco
García Pavón. Diario Lanza, miércoles 19 de septiembre de 1951, página 3
Programa
de fiestas de Fernán Caballero de 1950
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