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miércoles, 6 de noviembre de 2019

CIUDAD REAL. NOTAS DE UN VIAJE APRESURADO (V Y ÚLTIMO)



Paquito, mi principal y casi exagerado “Virgilio” en Ciudad Real, al volver de Alarcos nos llevó a la huerta de su familia donde se nos obsequió cumplidamente.

Paquito es hombre inquieto e incesante en su generosidad y cortesía, poco comprendido por todos, es de aquellos seres peregrinos cuya principal vocación, aparte de la enseñanza, es hacer la vida cómoda y agradable a los demás.

El, con gesto de amargura, suele decir que nació para “yunque”, y es verdad, pero no lo hacen yunque las circunstancias, sino que se hace él mismo, para detener el golpe que vaya sobre otro. Pequeño, movible, lía los cigarros con meticulosidad de relojero, nunca se abrocha el botón superior del chaleco -al contrario de los dandys-, y todos los días cambia de corbata, como si fuesen las hojas del almanaque de su camisa. Yo siempre me imagino a Paquito inclinado con un ademán cortés: dispuesto a levantar al transeúnte que cae en la calle, a pagar unas cañas, a dar constantemente tabaco, a dedicar su primera mirada a la joven que pasa. Parece inquieto y aburrido cuando pasa mucho rato sin que alguien le pida ayuda o favor.

...Cuando vuelva a Tomelloso será para recoger su equipaje y marchar al Instituto Laboral de Daimiel. Todos vamos a añorarle eternamente; pero yo estoy seguro que Tomelloso sabrá darle una digna despedida a este ejemplar acreedor de nuestra cultura y amistad.

Desde la hermosísima huerta de los Pérez volvimos a Ciudad Real. Don Emilio nos perfilaba los últimos detalles históricos y anecdóticos de la excursión que acabábamos.


EL CASINO Y FERNANDO CALATAYUD

A mí me gusta mucho el Casino de Ciudad Real. Es cómodo y confortable. Tiene casi más de club moderno que de casino decimonónico. La última siesta de mi estancia en la capital hicimos allí una tertulia literaria y artística. López Torres, callaba como siempre. Paquito Pérez y yo también. Crespo y Calatayud hablaban sus cosas. Fernando Calatayud, por su aspecto físico me dio la sensación de un Camilo José Cela un poco reducido, pero con detalles singularísimos. Por las mañanas Fernando va hecho casi un pordiosero; por la tarde, un caballero en plaza, detrás del burladero de una policroma e inmensa corbata americana; algo así como si se hubiese puesto una servilleta a propósito para tomar una comida surrealista.

Es el primer hombre que he visto en mi vida con los ojos sin brillo. Son los suyos unos ojos planos, anchos y oscuros como botones de abrigo. Fernando Calatayud habla con las narices muy abiertas y con la boca despectiva. Es un pirotécnico de las ideas y de las paradojas. Cuando defiende algo lo hace a sangre y fuego; cuando desprecia lo hace sin remisión. Tiene un celtiberismo intelectual que recuerda la forma de ser de los del 98. Calatayud hace literatura en todos sitios y a todas horas; su minerva es centrífuga y pródiga, su escasa obra publicada muy interesante; yo le creo más pensador que poeta, con ser mucho.

FINAL

El resto de mi última tarde en Ciudad Real fue precipitado y desasosegado. Hubo que asomarse a muchas cosas en poco tiempo. Con la misma prisa que vi, contaré.


Llegamos a San Pedro cuando salía una boda. El acompañamiento vestido de limpio, bullía por la hermosa glorieta. San Pedro es el mejor templo de Ciudad Real. Se conserva bien y su estilo gótico de transición es de lo más puro, aparte de los inevitables aditamentos barrocos. Sus tres naves despejadas, le dan una traza de solemnidad y equilibrio impresionantes. El retablo de la Capilla del Sagrario no pudimos verlo bien por falta de luz. Tallado en piedra gris tiene un concierto sobrio a la vez que magnífico.

Cuando salimos ya habían marchado los de la boda. Dos sacerdotes paseaban solitarios.

La urbanización de la capital ha mejorado muchísimo desde la última vez que yo estuve, hace ya bastantes años. El Mercado, el Instituto de Higiene y la Delegación de Hacienda, en construcción, y otras obras que no recuerdo el nombre... Por cierto que el monumento a Cervantes, no sé dónde lo han metido. Tendría sus faltas pero era el único en esta provincia en que siempre andamos a vueltas con los dichosos molinos. Porque ya se sabe que ningún manchego mueve la pluma sin soltar los cuatro topicazos del Quijote y ponerse muy sentimental como si don Miguel fuese tío o abuelo de todos.

En la Catedral estuvimos unos momentos. Me resultó un poco achorizada con no tener más que una nave; pero 110 deja de ser opinión está un poco irresponsable.

El Parque sigue tan bonito y alegre como siempre, con sus pigmentaciones de soldados y niñeras. Un banco de sorches y otro de niñeras... etc.

Visitamos a don Carlos Calatayud y yo quedé asombrado de verlo sin sus botas. Las ha sustituido por unas zapatillas sin puntera. Desde que tiene un nieto ha echado las botas polla ventana. Me dijo que dentro de unos días venía como “mantenido” (palabra suya) a los Juegos Florales de Tomelloso.

A la estación me acompañó un grupo de amigos. López Torres casi llega tarde, como siempre, con un cuadro a rastras.

Cuando arrancó el tren yo sentí una enorme congoja. Acababa de “descubrir” Ciudad Real, mi capital y allí me dejaba cuarenta y ocho horas de emociones y gentilezas, innumerables e inmerecidas por mi humilde nombre. Desde aquí reitero mi efusiva gratitud a mis amigos ya citados y a José Luis Barreda, cuya bondad y gesto dulcísimo hace imposible el creer que tuviera un antepasado capaz de arrastrar con una cadena tres cabezas de morazos, como campean en el escudo de su casa; a Salvador Pujol, hombre cultísimo y de gran sensibilidad, a Dámaso Pérez Ayala, el rey de los chocolates y descendiente de quien dirigió muchos años la educación manchega.

A todos ellos y a Ciudad Real: ¡hasta pronto!

Francisco García Pavón. Diario Lanza, sábado 22 de septiembre de 1951, página 3


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