Las ciudades deben verse como se bebe el
vino: despacio y paladeándolo; pero yo he visto Ciudad Real a horcajadas sobre
veloz saeta de montero; mirando y mirando, pero viendo poco; sin tiempo para
buscar durante unas horas el rincón; ese rincón que tienen todas las ciudades,
desde el cual, a la caída de la tarde, se puede adivinar y soñar toda la
historia de un pueblo. Un dulce anochecer de primavera, sentí -hace ya años-
sentado en el poyo de una ignorada callejuela de Toledo, todo el pulso y el
tempo de la ciudad. Otra tarde de otoño, cobijado de la llovizna en el quicio
de una puerta claveteada y con escudo, vi, como en revelación, el lento y
nostálgico pulso de Santillana. Pero en Ciudad Real no tuve tiempo de buscar
ese rincón... aunque yo creo que me estaba destinado en la glorieta que rodea
la iglesia de San Pedro, allá en un paseo ancho donde vi pasear a dos
sacerdotes entre el grave revoleo de sus manteos. Y un día próximo, sin que
nadie se entere, volveré a Ciudad Real para esperar la (ilegible) donde digo.
CIUDAD
REAL: PUEBLO DE LA MANCHA
Como nuestra provincia está tan cerca de
Madrid, los habitantes de los pueblos suelen tenerle por capital; y a Ciudad
Real por el “mejor pueblo de la provincia”. Si, es corriente que se le mire
despectivamente, más todavía, dolorosamente, va que los premiosos viajes a ella
siempre están motivados por trámites oficiales y papeleos utilitarios. Pocos
manchegos han ido a Ciudad Real buscando el placer del cuerpo o del espíritu. A
mí, confieso que me ocurría igual. Para mi Ciudad Real era la dolorosa Caja de
Reclutas sugerente de recuerdos desasosegados; y el Instituto, donde pasé los
primeros miedos de mi vida. Por sus galerías oscuras que hoy me parecen tan
pequeñas, entre sus bedeles bigotudos, en la silla eléctrica de sus bancos
descuajaringados, ante aquellos severos tribunales de catedráticos ¡ay! Ya desaparecidos:
Don Rodrigo Méndez, con sus barbas; don José Balcázar, con sus voces y su oreja
de celuloide; don Eusebio León, con su recio bigote de gendarme y su severísimo
y extraviado mirar; don Vicente Calatayud, con el chaleco negro siempre nevado
de la ceniza del cigarro, su bigote multicolor y su imponente y machadesca
naturaleza, etcétera. Sí, yo a Ciudad Real siempre fui a sufrir... a que me firmasen
y sellasen papeles temerosos. El único retiro placentero que encontré allí, fue
su precioso Parque de Gasset; donde descansaban mis nervios y añoraba mi casa.
Por todo esto, yo necesitaba conciliarme con mi capital, debía ir una vez al
menos con fines puramente generosos. Intentando buscar lo mucho que tiene de
verdadera capital, de “mejor pueblo” cargado de historia y de poesía. Debía ir,
y he ido a buscar el alma de Ciudad Real. A continuación enumero mis
impresiones. Pero quiero anticipar mi fallo: Ciudad Real ha dejado de ser para mí
“el mejor pueblo de la provincia” y se ha convertido, redonda y absolutamente, en
la capital, en la verdadera capital, a la que difícilmente podrá alcanzar jamás
ningún pueblo de su gobierno. Yo os
invito, manchegos, paisanos, desde estas
columnas a que un día toméis el tren y vayáis a Ciudad Real desinteresadamente,
sin papel sellado, a pasear por sus calles y plazas, a visitar sus monumentos, a
charlar con sus intelectuales y artistas, y veréis cómo al volver de ese viaje
Ciudad Real ha dejado, en vuestro concepto, de ser el “mejor pueblo de la
provincia” para convertirse en la capital, en la auténtica e indiscutible
capital.
HOMBRES
Y COSAS DE CIUDAD REAL - LOS DOS CAUDILLOS –
Una de las primeras visitas que hice fue
a la Diputación. No estaba en aquel momento el presidente accidental, señor
Gutiérrez, y con la gentil dirección de don Luis Oraá vi los principales
departamentos del Palacio, hoy restringido por la vecindad del Gobierno Civil.
Aunque no tuve tiempo de ver con detenimiento lo mucho que encierra, me detuve ante
las obras de mi mejor examinador de dibujo don Ángel Andrade. La Diputación
provincial es un verdadero Museo de don Ángel. Abundan las obras monumentales
de paisaje manchego y castellano, siempre prefecto de dibujo y de paleta muy
matizada y sobre todo los últimos, dentro de una técnica personalmente
impresionista.
Recuerdo a don Ángel la última vez que
le vi, con su lacito, blancos ya el cabello y el bigote. Con la perspectiva del
tiempo, vamos viendo ya como los hombres del 98 -llamémoslos así- al igual que
los románticos, tenían una tipología singular, don Antonio Machado, como
Vicente Calatayud, Gregorio Arrieta, Rusiñol y Andrade, eran hombres de corbata
de lazo, traje descuidado y lleno de ceniza del cigarro; de semblante bonachón
y liberal; amigos melancólicos de la vida; con los dedos amarillos por la
nicotina.
El otro gran pintor manchego y por tanto
prolífico vecino de la Diputación es Carlos Vázquez. En su autorretrato, magnífico
por cierto, tiene cara de doctor en medicina: con quevedos y cuello duro. Me
gustó mucho su retrato de Balbuena, tan suave y delicado de color; pero lo que
más me llamó la atención -aparte de su arte, con ser mucho- fueron los retratos
de los dos Caudillos manchegos: el general Espartero y el Cardenal Monescillo.
Ambos cuadros están colocados uno frente a otro en la sala de sesiones de la
Diputación. Están enfrentados ambos en posiciones análogas, medio incorporados
cada uno en su sillón, con gestos enérgicos, imprecativos, como sorprendidos en
acalorado debate sobre la primacía de sus respectivas jurisdicciones. Cuando la
sala esté solitaria sobre los escaños de los diputados, serán ellos los que
voceen con voces y arrebatos.
SANTIAGO
Y SU “BOARDILLA”
La única impresión lamentable de mis
cuarenta y ocho horas en la capital, me la produjo la medieval iglesia de
Santiago. Su limpio gótico de transición está enjalbegado de la forma más
detestable; en el Altar Mayor hay unos dibujos simbólicos que unidos a una
lamentable imagen del Apóstol, color de bombonera, hacen llorar de rabia. El
piso, de mosaico, es de cualquier cosa menos de un templo gótico... Pero lo
verdaderamente triste, lo que hace dudar a uno del raciocinio humano, es la
“boardilla”. Mis queridos amigos don Emilio Bernabeu y Julián Alonso, ya
hablaron del asunto en el fusilado “Albores”; pero yo he de insistir.
Francisco
García Pavón. Diario Lanza, martes 18 de septiembre de 1951, página 3
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