Vista
aérea de la Plaza de San Francisco en 1928, con el antiguo Hospicio Provincial
Grande y meritorio sería que alguien
hiciera “la lirica” de nuestras plazuelas. La bien encuadrada de las monjas
“Terreras”, que Dios libre de adulteración y seudorrejuvenocimiento pernicioso,
retorcido y condenable; la… mancheguísima, ciudarrealeña de Santiago, de la
cual tenemos dicho mucho, perdido en no sé qué desierto; la desmantelada de Don
Agustín Salido; la desamparada de S. Francisco, rescatada un día, que vuelve al
primer plano de la actualidad por otra y gracia del artículo y la foto
publicados , en LANZA el día 3 actual… ¡Esas plazuelas de mi tierra que esperan
su enamorado cantor!
Sí, desamparada hemos dicho, y mucho,
plazuela de San Francisco. Ahí la tenéis con roídas escalinatas, cual dentadura
de vieja; con esos paredones, ya viejos, de un edificio, nonato, en el lugar
que uno de abolengo histórico ocupaba y dio honra y prez a la plazuela; con dos
árboles y medio, clamantes, rotos, astillados por irrespetuosos autos, y
teatrillos, de lona y madera, igualmente
intrusos; sin apenas vestigios de la barandilla que le cedió su hermana del
Pilar; polvorienta; ni siquiera un jaramago verde a su ruina; sin chicos, que
jueguen; sin grandes, que paseen; ni viejos, solcándose…Desamparada; desolada;
triste; espera, que te espera, una restauración, honrosa, enterradora de
vergüenzas, vivas.
Otro espectáculo, desagradable y actual
de nuestra ciudad, y de todos los lugares de España, desde la Corte al cortijo
–así es de general- lo da el motorismo, creciente y ruidoso, sin otra
posibilidad de descanso que el
amontonamiento, entorpecedor y feo, en cualquier sitio amplio o estrecho, de
día y de noche, con los inconvenientes y peligros de embotellamiento o de
“gamberradas” tal cual la no lejana de acuchillar, en una noche, todas las
cubiertas de todos los coches parados en lo más céntrico del casco urbano.
Y LANZA, aunando la necesidad de
seguridad y buen tono urbano, con la de ornato, se fija, en citado artículo, en
la plazuela de San Francisco como solución, en uno, de los dos problemas.
Del modo expuesto por el citado
periódico, se deduce quedaría la plazuela, exteriormente, cual amplísima pista
de baile, fea, de cemento, pero, en su hueco abismal, convertida en capaz,
necesario, seguro refugio de la mecanización ambulatoria creciente. Algo así
como un “Hogar provincial de Chatarra”; disparatado, rugiente corazón,
maloliente y costosísimo, pero que de nada serviría sin capaces vías que a él
canalizasen el tráfico. Y a mí, remo, en absoluto de saber técnico, me parece
no son muy allá, para cumplir su cometido, esas angostas arteriolas o allecicas
que afluyen la plazuela, y se llaman del Gato, del Jaspe, del Horno, y la que
la contornea por el lado del “notable desnivel”, donde, a la fuerza, habría de
estar el ingreso al monumental garaje.
El Hospicio
Provincial en los años cincuenta del pasado siglo aún sin terminar
Pero, ¡todo tiene solución, en este
mundo, si no es la muerte! Exprópiense y sean demolidas, las casas que quedan
entre la plazuela y una línea recta que, partiendo de los tapiales del convento
de las Siervas, remata en la calle del Jaspe, en el muro ajardinado del grupo
de casas de la Diputación; alísese el solar
resultante, como campo de
maniobras, y, desde el principio al fin, a todo lo largo de la restante de las estrechísimas
antes citadas calles afluentes, hágase más expropiaciones para dejarlas
suficientemente amplias. Esto último, sería un excelente modo de paliar, con
estas anchuras, las mermar que a otra calle céntrica y distante, estamos
haciendo… y, ¡todo cabal!, que hasta tendríamos montañeros deportes de nieve,
en invierno y verano, en la Atalaya, pues, cumplidamente, alcanzaría la cota de
las nieves perpetuas si en ella se volcasen la tierra y la piedra, procedente
del ahuecado de la plazuela y la escombrera de las casas echadas abajo.
Después…llegaría el ajuste de cuentas,
que bien podría hacerse a la sombrica del interminado Hogar Provincial de la
Beneficencia para que nos asesorase, con la experiencia de sus propios, graves,
técnicos-económicos, problemas que, en comparación con los nuestros, quedarían
ridículos, despreciables… y, ¡a enjugar, sea dicho, con “lo rentable”! (?)
Todavía podíamos pensar en más aportes
terrígenos, para alcanzar el alpinismo, de la Atalaya, como resultas de la
enajenación y demolición de algunas casuchas pobres, circundantes de la plaza,
que dejaran espacio para levantar el magnífico hotel tan preciso al rumbo de
Ciudad Real y al cómodo acomodo de los visitantes.
¡No es nada nuestra desbordada, alegre,
fantasía oriental, voladora!, pero, por
Dios, tengamos compasión del pobre alcalde, de nuestros flácidos bolsillos y de
los que, arrugados, legaríamos a generaciones de generaciones futuras y con
razón, maldiciente de la nuestra.
Pensemos, en serio, si no sería más
razonable sujetarnos a la realidad de lo hacedero y pedir, y no es poco, el resurgir
cercano de la plazuela, con carácter manchego, decorosa, bonita y pinturera,
jugosa, con árboles, flores, bancos, la estatua de N. S. y fundador Rey Sabio y
cercada de casas con la obligación de lucir ventanas y balcones con rejería
trabajada en fragua y la prohibición, tajante de abrir huecos apaisados, tan
desdichadamente propagados actualmente en nuestra capital, con barra, a lo
largo, como barandal barato y antiestético.
Desterremos esnobismos, tontos, y
modalidades, económico-roñosas, de mal gusto. Sintamos, a la par, la expresión
de nuestro carácter y la modernidad bien entendida, pues, ciertamente, pueden
casarse y vivir juntas, felices y en paz.
Y que el Hogar de la Beneficencia se
termine -¡ya será hora!- como liquidación de la pesada herencia caída a la
Diputación… y busquemos para “aparcadero” otro sitio más adecuado y con buenos
accesos – no son sólo precisos para la plaza de toros y el campo de deportes
–que no es difícil encontrarlo. Estaría mejor situado y, por añadidura, sería,
tras más económico, hasta decorativo.
No metamos a la plazuela de San
Francisco en nuevos berenjenales. Suficientes sufre.
Julián
Alonso Rodríguez. Diario “Lanza”, martes 8 de abril de 1958, página 2
Imagen
tomada en la Plaza de San Francisco en los años sesenta del siglo XX
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