Paquito, mi principal y casi exagerado
“Virgilio” en Ciudad Real, al volver de Alarcos nos llevó a la huerta de su familia
donde se nos obsequió cumplidamente.
Paquito es hombre inquieto e incesante
en su generosidad y cortesía, poco comprendido por todos, es de aquellos seres
peregrinos cuya principal vocación, aparte de la enseñanza, es hacer la vida
cómoda y agradable a los demás.
El, con gesto de amargura, suele decir
que nació para “yunque”, y es verdad, pero no lo hacen yunque las
circunstancias, sino que se hace él mismo, para detener el golpe que vaya sobre
otro. Pequeño, movible, lía los cigarros con meticulosidad de relojero, nunca
se abrocha el botón superior del chaleco -al contrario de los dandys-, y todos
los días cambia de corbata, como si fuesen las hojas del almanaque de su
camisa. Yo siempre me imagino a Paquito inclinado con un ademán cortés:
dispuesto a levantar al transeúnte que cae en la calle, a pagar unas cañas, a
dar constantemente tabaco, a dedicar su primera mirada a la joven que pasa. Parece
inquieto y aburrido cuando pasa mucho rato sin que alguien le pida ayuda o
favor.
...Cuando vuelva a Tomelloso será para
recoger su equipaje y marchar al Instituto Laboral de Daimiel. Todos vamos a
añorarle eternamente; pero yo estoy seguro que Tomelloso sabrá darle una digna
despedida a este ejemplar acreedor de nuestra cultura y amistad.
Desde la hermosísima huerta de los Pérez
volvimos a Ciudad Real. Don Emilio nos perfilaba los últimos detalles históricos
y anecdóticos de la excursión que acabábamos.
EL
CASINO Y FERNANDO CALATAYUD
A mí me gusta mucho el Casino de Ciudad
Real. Es cómodo y confortable. Tiene casi más de club moderno que de casino
decimonónico. La última siesta de mi estancia en la capital hicimos allí una
tertulia literaria y artística. López Torres, callaba como siempre. Paquito
Pérez y yo también. Crespo y Calatayud hablaban sus cosas. Fernando Calatayud, por
su aspecto físico me dio la sensación de un Camilo José Cela un poco reducido,
pero con detalles singularísimos. Por las mañanas Fernando va hecho casi un
pordiosero; por la tarde, un caballero en plaza, detrás del burladero de una
policroma e inmensa corbata americana; algo así como si se hubiese puesto una
servilleta a propósito para tomar una comida surrealista.
Es el primer hombre que he visto en mi
vida con los ojos sin brillo. Son los suyos unos ojos planos, anchos y oscuros
como botones de abrigo. Fernando Calatayud habla con las narices muy abiertas y
con la boca despectiva. Es un pirotécnico de las ideas y de las paradojas.
Cuando defiende algo lo hace a sangre y fuego; cuando desprecia lo hace sin remisión.
Tiene un celtiberismo intelectual que recuerda la forma de ser de los del 98.
Calatayud hace literatura en todos sitios y a todas horas; su minerva es
centrífuga y pródiga, su escasa obra publicada muy interesante; yo le creo más pensador
que poeta, con ser mucho.
FINAL
El resto de mi última tarde en Ciudad
Real fue precipitado y desasosegado. Hubo que asomarse a muchas cosas en poco
tiempo. Con la misma prisa que vi, contaré.
Llegamos a San Pedro cuando salía una
boda. El acompañamiento vestido de limpio, bullía por la hermosa glorieta. San
Pedro es el mejor templo de Ciudad Real. Se conserva bien y su estilo gótico de
transición es de lo más puro, aparte de los inevitables aditamentos barrocos.
Sus tres naves despejadas, le dan una traza de solemnidad y equilibrio
impresionantes. El retablo de la Capilla del Sagrario no pudimos verlo bien por
falta de luz. Tallado en piedra gris tiene un concierto sobrio a la vez que
magnífico.
Cuando salimos ya habían marchado los de
la boda. Dos sacerdotes paseaban solitarios.
La urbanización de la capital ha
mejorado muchísimo desde la última vez que yo estuve, hace ya bastantes años. El
Mercado, el Instituto de Higiene y la Delegación de Hacienda, en construcción,
y otras obras que no recuerdo el nombre... Por cierto que el monumento a
Cervantes, no sé dónde lo han metido. Tendría sus faltas pero era el único en
esta provincia en que siempre andamos a vueltas con los dichosos molinos.
Porque ya se sabe que ningún manchego mueve la pluma sin soltar los cuatro
topicazos del Quijote y ponerse muy sentimental como si don Miguel fuese tío o abuelo
de todos.
En la Catedral estuvimos unos momentos.
Me resultó un poco achorizada con no tener más que una nave; pero 110 deja de
ser opinión está un poco irresponsable.
El Parque sigue tan bonito y alegre como
siempre, con sus pigmentaciones de soldados y niñeras. Un banco de sorches y
otro de niñeras... etc.
Visitamos a don Carlos Calatayud y yo
quedé asombrado de verlo sin sus botas. Las ha sustituido por unas zapatillas sin
puntera. Desde que tiene un nieto ha echado las botas polla ventana. Me dijo
que dentro de unos días venía como “mantenido” (palabra suya) a los Juegos
Florales de Tomelloso.
A la estación me acompañó un grupo de
amigos. López Torres casi llega tarde, como siempre, con un cuadro a rastras.
Cuando arrancó el tren yo sentí una
enorme congoja. Acababa de “descubrir” Ciudad Real, mi capital y allí me dejaba
cuarenta y ocho horas de emociones y gentilezas, innumerables e inmerecidas por
mi humilde nombre. Desde aquí reitero mi efusiva gratitud a mis amigos ya
citados y a José Luis Barreda, cuya bondad y gesto dulcísimo hace imposible el
creer que tuviera un antepasado capaz de arrastrar con una cadena tres cabezas
de morazos, como campean en el escudo de su casa; a Salvador Pujol, hombre
cultísimo y de gran sensibilidad, a Dámaso Pérez Ayala, el rey de los chocolates
y descendiente de quien dirigió muchos años la educación manchega.
A todos ellos y a Ciudad Real: ¡hasta
pronto!
Francisco
García Pavón. Diario Lanza, sábado 22 de septiembre de 1951, página 3
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